CAPÍTULO 12

Las Perpetuidades

Bond se sentó en la parte más alta de la tribuna, y a través de unos prismáticos alquilados observó como el propietario de Shy Smile comía pinzas de cangrejo.

El gángster estaba sentado en el recinto del restaurante, cuatro gradas por debajo de Bond. Frente a él se sentaba Rosy Budd, tragando salchichas y chucrut, y bebiendo cerveza de una jarra. A pesar de que la mayoría de las otras mesas estaban ocupadas, había dos camareros atendiendo la de ellos permanentemente, y el maítre hacía visitas frecuentes para ver si todo iba bien.

Pissaro parecía un gángster de tebeo de horror. Tenía el rostro redondo como una vejiga, en medio de la cual se apiñaban los rasgos: dos ojos como cabeza de alfiler, dos orificios nasales negros, una rosada boca húmeda de labios fruncidos, situada sobre una barbilla casi inexistente, y un cuerpo obeso enfundado en un traje marrón y camisa de cuello largo blanca, todo ello rematado por una elaborada pajarita color chocolate. Pissaro no prestó ninguna atención a los preparativos para la primera carrera; se concentró únicamente en su comida, echando de vez en cuando el ojo al plato de su compañero, como si se dispusiera en cualquier momento a clavar el tenedor en la comida ajena.

Rosy Budd era de complexión ancha y apariencia dura, con el rostro inmóvil y cuadrado de un jugador de póquer, en el cual los pálidos ojos yacían profundamente enterrados bajo las finas pestañas rubias. Llevaba un traje a rayas y una corbata azul oscuro. Comía con lentitud y rara vez levantaba la vista del plato. Cuando hubo terminado, cogió un programa de carreras y se puso a estudiarlo, volviendo las páginas con cuidado. Sin levantar la vista hizo un seco movimiento de cabeza cuando el maítre le ofreció el menú.

Pissaro se hurgó los dientes hasta que le sirvieron un gran plato de helado; entonces agachó la cabeza de nuevo y empezó a comerse el helado a grandes cucharadas.

A través de los prismáticos, Bond examinó a los dos hombres con curiosidad. ¿Hasta qué punto eran peligrosos aquellos tipos? Bond recordó a los fríos, totalmente entregados, jugadores de ajedrez rusos; a los brillantes y neuróticos alemanes; a los silenciosos, letales y anónimos hombres de la Europa Central; a la gente de su propio Servicio, los soldados de fortuna, los hombres que pensaban que valía la pena perder la vida por mil al año. Comparados con todos esos hombres, Bond decidió, aquellos eran únicamente fantasías de adolescente.

Aparecieron los resultados de la tercera carrera; sólo faltaba una hora para Las Perpetuidades. Bond dejó los prismáticos y cogió el programa, esperando a que el gran tablero al otro lado de la pista empezara a parpadear con el movimiento de las apuestas.

Echó una última ojeada a los detalles. Segundo Día. 4 de agosto, decía el programa. Apuestas Las Perpetuidades. 25000 dólares añadidos. 52ª Edición. Para caballos de tres años. Por suscripción de 50 dólares cada uno, para acompañar la nominación. Principiantes a pagar 250 dólares adicionales. Con los 25000 dólares añadidos, de los cuales 5000 dólares son para el segundo, 2500 dólares para el tercero y 1250 dólares al cuarto. El propietario del caballo ganador será presentado con un trofeo. Dos kilómetros. Y seguía la lista de los doce caballos y sus propietarios, entrenadores y jockeis, y la previsión de probabilidades del Morning Forecast.

Los dos favoritos, el número 1, Come Again del señor C. V. Whitney, y el número 3, Pray Action, del señor William Woodward, tenían una predicción de seis a cuatro. Shy Smile, del señor P. Pissaro, entrenador R. Budd, jockey T. Bell, con una predicción de 15 a 1, era el último caballo en las apuestas. Tenía el número 10.

Bond dirigió de nuevo sus prismáticos hacia el recinto del restaurante. Los dos hombres habían desaparecido. Los ojos de Bond siguieron a lo largo de la pista hasta las luces intermitentes del gran marcador.

Todavía faltaba otro cuarto de hora. Bond se sentó y encendió un cigarrillo, repitiendo en su mente lo que Leiter le había contado, preguntándose si funcionaría.

Leiter había seguido al jockey hasta su hospedaje, donde le había mostrado su licencia de detective privado. Entonces, con mucha calma, le había hecho chantaje para que hiciera trampas en la carrera. Si Shy Smile ganaba, Leiter iría a los árbitros, expondría la jugarreta de la suplantación, y Tingaling Bell no podría correr nunca más. Pero el jockey tenía una posibilidad de salvarse. Si la aprovechaba, Leiter prometía no decir nada. Shy Smile debía ganar la carrera, pero ser descalificado después. Esto se podía conseguir si, en el esprint final, el jockey interfería con los movimientos del caballo que estuviese más cerca, de forma que pudieran demostrar que había impedido a ese otro caballo ser el ganador. Entonces se produciría una objeción, que tendría que ser mantenida. Sería fácil para Bell, en la última vuelta antes de la llegada, hacerlo de manera que convenciera a sus jefes que sólo había sido un caso de excesivo celo, que otro caballo le había cortado por la izquierda, que el suyo había tropezado. No existía razón imaginable alguna por la cual Bell no quisiera ganar (Pissaro le había prometido mil dólares extra si ganaba), y sería uno de esos golpes de mala suerte que a veces ocurren en las carreras. Y Leiter daría a Tingaling 1000 dólares ahora y otros 2000 si hacía lo que le decía.

Y Bell había sido comprado, sin ninguna vacilación, pidiendo que los 2000 dólares le fueran entregados después de la carrera en los Baños de Lodo y Azufre Acme, donde iba todas las tardes a tomar un baño para mantener su peso bajo. A las seis en punto. Leiter le prometió que así lo haría. Y ahora Bond tenía 2000 dólares en su bolsillo, aunque había consentido de mala gana en ayudar a Leiter yendo él a los Baños Acme a pagar si Shy Smile era descalificado.

¿Funcionaría?

Bond cogió los prismáticos y barrió la pista con ellos. Observó que los cuatro postes gruesos en los quinientos metros sostenían las cámaras automáticas que grababan la carrera completa y cuyas cintas estaban a la disposición de los árbitros pocos minutos después de cada final de carrera. Esta última, cerca del poste de llegada, era la que vería y grabaría cuanto pasara en la última vuelta. Bond sintió un cosquilleo de excitación. Faltaban cinco minutos y la barrera de salida estaba siendo puesta en posición, a unas cien metros a su izquierda. El poste de llegada se encontraba justo debajo de él. Enfocó sus prismáticos sobre el gran marcador. No había cambios en los favoritos ni en el premio de Shy Smile.

Los caballos llegaron trotando sin esfuerzo en dirección a la salida. Primero apareció el número 1, Come Again, el segundo favorito. Un gran caballo negro, llevando los colores azul pálido y marrón del establo Whitney. Estalló una ovación para el favorito, Pray Action, un caballo gris que parecía muy rápido llevando el blanco con lunares rojos Woodward del famoso Belair Stable, y, al final del campo, estaba el gran castaño con la estrella en la frente y las cuatro pezuñas blancas, y el pálido jockey llevando una chaqueta de seda lavanda con un gran diamante negro en el pecho y la espalda.

El caballo se movía tan bien que Bond echó un vistazo al marcador y no se sorprendió de ver que sus apuestas bajaban rápidamente a 17, luego a 16. Bond siguió mirando el marcador. En unos minutos el dinero de verdad sería apostado (todo excepto el resto de los 1000 dólares de Bond, que permanecerían en su bolsillo). El altavoz anunció la carrera. Lejos a la izquierda, los caballos se colocaban detrás de la barrera de salida.

Ping, ping, ping; las luces sobre el número 10 en el marcador empezaron a parpadear: 15, 14, 12, 11 y, finalmente, 9 a 1. Entonces las luces pararon, las apuestas estaban cerradas. ¿Cuántos miles de dólares más se habrían ido a través de la Western Union a inocentes direcciones telegráficas en Detroit, Chicago, Nueva York, Miami, San Francisco y una docena más de apuestas fuera de curso a lo largo de Estados Unidos?

Una campana de mano repicó con agudo sonido. Había un olor eléctrico en el aire, y el murmullo de la multitud enmudeció. Entonces, con el estrépito de un trueno, los caballos cargaron en dirección a la tribuna, desapareciendo en un torbellino de pezuñas y tierra. Se produjo una momentánea visión de pálidos rostros encubiertos por las gafas de protección, un río de hombros ondulantes y grupas, un rayo de ojos salvajes y una confusión de números, de entre la cual Bond vislumbró sólo el 10 vital, muy cerca de las vallas. Entonces el polvo empezó a desaparecer, y la masa negra y marrón se encontraba ya en la primera vuelta, encauzándose lentamente hacia la recta. Bond sintió que los prismáticos le resbalaban con el sudor.

El número 5, un caballo negro extranjero, iba ganando por un cuerpo. ¿Era ese desconocido el caballo que iba a robar el show?

Pero allí estaba el número 1, poniéndose a su altura, y luego el número 3, y el número 10 a medio cuerpo por detrás de los líderes. Sólo esos cuatro en cabeza, destacados del pelotón por tres cuerpos de distancia. Tomaron la curva. El número 1 iba en cabeza. El negro Whitney. El número 10 iba cuarto. El número 3 ganaba terreno con Tingaling Bell cabalgando el castaño sobre sus talones. Los dos pasaron al número 5, acortando distancias con el número 1, que seguía en cabeza por medio cuerpo. Llegaban a la última curva y luego la recta final. El 3 iba en cabeza con Shy Smile en segunda posición y el número 1 a un cuerpo de distancia. Shy Smile se estaba poniendo a la misma altura que el favorito. Estaban igualados llegando a la última curva. Bond contuvo el aliento. ¡Ahora! ¡Ahora! Bond casi pudo oír el chirrido de la cámara sobre el gran poste blanco. El número 10 iba en cabeza, justo sobre la curva, pero el número 3 se le acercaba por el lado de la valla. Centímetro a centímetro, los caballos acortaron distancias. De repente, la cabeza de Shy Smile golpeó la del número 3; entonces sus cuartos delanteros tomaron ventaja y, sí, de pronto el jinete de Pray Action se puso de pie en los estribos, forzado a reducir su velocidad, y en unos segundos Shy Smile le llevaba un cuerpo de ventaja.

Se produjo un murmullo de desaprobación entre la multitud. Bond bajó los prismáticos, se sentó y observó como el castaño, cubierto de espuma, pasaba el poste como un trueno, seguido a cinco cuerpos de distancia por Pray Action y con Come Again perdiendo el segundo puesto por milésimas de segundo.

«No está mal —pensó Bond, mientras la multitud se agrupaba a su alrededor—. No está nada mal».

¡Qué bien que lo había hecho el jockey! Su cabeza tan agachada que incluso Pissaro tendría que admitir que Bell no podía ver al otro caballo. La posición natural para tomar la recta final. La cabeza todavía bien agachada al pasar el poste, y el látigo golpeando frenéticamente en los últimos metros de la carrera, como si Tingaling todavía pensara que estaba sólo a medio cuerpo de distancia del número 3.

Bond esperó a que fueran anunciados los resultados. Se produjo un coro de silbidos y abucheos.

Número 10, Shy Smile, cinco cuerpos.

Número 3, Pray Action, medio cuerpo.

Número 1, Come Again, tres cuerpos.

Número 7, Pirandello, tres cuerpos.

Los caballos se acercaban a medio galope para ser pesados, y la muchedumbre gritaba pidiendo sangre mientras Tingaling Bell, con una sonrisa de oreja a oreja, echaba el látigo al asistente, saltaba del caballo y cargaba con la silla hacia las balanzas.

Entonces se produjo una explosión de júbilo. Al lado del nombre de Shy Smile había aparecido la palabra «OBJECIÓN» escrita con letras blancas sobre negro, mientras el altavoz decía:

—Atención, por favor. En esta carrera se ha producido una objeción, formulada por el jockey del número 3, Pray Action, T. Lucky, contra el jockey Tingaling Bell, montando al número 10, Shy Smile. No tiren sus billetes de apuestas. Repito, no tiren sus billetes.

Bond sacó el pañuelo y se secó las manos. Podía imaginarse la escena en la sala de proyección, detrás del palco de los jueces, que se dedicaban a examinar la película. Bell estaría de pie, con actitud de persona ofendida, y, a su lado, el jockey del número 3, más ofendido aún. ¿Se encontrarían presentes los propietarios? ¿Se deslizaría el sudor por las gruesas mandíbulas de Pissaro, empapando el cuello de su camisa? ¿Estarían los otros propietarios pálidos y furiosos?

Se escuchó de nuevo la voz de megafonía:

—Atención, por favor. En esta carrera, el número 10, Shy Smile, ha sido descalificado, y el número 3, Pray Action, ha sido declarado ganador. El resultado es ahora oficial.

Entre el estruendo de la multitud, Bond se levantó de su asiento y se dirigió hacia el bar. Ahora a hacer el pago. Quizá un bourbon con agua de manantial le daría alguna idea de cómo pasar el dinero a Tingaling Bell. Estaba incómodo al respecto. De todas formas, los Baños Acme parecían ser el lugar más adecuado. En Saratoga nadie lo conocía. Pero después de ese favor tendría que dejar de trabajar para Pinkerton. Llamar a «Shady» Tree y quejarse de que no había conseguido los 5000 mil dólares. Preocuparse de su propio pago. Había sido divertido ayudar a Leiter a marear un poco a aquella gentuza. La próxima vez sería el turno de Bond.

Se abrió camino entre la gente que se agolpaba en el bar.