20. GUILLOTINA

—¿Qué es esto? —preguntó Curnow con una mueca de disgusto, sosteniendo el pequeño mecanismo con la mano—. ¿Una guillotina para ratones?

—No es una mala descripción, pero mi juego apunta más alto.

Floyd señaló una flecha que brillaba en la pantalla, marcando el complicado diagrama de un circuito.

—¿Ves esta línea?

—Sí, es el conductor principal de energía. ¿Y qué?

—Éste es el punto por donde entra a la unidad central de procesamiento de Hal. Me gustaría que instalaras este dispositivo aquí, en el interior del sistema de cableado, donde no pueda ser localizado sin una búsqueda deliberada.

—Ya veo. Un control remoto, así podrás desconectar a Hal cuando quieras. Muy prolijo; además, el material no es conductor, así que no habrá cortocircuitos molestos al ser accionado. ¿Quién fabrica estos juguetes? ¿La CIA?

—Eso no importa. El control está en mi cuarto; es esa pequeña calculadora roja que siempre tengo sobre el escritorio. Hay que ingresar nueve nueves, sacar la raíz cuadrada, y apretar INT. Es todo. No estoy seguro del alcance; tendremos que probarlo; pero mientras Leonov y Discovery no se alejen más de los dos kilómetros una de otra, no habrá peligro de que Hal vuelva a descontrolarse.

—¿A quién vas a hablarle de esta… cosa?

—Bueno, en realidad, a la única persona que se la estoy ocultando es a Chandra.

—Me lo suponía.

—Pero cuanto menos se sepa, menos se hablará de ella. Le diré a Tanya que existe, y si hay una emergencia le podrás mostrar cómo se opera.

—¿Qué clase de emergencia?

—Ésa no es una pregunta brillante, Walter. Si lo supiera, no necesitaría de esa condenada cosa.

—Supongo que tienes razón. ¿Cuándo quieres que instale tu «mata-Hals» patentado?

—Cuanto antes. Preferentemente esta noche, cuando Chandra esté dormido.

—¿Estás bromeando? No creo que duerma nunca. Es como una madre velando por su bebé enfermo.

—Bueno, pero alguna vez tendrá que volver a Leonov para comer.

—Tengo algo que decirte. La última vez que cruzó, ató a su traje una bolsita de arroz. Con eso tendrá para semanas.

—En ese caso, tendré que usar una de las famosas píldoras knock out de Katerina. Funcionaron bastante bien contigo, ¿no es así?

Curnow estaba bromeando respecto de Chandra; al menos, eso creía Floyd, aunque nunca se podía estar seguro: era muy aficionado a soltar las más extravagantes afirmaciones con la cara más inocente del mundo. Pasó un tiempo largo antes de que los rusos se dieran cuenta de ello; luego, en defensa propia, estaban propensos a reírse aun cuando Curnow permanecía absolutamente serio.

La propia risa de Curnow, gracias a Dios, se había aplacado desde que Floyd la había escuchado por primera vez en aquel ómnibus espacial; en esa ocasión, obviamente había sido amplificada por el alcohol. Había esperado sufrirla otra vez en la fiesta del fin del viaje, cuando finalmente Leonov se había acoplado con Discovery. Pero incluso esa vez, a pesar de que Curnow había bebido mucho, se mantuvo tan controlado como la propia capitana Orlova.

Si había algo que se tomaba seriamente, era su trabajo. En el viaje desde la Tierra había sido un pasajero. Ahora era tripulante.