CINCO

A menos de una década de su descubrimiento a manos de topógrafos batarianos, Camala se había convertido en uno de los planetas más importantes del Confín Skylliano. A diferencia de la mayoría de los mundos coloniales, donde las poblaciones iniciales eran pequeñas y los colonos tendían a congregarse alrededor de una única ciudad importante, Camala presumía de tener dos regiones metropolitanas con casi un millón de habitantes cada una: Ujon, la capital, y Hatre, ligeramente mayor y el lugar donde se encontraban los principales puertos espaciales.

Casi quinientos kilómetros separaban a las dos ciudades, erigidas en los extremos opuestos de un extenso desierto que era el origen del rápido crecimiento de Camala ya que, por debajo de la estrecha capa de arena naranja y de la roca roja y dura que había bajo ésta se ocultaban algunos de los mayores depósitos de elemento cero del Confín.

Los ricos depósitos de eezo —la fuente de combustible más valiosa de la galaxia— movían la economía de Camala y atraían a colonos deseosos de probar fortuna y trabajar en los cientos de empresas de minería y refinería diseminadas a lo largo del desierto vacío. La mayoría de la población del planeta era batariana y, según la ley local, sólo ellos podían disfrutar de todos los privilegios de la verdadera ciudadanía, pero, como en cualquier mundo colonial con una economía próspera, a lo largo del espacio de la Ciudadela siempre había una afluencia constante de turistas e inmigrantes de cada especie reconocida.

Camala era, con mucho, el mundo batariano más rico y Edan Had’dah uno de los hombres más adinerados de Camala. Probablemente figuraba entre las diez personas más ricas de todo el Confín Skylliano y no le asustaba demostrarlo. Normalmente vestía a la última moda: conjuntos de diseño asari confeccionados con los mejores tejidos importados de la misma Thessia. Sus preferencias tendían a lo opulento y lo extravagante: ondulantes togas negras realzadas con salpicaduras de rojo que resaltaban los matices de su piel. Aunque, para la reunión de esa noche se había puesto, bajo un abrigo gris apagado, un sencillo traje marrón. Para alguien tan infamemente ostentoso como Edan Had’dah, su atuendo sencillo casi parecía un impenetrable disfraz.

Por lo general, a esta hora Edan estaría disfrutando de una reconfortante última copa, sorbiendo un licor hanar de primera calidad en el estudio de su mansión en Ujon. Pero esta noche era definitivamente atípica. En lugar de estar relajándose, rodeado de lujos y comodidades, estaba sentado en una silla dura, atrapado en un sórdido almacén en el desierto a las afueras de Hatre mientras esperaba a que llegara el más infame cazador de recompensas. No le gustaba esperar.

No estaba sólo. Al menos una docena de hombres, todos miembros de la banda de mercenarios Soles Azules, se apiñaban en el almacén. Seis de ellos eran batarianos, dos eran turianos y, el resto, humanos.

A Edan tampoco le gustaban los humanos. Éstos, al igual que los de su propia especie, eran bípedos. De una altura similar, tenían el torso, los brazos y las piernas más gruesos. Sus cuellos eran cortos y rechonchos y las cabezas, cuadradas y robustas. Y como en todas las especies binoculares, sus rostros parecían carecer de carácter e inteligencia. En vez de orificios nasales, tenían una extraña y sobresaliente protuberancia por nariz. Incluso sus bocas eran extrañas, con unos labios tan gruesos e hinchados que resultaba asombroso que pudieran pronunciar bien al hablar. De hecho, pensaba que tenían un estrecho parecido con las asari, otra especie que detestaba.

Sin embargo, no era de los que permitían que los prejuicios personales se mezclaran con los negocios. En el Confín Skylliano, existían unas cuantas de las llamadas organizaciones de seguridad privada a las que poder contratar y la mayoría de ellas cobraban mucho menos que la Soles Azules. Pero los Soles habían adquirido reputación por ser a la vez discretos y despiadadamente eficaces. En el pasado, Edan había contratado sus servicios en varias ocasiones, cuando se presentaron oportunidades para hacer negocios «poco convencionales», así que sabía por propia experiencia que su reputación era bien merecida. No le iba a confiar a otros una misión tan importante como ésta sólo porque los Soles hubieran comenzado a contratar a humanos recientemente. Aun cuando hubiera sido un miembro humano del grupo quien la había cagado en Elysium.

Normalmente, Edan no solía reunirse directamente con los mercenarios a los que contrataba. Prefería trabajar a través de representantes e intermediarios para mantener oculta su identidad (y también para evitar relacionarse con aquellos que estaban socialmente por debajo de él). Pero el hombre al que iba a contratar esta noche insistía en reunirse con él en persona. Edan no tenía la intención de traer a un cazarrecompensas a su casa… ni de reunirse a solas con él. Así que se puso esa ropa anodina, salió de su mansión y recorrió cientos de kilómetros en su avión privado hasta las afueras de la ciudad hermana de Ujon, al otro extremo del desierto. Pasaría la noche en un frío y polvoriento almacén lleno de soldados de alquiler sentado en una silla que le estaba dando dolor de espalda y le entumecía las piernas. ¡Y el cazarrecompensas llegaba con más de una hora de retraso!

Aunque ya no podía cambiar de idea. Estaba metido en el asunto hasta el fondo. Los Soles Azules del almacén conocían su identidad; tendría que mantenerlos a su lado como guardaespaldas personales hasta que este trabajo acabara. Era el único modo de asegurarse de que no revelaran su identidad al resto del equipo. Lo que había ocurrido en Sidón iba a llamar la atención y Edan no podía arriesgarse a que alguien descubriera que estaba implicado. También necesitaba asegurarse de que no quedaran cabos sueltos que pudieran relacionarle con el ataque, motivo por el que había accedido a este encuentro.

—Ya está aquí. —Edan se sobresaltó ligeramente al oír la voz. Uno de los Soles Azules, un conciudadano batariano, se había situado silenciosamente tras él, lo bastante cerca para poder susurrarle al oído.

—Hacedle pasar —replicó, recobrando rápidamente la compostura. El mercenario asintió y salió de la habitación mientras su patrón se ponía en pie, agradecido por abandonar la incómoda silla. Un instante después, apareció al fin el invitado de honor.

Sin duda, era el krogan más imponente que Edan hubiera visto jamás. De dos metros y medio de altura y casi doscientos kilos, sin ser enorme, era grande incluso comparado con el estándar de su especie. Como todos los krogan, tenía la parte superior de su espina dorsal ligeramente curvada, lo que le hacía parecer jorobado. Los grandes volantes de hueso y carne escamada que, como un grueso caparazón del que sobresalía su cabeza roma, le crecían en el dorso de la espalda, el cuello y los hombros realzaban aún más éste efecto. Unas láminas ásperas y curtidas le cubrían la nuca y la coronilla del cráneo. Sus rasgos eran rotundos y bestiales, casi prehistóricos. Carecía de oídos o nariz visibles y los ojos, aunque brillaban con cruel astucia, eran pequeños y estaban bastante separados entre sí a ambos lados de la cabeza.

Un krogan podía vivir varios siglos; con la edad, su tez se tornaba oscura y sin brillo; la piel de éste estaba moteada en tonos broncíneos, sin apenas rastro de las manchas verdes y de amarillo pálido comunes entre los miembros más jóvenes de la especie. Una maraña de cardenales y cicatrices descoloridos se entrecruzaban a lo largo del rostro y la garganta, antiguas heridas de batalla que desfiguraban sus rasgos, como si todas sus venas estuvieran a punto de reventar bajo la superficie de la piel. Llevaba un blindaje corporal ligero, pero no llevaba armas; de acuerdo con las órdenes previas de Edan, se las habían retirado en la entrada. A pesar de ir desarmado, seguía irradiando un aura de amenaza y destrucción.

Caminaba con una extraña y pesada elegancia, como si fuera una fuerza de la naturaleza, retumbando por el suelo del almacén, despiadado e imparable. Cuatro Soles Azules lo escoltaban, dos a cada lado. Estaban ahí para intimidar al cazarrecompensas y disuadirle de responder agresivamente si las negociaciones iban mal. Aunque estaba claro que eran ellos los que se sentían intimidados. Su tensión podía palparse a cada paso; se comportaban como si estuvieran al borde de un volcán a punto de entrar en erupción. Uno de ellos, un joven humano, que llevaba tatuado un sol azul sobre el ojo izquierdo, no dejaba de llevarse la mano a la pistola que portaba a un lado, como si, con el simple hecho de tocarla, intentara reunir coraje.

Edan habría encontrado divertido este desasosiego si su protección no hubiera dependido de ellos. El batariano decidió que haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que la reunión fuese como la seda.

A medida que el krogan se aproximaba, sus labios se retiraron hacia atrás, dejando ver sus dientes serrados… o puede que fuera una sonrisa. Se detuvo a unos pasos de distancia, todavía flanqueado a cada lado por los cuatro mercenarios.

—Me llamo Skarr —gruñó, con una voz tan profunda que emitió vibraciones que rebotaron por todo el suelo.

—Soy Edan Had’dah —respondió el batariano, ladeando ligeramente la cabeza a la izquierda, una muestra de respeto y admiración entre su especie. Skarr respondió ladeando la suya, aunque la inclinó a la derecha: una manera de saludar que solía ir dirigida a los subordinados.

Edan no pudo evitar sentirse irritado. O bien Skarr estaba insultándole o bien no comprendía el sentido del gesto. Eligió proceder como si se tratara de esto último, a pesar de que, por lo que sabía de él, muy posiblemente fuera lo primero.

—No suelo acceder a reunirme con la gente a la que contrato —explicó—. Pero en su caso he decidido hacer una excepción. Según su reputación, sus habilidades bien merecen transgredir las reglas.

Skarr rechazó el cumplido con un desdeñoso gruñido.

—Según la suya, creí que iría mejor vestido. ¿Está seguro de poder costear mis servicios?

Por la habitación sonaron unos murmullos de indignación provenientes del resto de batarianos. En su cultura, cuestionar la capacidad financiera de alguien superior en la escala social era un gran insulto. Una vez más, Edan se preguntó si no estaría haciéndolo a propósito. Afortunadamente, estaba acostumbrado a tratar con las especies menos cultivadas de la galaxia y no iba a contratar a Skarr por sus conocidos «buenos modales».

—Puede estar seguro. Dispongo de suficientes fondos para pagarle —respondió con voz tranquila e imperturbable—. Es un trabajo fácil.

—¿Tiene algo que ver con la base de Sidón?

Los ojos interiores de Edan parpadearon una vez, mostrando su sorpresa. Negociar era una danza sutil de falsedades y equívocos; cada una de las partes ocultaba secretos a la otra en un intento de llevarse el gato al agua. Y Edan acababa de meter la pata. Su reacción involuntaria había revelado un hecho que pretendía mantener oculto… si es que el krogan era suficientemente listo para pillarlo.

—¿Sidón? ¿Qué le hace pensar eso? —preguntó manteniendo una voz cuidadosamente neutra.

Skarr encogió los enormes hombros.

—Una intuición. Y mi precio acaba de subir.

—Su implicación sólo requiere que encuentre y elimine al objetivo —contraatacó Edan. Su voz no dejó traslucir nada, aunque por dentro se maldecía en silencio por haber perdido la primera ronda de la negociación.

—¿Objetivo? ¿Sólo uno?

—Sí. Una humana.

El krogan giró la cabeza de un lado a otro, escudriñando a la docena aproximada de mercenarios de la Soles Azules esparcidos por el almacén.

—Aquí tiene a un montón de hombres. ¿Por qué no les obliga a ellos a hacer el trabajo sucio?

Edan vaciló. Prefería ser él quien hiciese las preguntas; no le gustaba tener que responderlas. Se mostraba cauteloso para no cometer otro error. Pero hasta sus reticencias le delataban más de lo que pensaba.

Skarr soltó una carcajada.

—Esos hrakhors la jodieron, ¿no?

Todos los mercenarios en el almacén se pusieron tensos al oír sus palabras, confirmándolas como un hecho. No importaba. De algún modo, Edan sabía que Skarr no se creería su falsos desmentidos, así que se limitó a asentir, concediéndole otro punto a su adversario.

—¿Qué ocurrió? —quiso saber el krogan.

—Contraté a los Soles Azules para que la encontraran y la trajeran aquí para interrogarla —admitió Edan—. Uno de ellos la localizó en Elysium. Lo encontraron unas horas después arrastrándose por un callejón en busca de sus dientes.

—Eso es lo que ocurre cuando uno es demasiado tacaño para contratar a un auténtico profesional.

Un insulto más de la cuenta.

El hombre del tatuaje desenfundó rápidamente la pistola, propinándole un fuerte golpe con la culata. La fuerza del golpe sacudió la cabeza de Skarr hacia un lado, aunque no llegó a derribarle. Dio vueltas en círculo, rugiendo ensordecedoramente, hasta que alcanzó a su agresor con un despiadado revés y le rompió el cuello.

Los otros tres mercenarios se abalanzaron sobre Skarr antes de que el cuerpo de su colega cayera al suelo y el peso conjunto de todos ellos derribó al gran alienígena al suelo. Antes de la reunión, Edan les había dado órdenes estrictas de no matar a Skarr a menos de que fuera absolutamente necesario… le necesitaba para localizar a la mujer desaparecida. Así que, en lugar de disparar sobre el cazarrecompensas, los tres se amontonaron encima de él, inmovilizándole y sujetándole contra el suelo mientras intentaban dejarle inconsciente a culatazos.

Por desgracia, nadie le había dicho a Skarr que él no pudiera matarles. Una larga cuchilla dentada apareció en su mano, materializándose desde algún escondrijo secreto situado en una bota, un guante o el cinturón. Edan se alejó de la pelea, dando un salto hacia atrás, mientras la cuchilla rajaba la garganta de un mercenario. El arco de vuelta rebanó la débil juntura del blindaje corporal de un segundo mercenario entre la rodilla y el muslo, cercenándole la arteria femoral. Al apretarse instintivamente con ambas manos la herida que brotaba a borbotones, Skarr le clavó la cuchilla en el pecho, traspasándole el chaleco protector y perforándole el corazón.

Cuando el krogan intentó retirarla, la cuchilla quedó momentáneamente atrapada en la caja torácica, lo que le proporcionó al último mercenario superviviente la ocasión de alejarse del montón y ponerse rápidamente en pie y a salvo del alcance del cuchillo. El humano desenfundó la pistola y la apuntó hacia el cazarrecompensas, que seguía en el suelo cubierto de sangre.

—¡No te muevas! —gritó el hombre, con la voz quebrada por el miedo.

Ignorando al enemigo que tenía frente a él, la cabeza de Skarr se movió de un lado a otro para pasar revista a los otros ocho mercenarios del almacén. Todos ellos le apuntaban con rifles de asalto, preparados para disparar. Dejó caer el cuchillo al suelo, levantó las manos vacías sobre su cabeza y se puso lentamente en pie. Al volverse para dar la cara a Edan, el mercenario de la pistola reculó unos pasos más, lo justo para estar fuera de peligro.

—¿Y ahora qué, batariano?

Al fin Edan jugaba con ventaja en las negociaciones y estaba impaciente por exprimirla.

—Quizá debiera ordenarles que le mataran ahora mismo.

Mantenía los ojos interiores centrados en Skarr mientras que con el otro par echaba un vistazo alrededor de la habitación para hacerle notar al cazarrecompensas que estaba rodeado.

Ante la vana amenaza, el krogan se limitó a reír.

—Si me quisieras muerto ya me habrían disparado antes de tener ocasión de sacar el cuchillo. Pero no lo hicieron. Debiste de darles órdenes para que no me eliminaran, así que imagino que me consideras más valioso que un puñado de mercenarios muertos. Mi precio ha vuelto a subir.

Incluso en un almacén lleno de mercenarios armados apuntando sus armas hacia él, el krogan era lo bastante perspicaz como para darle la vuelta a la situación en beneficio propio. Subestimar la inteligencia de Skarr había sido un error que Edan juró no volver a cometer. Se preguntó cuántos otros subestimaron a Skarr en el pasado… y lo que les habría costado.

—Skarr, podría haber hecho mucho dinero en mi línea de trabajo —dijo sin intentar ocultar su respeto.

—Ya gano mucho dinero en esta línea de trabajo. Y asesinar a la gente es uno de mis privilegios adicionales. Así que dejemos ya de perder el tiempo y hagamos un trato.

Edan asintió ligeramente con la cabeza y parpadeó con los cuatro ojos al unísono, indicándoles a los mercenarios que bajaran las armas. No se alegraban de que Skarr hubiera matado a tres de sus colegas pero para ellos la lealtad significaba menos que el dinero. Y con los tres muertos, su pellizco acababa de crecer.

Sólo el joven que estaba más cerca del krogan, el de la pistola, desobedeció la orden. Miró con incredulidad al resto, con el arma todavía apuntando directamente a Skarr.

—¿Pero qué hacéis? —les increpó—. Después de lo ocurrido, no podemos dejar que se marche así, sin más.

—No seas estúpido, chico —dijo Skarr con mal humor—. Matarme no hará que vuelvan tus amigos muertos. Es un mal negocio.

—¡Cállate! —contestó bruscamente, centrando toda su atención sobre Skarr.

El tono de voz del krogan bajó hasta convertirse en un susurro amenazador.

—Piensa bien cuál será tu próximo movimiento, humano. Nadie más va a tomar parte. Estamos tú y yo solos.

Aunque el mercenario estaba temblando, logró mantener la pistola apuntando hacia su objetivo. Skarr no parecía preocupado.

—Tienes hasta que cuente tres para soltar el arma.

—¿O qué? —gritó el mercenario—. Si haces un solo movimiento, estás muerto.

—Uno.

Edan percibió una tenue aura que envolvía de repente al krogan y que, incluso con la ventaja de dos pares de ojos, apenas era visible. Alrededor del cazarrecompensas había una sutil oscilación, como si la luz de la habitación estuviera ligeramente distorsionada al atravesar el aire que le circundaba.

¡Skarr era un biótico! El krogan era una de esas pocas personas capaces de manipular la energía oscura, la imperceptible fuerza cuántica que se extendía por el llamado espacio vacío del universo. Normalmente, la energía oscura era demasiado débil para tener efectos perceptibles en el universo físico, pero los bióticos eran capaces de concentrarla en campos extremadamente densos mediante el condicionamiento mental. Con unas dotes naturales acrecentadas por miles de amplificadores microscópicos implantados quirúrgicamente por todo su sistema nervioso, los individuos bióticos podían usar la biorretroacción para disparar la energía acumulada en una única ráfaga controlada. Que era justamente lo que Skarr estaba haciendo: ganar tiempo hasta reunir la suficiente energía para liberarla sobre el joven, que seguía apuntando estúpidamente el arma hacia él.

Pero el mercenario no era consciente de lo que estaba ocurriendo. La Humanidad carecía de individuos con capacidades bióticas latentes; Edan sospechaba que ni siquiera era consciente de que existiera semejante energía. Aunque aquel hombre estaba a punto de descubrirlo.

—Dos.

El mercenario abrió la boca para decir algo más, pero no pudo hacerlo. Skarr movió con violencia el puño cerrado en dirección hacia él y el aire se onduló, levantando bruscamente una ola de energía oscura sobre su contrincante, que alzó al desprevenido humano y le arrojó varios metros hacia atrás. Aterrizó pesadamente sobre el suelo, quedándose sin aliento mientras la pistola salía disparada de su mano.

Perdió el sentido durante unos instantes, tiempo de sobra para que Skarr atravesara la distancia que les separaba y rodeara el cuello del mercenario con su mano de tres dedos. Alzó al humano hasta el techo, asiéndole fácilmente con un brazo al tiempo que le estrujaba lentamente la tráquea. El mercenario coceaba con los talones e intentaba arañar en vano el escamoso antebrazo que le estaba estrangulando.

—La muerte te sobreviene a manos de un verdadero maestro de batalla krogan —le hizo saber Skarr con indiferencia mientras el rostro de la víctima pasaba del rojo pálido al azul—. Espero que sepas apreciar el honor.

El resto de los Soles Azules se cruzaron de brazos sin hacer nada, observando todo el asunto con frío desdén. Edan podía adivinar por sus caras que no estaban disfrutando del espectáculo, aunque ninguno de ellos estaba dispuesto a intervenir para ponerle fin. No si eso suponía ofender a su patrón… o provocar la ira del krogan.

Los forcejeos del mercenario se hicieron más débiles; los ojos se le pusieron en blanco; al fin quedó inmóvil. Skarr lo sacudió una vez más y entonces le dio un último estrujón que le aplastó la tráquea antes de dejarlo caer desdeñosamente a suelo.

—Creía que había dicho que iba a contar hasta tres —observó Edan.

—Mentí.

—Una exhibición impresionante —admitió Edan, inclinando la cabeza en dirección a los cuerpos—. Tan sólo espero que obtenga resultados similares con Kahlee Sanders. Claro que primero tendrá que encontrarla.

—La encontraré —respondió el krogan con absoluta convicción—. A eso me dedico.

John Grissom se despertó con el sonido de alguien que llamaba a la puerta a media noche. Salió de la cama a regañadientes y se puso una bata harapienta sin molestarse en atársela. Cualquier visitante lo bastante maleducado para sacarle de la cama a esa hora bien podía soportar verle en calzoncillos.

En realidad, se esperaba algo así desde que supo que habían atacado Sidón. Ya fuera alguien de la administración de la Alianza, que se presentara para intentar convencerle de que hiciera alguna clase de aparición pública o comunicado oficial, o bien algún periodista que buscara captar la reacción de uno de los iconos más reconocidos de la Humanidad. Fuera lo que fuese, estaban de malas. Ahora estaba retirado. Se había acabado lo de ser un héroe. Ahora no era más que un viejo gruñón que vivía de su pensión de oficial.

Encendió la luz del vestíbulo, y contrajo la vista por la claridad, mientras intentaba deshacerse de los últimos vestigios del atontamiento del sueño. Andando con paso lento, se dirigió desde el dormitorio hacia la puerta principal. Los golpes continuaban, haciéndose cada vez más insistentes y desesperados.

—Maldita sea… ¡Ya voy! —gritó, aunque sin molestarse en acelerar el paso. Al menos, el ruido no molestaría a los vecinos: no tenía. No lo bastante cerca para que pudieran oírlo. Por lo que a él respectaba, ése era el principal atractivo de la casa.

Elysium le había parecido un buen lugar para retirarse. La colonia estaba a suficiente distancia de la tierra y de otros asentamientos importantes para disuadir a la gente de hacer el viaje por simple curiosidad, y con una población de varios millones, era lo bastante grande para poder desaparecer entre la multitud; por no mencionar que era segura, sólida y estable. Podría haber encontrado algún sitio aún más lejano, pero en una colonia menos consolidada corría el riesgo de ser visto como una especie de salvador o como un líder de facto siempre que algo no fuera bien.

A pesar de todo, no era perfecta. Nada más llegar a Elysium, hacía cinco años, los políticos locales le habían molestado constantemente, bien pretendiendo que se presentara en nombre de su partido, o bien buscando que les respaldara en sus propias candidaturas. Grissom eligió permanecer completamente equitativo e imparcial: los mandó a todos al infierno.

Después del primer año, la gente dejó de molestarle. Cada seis meses o así, recibía un escueto mensaje de vídeo de la Alianza en el que le animaban a regresar para ayudar a la Humanidad. Tan sólo estaba en la cincuentena: decían que era demasiado joven para quedarse sentado sin hacer nada. Jamás se tomó la molestia de responder. Grissom creía que ya había hecho mucho para servir a la Humanidad. Su carrera militar siempre había estado en primer lugar. Le había costado la familia. Aunque eso no fue más que el comienzo. Luego estuvo el circo mediático de cinco años que siguió a su pionero viaje a través del relé de Caronte; miles y miles de entrevistas. Las cosas no hicieron sino empeorar tras su labor durante la Primera Guerra de Contacto: más entrevistas, apariciones en publico, reuniones privadas con contralmirantes, generales y políticos, y ceremonias diplomáticas oficiales para reunirse con los representantes de cada monstruosa especie mutante alienígena con que la Alianza topaba. Se había acabado. Que fuera otro el que tomara el estandarte y corriera con él; tan sólo quería que le dejaran en paz.

Y entonces unos memos tuvieron que ir y atacar una base de la Alianza que, hablando en términos galácticos, estaba justo a la vuelta de la esquina. Resultaba inevitable que alguien creyera que esto era motivo suficiente para volver a molestarle otra vez. ¿Pero tenían que hacerlo en medio de la maldita noche?

Estaba en la puerta y los golpes no habían cesado lo más mínimo. Más bien al contrario, cuanto más tardaba, más intensos y apremiantes se volvían. Mientras abría la puerta, Grissom decidió que si el visitante era de la Alianza, le enviaría a la mierda y si él —o ella— era un periodista, le daría un puñetazo justo en la boca.

Una joven aterrorizada estaba de pie en la puerta, tiritando en la fría oscuridad. Estaba tan cubierta de sangre que le llevó unos segundos reconocerla.

—¿Kahlee?

—Tengo problemas —dijo con voz trémula—. Necesito tu ayuda, papá.