29. EMERGENCIA

El último edicto de Sasha rezaba:

OLETIN RUSGLES Nº 8

Tema: Tovarishch

A nuestros invitados americanos:

Honestamente, compañeros, no puedo recordar cuándo me llamaron así por última vez. Cualquier ruso del siglo XXI, lo relacionaría con el acorazado Potemkin; un recordatorio de gorras de paño y banderas rojas y a Vladimir Ilich arengando a los trabajadores desde los escalones de los trenes de carga.

Desde que soy un niño, siempre ha sido bratets o druzhok; pueden elegir.

A vuestras órdenes.

Camarada Kovalev.

Floyd seguía riéndose con el cartel cuando Vasili Orlov, que flotaba a través del salón de juegos/observación rumbo al puente, se le unió.

—Lo que me asombra, tovarishch, es que Sasha haya encontrado tiempo para estudiar algo además de ingeniería física. Se pasa el día citando poemas y obras que yo ni conozco, y habla inglés mejor que… bien, que Walter.

—Sasha es… ¿cómo le dicen ustedes?… sí, la oveja negra de la familia por haberse dedicado a las ciencias exactas. Su padre era profesor de inglés en Novosibirsk. En su casa se permitía el ruso sólo de lunes a miércoles; de jueves a sábado se hablaba inglés.

—¿Y los domingos?

—Oh, francés o alemán, una semana cada uno.

—Ahora entiendo perfectamente qué quieres decir con nekulturny; me encaja como anillo al dedo. ¿Sasha se siente culpable por su… traición? Y con un entorno así, ¿cómo se convirtió en ingeniero?

—En Novosibirsk, en seguida se aprende quiénes son los siervos y quiénes los aristócratas. Sasha era un joven muy ambicioso, además de ser brillante.

—Igual que tú, Vasili.

Et tu, Brute! Ya ves, yo también puedo citar a Shakespeare. Bozhe moi! ¿Qué fue eso?

Floyd no tuvo suerte; estaba flotando de espaldas a la portilla de observación, y no vio nada. Cuando se dio vuelta, segundos más tarde, sólo se observaba la figura familiar de Hermano Mayor, bisectriz del disco gigante de Júpiter, como desde su llegada. Pero para Vasili, por un momento que quedaría grabado para siempre en su memoria, aquella silueta perfectamente recortada dio lugar a una escena diferente por completo, y absolutamente imposible. Fue como si repentinamente se hubiera abierto una ventana a otro universo.

La visión duró menos de un segundo, antes de que el involuntario reflejo de un parpadeo la cortara. Estaba mirando un campo, no de estrellas, sino de soles, como si fuera el abigarrado corazón de una galaxia, o el centro de una formación globular. En ese momento, Vasili Orlov perdió para siempre los cielos de la Tierra. De ahora en adelante le parecerían intolerablemente vacíos; inclusive la poderosa Orión y el glorioso Escorpio le parecerían miserables conjuntos de débiles chispas, que no valdrían una segunda ojeada.

Cuando se atrevió a abrir los ojos otra vez, todo se había acabado. No… no todo. Exactamente en el centro del restaurado rectángulo de ébano, seguía brillando una estrella diminuta.

Pero una estrella no se mueve cuando uno la mira. Orlov volvió a parpadear, para limpiar sus ojos húmedos. Sí, el movimiento era real; no lo estaba imaginando.

¿Un meteorito? El hecho de que pasaran varios segundos antes de que el científico en jefe Vasili Orlov recordara que un meteorito era imposible en un espacio sin atmósfera, era indicativo de su estado de shock.

En ese momento, la supuesta estrella se encendió repentinamente en una explosión de luz, y en pocos latidos del corazón se desvaneció detrás del borde de Júpiter. Para ese momento, Vasili ya había recobrado el control de sí mismo, y volvió a ser el observador frío, desapasionado.

Ya tenía una buena estimación de la trayectoria del objeto. No había duda posible; apuntaba directamente a la Tierra.