Anderson y el espectro se sentaron en la cocina, mirándose fijamente en silencio a través de la mesa. La sala de estar hubiera sido más cómoda, pero ninguna de las sillas de allí había sobrevivido al destrozo del krogan.
Como en todos los turianos, el rostro de Saren estaba cubierto por un caparazón de cartílago duro. Pero el caparazón de Saren era de un pálido color hueso: parecía una calavera. A Anderson le recordó a las antiguas pinturas de la Tierra que representaban a la Parca, la mismísima encarnación de la muerte.
Kahlee estaba en la parte trasera, cuidando las heridas de Grissom. El contralmirante había intentado protestar, pero estaba débil por la pérdida de sangre y ella consiguió hacer que se acostara. Había encontrado un botiquín militar en el cajón de las medicinas con el suficiente medigel para estabilizar su estado y ahora estaba vendando su herida.
Quería llevarle a un hospital o, al menos, llamar a una ambulancia, pero el espectro se negó obstinadamente. Sus únicas palabras fueron «después de responder a mis preguntas».
Anderson supo en ese mismo instante que no le gustaba Saren. Cualquiera que usara el dolor y el sufrimiento prolongado de un pariente para ejercer presión era un sádico y un matón.
—Ahora está descansando —dijo Kahlee, apareciendo desde la parte de atrás—. Le he dado un calmante.
Entró en la cocina y tomó asiento al lado de Anderson, alineándose instintivamente con uno de su propia especie.
—Date prisa y haz tus preguntas —exigió con brusquedad—, para que pueda llevar a mi padre a un hospital.
—Cooperad y esto acabará pronto —le aseguró Saren; después añadió—: Háblame sobre la base militar de Sidón.
—Fue destruida por un ataque terrorista —respondió Anderson, interviniendo antes de que Kahlee pudiera decir nada que la incriminara.
El turiano le lanzó una mirada hostil.
—No me tomes por imbécil, humano. Ese krogan que casi acaba contigo es un cazarrecompensas llamado Skarr. Le he estado siguiendo durante los dos últimos días.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó Kahlee, con una voz tan inocente que Anderson casi creyó que realmente no sabía lo que estaba ocurriendo.
—Fue contratado por el hombre que ordenó el ataque a Sidón —contestó Saren con el ceño fruncido—. Le enviaron para eliminar al único superviviente de la base. Tú.
—Parece que sabes más sobre el tema que nosotros mismos —replicó Anderson.
El turiano golpeó su puño en la mesa.
—¿Por qué atacaron la base? ¿En qué estabais trabajando allí?
—Tecnología de prototipos —sugirió Kahlee, antes de que Anderson pudiera hablar—. Armas experimentales para el ejército de la Alianza.
Saren, perplejo, inclinó la cabeza a un lado.
—¿Tecnología para armas experimentales? ¿Eso es todo?
—¿Cómo que si eso es todo? —resopló Anderson, con incredulidad, continuando con la mentira que Kahlee le había pasado con tanta habilidad.
—Me parece que eso no es justificación suficiente para atacar una base de la Alianza fuertemente armada —replicó el turiano.
—Nos encontramos al borde de una guerra en el Margen —insistió Anderson—. Todo el mundo sabe que tenemos que ser nosotros o los batarianos. ¿Por qué no querrían atacar nuestra principal base de investigación de armas?
—No —negó Saren categóricamente—. Hay algo más. Me estáis ocultando algo.
Hubo una larga pausa y entonces el turiano sacó casualmente su pistola y la dejó encima de la mesa.
—Quizá no hayáis comprendido la autoridad de los espectros en toda su extensión —continuó amenazadoramente—. Tengo el derecho legal de tomar las medidas que considere necesarias durante el transcurso de mis investigaciones.
—¿Acaso vas a matarnos? —exclamó Kahlee, levantando la voz, anonadada e incrédula.
—Suelo seguir dos reglas —explicó Saren—. La primera es no matar nunca a nadie sin tener un motivo.
—¿Y la segunda? —preguntó Anderson con recelo.
—Siempre puedes encontrar un motivo para matar a alguien.
—Bióticos —dijo Kahlee de repente—. Estábamos intentando encontrar una manera de transformar a los humanos en bióticos.
El turiano consideró su explicación por un momento y entonces preguntó:
—¿Y con qué resultados?
—Estábamos cerca —admitió la joven, con la voz cada vez más suave—. Encontramos a un puñado de sujetos humanos con aptitudes bióticas latentes. Principalmente niños. Bastante más débiles que las que habíamos medido en otras especies aunque, con los nodos de amplificación y un adiestramiento adecuado, aún confiábamos en observar resultados. Justo hace unas semanas concluimos la cirugía de implantación en varios de nuestros candidatos más prometedores. Ninguno de ellos sobrevivió al ataque.
—¿Sabéis quién ordenó el ataque? —preguntó, cambiando de estrategia.
Kahlee negó con la cabeza.
—Probablemente fueran batarianos. Estaba de permiso cuando ocurrió.
—¿Por qué te buscan? —presionó Saren.
—¡No lo sé! —gritó exasperada, golpeando la mesa con el puño—. Quizá crean que puedo conseguir poner el programa de nuevo en funcionamiento. Pero destruyeron los archivos. Asesinaron a los sujetos del experimento. ¡Toda nuestra investigación se ha perdido!
Dejó caer la cabeza entre los brazos, que estaban apoyados sobre la mesa, y rompió a llorar.
—Y ahora todos han muerto —musitó entre sollozos—. Mis amigos. El Dr. Qian. Todos ellos… están muertos.
Anderson puso una mano reconfortante sobre el hombro de Kahlee mientras el turiano permanecía sentado, observándoles impasiblemente. Tras varios segundos, se apoyó en la mesa y se puso en pie.
—Descubriré quién ordenó el ataque —les dijo, mientras guardaba el arma en el cinturón y se daba la vuelta para marcharse—. Y por qué.
Se detuvo en la puerta y se volvió hacia ellos.
—Y si me estáis mintiendo, también lo descubriré.
Un momento después se fue y desapareció en la noche.
Kahlee seguía sollozando. Anderson la atrajo hacia sí, intentando ofrecerle consuelo. Había hecho un buen trabajo con Saren, hilando mentiras con las suficientes hebras de verdad para mantenerlas unidas. Aunque no había nada falso en la reacción que acababa de tener. Las personas de Sidón eran sus amigos y ahora estaban todos muertos.
Apretó la cabeza contra él, buscando consuelo en la cercanía de un compañero humano. Unos minutos después, cesaron las lágrimas y se apartó de él con suavidad.
—Lo siento por esto —se disculpó, riendo nerviosa y compungidamente mientras se enjugaba los ojos.
—Está bien —respondió Anderson—. Has pasado por mucho.
—¿Qué va a suceder ahora? —preguntó—. ¿Vas a detenerme?
—Aún no —confesó—. Lo que le dije el otro día a tu padre iba en serio. No creo que seas una traidora. Pero necesito que me expliques qué está pasando. Y no la historia que le vendiste al turiano. Quiero la verdad.
Asintió y se sorbió la nariz.
—Supongo que es lo menos que puedo hacer después de que arriesgaras tu vida por nosotros. ¿Pero podemos llevar primero a mi padre al hospital?
—Por supuesto.
Al final, llevar a Grissom al hospital no iba a resultar tan fácil. Era un hombre corpulento, y el calmante que Kahlee le había administrado le había dejado grogui. No era más que un peso muerto. Un peso muerto poco dispuesto a colaborar.
—Dejadme en paz —refunfuñó, mientras luchaban en vano para sacarle fuera de la cama a cuestas y ponerle de pie.
Kahlee estaba en un extremo de la cama, sosteniéndole el brazo lesionado. Anderson estaba en el otro, agarrándole torpemente por la cintura y la espalda para evitar tocar su bíceps herido. Cada vez que intentaban tirar de Grissom para ponerle sentado, sencillamente se dejaba caer otra vez.
Su hija intentó razonar con él, resoplando cada vez que lo levantaban.
—Tenemos que… uff… llevarte… uff… a un hospital. ¡Uuffff!
—La hemorragia ha parado —protestó, pronunciando las palabras con dificultad y poca claridad por efecto del calmante—. Dejadme dormir.
—Probemos otra cosa —le sugirió Anderson a Kahlee, poniéndose de pie y dando la vuelta hasta su lado. Se sentó en el borde de la cama, dándole la espalda al contralmirante mientras tiraba del brazo bueno del viejo por detrás de la espalda y se lo pasaba por encima del hombro. Con la ayuda de Kahlee logró ponerse en pie, cargando su nada despreciable peso con una variante de la técnica del bombero.
—¡Bájame, cabrón! —protestó Grissom.
—Un krogan cabreado le ha apuñalado en el brazo y le ha lanzado contra una pared —explicó Anderson, dando unos pasos vacilantes hacia el vestíbulo—. Necesita que alguien le eche un vistazo.
—Estúpido hijo de puta —masculló Grissom—. Se imaginarán que Kahlee está escondida aquí.
Anderson titubeó y entonces se tambaleó dando un paso hacia atrás, medio cayéndose sobre la cama y dejando que Grissom se desplomara de nuevo encima de ésta.
—¿Pesa demasiado? —preguntó Kahlee, preocupada por ambos.
—No —dijo Anderson, resollando ligeramente por el esfuerzo—. Pero tiene razón. Si le ingresamos, estás acabada.
—¿Pero de qué me estás hablando?
—Los puertos están ya en alerta creciente por el ataque a Sidón. Si traemos a una leyenda de la Alianza como el contralmirante Grissom a un hospital con este tipo de heridas, la seguridad se disparará. No habrá manera posible de poder sacarte del planeta sin que seas reconocida. Yo creo en tu inocencia, Kahlee, pero nadie más lo hace. Te detendrán nada más verte.
—Pues entonces me quedaré en casa —resolvió—. Nadie sabe que estoy aquí. Nadie sabe siquiera que somos parientes.
—Sí, claro. Nadie más que yo, un espectro, ese krogan… Todos lo averiguamos, Kahlee. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que alguien establezca la conexión y venga a fisgonear por aquí? Antes de esto, nadie sabía quién eras; no le importabas a nadie. Ahora eres sospechosa de traición; tu nombre y tu foto aparecen en todos los vídeo-diarios. Los periodistas escarbarán en tu pasado e intentarán averiguarlo todo sobre ti. Tarde o temprano alguien comprenderá la verdad.
—¿Y qué podemos hacer?
Fue Grissom quien dio con la respuesta.
—Largaos de este planeta —farfulló—. Conozco a gente que puede pasaros a escondidas por la seguridad de los puertos. Tan sólo tengo que llamarles por la mañana.
Después de eso, Grissom se dio la vuelta y comenzó a roncar, cediendo finalmente a los sedantes. Anderson y Kahlee salieron del dormitorio y se dirigieron a la cocina.
—Tu padre es un hombre muy inteligente —afirmó Anderson.
Kahlee asintió, aunque todo lo que dijo fue:
—¿Tienes hambre? Si vamos a quedarnos aquí hasta la mañana, mejor será que tomemos algo para comer.
En la nevera encontraron un poco de pan, fiambres y mostaza, además de treinta y seis latas de cerveza. Kahlee le lanzó una a Anderson y le dijo:
—Probablemente tenga algo más fuerte escondido por aquí, si te interesa.
—Me conformo con una cerveza —contestó Anderson, abriéndola y tomándose un trago. Era una cerveza local que no había probado nunca antes. Tenía un sabor fuerte; amargo aunque sin regusto—. Debería de ir bien con el sándwich.
—No es una gran comida —se disculpó ella, una vez que se hubieron sentado a la mesa.
—Está bien —respondió—. Aunque sabe un poco extraño con el pan frío. ¿Quién guarda el pan en la nevera?
—Mi madre siempre lo hacía —contestó ella—. Supongo que ésa era una de las cosas en las que mis padres lograban ponerse de acuerdo. Lástima que se necesite mucho más que eso para hacer funcionar un matrimonio.
Tras estas palabras, comieron en silencio, dejando que sus mentes se relajaran. Al acabar, Anderson recogió ambos platos y los dejó sobre el mostrador. Cogió una cerveza de la nevera para cada uno y regresó a la mesa.
—Vale, Kahlee —dijo mientras le pasaba una lata—. Ya sé que ha sido una noche larga. Pero ahora tenemos que hablar. ¿Estás preparada para hacerlo?
Ella asintió.
—Tómate tu tiempo —le sugirió—. Empieza por el principio y llega hasta el final. Necesito saberlo todo.
—No estábamos trabajando en investigación biótica en la base —comenzó, suavemente, y luego sonrió—. Aunque imagino que eso ya lo sabías.
Tiene una sonrisa preciosa —pensó Anderson—. A pesar de todo, ha sido una buena manera de encubrirlo frente a ese espectro —dijo en voz alta—. Si descubriera lo que estaba ocurriendo en realidad… —se calló al recordar las advertencias de la embajadora Goyle sobre los espectros.
Saren les había salvado la vida. Se preguntaba si realmente podría haber asumido la responsabilidad de asesinar al turiano, de haber sido necesario, para mantener el secreto de la Humanidad. E incluso si lo hubiera intentado, ¿habría tenido éxito?
—Digamos que ésa ha sido una reacción rápida por tu parte —le dijo al fin.
Kahlee se tomó el cumplido con calma y continuó con la historia mientras su voz iba creciendo en fuerza y confianza a medida que hablaba.
—Sidón se dedicaba a una tarea muy concreta: al estudio y desarrollo de la inteligencia artificial. Sabíamos que era arriesgado pero teníamos estrictos protocolos de seguridad para asegurar que nada fallara. Hace dos años comencé en la base como analista de sistemas de bajo nivel, trabajando directamente bajo la supervisión del Dr. Qian, el hombre a cargo del proyecto. La gente emplea la palabra «genio» constantemente —afirmó, sin intentar ocultar su admiración— pero él era uno de verdad. Su mente, su investigación, la manera que tiene de pensar… está a un nivel tan por encima del resto de nosotros que apenas podemos siquiera captarlo. Como la mayoría de la gente, yo hacía cualquier cosa que el Dr. Qian me pidiera. La mitad del tiempo ni siquiera comprendía del todo por qué estaba haciéndolo.
—¿Por qué no estabas en Sidón cuando fue atacada? —preguntó Anderson, empujándola con delicadeza hacia la parte relevante de su relato.
—Hace unos meses noté algunos cambios en el comportamiento del Dr. Qian. Cada vez pasaba más y más tiempo en el laboratorio. Empezó a trabajar en turnos dobles; apenas dormía, aunque parecía disponer de una reserva interminable de energía frenética y desesperada.
—¿Era un maníaco?
—No lo creo. Jamás había percibido un indicio de ello antes. Pero de repente estaba integrando todo tipo de discos duros nuevos en los sistemas. Nuestra investigación comenzó a ir en direcciones totalmente diferentes; abandonamos por completo las prácticas convencionales y nos adentramos en nuevas teorías radicales. Empleábamos tecnología de prototipos y diseños distintos a nada que hubiéramos visto con anterioridad. Al principio pensé que el Dr. Qian había hecho algún avance decisivo. Algo que le había infundido entusiasmo. Cuando comenzó fue estimulante. Su excitación era contagiosa. Pero después de un tiempo empecé a sospechar.
—¿A sospechar?
—Resulta difícil de explicar. Había algo diferente en el Dr. Qian. Parecía muy alterado. Llevaba trabajando con él dos años. Aquel hombre no era él. Definitivamente había algo que no iba bien. No era tan sólo que trabajara más duro. Estaba obsesionado. Como si… alguien le dirigiera. Y parecía como si estuviera ocultando algo. Algún secreto que no quería que nadie más del proyecto conociera. Antes, si necesitaba algo de ti, entraba en insoportables detalles sobre por qué tu trabajo era importante. Te explicaba cuál era la interconexión con cada departamento del proyecto, aunque creo que en realidad sabía que nadie más podía captar la complejidad del trabajo que hacíamos. Los últimos meses fueron diferentes. Dejó de comunicarse con el equipo; daba órdenes sin dar explicaciones. Sencillamente, no se comportaba como él. Así que comencé a indagar en los bancos de datos. Incluso llegué a piratear los archivos del Dr. Qian para ver qué podía averiguar.
—¿Qué? —Anderson estaba horrorizado—. No puedo creerlo… ¿Cómo pudiste hacerlo?
—La encriptación y los algoritmos de seguridad son mi especialidad —respondió, con tan sólo un leve atisbo de orgullo. Entonces su voz se puso a la defensiva—. Mira, ya sé que era ilegal. Sé que rompí la cadena de mando. Pero tú no estabas ahí. No puedes entender lo extraño que era el modo de actuar del Dr. Qian.
—¿Qué averiguaste?
—No sólo había llevado el proyecto hacia una nueva y radical dirección; nuestra investigación se había alejado completamente de los cauces establecidos. Todas las nuevas teorías, el nuevo hardware… ¡Todo estaba encaminado a adaptar nuestras redes neurales para poder conectarlas a una especie de artefacto alienígena!
—¿Y qué? —dijo Anderson encogiéndose de hombros—. Casi todos los principales avances que hemos hecho en las últimas dos décadas se basan en artefactos proteanos. Y no somos sólo nosotros; la sociedad galáctica no existiría de no ser compatible con la tecnología alienígena. Cada especie del Espacio de la Ciudadela estaría ahora atrapada en su propio sistema solar.
—Esto es diferente —insistió—. Toma por ejemplo los relés de masa. Sólo tenemos una comprensión parcial sobre cómo funcionan. Sabemos cómo utilizarlos, pero no comprendemos lo suficiente para intentar, de hecho, construir uno. En Sidón estábamos intentando crear una inteligencia artificial, posiblemente el arma más devastadora que podríamos liberar en la galaxia. Y el Dr. Qian quería introducir un elemento en la investigación que escapaba incluso a su comprensión.
Anderson asintió, recordando el infame Proyecto Manhattan, a principios del siglo XX, de sus cursos de historia en la Academia. Desesperados por crear un arma atómica, los científicos del proyecto se expusieron inconscientemente a niveles peligrosos de radiación como algo natural en sus experimentos. En realidad, dos investigadores murieron durante el proyecto y muchos otros acabaron afectados por el cáncer u otras consecuencias a largo plazo debido al prolongado envenenamiento por la radiación.
—Se suponía que no debíamos repetir los errores del pasado —dijo Kahlee, sin esforzarse por ocultar la decepción en su voz—. Creí que el Dr. Qian era más listo que eso.
—¿Ibas a denunciarle, no es así?
La joven asintió lentamente.
—Estabas haciendo lo correcto, Kahlee —afirmó, percibiendo la incertidumbre de su expresión.
—Eso resulta difícil de creer ahora que todos mis amigos están muertos.
Anderson podía ver que estaba padeciendo el típico síndrome de culpabilidad del superviviente. Pero, a pesar de que sentía lástima por ella, seguía necesitando más información.
—Kahlee… aún tenemos que averiguar quién hizo esto. Y por qué.
—Puede que alguien quisiera detener al Dr. Qian —sugirió, con un susurro—. Puede que mi investigación alertara a alguien más. Alguien de más arriba. Y que decidieran suspender el proyecto para siempre.
—¿Crees que alguien de la Alianza pudo hacer esto? —Anderson estaba horrorizado.
—¡No sé qué creer! —gritó ella—. ¡Sólo sé que estoy cansada y asustada y que sólo quiero que todo esto se acabe! —Por un segundo, pensó que Kahlee iba a romper a llorar otra vez, aunque no lo hizo. En cambio, se quedó mirándole fijamente—. ¿Así que vas a ayudarme a resolver quién está detrás de esto? ¿Incluso si resulta que la Alianza está de algún modo involucrada?
—Estoy de tu parte —le prometió Anderson—. No creo que nadie de la Alianza esté detrás de esto. Pero si al final resulta que sí, haré lo posible por eliminarles.
—Te creo —dijo tras un momento—. ¿Y ahora qué?
Le había confesado la verdad. Ahora él tenía que hacer lo mismo.
—El mando de la Alianza me explicó que quienquiera que atacara la base iba detrás del Dr. Qian. Creen que podría seguir con vida.
—¡Pero los vídeo-diarios dicen que no hubo supervivientes!
—No hay modo de estar seguros. La mayoría de los cuerpos se volatilizaron en el escenario.
—¿Y por qué ahora? —preguntó Kahlee—. El proyecto llevaba años en marcha.
—Puede que acabaran de descubrirlo. Quizá la nueva investigación de Qian les pusiera sobre aviso. Quizá tenga alguna relación con ese artefacto alienígena que descubrió.
—O puede que yo les obligara a mover ficha.
Anderson no iba a dejarla tirar por ese camino.
—Esto no es culpa tuya —le dijo, inclinándose y agarrándole la mano con fuerza—. Tú no ordenaste el ataque a Sidón. No ayudaste a nadie a esquivar la seguridad de la base. —Tomó aire y entonces pronunció sus siguientes palabras despacio y enfáticamente—. Kahlee, tú no eres responsable de esto.
Soltó su mano y se recostó.
—Y necesito que me ayudes a averiguar quién fue. Necesitamos descubrir si alguien más conocía la existencia de ese artefacto proteano.
—No era proteano —le corrigió—. Al menos, no según las notas del Dr. Qian.
—¿Y qué era entonces? ¿Asari? ¿Turiano? ¿Batariano?
—No, nada de eso. Qian no sabía qué era exactamente. Pero era antiguo. Creía que podía ser incluso anterior a los proteanos.
—¿Anterior a los proteanos? —repitió Anderson, intentando asegurarse de haberla oído bien.
—Eso creía Qian —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿Dónde lo encontró? ¿Dónde está ahora?
—No creo que jamás estuviera en la base. El Dr. Qian no lo hubiera traído hasta estar preparado para integrarlo en nuestro proyecto. Y podría haberlo encontrado en cualquier parte —admitió—. Cada tantos meses salía de la base durante una o dos semanas. Siempre di por sentado que era para dar alguna clase de informe de situación a sus superiores en el mando de la Alianza, pero quién sabe a dónde iba o qué hacía.
—Alguien de fuera de la base tenía que estar enterado de esto —presionó Anderson—. Dijiste que el Dr. Qian cambió, que llevó la investigación hacia otra dirección enteramente nueva. ¿Había alguien externo al proyecto que pudiera haber notado algo fuera de lo ordinario?
—No se me ocurre… ¡Espera! ¡El hardware para nuestra nueva investigación! ¡Vino todo del mismo proveedor de Camala!
—¿Camala? ¿Vuestro proveedor era batariano?
—Nunca tratamos con ellos directamente —explicó, hablando deprisa—. En el espacio de la Ciudadela, las adquisiciones de hardware sospechosas se marcan y se denuncian al Consejo. A lo largo de la existencia del proyecto, utilizamos centenares de empresas fantasma para hacer los pedidos de cada componente por separado; pedidos demasiado pequeños para llamar la atención por sí mismos. Entonces los configurábamos en la base y los integrábamos en nuestra infraestructura de hardware existente. El Dr. Qian quería evitar problemas de compatibilidad en las redes neurales, por lo que se aseguró de que casi todo pudiera remontarse a un único proveedor: Manufacturas Dah’tan.
Anderson se dio cuenta de que, de un modo enrevesado, aquello tenía sentido. Dada la actual tensión política entre humanos y batarianos, nadie sospecharía que el proveedor principal de un proyecto de investigación secreto de la Alianza estuviera en Camala.
—Si alguien en la empresa proveedora se dio cuenta de que existía un patrón en las adquisiciones —continuó Kahlee—, pudo haber descubierto lo que estábamos haciendo.
—Tan pronto como Grissom nos saque de este mundo —declaró Anderson—, iremos a hacer una pequeña visita a las instalaciones de Dah’tan.