DIECISÉIS

Mientras informaba sobre los detalles de la última noticia principal, la voz de la mujer del vídeo-noticiario no vaciló ni cambió de tono.

—Además de la multa, la Alianza ha consentido en aceptar voluntariamente numerosas sanciones comerciales como castigo por haber violado las convenciones de la Ciudadela. La mayor parte de estas sanciones afectarán a los ámbitos de las manufacturas de núcleos de propulsión y de producción del elemento cero. Un economista ha advertido de que los precios en la Tierra podrían subir hasta un veinte por ciento durante los próximos…

Anderson apagó el vídeo con el mando a distancia.

—Creí que sería peor —dijo Kahlee.

—Goyle es una negociadora dura —explicó Anderson—. Aunque sigo pensando que hemos tenido suerte.

Ambos estaban sentados al borde de una cama en una habitación de hotel en Hatre. De hecho, era Anderson quien había reservado la habitación a cuenta de la Alianza como parte de la investigación. No obstante, compartir una habitación individual no era más que una necesidad derivada de su situación: seguía sin haber mencionado a Kahlee a nadie del cuartel general de la Alianza y, de haber pedido otra suite o incluso una habitación doble, hubiera levantado sospechas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Kahlee—. ¿Cuál será nuestro siguiente paso?

Anderson se encogió de hombros.

—La verdad es que no lo sé. Oficialmente esto se ha convertido en un asunto de espectros, aunque siguen quedando demasiados cabos sueltos para que la Alianza abandone.

—¿Cabos sueltos?

—Tú, por ejemplo. Seguimos sin tener una verdadera prueba que demuestre que no eres una traidora. Necesitamos algo que limpie tu nombre. Y seguimos sin saber quién es el verdadero traidor o dónde se han llevado al Dr. Qian.

—¿Llevarse al Dr. Qian? ¿Qué quieres decir?

—La embajadora está convencida de que Qian sigue con vida y de que le mantienen preso en algún lugar —explicó Anderson—. Cree que él es el auténtico motivo por el que atacaron la base. Según ella, alguien necesitaba de sus conocimientos y habilidades, y estaban dispuestos a matar para hacerse con ellos.

—Eso es una locura —insistió Kahlee—. ¿Y qué pasa con la tecnología alienígena que encontró? ¡Ése es el verdadero motivo del ataque!

—Nadie está al tanto de eso todavía —le recordó el teniente—. Sólo nosotros dos.

—Imaginé que se lo harías saber —dijo, dejando caer la mirada.

—Yo no haría algo así sin contártelo antes —le aseguro Anderson—. Si les proporcionara esa clase de información, querrían saber de dónde la obtuve. Tendría que hablarles de ti. No creo que queramos hacer eso todavía.

—Estás cuidándome de verdad —susurró ella.

Hubo algo extraño en su reacción subyugada, como si se sintiera avergonzada o abochornada.

—¿Kahlee? ¿Qué sucede?

La joven se levantó de la cama y caminó hacia el otro extremo de la habitación. Se detuvo, respiró profundamente y entonces se volvió para darle la cara.

—Tengo que explicarte una cosa —dijo en un tono sombrío—. He estado pensando mucho en ello. Desde que me hablaste de tu encuentro con Saren, allá en Dah’tan.

Anderson permaneció en silencio pero movió la cabeza para indicarle que continuara.

—Cuando te vi por primera vez en casa de mi padre, no me inspiraste confianza. Incluso después de que te pelearas con aquel krogan no pude estar segura de si lo hacías para conseguir que te explicara lo que sabía sobre Sidón.

Anderson estuvo a punto de abrir la boca para decirle que podía confiar en él, pero cambió de opinión. Mejor dejar que fuera ella quien terminara la historia.

—Y entonces fuimos a Dah’tan y te encontraste con Saren y… Sé lo que ocurrió allí, David. Incluso lo que no me contaste.

—¿De qué estás hablando? —protestó—. Te conté todo lo ocurrido.

Ella agitó la cabeza.

—No todo. Dijiste que Saren pensó en matarte y que entonces cambió de idea sólo porque tuvo miedo de que hubiera testigos. ¿Pero nunca te molestaste en contarle que habías venido con alguien más, no?

—No tuve por qué hacerlo. Él mismo se lo imaginó.

—¡Pero si no se lo hubiera imaginado, te habría matado! Pusiste tu propia vida en peligro en lugar de contarle al espectro que yo estaba por allí.

—Estás viendo más de lo que hay en esto —respondió Anderson, poniéndose incómodo—. No pensé en decir nada hasta que se marchó.

—Teniente, es usted un pésimo mentiroso —dijo con una débil sonrisa—. Probablemente porque es buena persona.

—Y tú también —le aseguró.

—No —respondió negando con la cabeza—. En realidad no. No soy una buena persona, razón por la que debo de ser tan buena mentirosa.

—¿Has estado mintiéndome? —podía oír en su mente la advertencia que Saren le hizo durante su enfrentamiento fuera de las ruinas de Dah’tan. Te está mintiendo. Sabe mucho más sobre el tema de lo que te ha contado.

—Sé quién es el traidor de Sidón. Tengo pruebas. Y sé cómo podemos averiguar con quién trabaja.

Anderson se sintió como si alguien le abofeteara. No sabía qué le dolía más: si el hecho de que Kahlee le hubiera engañado o el hecho de que Saren se hubiera percatado de ello mucho antes de que él lo sospechara siquiera.

—Por favor —dijo, leyendo su expresión de dolor—. Tienes que comprenderlo.

—Sí, ya lo comprendo —respondió con suavidad—. Sólo estabas siendo inteligente.

Cuidadosa. Y yo fui demasiado ciego y estúpido para ver lo que estaba sucediendo.

El divorcio debió de perjudicarle más de lo que creía. Había estado tan sólo y tan desesperado que se había imaginado que había una relación especial entre él y Sanders, cuando lo único que en verdad tenían en común era una conexión con un ataque a una base de la Alianza. Sacrificarlo todo por ser mejor soldado le había costado el matrimonio. Ahora que su divorcio había concluido, había dejado que sus sentimientos personales interfirieran en una misión militar. Cynthia se hubiera reído por la ironía.

—Iba a decírtelo —insistió Kahlee—. La primera noche, después de que nos salvaras del krogan. Grissom me advirtió que no lo hiciera.

—Pero a él sí que se lo dijiste.

—¡Es mi padre!

Un hombre a quien apenas conoces, pensó Anderson, aunque no dijo nada en voz alta. Lógicamente, comprendía por qué lo había hecho, aunque eso no hizo que se sintiera menos herido. Le había utilizado. Había estado jugando con él durante toda la investigación, dándole fragmentos de información para mantenerle distraído y que no se diera cuenta de la verdad: desde el principio, ella había tenido las respuestas que él estaba buscando.

Anderson respiró larga y pausadamente y dominó sus emociones. No tenía ningún sentido pensar demasiado en ello. Se había acabado. Punto y final. Pensar en cómo Kahlee le había manipulado no les acercaría más al final de la misión; ni contribuiría a vengar a los que perdieron la vida en Sidón.

—¿Entonces qué, quién es el traidor? —preguntó, con una voz cuidadosamente neutra.

—El Dr. Qian. ¿Acaso no es obvio?

Anderson no se lo podía creer.

—¿Estás diciéndome que uno de los científicos más respetados e influyentes de la Alianza traicionó y ayudó a asesinar a su propio equipo, que él había escogido con tanto cuidado? ¿Por qué?

—¡Ya te lo dije! Temía que suspendieran el proyecto. Debía de saber que iba a denunciarle. ¡El único modo en que podía seguir estudiando la tecnología alienígena que descubrió era destruir Sidón y hacerme cargar con la culpa!

—¿Realmente crees que estaría dispuesto a matar por eso? —preguntó Anderson, aún escéptico—. ¿Por encima de la investigación?

—Ya te dije que estaba obsesionado, ¿recuerdas? Aquello tenía alguna influencia sobre él, le cambió. No… No está en sus cabales.

Se acercó hasta él y se dejó caer sobre una rodilla, alargando las manos para agarrar las suyas.

—Sé que te resulta difícil creerme después de todo lo que te he ocultado. Pero Qian era inestable. Ése es el motivo por el que decidí denunciarle —explicó—. Sabía que estaba asumiendo un riesgo —continuó—, pero no me di cuenta de lo grave que era la situación hasta que oí que la base había sido destruida. Fue en ese momento cuando vi lo peligroso que se había vuelto el Dr. Qian y lo lejos que había llegado. ¡Estaba aterrorizada!

Sus acciones eran completamente justificables, pero Anderson no quería oírlas. Ahora no. Se puso en pie, soltó su mano de entre las de ella y se alejó hacia el otro lado de la habitación. Quería creerla pero la situación parecía muy poco convincente. ¿Podía un respetado hombre de ciencia y cultura convertirse de repente en la clase de monstruo que asesinaría a sus amigos y colaboradores por un pedazo de tecnología alienígena?

—¿Dijiste que tenías una prueba? —preguntó, volviéndose para darle la cara.

Ella sacó un pequeño DOA y lo sostuvo en alto.

—Hice copias de seguridad de sus archivos personales. Por si necesitaba algo con lo que negociar. —Le lanzó el disco; él, temiendo dañarlo, lo cogió con cuidado—. Entrégaselo a la Alianza. Probará que digo la verdad.

—¿Por qué no me lo diste antes?

—No sabía si Qian estaba actuando en solitario. Tiene tanto poder e influencia en la Alianza: contralmirantes, generales, embajadores, políticos; los conoce a todos. Si te diera este disco y se lo entregaras a alguien que trabaja con él —no concluyó la reflexión—. Por eso no te lo dije, David. Tenía que estar segura.

—¿Y por qué ahora? ¿Qué ha cambiado?

—Tienes a gente en quien confiar en la Alianza. Y, al final, he decido que puedo confiar en ti.

Introdujo el disco en el bolsillo de la pechera de su camisa y volvió para sentarse junto a ella en la cama.

—También dijiste que conocías el modo de averiguar con quién trabajaba Qian.

—Todos sus archivos personales de Sidón están en ese disco —contestó—. Gran parte del mismo son notas de investigación. Material que se guardaba para sí. No tuve ocasión de piratearlo todo antes de huir. Pero me aseguré de coger todos los registros financieros. Descifrarlo y rastrear todas las transacciones hasta el origen debería conducir eventualmente hacia quien fuera que financiara toda la operación.

Anderson asintió, agradecido.

—Sigue el dinero.

—Exactamente.

Permanecieron sentados un rato el uno al lado del otro, en silencio, al borde de la cama, ambos callados, ambos sin apartarse entre sí. Anderson fue el primero en moverse… se levantó y fue a coger su chaqueta.

—Tenemos que llevarle estos datos a la embajadora Goyle —le dijo—. Limpiará tu nombre y nos dirá con quién trabaja Qian.

—¿Y entonces qué? —preguntó, saltando con impaciencia para coger también su chaqueta—. ¿Qué haremos después?

—Entonces iré detrás de quienquiera que atacara Sidón. Pero tú no vendrás conmigo.

Kahlee se detuvo, con un brazo dentro de la manga de su chaqueta.

—¿Qué quieres decir?

Aunque seguía dolido porque ella no hubiera confiado en él ése no era el motivo por el que estaba actuando así. Sus sentimientos heridos eran su problema, no el de ella. Tan sólo había hecho lo necesario para sobrevivir a todo ese embrollo y, a decir verdad, no podía culparla por nada de ello. No era culpa suya que él se hubiera permitido involucrarse emocionalmente. Aunque ahora era responsabilidad suya asegurarse de que no volviera a ocurrir.

—Ese krogan sigue buscándote. Tenemos que hacer planes para sacarte de este planeta. Llevarte a algún lugar donde estés a salvo.

—¡Espera un momento! —protestó enfadada—. No puedes dejarme atrás. Fueron mis amigos quienes murieron en el ataque. ¡Tengo derecho a llegar hasta el final!

—Las cosas se van a poner feas —le dijo—. Eres parte de la Alianza, pero ambos sabemos que no eres un soldado. Si me sigues, no harás otra cosa que ralentizarme o estorbar.

Ella le miró con furia, aunque, evidentemente, no pudo pensar en qué decir para refutar su argumento.

—Hiciste tu parte —añadió, dando unos golpecitos al bolsillo que contenía el DOA—. Tu trabajo ha terminado. Pero el mío acaba de empezar.

—¡Esto es inadmisible! —gritó el Dr. Shu Qian.

—Estas cosas llevan tiempo —respondió Edan Had’dah, confiando en apaciguarle. Había temido ese encuentro toda la mañana.

—¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¡No estamos haciendo nada!

—¡Hay un espectro en Camala! Debemos esperar hasta que se dé por vencido y se marche.

—¿Y qué ocurrirá si no se da por vencido? —exigió Qian, elevando el tono de voz.

—Lo hará. Con Dah’tan y Sidón destruidos, no queda nada que pueda relacionar mi nombre con esto. Sea paciente y verá cómo se marcha.

—¡Me prometió la posibilidad de proseguir mi investigación! —dijo a gritos Qian, comprendiendo que el asunto del espectro no le iba a dar demasiadas oportunidades de quejarse—. ¡Nunca me dijo que estaría atrapado, perdiendo el tiempo en las entrañas de una sombría refinería!

El batariano se frotó con una mano el lunar que tenía justo por encima de los ojos interiores, intentando mantener a raya un creciente dolor de cabeza. Por lo general, los humanos eran irritantes: como especie, los encontraba excesivamente vulgares, groseros y maleducados. Pero tratar con el Dr. Qian se había convertido en su propio tormento particular.

—Construir la clase de instalación que necesita es una tarea complicada —le recordó al adusto doctor—. Le llevó meses adaptar el material de Sidón. Esta vez estamos empezando de cero.

—¡No sería un problema tan grande si no hubiera destruido mi laboratorio y eliminado a nuestro proveedor! —le acusó Qian.

De hecho, destruir la base de la Alianza, había sido idea de Qian. Tan pronto como descubrió que Kahlee Sanders se había marchado, se puso en contacto con Edan y le exigió a su socio batariano que tomara medidas. Incluso le facilitó los planos y los códigos de acceso a la base.

—No podíamos permitir que el espectro se hiciera con los registros de Dah’tan —le explicó Edan, al menos por enésima vez—. Además, hay otros proveedores. E incluso ahora, mi gente está trabajando para construirle un nuevo laboratorio. Uno que esté mucho más allá de los límites del espacio de la Ciudadela, a salvo de los ojos inquisidores de la Alianza. Pero, sencillamente, no podemos adquirir todo lo que necesitamos en una compra descomunal. No sin llamar la atención de manera indeseada.

—¡Ya ha llamado su atención! —le espetó el humano, dándole vueltas una vez más al tema del espectro.

Desde el ataque a Sidón, Qian había estado extremadamente inquieto y, a cada día que pasaba, parecía volverse más irritable, polémico y paranoico. Al principio, Edan pensó que quizá fuera el remordimiento por haber traicionado a sus colegas humanos lo que había ocasionado el rápido deterioro mental de Qian. No tardó mucho tiempo en comprender que el verdadero motivo era algo completamente distinto.

Qian estaba obsesionado con el artefacto alienígena. Era lo único que le importaba y en lo único en que pensaba día y noche. Y cuando no estaba trabajando para intentar desvelar sus secretos, esto parecía provocarle al doctor verdadero dolor físico.

—Ahora mismo, el espectro nos está buscando —le advirtió, dejando caer la voz hasta ser un áspero susurro—. ¡Está buscándolo!

No había ninguna necesidad de aclarar qué era. Sin embargo, prácticamente no existía ninguna posibilidad de que alguien tropezara con él por casualidad. Seguía allí, donde uno de los equipos de exploración del espacio profundo de Edan lo había descubierto, orbitando alrededor de un mundo desconocido en un sistema remoto cerca del Velo de Perseo. Los únicos que conocían su localización exacta eran ellos dos y el pequeño equipo de científicos y topógrafos que dieron con él por primera vez, y Edan había tenido cuidado de mantenerles sobre la superficie del mundo inexplorado, completamente aislados de todo contacto.

De haber sabido lo irracional que el doctor se iba a volver, hubiera hecho las cosas de otra manera. De hecho, la verdad es que se podría alegar que Qian no era el único que actuaba irracionalmente. Antes de todo aquello, Edan tenía por norma no tratar nunca directamente con humanos. Y en todas las actividades ilegales de las que se aprovechó para construir su fortuna y su imperio, nunca había hecho nada que cayera bajo jurisdicción de los espectros.

Aunque, casi desde el momento en que viajó por primera vez para inspeccionar el increíble hallazgo de su equipo de reconocimiento, tomó decisiones que muchos de los que le conocían hubieran considerado absolutamente inusuales en él. Pero eso era sólo porque desconocían la magnitud absoluta de aquello con lo que había dado.

—No está a salvo ahí afuera —continuó Qian, con una voz que se transformó en un quejido de súplica—. Deberíamos moverlo. A algún sitio más cercano.

—¡No sea estúpido! —le espetó Edan—. ¡Algo de ese tamaño no puede moverse a otro sistema! No a menos que traigamos naves de remolque y equipos. ¡Tan cerca del Velo que podemos estar seguros de que atraeríamos la atención de los geth! ¿Puede imaginarse lo que ocurriría si cayera en sus manos?

Qian no tenía una respuesta para eso, aunque eso no hizo que se callara.

—Así que se queda ahí afuera —dijo en un tono cínico y sarcástico—. ¡Mientras sus supuestos expertos del planeta andan a tientas intentando comprender lo que han descubierto y yo estoy aquí atrapado sin hacer nada!

El equipo de exploración que descubrió el artefacto estaba formado por varios científicos; el único propósito del viaje había sido buscar tecnología proteana no reclamada con la esperanza de que el imperio empresarial de Edan pudiera de algún modo aprovecharse de ella. Pero ninguno de ellos era especialista en el campo de la inteligencia artificial, y Qian tenía razón al decir que estaba por encima de sus capacidades.

Edan había buscado detenidamente a alguien con los conocimientos y la habilidad para ayudarle a revelar el potencial de lo que había encontrado. Y, después de millones de créditos gastados en minuciosas —y muy discretas— investigaciones, se había visto obligado a aceptar la conclusión inevitable de que el único candidato apropiado era un humano.

Tragándose el orgullo, hizo que sus representantes se aproximaran cuidadosamente a Qian. Poco a poco, a base de revelar sólo los detalles menores —aunque los más tentadores— de su hallazgo, fueron engatusando al doctor cada vez más, apelando a su orgullo profesional y a la curiosidad científica. Ese grotesco cortejo, que culminó con la visita de Qian al sistema para ver el artefacto en persona, duró cerca de un año.

La impresión que le causó fue tal y como Edan había predicho que sería. Qian comprendió lo que acababan de descubrir. Se dio cuenta de que aquello iba más allá de los meros intereses humanos o batarianos. Reconoció que tenía el potencial para cambiar de manera radical la galaxia y se dedicó enérgicamente a intentar liberar ese potencial.

Pero en días como aquel, Edan seguía preguntándose si no habría cometido un error.

—Los suyos son unos idiotas —afirmó Qian impasible—. Usted sabe que no pueden hacer ningún progreso sin mí. Apenas pueden siquiera obtener lecturas básicas y sencillos datos de observación del artefacto sin sesgar los resultados por casualidad.

El batariano suspiró.

—Esto sólo será temporal. Sólo hasta que el espectro se retire. Entonces tendrá todo lo que quiera: acceso ilimitado al artefacto, un laboratorio justo sobre la superficie del mundo y todos los recursos y asistentes que necesite.

Qian resopló.

—¡Uf! Eso nos vendrá muy bien. Necesito expertos en el campo. Gente lo bastante inteligente para comprender lo que están haciendo. Como mi equipo de Sidón.

—¡Su equipo ha muerto! —gritó Edan, perdiendo al fin los estribos—. Ayudó a matarlos, ¿recuerda? ¡Les convertimos en vapor y cenizas!

—No a todos —dijo Qian sonriendo—. No a Kahlee Sanders.

Edan se quedó aturdido y se sumió en un breve silencio.

—Sé de lo que es capaz —insistió Qian—. La necesito en el proyecto. Sin ella, nos retrasaremos meses. Puede que años.

—¿Deberíamos enviarle un mensaje ahora mismo? —preguntó Edan, sarcásticamente—. Estoy seguro de que estará entusiasmada de unirse a nosotros si se lo pedimos.

—Yo no he dicho que tuviéramos que preguntárselo —contestó Qian—. Captúrela. Ya encontraremos el modo de convencerla para que nos ayude. Estoy seguro de que tiene a gente que puede llegar a ser muy persuasiva. Asegúrese de que no hagan nada que pueda dañar sus capacidades cognitivas.

Edan asintió. Puede que el doctor no fuera tan irracional como él pensaba. Sin embargo, sólo había un problema.

—¿Y dónde se supone que vamos a encontrarla?

—No lo sé. —Qian se encogió de hombros—. Estoy seguro de que usted lo averiguará. Quizá deba enviar otra vez a aquel krogan tras ella.