Lunes, 11 de marzo de 2002. Hora: 21.37
—Recuerdo esta estatua de alguna otra parte —comentó Daniel—. ¿Sabes si es famosa?
Daniel y Stephanie contemplaban un desnudo reclinado de mármol blanco que parecía resplandecer en la húmeda y neblinosa penumbra del jardín estilo Versalles del Ocean Club. Una luz azulada bañaba el paisaje y el contraste con las sombras era muy marcado.
—Creo que es una copia de Canova —respondió Stephanie—. Sí, es bastante famosa. Si es la que pienso, el original se encuentra en el museo Borghese en Roma.
Stephanie no se dio cuenta de la mirada de asombro de Daniel. Acariciaba el muslo de la mujer.
—Es sorprendente lo mucho que se parece el mármol a la piel con la luz de la luna.
—¿Cómo demonios sabes que es una copia de Canova? ¿Quién diablos era ese tipo?
—Antonio Canova era un famoso escultor neoclásico italiano del siglo XVIII.
—Estoy impresionado —manifestó Daniel, con la misma expresión de asombro—. ¿Cómo puedes citar como si nada unos hechos tan arcanos? ¿No será que has leído el folleto sobre el jardín que está en la habitación y ahora me tomas el pelo?
—No leí el folleto, pero te vi a ti cuando lo leías. Quizá tendrías que ser tú el guía.
—¡Ni hablar! La única parte que leí con atención fue la referente al claustro de lo alto de la colina. En serio, ¿cómo sabías lo de Canova?
—Me apunté a un curso de historia en el colegio universitario. Una de las clases era historia del arte, y es la que mejor recuerdo.
—Algunas veces me sorprendes —admitió Daniel. Imitó el ejemplo de Stephanie, y acercó la mano para tocar el almohadón de mármol donde se reclinaba la mujer—. Es un misterio cómo estos tipos eran capaces de conseguir que el mármol pareciera tan suave. Fíjate cómo el cuerpo hunde la tela.
—¡Daniel! —exclamó Stephanie con un súbito tono de urgencia.
Daniel se volvió e intentó interpretar la expresión de Stephanie que miraba hacia la piscina. Él también miró en la misma dirección pero no advirtió nada extraño en el paisaje iluminado por la luna.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo?
—Sí. Vi un movimiento por el rabillo del ojo. Creo que hay alguien junto a la balaustrada.
—¡Vaya! Es lógico que haya más personas por aquí, a la vista de lo hermoso que es todo esto. No creo que pudiéramos tener este enorme jardín para nosotros solos.
—Es verdad —admitió Stephanie—. Solo que me pareció que la persona que vi se escondió en cuanto volví la cabeza. Fue como si quisiera permanecer oculto.
—¿Qué intentas sugerir? —preguntó Daniel, con una de sus risas despreciativas—. ¿Que alguien nos está espiando?
—Pues sí, algo por estilo.
—¡Oh, venga, Stephanie! No lo decía en serio.
—Pues yo sí. Creo que vi a alguien. —Stephanie se puso de puntillas y se esforzó para ver en la oscuridad—. ¡Hay alguien más! —añadió, excitada.
—¿Dónde? No veo a nadie.
—Junto a la piscina. Alguien acaba de ocultarse en las sombras del bar.
Daniel sujetó a Stephanie por los hombros y la obligó a volverse. Ella se resistió por un instante.
—¡Eh, vamos! Hemos venido aquí a relajarnos. Ambos hemos pasado un día nefasto, y tú más.
—Quizá tendríamos que volver y dar un paseo por la playa donde siempre hay gente. Este jardín es demasiado grande, demasiado oscuro y demasiado solitario para mi gusto.
—Subiremos al claustro —dijo Daniel con un tono firme, y señaló hacia lo alto de la colina—. Es algo que nos interesa a ambos, y como dije antes, visitarlo es algo metafísicamente perfecto. Necesitamos un lugar donde aislarnos de tantas tensiones. Además, la noche es el mejor momento para visitar ruinas. ¡Así que anímate y en marcha!
—¿Qué pasará si es verdad que vi a alguien ocultarse detrás de la balaustrada? —Stephanie volvió a girar la cabeza para mirar por encima de las buganvillas.
—¿Quieres que vaya hasta allí para echar una ojeada? Lo haré con mucho gusto si con eso te tranquilizas. Comprendo tu paranoia, aunque no deja de ser una paranoia. Por todos los diablos, todo esto es del hotel. Hay agentes de seguridad por todas partes.
—Supongo que sí —admitió Stephanie sin mucho entusiasmo. Por un momento recordó la expresión lujuriosa de Kurt Hermann. Tenía muchas razones para sentirse nerviosa.
—¿Qué me dices? ¿Quieres que vaya hasta allí?
—No, quiero que te quedes aquí.
—¡En ese caso, vamos! Subamos al claustro.
Daniel la cogió de la mano y la llevó hasta el camino central que cruzaba las terrazas y subía las escalinatas hasta la cumbre de la colina donde estaba situado el claustro. A diferencia del jardín, el edificio estaba iluminado con unos focos instalados a ras de tierra para resaltar los arcos góticos y hacer que, visto desde lejos, pareciera flotar en el aire.
Mientras pasaban por las diferentes terrazas y rodeaban alguna fuente o estatua central, vieron que a cada lado había glorietas con más esculturas. Algunas eran de mármol, pero también las había de piedra y bronce. Aunque estuvieron tentados de acercarse para contemplarlas, evitaron dar más rodeos.
—No tenía idea de que aquí tuvieran tantas obras de arte —comentó Stephanie.
—Todo esto era una finca privada antes de que la convirtieran en un hotel —le explicó Daniel—. Al menos, eso es lo que dice el folleto.
—¿Qué dice del claustro?
—Lo único que recuerdo es que francés y que lo construyeron en el siglo XII.
Stephanie soltó un silbido de asombro.
—Son muy pocos los claustros que han llegado de Francia. Yo solo sé de uno, y no es ni de lejos tan antiguo.
Subieron el último tramo de escaleras, y cuando llegaron a la cima, se encontraron con una carretera pública que separaba el claustro del resto del jardín. Desde abajo era imposible saber que había una carretera a menos que pasara algún coche, y no había pasado ninguno.
—Esto sí que es una sorpresa —afirmó Daniel. Miró a un lado y a otro. La carretera iba de este a oeste por el centro de isla Paradise.
—Supongo que es el precio del progreso —opinó Stephanie—. Lo más probable es que vaya hasta el campo de golf.
Cruzaron la carretera y notaron el calor acumulado por el asfalto a lo largo del día. Subieron unos pocos escalones más para llegar a la cumbre dominada por el claustro. La antigua estructura consistía solo en una planta cuadrada de arcos góticos. La hilera de columnas interiores conservaba algo de la tracería, con un lóbulo dentro de cada arco.
Daniel y Stephanie se acercaron al edificio. Tuvieron que caminar con mucho cuidado porque a diferencia del jardín, el terreno cercano al claustro era desigual y estaba lleno de piedras y conchas aplastadas.
—Tengo la sensación de que esta será una de esas cosas que se ven mejor de lejos —comentó Stephanie.
—Esa es una de las razones por las que es mejor ver las ruinas de noche.
Llegaron al claustro y caminaron precavidos por el pasillo formado por las dos hileras de columnas. Sus ojos tardaron unos segundos en acomodarse al resplandor de la iluminación después de haberse habituado a la oscuridad del jardín.
—Toda esta parte estaba techada cuando lo construyeron —explicó Stephanie.
Daniel contempló la parte superior de los arcos y asintió.
Se abrieron paso entre los cascotes para acercarse a la balaustrada interior. Ambos se apoyaron en la vieja balaustrada de piedra y miraron el patio central. Tenía una superficie de unos cuarenta metros cuadrados y estaba lleno de pequeños montículos y fragmentos de conchas; el juego de luces y sombras le confería un aspecto muy curioso.
—No deja de ser una pena —opinó Stephanie—. Cuando este patio era el centro del claustro en plena actividad, seguramente tenía un pozo o quizá incluso una fuente, además de un jardín.
Daniel observó el patio y el entorno.
—A mí me parece una pena que después de haber durado casi mil años en Francia, todos estos restos estén condenados a desaparecer como consecuencia del sol tropical y el aire marino. —Se apartaron de la balaustrada y se miraron el uno al otro—. No deja de ser una desilusión —añadió Daniel—. Me parece que es hora de ir a dar un paseo por la playa.
—Buena idea —asintió Stephanie—. Pero antes, vamos a darle a estos restos el beneficio de la duda y un poco de respeto. Al menos demos un paseo alrededor del claustro.
Cogidos de la mano, se ayudaron el uno al otro a evitar los obstáculos en el suelo. El resplandor de las luces exteriores, les impedía ver los detalles. En el lado opuesto al hotel, se detuvieron brevemente para admirar la vista de la bahía de Nassau. Sin embargo, aquí también les molestó la iluminación del claustro, así que no se entretuvieron mucho más.
Gaetano no daba crédito a su suerte. No hubiese podido planearlo mejor. El profesor y la hermana de Tony estaban ahora en un cuadrado de luz que convirtió al pistolero en invisible mientras se acercaba a la distancia de tiro. Podría haber atacado en la oscuridad del jardín, pero había acertado con su destino, y sabía que era perfecto.
Había decidido que lo mejor para la hermana de Tony era saber sin la menor sombra de duda quién había ordenado la ejecución, para que no creyera que se trataba de un acto de violencia al azar. Gaetano consideraba que esto era importante, dado que ella sería quien tendría el control de la empresa. A su modo de ver, era fundamental que ella supiese exactamente la opinión de los hermanos Castigliano respecto al préstamo y cómo se debía dirigir la compañía.
En aquel momento, la pareja daba una vuelta al claustro y estaba en el lado opuesto de las ruinas. Gaetano se había situado muy cerca de la zona iluminada en el lado oeste. Su intención era esperar hasta tenerlos a unos cinco metros de distancia antes de saltar al camino para interceptarlos.
Se le aceleró el pulso cuando vio que Daniel y Stephanie aparecían por la última esquina y caminaban hacia él. Cada vez más excitado, sacó el arma del bolsillo y se aseguró de que hubiese un proyectil en la recámara. La sostuvo en alto, junto a la cabeza, y se preparó para lo que más le gustaba en el mundo: ¡la acción!
—No creo que debamos volver a este tema —declaró Stephanie—, ni ahora ni quizá nunca más.
—Me disculpé por lo que dije en el restaurante. Lo único que digo ahora es que prefiero que me toquen a que me den una paliza. No estoy diciendo que resulte agradable que te manoseen; solo que es más fácil de soportar que no que te peguen y acabes herido físicamente.
—¿Qué es esto, un concurso? —preguntó Stephanie despectivamente—. ¡No me respondas! No quiero hablar más de este asunto.
Daniel estaba a punto de responder cuando soltó una exclamación ahogada, se detuvo en seco, y apretó muy fuerte la mano de su compañera. Stephanie, que había estado mirando el suelo para no tropezar con unas piedras, se sobresaltó al escuchar la exclamación y alzó la mirada. Cuando lo hizo, ella también soltó un gemido.
Una figura descomunal había aparecido en su camino y les apuntaba con una pistola que sostenía con el brazo extendido. Daniel, más que Stephanie, se fijó en el punto rojo inmediatamente debajo del cañón.
Ninguno de los dos fue capaz de moverse mientras el hombre se acercaba lentamente. La expresión burlona y despectiva destacaba en su ancho rostro que Daniel reconoció con un estremecimiento. Gaetano se detuvo a un par de metros de la despavorida pareja que parecían haberse convertido en estatuas. En aquel instante, quedó sobradamente claro que la pistola apuntaba directamente a la frente de Daniel.
—Me has obligado a volver, imbécil —dijo Gaetano con voz áspera—. ¡Una decisión equivocada! A los hermanos Castigliano no les ha hecho ninguna gracia que no regresaras a Boston para ocuparte de su dinero. Creía que habías captado mi mensaje, pero está visto que no ha sido así, con la consecuencia de que me has hecho quedar mal. Así que adiós.
El sonido del disparo fue como un trueno en el silencio de la noche. El brazo de Gaetano que sostenía el arma bajó bruscamente mientras Daniel se tambaleaba hacia atrás y arrastraba a Stephanie con él. Stephanie soltó un grito mientras el cuerpo caía pesadamente, y se estrellaba de bruces contra el suelo con los brazos abiertos. Durante unos segundos, se produjeron algunas contracciones musculares, y después yació inmóvil. Del enorme orificio de salida en la parte de atrás del cráneo manó un reguero de sangre y materia gris.