Anderson no podía evitar sentirse nervioso por aquel encuentro. A pesar de que el Consejo había aprobado oficialmente la petición de la embajadora, seguía obsesionado por el recuerdo de su último encuentro con Saren. Durante un largo instante, había estado completamente convencido de que el turiano iba a darle muerte fuera de las ruinas de Dah’tan. Cuando la embajadora Goyle dejó ver que era posible que Saren sintiera un odio general hacia la Alianza, no le sorprendió lo más mínimo.
—La información personal sobre los espectros es secreta —le explicó—, pero inteligencia descubrió algo interesante. Parece ser que perdió a su hermano durante la Primera Guerra de Contacto.
El teniente sabía que existían más que unos cuantos turianos que seguían sintiéndose resentidos por el conflicto, especialmente aquellos que habían perdido a miembros de su familia. Y sospechaba que Saren no era de los que cargaba con el rencor, sino que lo alimentaba constantemente. Puede que comenzara como un deseo de vengar a su hermano, pero después de ocho años debía de haber crecido hasta convertirse en algo mucho más siniestro: un odio enconado y retorcido hacia toda la Humanidad.
Tenía tantas ganas de atrapar a los responsables de lo que había ocurrido en Sidón como pocas de trabajar con Saren en esta misión. Todo aquello hizo que le asaltara un mal presentimiento, igual que el que tuvo anteriormente cuando la Hastings respondió a la llamada de socorro de Sidón. Pero le habían dado unas órdenes y tenía la intención de cumplirlas.
El hecho de que el turiano llegara más de una hora tarde no le hizo sentirse mejor. Con el fin de intentar resolver sus diferencias, Anderson le había dejado escoger la hora y el lugar del encuentro. Había elegido el mediodía en un bar sucio y pequeño de un barrio venido a menos de las afueras de Hatre. La clase de local donde los clientes tenían por costumbre ignorar las conversaciones vecinas. Allí, nadie quería saber lo que los demás se llevaban entre manos.
De todos modos, no es que existiera el riesgo de que alguien fuera a oírles por casualidad. Aquella tarde el sitio estaba prácticamente desierto, motivo por el que probablemente el turiano había elegido esa hora del día. Tenía sentido, aunque mientras Anderson estaba sentado solo en una mesa de un rincón sorbiendo su bebida, no podía evitar sino preguntarse a qué clase de juego estaba jugando Saren.
¿Por qué no estaba allí? ¿Acaso era aquello alguna especie de trampa? ¿O quizá una estratagema para deshacerse de él mientras el espectro proseguía con la investigación?
Veinte minutos más tarde, cuando acababa de decidir marcharse, se abrió la puerta y el hombre al que había estado esperando la traspasó. Al entrar, el camarero y el otro único cliente del lugar aparte de Anderson le echaron un vistazo y apartaron la mirada mientras Saren atravesaba la habitación con paso rápido y furioso.
—Llegas tarde —dijo Anderson, mientras el turiano se sentaba. No esperaba una disculpa, pero sentía que, al menos, le debía una explicación.
—Estaba trabajando —fue su seca respuesta.
El turiano parecía ojeroso, como si no hubiera dormido en toda la noche. A primera hora de la tarde del día anterior, Anderson se había puesto en contacto con él, justo después de entregar a Kahlee al equipo de seguridad que debía ayudarla a salir de aquel mundo. Se preguntaba si Saren no habría estado trabajando sin parar en el caso desde entonces, intentando despachar el asunto antes de verse obligado a juntarse con un socio humano no deseado.
—Ahora estamos juntos en esto —le recordó Anderson.
—Recibí el mensaje del Consejo —respondió Saren con un tono cargado de menosprecio—. Tengo la intención de cumplir sus deseos.
—Me alegra oírlo —contestó Anderson fríamente—. La última vez que nos vimos creí que ibas a matarme. —No tenía ningún sentido guardarse nada; quería saber exactamente a qué atenerse con el espectro—. ¿Tengo que pasarme el resto de la misión mirando por encima del hombro?
—Nunca mato a nadie sin tener un motivo —le recordó Saren.
—Creí que siempre podías encontrar una razón para matar a alguien —replicó el teniente.
—Pero ahora tengo una muy buena razón para mantenerte con vida —le aseguró Saren—. Si mueres, la Alianza pedirá mi cabeza a gritos. Y puede que el Consejo se sintiera inclinado a concedérsela. Como mínimo revocarían mi estatus de espectro. Sinceramente, no me podría importar menos si vives o si mueres —continuó el espectro. Por su tono de voz, bien pudiera haber estado hablando del tiempo—. Pero no pretendo hacer nada que ponga en riesgo mi carrera.
A menos que estés seguro de que puedes salirte con la tuya, pensó Anderson. Y preguntó en voz alta:
—¿Tienes los archivos que os enviamos?
Saren asintió.
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo vamos a encontrar a Edan?
—Ya lo he encontrado —fue su engreída respuesta.
—¿Cómo? —preguntó Anderson sorprendido.
—Soy un espectro. Es mi trabajo.
Dándose cuenta de que no habría ninguna respuesta, Anderson dejó estar el asunto.
—¿Dónde está?
—En el búnker de una refinería de eezo —contestó Saren. Arrojó un juego de planos sobre la mesa—. Éstos son los esquemas.
Anderson estuvo a punto de preguntar de dónde los había sacado, pero se mordió la lengua. Por ley, todas las refinerías de eezo tenían que someterse a una inspección semestral. El diseño de cada planta debía estar disponible para los inspectores; echarles mano debía de haber sido una tarea fácil para alguien con la autoridad de un espectro.
—Reconocí el exterior —continuó Saren—. Está rodeado por un campamento de trabajo civil; la seguridad es mínima. Si esperamos hasta el anochecer, deberíamos poder entrar dentro del perímetro sin alertar a nadie.
—¿Y entonces qué? ¿Entramos furtivamente y matamos a Edan?
—Yo preferiría cogerle con vida para interrogarle.
Algo en la manera en que dijo interrogarle hizo que Anderson se estremeciera. Ya sabía que Saren tenía una vena cruel; no resultaba difícil suponer que en realidad disfrutaba torturando a prisioneros como parte de su trabajo.
El turiano debió de percatarse de su reacción.
—¿No te gusto, verdad?
No tenía sentido mentirle. De todos modos, Saren no le hubiera creído.
—No, no me gustas. Está claro que tú tampoco eres mi mayor admirador. Pero respeto lo que haces. Eres un espectro y creo que eres muy bueno en tu trabajo. Espero poder aprender algo de ti.
—Y yo espero que no me jodas la misión.
Anderson se negó a morder el anzuelo.
—Dijiste que deberíamos infiltrarnos en la refinería después del anochecer. ¿Qué hacemos hasta entonces?
—Necesito descansar —afirmó categóricamente el turiano, confirmando las sospechas de Anderson de que había estado despierto toda la noche—. La refinería está a unas dos horas de la ciudad. Si partimos dos horas antes de que se ponga el sol, llegaremos allí a medianoche. Eso debería darnos el tiempo necesario para entrar y salir antes de que salga el sol.
El turiano se levantó apartando la silla de la mesa; evidentemente, tenía la impresión de que la reunión había concluido.
—Reúnete conmigo aquí a las 16:00 —dijo, antes de darse la vuelta y alejarse.
Anderson esperó a que se marchara, lanzó unos créditos sobre la mesa para pagar la bebida, se levantó y se fue. En Camala se empleaba el uso estándar de veinte horas y ni siquiera eran las 12:00 todavía. De ningún modo pensaba pasarse las siguientes cuatro horas en aquel antro.
Además, no había hablado con la embajadora Goyle desde la mañana del día anterior. Ahora podría ser un buen momento para volver a contactar con ella y comprobar cómo estaba Kahlee. Exclusivamente por el bien de la misión, por supuesto.
—¿Teniente, esta línea es segura? —le preguntó la embajadora Goyle.
—Tan segura como la que podamos tener en un mundo batariano —le dijo Anderson.
Hablaba con ella a través de una videoconferencia a tiempo real. Aunque la comunicación a tiempo real entre una colonia del Margen y la Ciudadela era un proceso increíblemente caro y costoso, Anderson imaginaba que la Alianza podía permitírselo.
—Acabo de reunirme con Saren. Parece que está dispuesto a permitir que le siga.
Hubo un desfase de unas décimas de segundo mientras la señal se cifraba, se integraba en un paquete de máxima prioridad, se transmitía a una baliza de comunicaciones que orbitaba alrededor de Camala y posteriormente era retransmitida a través de la extranet al terminal de la embajadora en la Ciudadela antes de ser al fin descodificada. Apenas se notaba el retraso, aunque sí provocaba una ligera perturbación de la imagen de la embajadora en su monitor.
—¿Teniente, qué más le ha contado? —Había algo solemnemente serio en la expresión de la embajadora.
—¿Ocurre algo, señora?
No respondió enseguida, eligiendo sus palabras con cuidado.
—Como sabe, ayer enviamos a la Iwo Jima a recoger a Sanders. Cuando llegaron, el equipo de tierra estaba siendo atacado.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Anderson, sabiendo ya la respuesta.
—La Iwo Jima acudió en su ayuda, luego perdimos el contacto. Para cuando convencimos a las autoridades locales de que enviaran a un equipo de rescate al lugar, ya era demasiado tarde. Los marines enviados para acompañar a Sanders estaban todos muertos. La Iwo Jima había sido destruida. No sobrevivió nadie a bordo.
—¿Qué hay de la teniente Sanders? —preguntó, dándose cuenta de que la embajadora la había excluido de forma llamativa de la lista de bajas.
—Ninguna señal de ella. Creemos que puede haber sido capturada. Obviamente, sospechamos que Edan y el Dr. Qian están detrás del ataque.
—¿Cómo se enteraron de la recogida? —solicitó Anderson, enfadado.
—La petición de la autorización para el aterrizaje fuera de puertos fue introducida en el sistema principal del banco de datos de transportes de Hatre —le explicó la embajadora—. Alguien debió de ver la información allí y se la transmitió a Edan.
—¿Quién la filtró? —quiso saber, recordando los temores de Kahlee de que algún pez gordo de la Alianza pudiera estar trabajando con Qian.
—No hay manera de saberlo. Ni siquiera podemos estar seguros de que fuera deliberado. Podría haber sido un accidente. Un error.
—Con el debido respeto, señora, ambos sabemos que eso no es más que un montón de chorradas.
—Teniente, esto no cambia en nada su misión —le advirtió—. Aún tiene que encontrar a Qian.
—¿Y qué pasa con la teniente Sanders?
La embajadora suspiró.
—Creemos que sigue con vida. Con algo de suerte, si encuentra a Qian puede que también la encuentre a ella.
—¿Algo más, señora? —preguntó, algo más bruscamente de lo que pretendía. Seguía muy afectado por la noticia de que alguien había vuelto a traicionar a Kahlee. Y, aunque no sospechaba de la embajadora, había sido ella la que había hecho todos los preparativos para la recogida. No podía evitar culparla, al menos un poco, por haber permitido que aquello hubiera ocurrido.
—Saren va a evaluarle durante esta misión —le recordó la embajadora, reconduciéndole astutamente hacia sus verdaderas prioridades—. Si lo hace bien, habremos recorrido un largo camino en nuestros esfuerzos por demostrar al Consejo que la Humanidad merece tener a alguien entre las filas de los espectros. No debería decirle lo mucho que esto significaría para la Alianza —añadió.
—Entendido, embajadora —respondió, sumiso. Sabía que tenía razón; debía dejar sus sentimientos personales a un lado por el bien de la misión.
—Teniente, todos confiamos en usted —añadió antes de desconectarse—. No nos decepcione.
Saren no llegó tarde al segundo encuentro. De hecho, cuando Anderson llegó ya estaba allí, esperando en la misma mesa. Por la tarde, el bar estaba más concurrido, aunque seguía lejos de estar abarrotado.
El teniente caminó hacia el turiano y se sentó enfrente de él. No perdió el tiempo saludándole, sino que simplemente le soltó:
—Cuando estuviste reconociendo el escondite de Edan, ¿viste alguna señal de Kahlee Sanders?
—Ella ya no es un asunto mío —le dijo Saren—. Ni tuyo. Mantente concentrado en Edan y en Qian.
—Ésa no es una respuesta —insistió Anderson—. ¿La viste o no la viste?
—¡No pienso permitir que una vida humana se interponga en esta misión! —le advirtió Saren. Hubo algo en su tono que súbitamente esclareció la mente del teniente; se hizo la luz y de pronto comprendió.
—¡Fuiste tú quien filtró el punto de recogida! Así es como encontraste a Edan. Usaste a Kahlee como cebo, entonces seguiste a su gente hasta la refinería y la noche pasada fuiste a hacer un reconocimiento. ¡Por eso has llegado tarde esta mañana!
—¡Era la única manera! —le soltó Saren—. Hubiéramos tardado meses en encontrar a Edan. ¡Meses de los que no disponemos! No tengo por qué darte explicaciones. ¡Vi una oportunidad y la aproveché!
—¡Hijo de puta! —gritó Anderson, saltando por encima de la mesa para agarrarle por la garganta. Pero el turiano era demasiado rápido para él. Dio un salto hacia atrás, lejos del alcance de Anderson, y entonces brincó de nuevo hacia delante, cogiendo los brazos extendidos de Anderson por las muñecas y tirando de ellos para desequilibrarle.
Mientras el teniente caía hacia delante, Saren le soltó una muñeca y retorció con fuerza la otra, doblando el brazo de Anderson hacia arriba por detrás de su espalda. El turiano aprovechó el propio impulso del humano en su dirección para lanzarlo contra el suelo. Todavía con el brazo de Anderson doblado tras la espalda, el turiano dejó caer la rodilla entre los hombros del teniente, clavándolo en el suelo.
Anderson forcejeó durante unos segundos, pero no pudo liberarse. Sintió cómo Saren ejercía presión sobre su brazo y se quedó quieto antes de que el turiano decidiera rompérselo. Al comenzar la pelea, el resto de la gente del bar saltó de sus asientos pero, una vez que vieron que el humano estaba realmente indefenso, se sentaron otra vez y continuaron bebiendo.
—Esto es lo que significa ser un espectro —susurró Saren, aún encima de él. Se había inclinado tan cerca de él que Anderson sintió su cálida respiración en la oreja y la nuca—. Sacrificar una vida por el bien de millones de ellas. La investigación de Qian es una amenaza para todas las especies del espacio de la Ciudadela. Vi la ocasión de detenerle a cambio de unas cuantas decenas de vidas. La aritmética es simple, humano… aunque poca gente sea capaz de calcular correctamente.
—Ya lo entiendo —dijo Anderson, intentando mantener la voz calmada—. Así que deja que me ponga en pie.
—Vuelve a intentarlo y te mato —le advirtió el espectro antes de soltarle. Anderson no tuvo ninguna duda de que iba en serio. Además, luchando contra Saren en este bar no conseguiría nada. Si realmente quería ayudar a Kahlee, debía ser listo en lugar de impulsivo.
Se puso en pie y clavó su mirada sobre el turiano durante un largo instante. A pesar de haber acabado inmovilizado, lo único que le dolía era el orgullo. Anderson se sacudió y se sentó de nuevo a la mesa. Al comprender que el humano intentaba contener su rabia, el turiano se sentó junto a él.
—No encontraron el cuerpo de Kahlee en la escena —dijo Anderson, continuando con la conversación donde la habían dejado. Necesitaba que se le ocurriera algún plan para ayudar a Kahlee, aunque no supiera siquiera dónde la tenían presa. Por mucha rabia que le diera, necesitaba que el turiano estuviera otra vez de su parte—. ¿Estabas allí? ¿Viste lo que ocurrió?
—Vuestro equipo de tierra fue atacado por Skarr y los mercenarios de los Soles Azules —le contó Saren—. Cuando perdieron toda esperanza, vuestros soldados intentaron rendirse, pero los Soles Azules les abatieron a tiros.
—¿Y qué hay de Kahlee? ¿Sigue con vida?
—Lo estaba —reconoció Saren—. La metieron dentro de la refinería. Supongo que deben de necesitarla por algún motivo.
—Sí, pero si saben que estamos yendo hacia allí, puede que la maten —dijo Anderson.
—Eso no significa nada para mí.
El teniente tuvo que hacer acopio de toda su disciplina militar para abstenerse de atacarle de nuevo, aunque, de algún modo, consiguió quedarse en su sitio.
—Significa algo para mí —replicó, esforzándose por mantener la voz imperturbable—. Quiero hacer un trato contigo.
El turiano se encogió de hombros, un gesto universal de indiferencia.
—¿Qué clase de trato?
—Tú no quieres que esté aquí. Sólo estás haciendo esto por orden del Consejo. Llévame al escondrijo de Edan, dame la oportunidad de rescatar a Kahlee y prometo no estorbarte durante el resto de la misión.
—¿A qué te refieres con «la oportunidad de rescatar a Kahlee»? —preguntó el turiano con recelo.
—Si se enteran de que les hemos encontrado, probablemente la maten. Así que, cuando lleguemos a la refinería, déjame entrar a mí primero. Dame treinta minutos para encontrar a Kahlee antes de entrar a por Edan y Qian.
—¿Qué pasa si alguien te ve? —preguntó el turiano—. En la refinería hay seguridad. Por no mencionar a los mercenarios de Edan. Haz saltar las alarmas y los pondrás a todos en guardia. Eso hará mi trabajo más difícil.
—No —arguyó Anderson—. Eso hará tu trabajo más fácil. Seré una distracción; te los quitaré de encima. Estarán tan preocupados por mí que ni siquiera se darán cuenta de que estás entrando a hurtadillas por el otro lado.
—Si te metes en problemas, no acudiré en tu ayuda —le advirtió Saren.
—No esperaba que lo hicieras.
Saren consideró la oferta durante un minuto entero antes de asentir con la cabeza en señal de acuerdo.
—Treinta minutos. Ni un segundo más.