21. RESURRECCION

Estamos a punto, se decía Floyd, de despertar a un gigante durmiente. ¿Cómo reaccionará Hal ante nuestra presencia, después de todos estos años? ¿Se acordará del pasado; y será amigable, u hostil?

Mientras flotaba en pos del doctor Chandra en la gravedad cero de la cubierta de vuelo de Discovery, la mente de Floyd seguía ocupada con el interruptor instalado y comprobado hacía apenas unas horas. El radio-control se hallaba a pocos centímetros de su mano, y se sintió algo tonto por haberlo traído consigo. En esta etapa, Hal todavía estaba desconectado de todos los circuitos operativos de la nave. Aun cuando fuera reactivado, sería un cerebro sin miembros, aunque no sin órganos sensitivos. Sería capaz de comunicarse, pero no de actuar. Como había dicho Curnow: «lo peor que podrá hacernos será insultarnos».

—Estoy listo para el primer test, capitán —dijo Chandra—. Se han reemplazado todos los módulos faltantes, y he corrido programas de diagnóstico de todos los circuitos. Todo parece normal, al menos en este nivel.

La capitana Orlova echó una mirada a Floyd, que asintió. Por insistencia de Chandra, sólo ellos tres presenciaban este paso crítico, y era obvio que inclusive ese pequeño auditorio era mal recibido por él.

—Muy bien, doctor Chandra —agregó rápidamente Tanya, siempre consciente del protocolo— el doctor Floyd ha dado su aprobación y yo no tengo objeciones.

—Debería explicar —dijo Chandra, en un tono que dejaba traslucir desaprobación—, que sus centros de reconocimiento de voz y de síntesis oral han sido dañados. Tendremos que volver a enseñarle a hablar desde el principio. Por suerte, aprende varios millones de veces más rápidamente que un ser humano.

Los dedos del científico bailaron sobre el teclado mientras escribía una docena de palabras, aparentemente al azar, y pronunciaba cuidadosamente cada una de ellas, a medida que aparecían en la pantalla. Como un eco distorsionado, las palabras volvían desde el parlante secas, sin vida, mecánicas, sin ninguna sensación de inteligencia detrás de ellas. «Éste no es el viejo Hal», pensó Floyd. «No es mejor que los primitivos juguetes parlantes que fueron tan novedosos cuando yo era un niño».

Chandra apretó el botón REPETIR, y la serie de palabras volvió a sonar. Ya se notaba una apreciable mejoría, aunque nadie podría haberla confundido con una voz humana.

—Las palabras que le doy contienen todos los fonemas básicos de la lengua inglesa; unas diez iteraciones más y ya será aceptable. Pero no dispongo del equipo necesario para llevar a cabo un trabajo de terapia realmente completo.

—¿Terapia? —preguntó Floyd—. ¿Quiere decir que está… eh, trastornado?

—No —cortó Chandra—. Los circuitos lógicos están en perfecto estado. Sólo puede ser defectuosa la vocalización, aunque mejorará rápidamente. Así que verifiquen todo en la pantalla, para evitar malas interpretaciones. Y si tienen que hablar, pronuncien con cuidado.

Floyd sonrió a la capitana Orlova con disimulo, y formuló la pregunta obvia.

—¿Y qué hay de todos esos acentos rusos que andan por aquí?

—Estoy seguro de que no habrá problemas con la capitana Orlova y el doctor Kovalev. Pero con los otros… bien, tendremos que realizar pruebas individuales. Todo aquel que no la pase deberá usar el teclado.

—Para eso falta mucho todavía. Por el momento, usted es la única persona que debería intentar la comunicación. ¿De acuerdo, capitana?

—Absolutamente.

Sólo una breve inclinación de cabeza reveló que Chandra los había escuchado. Sus dedos continuaban volando sobre el teclado, y sobre la pantalla aparecían columnas de palabras y símbolos a tal velocidad que ningún humano podría asimilarlas jamás. Presumiblemente Chandra poseía una memoria eidética, ya que parecía reconocer páginas enteras de información con sólo una mirada.

Floyd y Orlova estaban por dejar al científico con sus ceremonias arcanas cuando éste advirtió su presencia repentinamente, levantando la mano en señal de aviso o anticipando algo. Con un movimiento casi dubitativo, que contrastaba con sus decididas acciones previas y tiró de una palanquita de seguridad y apretó un único aislado botón.

Instantáneamente, sin una pausa perceptible, brotó una voz de la consola, que ya no era una parodia de expresión humana.

Allí había inteligencia, conciencia, autoreconocimiento, aunque todavía a un nivel rudimentario. «Buenos días, doctor Chandra. Soy Hal. Estoy listo para mi primera lección».

Hubo un instante de impactante silencio; luego, siguiendo el mismo impulso, los dos observadores abandonaron el puente.

Heywood Floyd nunca lo hubiera creído. El doctor Chandra estaba llorando.