Versión Inglesa
Para: Capitana Tatiana (Tanya) Orlova, Comandante, Nave Espacial
Cosmonauta Alexei Leonov (Registro UNCOS 08/342)
De: Consejo Nacional de Astronáutica,
Pennsylvania Avenue, Washington
Comisión de Espacio Exterior, Academia Soviética de Ciencias, Paseo Koroljov, Moscú.
Objetivos de la Misión
Los objetivos de su misión son, en orden de prioridad:
1. Dirigirse al sistema joviano y efectuar acople con la nave Espacial U.S. Discovery (UNCOS 01/283).
2. Abordar dicha nave, y obtener toda la información posible relativa a su misión anterior.
3. Reactivar los sistemas de mando de la Nave Espacial Discovery, y si el suministro de combustible es adecuado, colocar la nave en trayectoria de retorno a Tierra.
4. Localizar el artefacto extraño encontrado por Discovery, e investigarlo al máximo posible con sensores remotos.
5. Si resulta aconsejable, y así lo conviene Control de Misión, efectuar acople con dicho objeto para mejor inspección.
6. Llevar a cabo un reconocimiento de Júpiter y sus satélites, siempre que sea compatible con los objetivos precedentes.
Se comprende que circunstancias no previstas pueden requerir un cambio de prioridades, o inclusive hacer imposible el cumplimiento de algunos de estos objetivos. Debe entenderse claramente que el acople con la Nave Espacial Discovery tiene el expreso propósito de obtener información sobre el artefacto; esto debe tener preponderancia sobre todos los otros objetivos, incluyendo intentos de salvamento.
Tripulación
La tripulación de la Nave Espacial Alexei Leonov estará formada por:
Capitana Tatiana Orlova (Ingeniería - Propulsión)
Doctor Vasili Orlov (Navegación - Astronomía)
Doctor Maxim Brailovsky (Ingeniería - Estructuras)
Doctor Alexander Kovalev (Ingeniería - Comunicaciones)
Doctor Nikolai Ternovsky (Ingeniería - Sistemas de Control)
Cirujano Comandante Katerina Rudenko (Medicina - Mantenimiento Vital)
Doctora Irina Yakunina (Medicina - Nutrición)
Además el Consejo Nacional de Astronáutica de U.S.A. aportará los tres expertos siguientes:
El doctor Heywood Floyd dejó el memorandum, y se recostó en su sillón. Había comenzado; se había dejado atrás el punto de no retorno. Aunque quisiera, no había forma de volver atrás el reloj.
Miró a Caroline, sentada con su hijito de dos años, Chris, en el borde de la piscina. El niño estaba más a gusto en el agua que en tierra, y podía permanecer sumergido por períodos que muchas veces aterraban a los visitantes. Y hablaba mejor el delfín que el humano.
Uno de los amigos de Christopher acababa de entrar nadando desde el Pacífico y estaba mostrando el torso para ser palmeado. «También tú eres», pensó Floyd, «un vagabundo en un océano vasto y sin caminos; pero qué pequeño parece tu Pacífico, ante la inmensidad con que me debo enfrentar».
Caroline percibió su mirada, y se puso de pie. Lo miró sombríamente, pero sin angustia; todo eso había sido consumido en los últimos días. Mientras se aproximaba, hasta esbozó una melancólica sonrisa.
—Encontré el poema que estaba buscando —dijo—. Empieza así:
What is a woman that you forsake her,
And the hearth-fire and the home acre,
To go with the old grey Widow-maker?
¿Qué son, una mujer que abandonas,
Y el fuego del hogar, y la tierra natal,
Comparados con el viejo y gris Hacedor de Viudas?
—Lo siento, no logro entender. ¿Quién es el Hacedor de Viudas?
—No quién, qué. El mar. El poema es el lamento de una mujer vikinga. Fue escrito por Rudyard Kipling, hace cien años.
Floyd tomó la mano de su esposa; ella no respondió, pero tampoco se resistió.
—Bueno, de ningún modo me siento como un vikingo. No busco un botín, y aventuras es lo último que quiero.
—Entonces por qué… no, no intento comenzar otra pelea. Pero nos ayudará a ambos si tú sabes cuáles son tus motivos.
—Quisiera poder decirte una sola buena razón. En cambio, tengo muchos pequeños motivos. Y se suman para dar una respuesta que no puedo cuestionar, créeme.
—Yo te creo. Pero, ¿estás seguro de no engañarte?
—Si me engaño, también lo hace mucha gente. Incluido, me permito recordarte, el Presidente de los Estados Unidos.
—No podría olvidarlo. Pero supón, apenas que él no te lo hubiera pedido. ¿Te habrías ofrecido como voluntario?
—Puedo responder a eso con sinceridad. No. Nunca se me habría ocurrido. La llamada del Presidente Mordecai fue la sorpresa más grande de mi vida. Pero cuando medité el asunto, comprendí que él estaba perfectamente en lo cierto. Sabes que detesto la falsa modestia. Soy el hombre más calificado para el trabajo, si los doctores espaciales dan el O.K. final. Y tú deberías saber que me mantengo en forma.
Esto provocó la sonrisa que él esperaba.
—A veces me pregunto si no fuiste tú el que lo sugirió.
En realidad se le había ocurrido lo mismo; pero podía contestar honestamente.
—Nunca hubiera hecho algo así sin consultarte.
—Me alegra que no lo hayas hecho. No sé lo que hubiera dicho.
—Todavía puedo renunciar.
—Ahora estás hablando sin sentido, y lo sabes. Aunque lo hicieras, me odiarías por el resto de tu vida, y nunca te perdonarías. Tienes un sentido del deber demasiado fuerte. Tal vez sea ésa una de las razones por las que me casé contigo.
¡Deber! Sí, ésa era la palabra clave. Y qué multitud de significados contenía. Tenía un deber para consigo, para con su familia, para con la Universidad, para con su anterior empleo, aunque lo había dejado desacreditado, triste…, para con su país, y la raza humana. No era fácil establecer las prioridades; y a veces éstas se contraponían.
Había razones perfectamente lógicas por las cuales debía aceptar la misión, y otras igualmente lógicas, como muchos colegas le habían señalado, para no aceptarla. Pero tal vez, en el análisis final, la elección había sido hecha con el corazón, no con el cerebro. Y aun así la emoción lo presionaba en sentidos opuestos.
Curiosidad, culpa, la decisión de terminar un trabajo mal remendado, todo se combinaba para conducirlo a Júpiter y a cualquier cosa que pudiera esperarle allí. Por otra parte, el miedo —era lo bastante honesto para admitirlo— unido con el amor por su familia para retenerlo en la Tierra. De todos modos, no había tenido dudas; había tomado su decisión casi instantáneamente, y había rebatido los argumentos de Caroline tan suavemente como pudo.
Y existía un último pensamiento de consuelo que aún no se había arriesgado a compartir con su esposa. Aunque estaría fuera dos años y medio, sólo pasaría en Júpiter cincuenta días de no-hibernación. Cuando regresara, la brecha entre sus edades se habría angostado más de dos años.
Habría sacrificado el presente para poder compartir un futuro más largo.