Jueves, 21 de febrero de 2002. Hora: 22.05
Las luces traseras del coche de Carol Manning se perdieron a lo lejos mientras el vehículo seguía por Louisiana Avenue y se confundieron con el tráfico general antes de desaparecer en la oscuridad de la noche. Stephanie y Daniel las siguieron hasta perderlas, y luego se miraron el uno al otro. Sus rostros estaban separados solo unos centímetros, dado que mantenían sus cuerpos apretados debajo del paraguas. Una vez más, permanecían inmóviles en la acera delante de la estación, en el mismo lugar donde una hora antes habían esperado a que vinieran a recogerlos. Entonces les había dominado la curiosidad y la intriga. Ahora estaban atónitos.
—Mañana por la mañana, juraré que todo esto fue una alucinación —opinó Stephanie, y sacudió la cabeza.
—Tengo la sensación de que el tema tiene algo de irreal —admitió Daniel.
—Creo que grotesco es un adjetivo mucho más adecuado.
Daniel miró la tarjeta del senador que tenía en la mano libre. Le dio la vuelta. En el dorso, Butler había garabateado el número de un teléfono móvil donde podía ponerse en contacto directo con él durante las siguientes doce horas. Leyó el número varias veces como si quisiera aprenderlo de memoria.
Una súbita racha de viento hizo que la lluvia se moviera en un plano horizontal. Stephanie se estremeció cuando las gotas heladas le azotaron el rostro.
—¡Hace frío! ¡Volvamos al hotel! No tiene sentido quedarnos aquí y acabar empapados.
Daniel, como si despertara de un trance, se disculpó y echó una ojeada a la explanada de delante de la estación. Había una parada de taxis en uno de los lados, y varios vehículos que hacían cola. Con el paraguas a modo de escudo para protegerse del viento, caminó hacia la parada con Stephanie pegada a sus talones. Llegaron al primer vehículo de la cola, y Daniel sostuvo el paraguas para evitar que su compañera se mojara mientras subía al coche, y luego la siguió.
—Al hotel Four Seasons —le indicó al taxista, que lo miraba por el espejo retrovisor.
—Esta noche ha sido irónica además de grotesca —comentó Stephanie sin más, mientras arrancaba el taxi—. El mismo día que escucho de tu boca cuatro palabras sobre tu familia, el senador Butler me ofrece un relato con pelos y señales.
—A mí me pareció más irritante que irónico —replicó Daniel—. Diablos, que me hiciera investigar por el FBI es una flagrante violación de mi vida privada. También es pasmoso que el FBI lo hiciera. Me refiero a que soy un ciudadano particular que no es sospechoso de ningún delito. Semejante abuso recuerda los días de J. Edgar Hoover.
—¿Así que todo lo que dijo Butler de ti es verdad?
—Supongo que lo es en lo esencial —respondió Daniel con un tono vago—. Escucha, hablemos de la oferta del senador.
—Te puedo decir mi reacción ahora mismo. ¡Creo que es repugnante!
—¿No le ves ningún aspecto positivo?
—El único aspecto positivo que le veo es que confirma nuestra impresión de que el hombre es la quintaesencia del demagogo. También es un hipócrita detestable. Está en contra del RSHT exclusivamente por razones políticas, y está dispuesto a prohibir el procedimiento y la investigación a pesar de su potencial para salvar vidas y aliviar los sufrimientos. Al mismo tiempo, lo quiere para él. Eso es imperdonable y obsceno, y desde luego no vamos a ser partícipes de algo semejante. —Stephanie soltó una breve carcajada de desprecio—. Lamento mucho haber prometido guardar el secreto de su enfermedad. Todo este asunto es una historia que volvería locos a los medios, y a mí me encantaría servírsela en bandeja.
—Desde luego que no podemos ir a los medios —manifestó Daniel categóricamente—, y tampoco creo que debamos actuar impulsivamente. Creo que la oferta de Butler merece ser considerada.
Stephanie, sorprendida, se volvió para mirar a Daniel. Intentó verle el rostro en la penumbra.
—No lo dirás en serio, ¿verdad?
—Hagamos una lista de las cosas que sabemos. Conocemos muy bien el desarrollo de las neuronas productoras de dopamina a partir de las células madre, así que en ese aspecto no es como si estuviésemos dando manotazos en la oscuridad.
—Lo hemos hecho con células madre de ratones, no con células humanas.
—El proceso es el mismo. Hay colegas que lo han hecho con células madre humanas utilizando la misma metodología. Hacer las células no es el problema. En cuanto las tengamos, podemos seguir exactamente el mismo protocolo que utilizamos con los ratones. No hay ninguna razón para creer que no dará resultados en los humanos. Después de todo, las últimas ratas que tratamos han respondido perfectamente bien.
—Excepto aquellas que murieron.
—Sabemos por qué murieron todas las que no respondieron al tratamiento. Fue antes de que perfeccionáramos la técnica de la inyección. Todos los ratones que inyectamos correctamente han sobrevivido y se han curado. En el caso de un voluntario humano, tendremos un aparato esterotaxis que no existe para los ratones. Eso permitirá que la inyección sea más precisa, infinitamente más fácil, y por lo tanto, más segura. Además, nosotros no nos encargaríamos de la inyección. Buscaríamos a un neurocirujano que esté dispuesto a echarnos una mano.
—No puedo creer lo que escucho —exclamó Stephanie—. Suena como si ya te hubieses convencido a ti mismo de hacer este experimento que además de descabellado va contra todos los principios éticos, y eso es lo que sería: un experimento peligroso e incontrolado en un único sujeto humano. No importa cuál sea el resultado; carecería de todo valor, excepto quizá para Butler.
—No estoy de acuerdo. Al aceptar la propuesta, salvaremos CURE y el RSHT, y al final serán millones de personas las que resultarán beneficiadas. A mí me parece que una pequeña falta ética es un precio asumible a la vista de los extraordinarios beneficios finales.
—Si aceptamos, estaremos haciendo exactamente aquello de lo que el senador Butler acusó esta mañana a la industria biotecnológica en su discurso de apertura: utilizar los fines para justificar los medios. Sería una falta ética muy grave experimentar con el senador. Así de claro y sencillo.
—Sí, bueno, quizá hasta cierto punto, pero ¿a quién estamos poniendo en peligro? ¡Al villano! Es él quien lo pide. Peor aún, nos chantajea para que lo hagamos gracias a la información que consiguió después de convencer al FBI, vaya a saber con qué medios, para que hiciera una investigación ilegal.
—Todo eso puede ser cierto, pero la suma de dos males no son un bien y no nos absuelve de nuestra complicidad.
—Yo creo que sí. Haremos que Butler firme un documento que nos exonere de cualquier responsabilidad, incluido el hecho de que somos absolutamente conscientes de que aplicar el procedimiento puede ser considerado antiético por cualquier junta investigadora de este país, porque se hace sin un protocolo debidamente aprobado. El documento dejará bien claro que fue idea de Butler utilizar el procedimiento y que se utilizara fuera del país. También dejará constancia de que se valió de la extorsión para que participáramos.
—¿Crees que firmará un documento así?
—No le daremos elección. Si no firma, no se beneficiará del RSHT. Me gusta la idea de que utilicemos el procedimiento en las Bahamas. De esa manera no estaremos violando ninguna regla de la FDA, y tendremos un documento que nos descarga de cualquier culpa en el caso de que lo necesitemos. La responsabilidad caerá directamente sobre los hombros de Butler.
—Déjame que lo piense unos minutos.
—Tómate tiempo, pero de verdad creo que el peso moral está de nuestra parte. Sería diferente si le estuviéramos forzando en cualquier sentido. No es así. Es todo lo contrario.
—Se podría argumentar que no estaba informado. Es un político, no un médico. No conoce a fondo los riesgos. Podría morir.
—No va a morir —declaró Daniel enfáticamente—. Seremos el máximo de conservadores en el margen de error, y con esto quiero decir que el peor de los casos será que no le inyectemos las células suficientes para mantener la concentración de dopamina en un nivel lo bastante alto como para eliminar todos los síntomas. Si eso ocurre, nos suplicará que lo hagamos de nuevo, algo que será fácil, dado que mantendremos un cultivo de las células tratadas.
—Déjame que lo piense.
—Claro —dijo Daniel.
Durante el resto del trayecto permanecieron en silencio. Cuando subían en el ascensor del hotel Stephanie preguntó:
—¿Crees sinceramente que encontraremos un lugar adecuado para aplicar el procedimiento?
—Butler ha dedicado muchos esfuerzos a este asunto. No creo que haya dejado nada al azar. Sinceramente, me sorprendería que no hubiera hecho investigar la clínica que mencionó al mismo tiempo que a mí.
—Supongo que eso es posible. Si no me equivoco, me parece haber leído algo sobre la clínica Wingate hará cosa de un año. Era una clínica de reproducción asistida muy conocida en Bookford, Massachusetts, antes de que, obligada por las presiones, se trasladara a las Bahamas. Fue todo un escándalo.
—Yo también lo recuerdo. La dirigían un par de tipos que iban por libre. Su departamento de investigación estuvo realizando experimentos de clonación reproductiva antiéticos.
—Absurdos sería una descripción más ajustada, como querer gestar fetos humanos en cerdos. Recuerdo que también estuvieron implicados en la desaparición de un par de estudiantes de Harvard donantes de óvulos. Los directores tuvieron que escapar del país, y se salvaron por los pelos de que los extraditaran. En conjunto, parece lo más opuesto a la clase de lugar y personas con las que deberíamos relacionarnos.
—No nos relacionaremos con ellos. Aplicaremos el procedimiento, nos lavaremos las manos, y nos marcharemos.
Se abrieron las puertas del ascensor. Caminaron por el pasillo hacia la suite.
—¿Qué pasa con el neurocirujano? —preguntó Stephanie—. ¿Crees que podremos encontrar a alguien que quiera tomar parte en toda esta trama? El que sea sabrá que hay algo sospechoso en todo esto.
—Con el incentivo adecuado, eso no será un problema. Lo mismo pasará con la clínica.
—Te refieres al dinero.
—¡Por supuesto! El motivador universal.
—¿Cómo piensas respetar la palabra que diste a Butler de mantener el secreto?
—Ese es un tema que le afecta más a él que a nosotros. No utilizaremos su verdadero nombre. Sin las gafas y el traje oscuro, supongo que será uno de esos tipos anónimos. Si se viste con una camisa de manga corta en plan hawaiano y se pone gafas de sol, quizá nadie le reconozca.
Stephanie utilizó su tarjeta magnética para abrir la puerta. Se quitaron los abrigos y fueron a sentarse en la sala.
—¿Te apetece algo del minibar? —preguntó Daniel—. Quiero celebrarlo. Hace un par de horas, creía que nos había engullido una nube negra. Ahora hay un rayo de sol.
—No vendría mal una copa de vino —respondió Stephanie. Se frotó las manos para calentárselas antes de acurrucarse en una esquina del sofá.
Daniel descorchó una botella de cabernet y llenó una copa balón. Se la dio a Stephanie antes de servirse un copa de whisky. Se sentó en el otro extremo del sofá. Brindaron y bebieron un sorbo de sus respectivas copas.
—¿Así que quieres seguir adelante con este plan descabellado? —preguntó Stephanie.
—Lo haré, a menos que tú encuentres unas muy buenas razones para no hacerlo.
—¿Qué me dices de esa tontería del Santo Sudario? Me refiero a eso de la «intervención divina». ¡Qué idea más idiota y presuntuosa!
—No estoy de acuerdo. Considero que es algo genial.
—No lo dirás en serio.
—¡Por supuesto! Será el mejor de los placebos, y sabemos lo poderosos que pueden ser. Si quiere creer que está recibiendo algo del ADN de Jesucristo, por mí no hay ningún inconveniente. Le dará un poderoso incentivo para creer en la cura. Opino que es una idea brillante. No estoy proponiendo que estamos obligados a conseguir el ADN del sudario. Podríamos decirle que lo hicimos, y el resultado será el mismo. Pero podemos echarle una ojeada. Si hay sangre en el sudario como dice y podemos tener acceso a ella como sugiere, podría servir.
—¿Aunque las manchas de sangre sean del siglo XIII?
—Los años no significan nada. El ADN estará fragmentado, pero no será un problema. Podríamos utilizar la misma prueba que usamos con una muestra de ADN fresca para formar el segmento que necesitamos, y después aumentarlo con el PCR. Esto añadiría un toque de desafío e interés en muchos aspectos. Lo más duro será resistir a la tentación de escribir el procedimiento para Nature o Science después de hacerlo. ¿Te imaginas el título: «El RHST y el Santo Sudario de Turín se combinan para producir la primera cura de la enfermedad de Parkinson en los seres humanos»?
—No podremos publicar ni una palabra de todo esto —afirmó Stephanie.
—¡Lo sé! Solo que es divertido pensar en ser el heraldo de las cosas que vendrán. El próximo paso será un experimento controlado, y ese sí que lo podremos publicar. En ese momento, CURE estará en el candelero y se habrán acabado para siempre nuestros problemas financieros.
—Desearía poder compartir tu entusiasmo.
—Creo que lo harás en cuanto las cosas comiencen a encajar. Aunque esta noche no hemos hablado de fechas, asumiré que el senador está dispuesto a que se haga cuanto antes. Eso significa que tendremos que empezar con los preliminares mañana en cuanto lleguemos a Boston. Me ocuparé de hacer los arreglos con la clínica Wingate y buscar al neurocirujano. ¿Qué te parece si tú te ocupas de la muestra de la Sábana Santa?
—Eso al menos será interesante —manifestó Stephanie, que intentó mostrar un poco de entusiasmo ante la idea de tratar a Butler, a pesar de las advertencias de su intuición—. Siento curiosidad por descubrir por qué la Iglesia todavía lo considera una reliquia después de haberse demostrado que es falso.
—Es obvio que el senador cree que es auténtico.
—Tal como lo recuerdo, la datación del carbono 14 fue confirmada por tres laboratorios independientes. Eso es algo muy difícil de descartar por las buenas.
—Ya veremos lo que encuentras —dijo Daniel—. Mientras tanto, tendremos que pensar en algunos viajes importantes.
—¿Te refieres a Nassau?
—A Nassau y probablemente a Turín, según lo que tú averigües.
—¿De dónde sacaremos el dinero para pagar los viajes?
—De Ashley Butler.
Stephanie enarcó las cejas.
—Quizá, después de todo, esta escapada no esté nada mal.
—¿Entras en esto conmigo? —preguntó Daniel.
—Supongo que sí.
—No suena muy positivo.
—Es lo mejor que puedo ofrecer en este momento. En cualquier caso, tal como has dicho, puede que me anime a medida que progresen las cosas.
—Cogeré todo lo que me den —anunció Daniel. Se levantó del sofá y le apretó el hombro a Stephanie mientras lo hacía—. Me tomaré otra copa. Dame la tuya.
Daniel sirvió el vino y el whisky, y volvió a sentarse. Después de mirar su reloj, dejó la tarjeta de Butler en la mesa de centro y cogió el teléfono.
—Vamos a comunicarle al senador la buena noticia. Estoy seguro de que se mostrará la mar de ufano, pero como dice él: «Así es la vida». —Daniel apretó el botón de altavoz para tener tono. La llamada fue atendida en el acto. La voz de barítono de Ashley Butler con el típico deje sureño sonó en toda la habitación.
—Senador —dijo Daniel que interrumpió la verborrea de Ashley—. No quiero parecer descortés, pero es tarde y solo quería comunicarle que he decidido aceptar su oferta.
—¡Dios sea loado! —entonó Ashley—. ¡Sin demoras! Me temía que fuera a permitir que esta sencilla decisión le perturbara su descanso y que no llamara hasta mañana. ¡No puedo estar más complacido! ¿Puedo suponer que la doctora D’Agostino también ha aceptado participar?
—He aceptado —respondió Stephanie, que intentó imprimir a su voz un tono positivo.
—¡Excelente, excelente! —exclamó Ashley—. No es que me sorprenda, dado que este asunto redundará en beneficio de todos. Pero creo muy sinceramente que compartir todos la misma opinión y la identidad de propósitos son factores clave para el éxito, porque todos desearemos que la empresa culmine con el mayor de los éxitos.
—Suponemos que usted querrá empezar inmediatamente —comentó Daniel.
—Por supuesto, mis queridos amigos, por supuesto. Se me acaba el tiempo en lo que se refiere a ocultar mi enfermedad —explicó Ashley—. No hay tiempo que perder. Muy oportunamente para nuestros propósitos, habrá unas vacaciones del Senado. Será del veintidós de marzo al ocho de abril. Normalmente, es un tiempo que me reservo para hacer campaña en mi estado, pero he decidido dedicarlo a mi tratamiento. ¿Un mes es tiempo suficiente para que usted y los científicos tengan preparadas las células sanadoras?
Daniel miró a Stephanie y le susurró:
—Es más rápido de lo que esperaba. ¿Tú qué opinas? ¿Podremos hacerlo?
—Es arriesgado —susurró Stephanie a su vez, y se encogió de hombros—. Primero, necesitaremos unos días para cultivar sus fibroblastos. Luego, suponiendo que no tengamos problemas con la transferencia nuclear para crear un preembrión viable, necesitaremos cinco o seis días para que se forme el blastocito. Después, necesitaremos otro par de semanas de cultivo de las células alimentadoras cuando recojamos las células madre.
—¿Hay algún problema? —preguntó Ashley—. No consigo escuchar ni jota de lo que están discutiendo.
—¡Un segundo, senador! —le rogó Daniel—. Estoy hablando con la doctora D’Agostino de los plazos. Ella será la encargada de hacer la mayor parte del trabajo manual.
—A continuación tendremos que diferenciarlas en las células nerviosas correctas —añadió Stephanie—. Eso nos llevará otro par de semanas, o quizá un poco menos. Las células de los ratones solo tardaron diez días.
—¿Cuánto calculas si todo va bien? —preguntó Daniel—. ¿Tendremos bastante con un mes?
—Teóricamente es posible. Se podría hacer, pero tendríamos que empezar casi de inmediato con el trabajo celular, mañana mismo si es posible. El problema es que necesitaríamos tener disponibles óvulos humanos y no los tenemos.
—¡Maldita sea! —murmuró Daniel. Se mordió el labio inferior y frunció el entrecejo—. Estoy tan acostumbrado a trabajar con óvulos de vaca que me olvidé del problema del suministro de óvulos humanos.
—Es un problema grave —admitió Stephanie—. Incluso en las mejores circunstancias donde ya tenemos a la espera a una donante de óvulos, necesitamos más o menos un mes para estimularla y obtenerlos.
—Bueno, quizá nuestros alocados amigos de la clínica puedan ayudarnos también en este aspecto. Como es un centro de reproducción asistida, sin duda tendrán unos cuantos óvulos de reserva. Si tenemos en cuenta su nada ética reputación, estoy seguro de que con el incentivo adecuado podremos convencerlos de que nos den lo que necesitamos.
—Supongo que es posible, pero en ese caso nos veremos todavía más comprometidos con ellos. Cuanto más hagan por nosotros, más nos costará lavarnos las manos de todo este asunto y marcharnos tan alegremente como has sugerido hace unos momentos.
—Pues no tenemos mucho más donde elegir. La alternativa es renunciar a CURE, al RSHT, y a todos nuestros sacrificios y esfuerzos.
—A ti te corresponde decidir. Pero que conste que a la vista de su historial me molesta mucho verme comprometida con la gente de Wingate en lo que sea.
Daniel asintió un par de veces mientras reflexionaba; luego lanzó un suspiro, y reanudó la conversación.
—Senador, hay una posibilidad de que tengamos unas cuantas células para el tratamiento en un mes. No obstante, debo advertirle que requerirá esfuerzos y un poco de suerte, y que debemos comenzar inmediatamente. Tendrá que prestarnos toda su colaboración.
—Seré dócil como un cordero. Ya puse en marcha el proceso hace un mes cuando arreglé todo para llegar a Nassau el veintitrés de marzo y quedarme en la isla durante el período de vacaciones. Incluso hice una reserva para usted. Para que vea lo seguro que estaba de su participación. Era importante hacerlo con tiempo porque esta época del año es temporada alta en las Bahamas. Nos alojaremos en el Atlantis, donde tuve el placer de alojarme el año pasado mientras maduraba este plan. Es un complejo hotelero lo suficientemente grande como para garantizar el anonimato e ir y venir sin despertar sospechas. También hay un casino, y como podrá usted imaginar, disfruto jugando cuando tengo la fortuna de disponer de unos cuantos dólares en el bolsillo y me lo puedo permitir.
Daniel miró a Stephanie. Por un lado, le alegraba que Ashley hubiese hecho las reservas y así adelantar en el proyecto, pero por el otro le irritaba comprobar que el senador tenía la seguridad de poder manipularlo.
—¿Se inscribirá con su verdadero nombre? —le preguntó Stephanie.
—Por supuesto. Solo utilizaré un nombre falso cuando ingrese en la clínica Wingate.
—¿Qué hay de la clínica? —le interrogó Daniel—. Confío en que los haya investigado absolutamente a fondo, como hizo con mi pasado.
—Ha acertado. Creo que encontrará la clínica muy adecuada para nuestros propósitos, aunque no puedo decir lo mismo del personal. El director de la clínica es el doctor Spencer Wingate, un tipo algo fanfarrón aunque al parecer bien calificado en el campo de la esterilidad. Parece estar más interesado en ser una figura de la vida social de la isla y, por lo visto, piensa volar al Viejo Continente para buscar clientes en las cortes europeas. Su segundo es el doctor Paul Saunders, que se encarga del trabajo diario. Es un individuo más complicado, que se ve a sí mismo como un investigador de primera a pesar de su falta de preparación adecuada, más allá del tema de la esterilidad. Estoy seguro de que ambos individuos estarán dispuestos a colaborar en lo que sea tan solo con alabar su vanidad. Para ellos, la perspectiva de trabajar con alguien con sus conocimientos y fama es una oportunidad única en la vida.
—Me halaga, senador.
Stephanie sonrió al captar el sarcasmo en la voz de Daniel.
—Solo porque se lo merece —replicó Ashley—. Además, uno debe tener fe en su médico.
—Diría que los doctores Wingate y Saunders estarán más interesados en el dinero que en mi historial.
—Mi opinión es que les interesará su historial como una manera de obtener el prestigio que les ayudará a ganar dinero —dijo Ashley—. En cualquier caso, su naturaleza venal y su carencia de preparación como investigadores no es algo que nos concierna, más allá de tenerlo presente y aprovecharlo en nuestro beneficio. Son las instalaciones y los equipos lo que nos interesa.
—Espero que tenga presente que hacer este procedimiento en estas circunstancias no resultará precisamente barato.
—No pretendo en absoluto que sea barato —respondió Ashley—. Quiero un servicio de primera calidad, lo mejor de lo mejor. No se preocupe, tengo acceso a fondos más que suficientes para cubrir cualquier gasto necesario para el bien de mi carrera política. Pero espero que sus servicios personales sean pro bono. Después de todo, es un intercambio de favores.
—De acuerdo —asintió Daniel—. Pero antes de prestar cualquier servicio, la doctora D’Agostino y yo necesitaremos que firme un documento de descargo que redactaremos. En este documento describirá exactamente la manera en que se inició este asunto y también todos los riesgos que supone, incluido el hecho de que nunca hemos experimentado este procedimiento en un ser humano.
—Mientras tenga la garantía de la confidencialidad de este documento de descargo, no tendré ningún reparo en firmarlo. Comprendo que lo quieran para su protección. Estoy absolutamente seguro de que reclamaría lo mismo si estuviese en su posición, por lo tanto no habrá ningún problema, siempre y cuando no incluya nada irrazonable o inapropiado.
—Le puedo asegurar que será muy razonable —afirmó Daniel—. Por otro lado, quiero pedirle que utilice los recursos que mencionó para acceder a la Sábana Santa de Turín, y obtener una muestra.
—Ya le he dado instrucciones a la señorita Manning para que establezca los debidos contactos con los prelados con quienes mantengo una relación de trabajo. Supongo que solo tardará unos días. ¿Cuál es el tamaño de la muestra que necesita?
—Puede ser extremadamente pequeño. Unas pocas fibras bastarían, siempre que sean fibras tomadas de una parte del sudario que tenga una mancha de sangre.
—Hasta un ignorante como yo sabe esa parte. El hecho de que necesite una muestra tan pequeña simplificará mucho las cosas. Tal como le mencioné esta noche, sé que se han sacado muestras que después fueron devueltas a la Iglesia.
—La necesitamos lo más pronto posible —señaló Daniel.
—Comprendo muy bien la necesidad de la rapidez —respondió Ashley—. ¿Necesitan alguna cosa más de mí?
—Sí —intervino Stephanie—. Necesitaremos una biopsia de su piel mañana por la mañana. Si existe la posibilidad de que podamos producir las células sanadoras en un mes, tendremos que llevarnos su biopsia cuando regresemos mañana a Boston. Su médico de cabecera puede arreglar que un dermatólogo le haga la biopsia y nos la envíe por mensajero al hotel. Servirá como fuente de los fibroblastos que criaremos en un cultivo de tejido.
—Me ocuparé de la muestra mañana a primera hora.
—Creo que eso es todo por ahora —dijo Daniel. Miró a Stephanie, y ella asintió.
—Tengo que pedirles algo muy importante —manifestó Ashley—. Creo que deberíamos intercambiarnos unas direcciones de e-mail especiales y utilizar el correo electrónico para todas nuestras comunicaciones, que deberán ser breves y genéricas. La próxima vez que hablemos directamente será en la clínica Wingate en la isla Nueva Providencia. Quiero mantener este asunto en el más estricto secreto, y cuanto menos contacto directo tengamos, mejor. ¿Les parece bien?
—Por supuesto —asintió Daniel.
—En cuanto al dinero para gastos —añadió el senador—, le enviaré un mensaje con el número de una cuenta en un banco de Nassau, abierta por uno de mis comités de acción política, de la cual podrán retirar fondos. Por supuesto, esperaré que, en su momento, me presenten una rendición de cuentas. ¿Les parece bien?
—Siempre que haya bastante dinero —dijo Daniel—. Uno de los mayores gastos será para obtener los óvulos humanos.
—Le reitero que tendrá a su disposición fondos más que adecuados. ¡Puede estar seguro!
Unos minutos más tarde, después de una larga despedida por parte de Ashley, Daniel se inclinó para desconectar el altavoz. Levantó el teléfono para dejarlo de nuevo sobre la mesa. Luego se volvió para mirar a Stephanie.
—No pude menos que reírme cuando llamó fanfarrón al director de la clínica Newgate. Se cree el ladrón que todos son de su condición.
—Has acertado al decir que le ha dedicado mucho tiempo a este asunto. Me sorprendió cuando dijo que había hecho las reservas hace un mes. No tengo ninguna duda de que mandó investigar la clínica.
—¿Ahora ya no te da tanto reparo implicarte en su tratamiento?
—Hasta cierto punto —admitió Stephanie—. Sobre todo cuando dice que no tendrá ningún inconveniente en firmar el documento de descargo que escribiremos. Al menos tengo la sensación de que ha considerado el carácter experimental de lo que haremos y los riesgos inherentes. Antes no lo tenía claro.
Daniel se desplazó en el sofá, rodeó a Stephanie con sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Notaba los latidos de su corazón. Echó la cabeza un poco hacia atrás para contemplar las oscuras profundidades de sus ojos.
—Ahora que aparentemente tenemos las cosas controladas en el campo científico, político y financiero, ¿qué te parece si seguimos con lo que empezamos la noche pasada?
Stephanie le devolvió la mirada.
—¿Es una proposición?
—Claro que sí.
—¿Tu sistema nervioso autónomo está dispuesto a cooperar?
—Mucho más que la noche pasada, te lo aseguro.
Daniel se levantó y ayudó a Stephanie.
—Nos hemos olvidado del cartel de NO MOLESTAR —comentó Stephanie, mientras Daniel la llevaba rápidamente hacia el dormitorio.
—Vivamos peligrosamente —respondió él, con una mirada pícara.