Lunes, 25 de marzo de 2002. Hora: 6.15
El débil resplandor en el horizonte, que había sido apenas perceptible media hora antes, ahora era claro. Las estrellas se habían ocultado, y en su lugar había un bello color rosado que anunciaba la inminente salida del sol. Se había calmado la brisa nocturna. Los trinos y los gorjeos de infinidad de pájaros se escuchaban claramente, incluso en el piso treinta y dos.
Stephanie y Carol estaban sentadas en sofás opuestos en la sala de una suite similar en tamaño aunque no con el mismo lujo de la Poseidón. Llevaban allí horas sin moverse ni hablar, en un estado casi catatónico, después del tremendo trauma emocional provocado por el salto mortal de Ashley y Daniel por encima de la balaustrada. Carol había sido la primera en reaccionar después del suceso. Había corrido al teléfono para avisar a la recepción de que dos personas habían caído desde la terraza de la suite Poseidón.
El espanto reflejado en la voz de Carol había conseguido que Stephanie se pusiera de pie. Había evitado mirar de nuevo por encima de la balaustrada y había salido corriendo de la habitación para dirigirse a los ascensores. Mientras esperaba, Carol se había reunido con ella. En el ascensor, ninguna de las dos había dicho ni una palabra, sino que se habían mirado la una a la otra sin poder creerse lo que habían presenciado. Ambas aún habían confiado en un milagro. Todo había ocurrido tan rápido que les parecía irreal.
Las dos mujeres habían bajado al nivel de lo que llamaban el Pozo, y una vez allí habían corrido entre los acuarios iluminados llenos con toda clase de criaturas marinas, y la fantástica reproducción de las ruinas de la mítica Atlántida, para acceder a la zona delante del hotel. Seguramente existía una ruta más corta, pero esta era la única que Carol conocía para llegar hasta allí, y el tiempo era lo más importante.
Cuando salieron al exterior, habían doblado a la izquierda para rodear la Royal Baths Pool, iluminada con los focos submarinos. Luego habían tenido que acortar el paso cuando se encontraron con una pasarela mal iluminada. A continuación habían cruzado el puente sobre la laguna Stingray para llegar a la zona ajardinada al pie del ala izquierda de las Royal Towers. A las dos les había faltado el aliento.
Un contingente de guardias de seguridad del hotel habían reaccionado rápidamente al aviso dado por Carol y ya se encontraban en la escena. Varios se ocupaban de acotar la zona con una cinta de plástico amarilla tendida entre las palmeras. Un guardia muy fornido vestido con un traje oscuro les interceptó el paso.
—Lo siento —dijo. Su corpachón les impidió ver más allá—. Se ha producido un accidente.
—Estamos alojadas con las víctimas —replicó Stephanie. Intentó ver por el costado del guardia.
—Lo siento, pero es mejor que permanezcan aquí —insistió el hombre—. Las ambulancias vienen de camino.
—¿Ambulancias? —repitió Stephanie que se aferraba desesperadamente a la más mínima esperanza.
—Y la policía —añadió el guardia.
—¿Están bien? —tartamudeó Stephanie—. ¿Aún viven? ¡Tenemos que verlos!
—Señora —respondió el guardia con voz amable—. Cayeron desde el piso treinta y dos. No es un espectáculo agradable.
Habían llegado las ambulancias para llevarse los cuerpos. Después vino la policía para realizar una investigación preliminar. El hallazgo de la jeringa había provocado un cierto revuelo hasta que Stephanie explicó que se trataba de un medicamento recetado por un médico local. Esto lo habían confirmado el doctor Nawaz y el doctor Newhouse, que habían llegado minutos después de producirse la tragedia. La policía había acompañado a las mujeres y a los médicos a la suite Poseidón para ver la terraza y la balaustrada. A continuación el inspector jefe les había confiscado los pasaportes a las dos mujeres y les había dicho que debían permanecer en Nassau hasta que se celebrara la vista preliminar. También ordenó que precintaran la suite Poseidón y la habitación de Stephanie a la espera del equipo de la policía científica.
El director del turno de noche había sido todo un ejemplo de compostura, eficacia y comprensión. Inmediatamente y sin hacer preguntas, había transferido a las mujeres a una suite en el ala este de las Royal Towers, donde se encontraban ahora. También les había provisto de toda clase de productos de uso personal dado que no podían acceder a los propios por el momento. El doctor Nawaz y el doctor Newhouse se habían quedado un rato. El doctor Newhouse les había dado un sedante para que se lo tomaran si lo consideraban necesario. Ninguna de los dos lo empleó. El pequeño recipiente de plástico permanecía intacto en la mesa de centro en los dos sofás.
Stephanie no había dejado de repasar una y otra vez todo lo ocurrido, desde la lluviosa noche en Washington hasta la tragedia de la madrugada. Al verlo en retrospectiva, le costaba creer que ella y Daniel hubiesen decidido implicarse en algo que era una locura. Más extraña todavía resultaba su incapacidad para darse cuenta del error, a pesar de que tendrían que haber interpretado los múltiples tropiezos como que se habían equivocado al tomar la decisión. Habían confundido el fin con los medios. El hecho de que ella en algunas ocasiones hubiese puesto en duda lo que estaban haciendo era un magro consuelo, dado que ella nunca había seguido sus intuiciones.
Apartó los pies de la mesa de centro y se sentó. Era incapaz de seguir con el análisis. Entrelazó las manos y estiró los brazos por encima de la cabeza. Estaba entumecida. Después de arreglarse los cabellos y realizar una inspiración profunda, que exhaló sonoramente, miró a Carol.
—Debe estar agotada —comentó—. Al menos yo dormí unas horas.
—Por extraño que parezca, no lo estoy —respondió Carol. Siguió el ejemplo de Stephanie y se desperezó—. Me siento como si hubiese bebido diez tazas de café. No puedo dejar de pensar en lo ridículo que ha sido todo este episodio, desde la noche de aquel fatídico encuentro en mi coche hasta esta catástrofe.
—¿Usted estaba en contra? —preguntó Stephanie.
—¡Por supuesto! Intenté convencer a Ashley para que lo dejara correr desde el primer momento.
—Estoy sorprendida.
—¿Por qué?
—No lo sé exactamente, pero creo que es porque eso significa que las dos pensamos de la misma manera. —Stephanie se encogió de hombros—. Yo también estaba en contra. Hice lo imposible para que Daniel desistiera pero es obvio que no lo hice con la estridencia necesaria.
—Al parecer, ambas estábamos condenadas a ser unas Casandras —opinó Carol—. Sin duda es algo metafísicamente apropiado, dado que todo este asunto ha resultado ser una tragedia griega.
—¿Por qué lo dice?
Carol se rio sin fuerzas.
—No me haga caso. Me licencié en literatura, y algunas veces me dejo llevar por mis metáforas.
—Me interesa —afirmó Stephanie—. ¿Explíqueme por qué lo ve como una tragedia griega?
La mujer permaneció en silencio para darse tiempo a organizar sus ideas.
—Es por el carácter de los protagonistas. Es la historia de dos titanes en sus respectivos campos y, al mismo tiempo, extrañamente similares en su arrogancia, personas que han conseguido la grandeza pero que adolecían de trágicas faltas. La del senador Butler era el amor al poder, que había evolucionado de ser un medio para un fin a un fin en y para sí mismo. En el caso del doctor Lowell diría que era el deseo del éxito financiero y la celebridad que él consideraba adecuada a su intelecto y a su obra. Cuando estos dos hombres se aliaron con el secreto deseo de utilizar al otro para sus propios fines, sus trágicos fallos acabaron por liquidarlos en el sentido más literal.
Stephanie miró a Carol atentamente. Siempre la había tenido por una mujer un tanto corta, destinada a ser una segundona. De pronto fue ella quien se sintió diferente y en comparación menos inteligente y menos preparada de lo que creía.
—¿Qué significa ser una Casandra?
—En la mitología griega, Casandra tenía el don de la profecía pero estaba condenada a que nadie la creyera.
—Es interesante —dijo Stephanie a falta de algo mejor—. Recuerdo que en una ocasión me burlé de Daniel al decirle que era muy parecido a Ashley.
—Lo eran en algunos aspectos, al menos en lo referente a sus egos. Dígame, ¿cuál fue la respuesta del doctor Lowell a la burla?
—Se puso furioso.
—No me sorprende. La respuesta del senador Butler hubiese sido la misma de haber tenido yo el coraje de decirle algo parecido. En realidad creo que se admiraban, despreciaban y tenían envidia el uno del otro todo al mismo tiempo. Eran competidores de una manera un tanto distorsionada.
—Quizá tenga razón —contestó Stephanie, mientras pensaba en el comentario. No creía que Daniel hubiese admirado mucho a Butler, pero aceptaba que ahora mismo su capacidad para el análisis no estaba al máximo—. ¿Tiene hambre? —preguntó, para cambiar de tema.
—En absoluto —afirmó Carol.
—Yo tampoco. —Estaba agotada, pero era consciente de que no podría dormir. Necesitaba del contacto humano y de la conversación para evitar que su mente volviera una y otra vez a los mismos temas—. ¿Qué hará cuando nos marchemos finalmente de las Bahamas después de la vista preliminar?
—No estoy muy segura de que se celebre, y si se hace, será rápida, solo para cubrir el expediente, y a puerta cerrada.
—¿Por qué lo dice?
—Ashley Butler era un senador en un Congreso con una pequeña mayoría. El gobierno norteamericano intervendrá inmediata y agresivamente al más alto nivel. Creo que todo esto se resolverá con muchísima rapidez, porque es por el interés de todos. Incluso creo que se hará mucha presión para conseguir que este asunto no aparezca en los medios, si eso es posible.
—¡Vaya! —murmuró Stephanie. La idea no se le había ocurrido. La verdad es que ya se había imaginado los titulares en The Boston Globe, como el tiro de gracia para CURE. En cambio, en ningún momento había pensado en las ramificaciones políticas debidas al cargo de Butler.
—En cuanto a mí personalmente —añadió Carol—, iré a ver al gobernador cuando vuelva a casa. Tendrá que nombrar a alguien para ocupar el escaño de Butler, y quiero dejar bien claro que soy la más adecuada para serlo. Si eso no ocurre e incluso si me designa, comenzaré a preparar mi campaña para presentarme a las próximas elecciones.
—¿Qué cree usted que pasará con el proyecto de ley 1103?
—Sin el senador Butler, probablemente pasará al olvido —manifestó Carol—. El único riesgo es que los republicanos más derechistas quizá decidan recoger el estandarte.
—Esa fue nuestra preocupación desde el principio —admitió Stephanie—. Nos dejamos cegar por su jefe.
—No tendría que haber sido así. Era uno más de los temas populistas que le gustaba abanderar. De esa manera mantenía su base de poder. Supongo que no pasó por alto su hipocresía respecto al procedimiento del doctor Lowell.
—En absoluto.
—¿Qué me dice de usted? ¿Qué hará cuando se marche de Nassau?
Stephanie pensó durante un momento antes de dar su respuesta.
—Primero, tengo que resolver un problema pendiente con mi hermano. Es una larga historia, pero nuestra relación es otra víctima de este lamentable asunto. Luego creo que me ocuparé de recomponer lo que queda de CURE. No lo había creído posible hasta que usted mencionó la posibilidad de que los medios no se hagan eco de toda esta tragedia y que el proyecto de ley 1103 languidezca en el comité. No tengo mucho de empresaria, pero puedo intentarlo. Creo que eso es lo que hubiera querido Daniel, sobre todo si así el público se beneficia del RSHT.
—Debo reconocer que me he convertido en una firme partidaria del procedimiento del doctor Lowell y de la clonación terapéutica. Sé que hubo una complicación técnica en la implantación del senador Butler, pero no hay duda de que su Parkinson mejoró como por arte de magia.
—Un resultado positivo tan inmediato nos pilló por sorpresa —declaró Stephanie—. Nunca habíamos visto que los síntomas desaparecieran con tanta rapidez en los ensayos con los ratones. No puedo explicar qué le pasó a Ashley, pero no tengo ninguna duda de que si la implantación se hubiese hecho tal como estaba planeada en un centro médico norteamericano, el senador se hubiese curado, o por lo menos hubiese mejorado notablemente.
—A mí me impresionó.
—A pesar de la tragedia, la intervención ha demostrado las promesas de esta tecnología. Estoy convencida de que es el futuro de la medicina para una legión de enfermedades, siempre que un puñado de políticos no consigan negársela al pueblo norteamericano por razones políticas.
—Confiemos en que tenga la oportunidad de evitarlo —afirmó Carol—. Si consigo ocupar el escaño de Ashley Butler, será mi cruzada.