DIECIOCHO

—Casi hemos llegado, teniente Sanders —le dijo el conductor, gritando para que pudiera oírle por encima del ruido del motor del TBP (transporte blindado de personal) de seis ruedas mientras iba dando tumbos por la compacta arena del desierto en las afueras de Hatre—. Sólo quedan unos kilómetros más hasta el lugar de reunión.

Además del conductor, otros cinco marines de la Alianza viajaban con ella en el TBP; una cuadrilla de seguridad reunida en el último instante para protegerla hasta que abandonara aquel mundo. Ella y el conductor se sentaban delante y el resto del equipo se amontonaba en la parte trasera. Cuatro de los marines ya estaban en Camala cuando llegaron las órdenes, los otros dos habían llegado de Elysium la noche anterior en respuesta a las instrucciones dadas por el cuartel general de la Alianza.

El vehículo era batariano, las autoridades locales se lo habían prestado a la Alianza a «petición» del Consejo. Todo formaba parte del trato que la embajadora había acordado para sacarla a salvo de Camala y llevarla de vuelta a territorio de la Alianza.

El motor zumbaba al subir por una de las inmensas dunas de arena que se extendían a lo largo del paisaje, más allá del horizonte, hacia el sol poniente. En veinte minutos habría oscurecido, aunque, para entonces, ya estaría a bordo de la fragata de la Alianza que iba a recogerla.

—Me sorprende que los batarianos hayan accedido —volvió a gritar el conductor, dando conversación—. No suelen autorizar aterrizajes fuera de los puertos espaciales. Especialmente de naves de la Alianza.

Comprendía su curiosidad. Sabía que algo importante estaba sucediendo, aunque sus órdenes eran simplemente conducirla hasta el punto de recogida. No tenía modo de conocer su conexión con Sidón y nadie le había contado de los turbios tratos internos que la embajadora Goyle debió hacer con el Consejo para que esto ocurriera. Kahlee permaneció en silencio: estaba completamente segura de no tener ninguna intención de contarle los pormenores.

Se preguntaba a cuánto habría renunciado la Alianza a cambió de aquella concesión. ¿Qué clase de acuerdo habían cerrado? Probablemente Anderson tuviera alguna idea, pero apenas había intercambiado una docena de palabras con ella en los dos días que estuvo alojada en aquella habitación de hotel.

No se lo reprochaba. Él había confiado en ella y, al menos desde su punto de vista, ella le había utilizado. Kahlee sabía demasiado bien lo profundas que podían ser las heridas fruto de la traición. Y ahora se la estaban llevando a algún lugar desconocido para protegerla, mientras Anderson se quedaba atrás, en Camala, para intentar dar con el Dr. Qian.

Durante un buen rato pensó que intentaría contactar con él una vez que todo esto hubiera acabado. Al principio se había sentido atraída hacia él por necesidad: estaba sola y asustada y necesitaba a alguien a quien aferrarse aparte de un padre rudo y difícil a quien apenas conocía. Pero a pesar de que sólo habían estado juntos unos días, tuvo la sensación de que existía la posibilidad de que hubieran podido ser algo más que simples amigos.

Por desgracia dudaba que ahora quisiera tener algo que ver con ella. No después del daño que le había hecho. Darse cuenta de que probablemente no volvería a verle nunca más le afectó más de lo que hubiera imaginado.

—¡Espere, señora! —gritó de repente el conductor, sobresaltándola y apartándola de sus sensibleros pensamientos, mientras volteaba el volante y viraba bruscamente desviándose del rumbo, a punto de volcar el vehículo con la maniobra—. ¡Tenemos compañía!

Desde su posición elevada sobre una afloración rocosa a varios kilómetros de distancia, Saren apenas podía distinguir, contra la deslumbrante luz del sol poniente, la silueta del TBP que llevaba a la teniente Kahlee Sanders.

El día anterior, al recibir del Consejo de la Ciudadela la puesta al día de la misión, pasó por todo un abanico de emociones. Comenzó sintiendo indignación. ¡Le ordenaban que trabajara con un humano! Y todo porque el Consejo sentía que era necesario recompensar a la Alianza por compartir información sobre la investigación de Sidón. ¡Información que Saren ya había logrado averiguar por cuenta propia!

Sabía que Edan Had’dah estaba tras el ataque. Pero, por haber ocultado esa información al Consejo, ahora tenía que hacer ver que estaba agradecido con la Alianza por entregársela a él. Ahora debía permitir que un humano trabajara con él hasta completar la misión. Y no un humano cualquiera, sino el detestable teniente Anderson, que no dejaba de inmiscuirse en su investigación.

Pero al continuar leyendo la actualización, su rabia dio paso a la curiosidad. Estaba al tanto de la participación de los batarianos, aunque no de la extraordinaria tecnología alienígena a la que se hacía referencia en los archivos recuperados en Sidón. Aunque había pocos detalles, el artefacto parecía ser una reliquia que se remontaba hasta los días de la extinción proteana.

A Saren siempre le había intrigado la súbita e inexplicada desaparición de los proteanos. ¿Qué clase de inimaginable serie de acontecimientos o qué tipo de suceso catastrófico pudo provocar que un imperio que se había extendido por toda la galaxia conocida desapareciera en menos de un siglo? Prácticamente todos los rastros de los proteanos habían sido destruidos; sólo los repetidores de masa y la Ciudadela habían sobrevivido: el perdurable legado de los que una vez fueron grandes.

Se habían propuesto cientos de explicaciones, sin embargo éstas no eran más que teorías y especulación. La verdad sobre la extinción proteana seguía siendo un misterio… y aquella antigua tecnología alienígena podía ser una de las claves para desenmarañarla. Por lo que pudo reconstruir gracias a las notas de investigación de Qian, Saren sospechaba que habían encontrado alguna clase de nave o de estación espacial orbital con capacidades de IA para autocontrolar e incluso reparar sus sistemas vitales sin la necesidad de vigilantes como los guardianes de la Ciudadela.

Escarbando con mayor profundidad, parecía que el doctor creía que el descubrimiento sería usado un día para forjar una alianza con los geth… o puede que incluso para dominarlos. Las repercusiones eran asombrosas: un gigantesco ejército de sintéticos, billones de soldados cuya lealtad absoluta podría garantizarse si de algún modo uno llegaba a comprender e influenciar sus procesos de pensamiento IA.

Entonces, a medida que avanzaba aún más en la lectura, su curiosidad se transformó en una satisfacción fría y calculadora. Una vez se enteró del nombre de su presa, la parte más dura de su misión sería localizar a Edan. Probablemente debía de estar agazapado como un insecto, escondido en algún búnker subterráneo bajo alguna de las innumerables refinerías diseminadas a lo largo de miles de kilómetros cuadrados de roca y arena. Encontrarlo iba a ser un proceso lento, largo y agotador.

O lo hubiera sido de no haber recibido del Consejo la puesta al día de la misión, incluida en la transmisión donde se explicaban los detalles para evacuar a la teniente Sanders de aquel mundo. Saren sabía que Skarr seguía en Camala; no había recibido informes que indicaran que el gran krogan hubiera sido visto en los puertos espaciales. Probablemente se escondía junto a Edan.

Y éste había contratado a Skarr para asesinar a la joven. Saren conocía la cultura batariana suficientemente bien para comprender que Edan no querría quedar mal contratando a alguien que fallara en la tarea asignada. Si se presentaba la oportunidad, enviaría de nuevo a Skarr tras Sanders.

Saren había hecho lo posible para asegurarse de que se presentara la ocasión. Sabía que Edan tenía espías por todo Camala a todos los niveles del gobierno, especialmente en los puertos espaciales. Lo único que hizo fue cerciorase de que la petición del Consejo para un aterrizaje imprevisto en el desierto de la Alianza fuera anotada en los registros oficiales del gobierno.

Seguro que la insólita petición atraería la atención de alguien. Inevitablemente, a través de la cadena de lacayos y secuaces, se acabaría informando al propio Edan, y Saren estaba seguro de que el batariano era lo bastante listo para imaginarse a quién iba a recoger la Alianza.

El único defecto del plan era que resultaba casi demasiado obvio. Si Edan sospechaba que era una trampa, no enviaría a nadie en respuesta al mensaje.

Saren, que seguía observando al TBP conducido por la Alianza a través de unos binoculares de largo alcance, vio cómo el vehículo daba un brusco viraje y casi derrapaba mientras el conductor iniciaba una maniobra evasiva. Escudriñando las dunas cercanas, captó los rastros de arena de cuatro vehículos más que se acercaban; unos todoterrenos rápidos y pequeños con armas montadas que convergían de todos los lados sobre el TBP, que era más lento.

Edan había picado el anzuelo.

—¡Maldita sea! —gritó uno de los marines desde la parte trasera mientras un proyectil lanzado desde uno de los todoterrenos que les perseguían explotaba lo bastante cerca para sacudir la suspensión del TBP.

El conductor conducía frenéticamente, haciendo lo posible por esquivar los proyectiles que el enemigo les estaba lanzando, mientras daba tumbos con el TBP, sin orden ni concierto, sobre las dunas y las hondonadas para evitar que los otros vehículos pudieran fijar su posición. Haciendo honor a su nombre, el TBP estaba fuertemente blindado. No obstante, no era más que un vehículo de transporte; no estaba pensado para el combate. No tenían armas montadas y el grueso revestimiento de la carrocería y del chasis estaba destinado a proteger a los ocupantes del fuego de los francotiradores y de las minas de tierra. Contra las armas antitanque como aquellas, que iban montadas sobre los todoterrenos perseguidores lo único para lo que servía el blindaje era para retardarlas. En la parte trasera, uno de los marines gritaba por la radio, intentando alertar a la fragata que llegaba de su situación.

¡Mayday! ¡Mayday! Nos están disparando. ¡La zona de aterrizaje es peligrosa!

—¡Tenemos al menos a cuatro de esos cabrones en cola! —el conductor gritó hacia atrás, mientras el vehículo botaba y daba bandazos sobre un afloramiento de rocas pequeñas y cantos rodados.

—¡Cuatro todoterrenos enemigos sobre el terreno! —gritó el operador de radio—. ¿Iwo Jima, me reciben?

—Aquí la Iwo Jima —crujió una voz en respuesta—. Les recibimos, equipo de tierra. Seguimos a catorce minutos de distancia. ¡Resistan!

El operador de radio golpeó con frustración el costado del vehículo blindado con el puño. ¡No aguantarían tanto!

—¡Tienes que dejarles atrás! —chilló otro de ellos hacia la parte delantera.

—¿Y qué coño crees que estoy haciendo? —le espetó el conductor.

Volaron sobre la cima de otra duna mientras un proyectil estallaba justo detrás de ellos, impeliendo al vehículo por el aire diez metros enteros antes de que éste se estrellara pesadamente contra la arena. Los amortiguadores de choque absorbieron la mayor parte del golpe, y, a pesar de que Kahlee llevaba puesto el cinturón de seguridad, se golpeó la cabeza contra el techo debido a la fuerza del aterrizaje. El impacto hizo que se mordiera la lengua con los dientes con la suficiente fuerza para notar el sabor de su sangre.

A los hombres de la parte trasera les fue mucho peor. Apiñados en el vehículo, ninguno de ellos llevaba puesto el cinturón de seguridad. Fueron despedidos de sus asientos, se estrellaron contra el techo y cayeron de vuelta al suelo, hechos un amasijo de codos, rodillas y cráneos que chocaban entre sí. A sus gritos de sorpresa y gruñidos de dolor le siguió una retahíla de insultos dirigidos al conductor.

Éste les ignoró, murmurando en su lugar: —Son demasiado rápidos. Nunca les dejaremos atrás —aunque Kahlee no estaba segura de si estaba hablando con ella o para sí. Tenía los ojos abiertos y desorbitados, y ella se preguntaba cuánto tiempo podría aguantar la situación.

—Lo estás haciendo muy bien —le aseguró Kahlee—. Mantennos con vida unos minutos más. ¡Puedes hacerlo!

El conductor no respondió sino que se encorvó hacia delante, acercándose más al volante. Sin previo aviso, cambió de dirección con un difícil giro de ciento ochenta grados, esperando sorprender al enemigo con la desesperada y errática maniobra. El ímpetu del TBP le hizo perder el control de la tracción y estuvo a punto de hacer que volcaran. Durante una fracción de segundo, el vehículo se balanceó peligrosamente hasta quedar suspendido en equilibrio sobre las ruedas de un costado antes de precipitarse de nuevo contra el suelo con otra fuerte sacudida.

Con las seis ruedas de nuevo sobre tierra, el conductor pisó a fondo el acelerador y volvieron a salir disparados, levantando tras ellos una nube de polvo, arena y guijarros. Desde su asiento en la parte delantera, Kahlee podía ver ahora al enemigo con claridad. Dos de los vehículos se desplegaban a lo ancho e intentaban superarles para cortarles el paso. Los otros dos en un principio se habían quedado detrás de ellos mientras les disparaban desde los cañones montados y ganaban constantemente terreno sobre su presa. Sin embargo, con el súbito cambio de dirección, los soldados de la Alianza se encaminaban ahora directamente hacia sus antiguos perseguidores.

—¿Habéis jugado alguna vez al juego de la gallina, cabrones? —gritó el conductor, sin levantar el pie del acelerador mientras conducía el TBP, lento aunque mucho más pesado, de frente hacia uno de los todoterrenos de blindaje ligero.

Kahlee, atada con seguridad a su asiento, no tuvo ocasión de impedir lo que estaba a punto de ocurrir. En un instante desapareció la distancia que había entre ambos vehículos y lo único que pudo hacer fue prepararse para el impacto. En el último segundo, el pequeño todoterreno intentó desviarse aunque lo hizo demasiado tarde y la colisión fue inevitable. El morro romo del TBP chocó contra el costado derecho de la parte delantera del todoterreno que venía en dirección contraria mientras éste último intentaba esquivar la colisión; un golpe oblicuo en lugar de un impacto directo. Pero a una velocidad combinada de casi doscientos kilómetros por hora, un golpe oblicuo fue más que suficiente.

El todoterreno enemigo prácticamente se desintegró. La fuerza del impacto reventó el bastidor. Los ejes se partieron y los neumáticos salieron volando. Las puertas se rompieron. Unos fragmentos de metal imposibles de reconocer se quebraron en mil pedazos y salieron volando, dando botes por la arena. El depósito de combustible reventó, saltaron chispas y explotó, engullendo lo que quedaba de la carrocería del todoterreno en llamas y reduciéndolo a escoria fundida. El conductor, que había muerto durante los primeros instantes de la colisión, fue consumido por una gran bola de fuego que dio vueltas hasta detenerse, al fin, unos centenares de metros después.

El resto de los ocupantes salieron despedidos por el impacto y sus cuerpos dieron vueltas y saltos a más de cien kilómetros por hora. Se rompieron las extremidades, que quedaron hechas añicos; se partieron los cuellos en dos y las espinas dorsales y sus cráneos cedieron. Enormes pedazos de carne se desgarraron de los huesos de los cadáveres mientras éstos resbalaban sobre los afilados guijarros y la abrasadora arena.

El TBP —más robusto— se mantuvo entero tras el impacto, aunque todo el morro se abolló como un acordeón. Al esquivar al todoterreno enemigo, dio vueltas de campana y rodó media docena de veces antes de quedar parado boca abajo. Kahlee estaba apenas consciente. Aturdida por el impacto y desorientada por la sangre que se le agolpaba en la cabeza, notó cómo alguien buscaba a tientas su cinturón de seguridad.

Instintivamente, intentó quitárselo de encima y entonces oyó una voz humana gritándole que se calmara.

Intentó concentrarse. El vehículo había dejado de moverse, pero su mundo continuaba dando vueltas. El conductor seguía a su lado con el cinturón puesto. El volante se había desprendido y el puntiagudo extremo de la barra de dirección se había quedado clavado en su pecho, atravesándolo. Sus ojos muertos estaban completamente abiertos; las vidriosas pupilas se habían congelado en una mirada que parecía dirigida acusadoramente hacia ella.

Se dio cuenta de que debía de haber perdido el conocimiento durante unos segundos. Uno de los marines que iban sentados en la parte trasera estaba ahora fuera del vehículo, alargando la mano por la ventanilla reventada para intentar desabrochar el cinturón de seguridad. Dejó de forcejear con él y, en su lugar, extendió las manos, apretándolas firmemente contra el techo invertido para no caer y darse en la cabeza en el momento en que quedara desatada.

Un segundo después, se desprendió la hebilla. Aunque evitó golpearse la cabeza contra el suelo, al caer se dio un fuerte golpe en una de las rodillas contra el salpicadero aplastado. Unas manos fuertes la agarraron de los brazos y tiraron de ella, liberándola por el boquete que antes estaba cubierto por vidrio templado.

Ahora que estaba de pie, el exceso de sangre le bajó de la cabeza, dejando que su mundo volviera a centrarse poco a poco. Milagrosamente, todos los marines de la parte trasera del TBP habían sobrevivido. Kahlee y los cinco estaban ahora apiñados a la sombra del vehículo volcado, usándolo temporalmente como cobertura.

Podía oír el ruido de los disparos. No era el pesado bum-bum-bum de las armas antitanque, sino más bien un agudo pam-pam-pam que identificó como ráfagas de un rifle de asalto. Podía oír el sonido metálico de las balas rebotando en la placa blindada del todoterreno que les ocultaba a la vista del enemigo.

Kahlee ni siquiera llevaba una pistola con ella, pero los marines habían recuperado sus armas tras la colisión. Desgraciadamente, éstos estaban inmovilizados por el flujo constante de ráfagas enemigas y no pudieron usarlas. Dada la constante barrera de balas enemigas, exponerse incluso durante una fracción de segundo para intentar responder al fuego suponía un riesgo demasiado alto.

—¿Por qué no están usando los cañones? —gritó Kahlee, su voz casi ahogada por los sonidos de la batalla.

—Deben de querer capturarnos con vida —respondió uno de los marines, echándole una mirada que daba a entender claramente que todos sabían que al enemigo sólo le importaba la supervivencia de una persona en concreto.

—¡Están intentando flanquearnos! —gritó otro marine mientras señalaba al horizonte.

Uno de los todoterrenos se había alejado en la distancia a toda prisa, tan lejos que apenas era visible. Estaba describiendo vueltas en círculo tras ellos en un amplio y continuo arco, mucho más allá del alcance de las armas automáticas de los marines.

Un rugido ensordecedor proveniente de lo alto desvió la atención de Kahlee del todoterreno; era el inequívoco sonido de los motores del núcleo de propulsión de una nave espacial abrasando la atmósfera. Al dirigir la atención hacia arriba, vio una pequeña nave que descendía en picado por el cielo.

—¡Es la Iwo Jima! —gritó uno de los marines.

Moviéndose con velocidad, la nave se precipitó directamente sobre el todoterreno solitario que intentaba flanquearles. A menos de cincuenta metros de tierra subió bruscamente y abrió fuego. Un solo disparo bien fijado de los láseres de defensa GARDIAN convirtió el todoterreno en chatarra metálica.

La Iwo Jima se inclinó y cambió de rumbo. Su trayectoria le llevó directamente hacia los dos todoterrenos que quedaban mientras los marines se dejaban ir con vítores espontáneos y triunfantes. ¡Había llegado la caballería!

Skarr había visto cómo se acercaba la fragata mucho antes de que ésta disparara la descarga que eliminó al primer todoterreno de los Soles Azules. Su llegada, a pesar de ser un inconveniente, era un suceso previsto.

Moviéndose con determinación despierta aunque tranquila, salió de su todoterreno y comenzó a gritar órdenes. Siguiendo sus instrucciones, los mercenarios descargaron y montaron rápidamente un cañón portátil de aceleración de masa que habían guardado en la parte trasera del vehículo.

Mientras la fragata de la Alianza disparaba sus láseres sobre los indefensos todoterrenos, Skarr activó el arma y cargó un paquete de munición lleno de cientos de pequeños cartuchos de explosivos. Cuando la fragata se encauzó hacia ellos describiendo un amplio y largo arco, ajustó el objetivo y aseguró el blanco. Y, al oír los vítores de los marines que se escondían detrás del TBP volcado, disparó.

Los sistemas de láser GARDIAN de la Iwo Jima, programados para apuntar y destruir misiles enemigos, acabaron superados por la gran cantidad de proyectiles de hipervelocidad disparados a bocajarro. Normalmente, los proyectiles mortales hubieran rebotado en las barreras cinéticas de la nave sin causar daños. Pero, a fin de que una nave espacial pudiera aterrizar sobre la superficie de un planeta y recoger a un grupo de evacuados, las barreras tenían que desconectarse. Tal y como Skarr había sospechado, la Iwo Jima aún no había tenido tiempo de reactivarlas.

Centenares de proyectiles diminutos impactaron en la parte exterior de la nave y, al estallar, atravesaron el casco con agujeros del tamaño de un puño. La repentina tormenta de metralla ardiente que rebotó por el interior de la nave hizo trizas al personal de a bordo. La Iwo Jima viró fuera de control y se estrelló contra la tierra, desintegrándose en una abrasadora explosión. Enormes pedazos de metralla se precipitaron por todas partes desde el cielo, haciendo que los mercenarios corrieran a toda prisa y se lanzaran de cabeza en busca de cobertura. Skarr hizo caso omiso de los pedazos fundidos de metal, en lugar de eso, se colgó el rifle de asalto de un hombro y avanzó hacia el TBP volcado.

Se dirigió directamente hacia el vehículo, sabiendo que los soldados de la Alianza que estaban al otro lado no podrían verle venir. El vehículo que les proporcionaba cobertura también les ocultaba la vista de lo que tenían justo enfrente.

Mientras se aproximaba al TBP, los mercenarios que iban tras él se dividieron a los lados y triangularon sus posiciones para poder seguir disparando alrededor de Skarr. Mantenían un flujo constante de ráfagas letales de alta velocidad centradas sobre el vehículo, haciendo que los marines que estaban tras éste, permanecieran inmovilizados.

Ignorando el fuego continuo, el krogan se detuvo a menos de diez metros de distancia del TBP. Empezó a concentrar sus habilidades bióticas y se le tensaron todos los músculos del rostro. La reacción desencadenó una respuesta biorretroactiva en los módulos quirúrgicamente implantados por todo su sistema nervioso. Comenzó a acumular energía oscura, capturándola del mismo modo en que un agujero negro atrapa la luz. Tardó casi diez segundos enteros para alcanzar la máxima potencia. Entonces impulsó un puño hacia delante y la arrojó sobre el objetivo.

El TBP salió despedido por el aire y sobrevoló las cabezas de los atónitos marines de la Alianza para acabar aterrizando una docena de metros por detrás de ellos. La inesperada maniobra les cogió desprevenidos, sorprendidos por completo y totalmente expuestos. No había nada en su adiestramiento que les hubiera preparado para esto. Sin saber cómo actuar, simplemente se quedaron paralizados: un pequeño grupo apiñándose agazapado en la arena.

Les hubieran abatido a tiros de no haber sido por el hecho de que el enemigo estaba tan sorprendido como ellos. Los mercenarios, que habían dejado de disparar, observaban completamente estupefactos cómo el krogan biótico apartaba sin más el TBP de cuatro toneladas de su camino.

—¡Tirad las armas! —gruñó el krogan.

Los marines obedecieron; sabían que la batalla estaba perdida. Se pusieron en pie lentamente y levantaron las manos sobre las cabezas, dejando caer sus rifles de asalto a tierra. Kahlee hizo igual; sabía que no le quedaba otra opción.

El krogan dio un paso adelante y la agarró del brazo, apretándole tan fuerte que dejó escapar un grito de dolor. Uno de los marines hizo ademán de moverse para ayudarla, entonces se retiró. Kahlee se alegró de que lo hiciera: él no podía ayudarla; no tenía ningún sentido hacer que le mataran.

Mientras los mercenarios seguían apuntando a los prisioneros con sus armas, Skarr llevó a Kahlee medio a rastras hacia uno de los vehículos. La lanzó en la parte trasera y se subió a su lado.

—Matadles —les dijo a sus hombres, apuntando con la cabeza en dirección a los marines de la Alianza.

Las estridentes réplicas de los disparos ahogaron los gritos de Kahlee.

A través de sus binoculares, Saren observó cómo toda la escena se desplegaba sin moverse de la posición que había elegido con tanto esmero. Le sorprendió que Skarr no matara a Sanders y que en cambio se la llevara como prisionera. Evidentemente, su relación con todo este asunto era mayor de la que había creído en un principio. Aunque, en realidad, aquello no cambiaba nada.

Los mercenarios se subieron a sus vehículos y arrancaron hacia el crepúsculo, conectando las luces para que les guiaran por la oscuridad.

Saren saltó de su posición elevada y corrió hacia el pequeño todoterreno de reconocimiento que había aparcado allí cerca. El vehículo había sido especialmente modificado para las misiones furtivas de noche: los faros estaban cubiertos por unas pantallas atenuantes que dispersaban la iluminación y la desviaban hacia el suelo, produciendo un tenue resplandor que era suficiente para conducir pero que apenas era visible a más de un kilómetro de distancia.

En contraste, los haces de alta potencia de los otros vehículos resplandecían como faros en la oscuridad de la noche del desierto. Podría reconocerlos fácilmente a una distancia de hasta diez kilómetros.

Todo lo que debía hacer era seguirlos y le conducirían exactamente a dondequiera que Edan estuviese escondido.