Cuando la voz de Heywood Floyd emergió del parlante, los dos delfines cesaron instantáneamente de vagar en la piscina y nadaron hasta el borde. Apoyaron la cabeza sobre él y miraron fijamente hacia la fuente de sonido.
«Así que ellos reconocen a Floyd», pensó Caroline, con un resquemor amargo. Entretanto, Christopher ni siquiera dejó de jugar con el control de colores de su libro de imágenes mientras la voz de su padre surgía alta y clara a través de quinientos millones de kilómetros de espacio.
—… cariño, no te sorprenderá escucharme, un mes antes de lo previsto; sabrás desde hace semanas que tenemos compañía ahí afuera.
»Aún me cuesta creerlo; en cierta forma, esto no tiene sentido. No es posible que tengan combustible, suficiente para un regreso seguro a Tierra; ni siquiera sabemos cómo pueden llegar a efectuar el acople.
»Nunca los vimos, por supuesto. En el punto más cercano, Tsien estuvo a más de cincuenta millones de kilómetros de distancia. Tuvieron mucho tiempo para contestarnos, de haberlo deseado, pero nos ignoraron completamente. Ahora estarán muy ocupados para una charla informal. En pocas horas penetrarán en la atmósfera de Júpiter; y veremos lo bien que funciona su sistema de desaceleración aerodinámico. Si hacen bien su trabajo, será bueno para nuestra moral. Pero si falla… no hablemos de ello.
»Los rusos lo están tomando notablemente bien, dentro de todo. Están enojados y desilusionados, por supuesto, pero he escuchado varias expresiones de franca admiración. Fue una jugada brillante, construir esa nave a la vista de todo el mundo y hacer creer a todos que era una estación espacial hasta que le adosaron esos impulsores.
»Bueno, no hay nada que podamos hacer, sino mirar. Y desde aquí no tendremos una vista mucho más clara que la del mejor telescopio en Tierra. No puedo evitar desearles suerte, aunque, desde luego, espero que dejarán a Discovery en paz. Es nuestra propiedad, y apuesto a que el Departamento de Estado se lo está recordando cada hora.
»Es mala suerte; si nuestros amigos chinos no nos hubieran ganado la delantera, no habrías escuchado hablar de mí hasta dentro de un mes. Pero, ahora que la doctora Rudenko me ha despertado, hablaré contigo cada dos días.
»Pasado el golpe inicial, me estoy adaptando muy bien; conociendo la nave y a su tripulación, aprendiendo el andar espacial. Y puliendo mi ruso (bastante pobre), aunque no tengo mucha oportunidad de usarlo, ya que todos insisten en hablar en inglés. ¡Qué increíbles lingüistas somos los norteamericanos! A veces me siento avergonzado de nuestro chauvinismo… o nuestra indolencia.
»El nivel de inglés a bordo arranca desde perfecto (el ingeniero en jefe Sasha Kovalev podría ganarse la vida como locutor de la BBC) hasta el tipo «no-importan-tus-errores-si-hablas-rápido». La única que se traba es Zenia Marchenko, que reemplazó a Irina Yakunina a último momento. A propósito, qué bueno saber que Irina se recuperó bien. ¡Qué desilusión para ella!; me pregunto si habrá vuelto a volar en alas-delta.
»Y hablando de accidentes, es obvio que Zenia debe de haber tenido uno muy serio. Aunque los cirujanos plásticos han hecho un buen trabajo, se ve que debe de haber sufrido graves quemaduras hace algún tiempo. Es la mascota de la tripulación y los demás la tratan, iba a decir con lástima, pero es muy condescendiente. Digamos mejor con una gentileza especial.
»Tal vez te preguntes cómo me llevo con la capitana Orlova. Bien, me simpatiza mucho, pero me aterra hacerla enojar. No caben dudas sobre quién dirige la nave.
»Y la cirujana comandante Rudenko: la conociste en la Convención Aeroespacial de Honolulu hace dos años, y estoy seguro de que no habrás olvidado la última fiesta. Comprenderás por qué la llamamos Catalina la Grande… a sus anchas espaldas, desde luego.
»Pero basta de charla. Me estoy pasando del tiempo, odio pensar en el recargo. Y a propósito, se supone que estos llamados son estrictamente privados. Pero hay muchos eslabones en la cadena de comunicación, así pues, no te sorprendas si, ocasionalmente, recibes algún mensaje por, digamos, otras vías.
»Estaré esperando noticias tuyas; di a las niñas que ya hablaré con ellas. Cariños para todos ustedes; los extraño mucho a Chris y a ti. Y cuando regrese, prometo que nunca volveré a irme.
Hubo un silbido de pausa; luego una voz obviamente sintética dijo: «Esto concluye la transmisión Cuatrocientos treinta y dos desde la Nave Espacial Leonov». Mientras Caroline Floyd desconectaba el receptor, los dos delfines se deslizaron bajo la superficie de la piscina y se alejaron hacia el Pacífico, dejando una estela en el agua.
Al darse cuenta de que sus amigos se habían ido, Christopher comenzó a llorar. Su madre lo tomó en sus brazos y trató de consolarlo, pero pasó mucho tiempo antes de que lo consiguiera.