CUATRO

La teniente Kahlee Sanders era lista: una de las mejores especialistas en ordenadores y sistemas de la Alianza. Era atractiva: los soldados de la base siempre intentaban ligar con ella cuando no estaba de servicio. Era joven: a los veintiséis años, sabía que podía contar con al menos medio siglo de salud y otros tantos años productivos por delante. Y sabía que estaba al borde de cometer el mayor error de su vida.

Echó una mirada cautelosa por el bar, sorbiendo nerviosamente la bebida mientras se hundía cada vez más en su pequeño rincón procurando no llamar la atención. De estatura y constitución medianas, el único rasgo verdaderamente distintivo de Kahlee era una rubia melena que le llegaba hasta los hombros: un rasgo genéticamente recesivo, teniendo en cuenta que las rubias naturales casi se habían extinguido. Aunque su cabello era de un rubio oscuro con mechones tirando a castaño… y, en cualquier caso, seguía habiendo muchos humanos que se teñían de rubio. Normalmente, no destacaba entre la multitud. Eso facilitaba que aquí pasara inadvertida: el Agujero Negro estaba abarrotado.

La mayor parte de la clientela era humana, cosa que no resultaba sorprendente, teniendo en cuenta que el bar era un establecimiento selecto a corta distancia de los puertos espaciales de Elysium, la colonia mayor y más antigua del Confín Skylliano. Sin embargo, al menos una tercera parte de los clientes habituales estaba constituida por otras especies. Los batarianos eran los más numerosos; podía ver cómo sus estrechas cabezas se balanceaban sobre sus nervudos cuellos entre la multitud. Tenían unas fosas nasales de gran tamaño, narices grandes y triangulares que prácticamente estaban chafadas contra la cara, con la punta señalando directamente a sus finos labios, y la barbilla puntiaguda. Sus caras estaban recubiertas de un vello tan corto y fino que se parecía al suave terciopelo del morro de un caballo, a pesar de que les crecía con mayor grosor y longitud alrededor de la boca. Una tira plana y cartilaginosa a modo de cresta les recorría la superficie del cráneo y les bajaba por detrás del cuello.

Pero la característica más singular de la especie era, sin duda, el hecho de que poseía dos pares de ojos distintos. Un par estaba situado en unas cuencas amplias y huesudas que sobresalían de las esquinas de la cara, confiriendo a los cráneos una perceptible forma de diamante. El segundo par, situados a mayor altura, justo por debajo de la mitad de la frente, dos ojos de menor tamaño y más próximos entre sí. Los batarianos tenían la costumbre de mirar con los cuatro ojos simultáneamente, dificultando que una especie binocular supiera en qué par debían centrarse durante una conversación. La incapacidad de mantener el contacto visual resultaba desconcertante para la mayor parte de las especies y los batarianos siempre procuraban sacar provecho de esta ventaja en situaciones que tuvieran que ver con el regateo y las negociaciones.

Igual que la Alianza, el gobierno batariano estaba estableciéndose activamente en el Confín Skylliano, con la intención de afianzarse en una región madura para la expansión. Aunque, en la actualidad, el Agujero Negro también era la sede de otras especies alienígenas. Vio a varios turianos entre el público, con sus rasgos oscurecidos en gran medida por los duros caparazones tatuados que les cubrían el rostro y la cabeza como si fueran feroces máscaras paganas. Notó los rápidos y despiertos ojos de un grupo de salarianos que estaban en el otro extremo de la habitación. Un par de enormes krogan se asomaban entre las sombras, cerca de la puerta, custodiando la entrada como dinosaurios prehistóricos de pie sobre sus patas traseras. Unos cuantos volus rechonchos se contoneaban por la sala. Y la única asari, una camarera hermosa y etérea, se deslizaba sin esfuerzo entre la multitud, yendo de mesa en mesa mientras mantenía en equilibrio una bandeja repleta de bebidas.

Kahlee había llegado sola pero parecía como si todos los demás hubieran llegado en grupos. Se apoyaban sobre la barra, se apiñaban alrededor de las mesas altas, se arremolinaban sobre la pista de baile o se apretujaban contra las paredes. Todo el mundo parecía estar pasándoselo bien, riendo y charlando con los amigos, los colegas o los socios. A Kahlee le asombraba que pudieran oírse entre sí. El constante barullo de cincuenta conversaciones simultáneas se elevaba hasta el techo y caía estrellándose sobre ella como una ola. Procuró eludirlo hundiéndose aún más en su pequeño rincón.

Nada más llegar, pensó que la presencia de la multitud sería reconfortante. O que quizá pudiera perderse entre la anónima muchedumbre. Pero las bebidas del Agujero Negro eran tan fuertes como cabía esperar por su renombre y, a pesar de que estaba tan sólo a mitad de la segunda copa, sus sentidos comenzaban ya a embotarse ligeramente. Ahora había demasiado ruido y movimiento. Era incapaz de centrar la atención en lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Ninguno de los presentes tenía ningún motivo para sospechar de la joven que estaba sola en el rincón, aunque se encontró escudriñando la sala sin cesar para comprobar si había alguien observándola.

De momento, nadie había echado siquiera un vistazo en su dirección. No es que esa observación le reconfortara. Estaba en un aprieto y una paranoia alimentada por el alcohol no iba a hacer las cosas más fáciles. Kahlee dejó la bebida sobre una pequeña barra empotrada en una pared del bar e intentó poner sus ideas en orden y evaluar su situación.

Hacía dieciséis horas que había escapado sin permiso del complejo de investigaciones de Sidón. Marcharse de la base era una infracción menor; las cosas se agravaron cuando, ocho horas más tarde, dejó de presentarse al turno asignado. El incumplimiento del deber era lo bastante grave como para constar en su expediente. Y en cuatro horas más, su condición sería oficialmente de ANA —Ausencia No Autorizada—, un delito por el que podía ser sometida a un consejo de guerra, expulsada con deshonor e incluso encarcelada.

Kahlee cogió la copa medio llena y le dio un trago largo confiando en que el alcohol pudiera ayudarla a calmar sus acelerados pensamientos. Ayer, al partir, todo le había parecido tan sencillo. Tenía pruebas de que sus superiores en Sidón habían llevado a cabo investigaciones ilegales y estaba decidida a informar de ello.

Había cogido un transbordador que partía de la base; enseñó fugazmente un pase que había falsificado pirateando los archivos de seguridad confidenciales y llegó a Elysium unas cuantas horas después. En algún punto de ese trayecto, comenzó a tener dudas.

Con tiempo de sobra para reflexionar sobre las plenas consecuencias de sus actos, empezó a comprender que las cosas no estaban tan claras como había supuesto en un principio. No tenía la menor idea sobre cuánta gente de la base podría acabar implicada en una investigación formal. ¿Y si algunas de las personas con las que trabajaba, personas a las que consideraba amigos suyos, estaban de alguna manera involucrada? ¿De veras quería hacerles caer? Una parte de ella creía que lo que estaba a punto de hacer era un acto de traición.

Pero sus dudas iban más allá de la lealtad hacia sus compañeros del ejército: estaba corriendo un enorme riesgo respecto a su propia carrera. Tenía pruebas de que Sidón llevaba a cabo investigaciones muy alejadas del ámbito de los parámetros oficiales; pruebas que obtuvo comprometiendo ilegalmente archivos con acceso de alta seguridad, actuando nada más que sobre la base de sus sospechas iniciales y una disparatada intuición. Una intuición que resultó ser cierta aunque, técnicamente, toda su investigación hubiera sido un acto de traición contra la Alianza.

Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que no tenía ni idea de dónde se había metido. No sabría decir si sus superiores actuaban en solitario o si no hacían más que obedecer órdenes de alguien situado más alto en la cadena de mando. ¿Qué ocurriría si les denunciaba a la misma persona que había ordenado inicialmente que se llevara a cabo la investigación ilegal? ¿Cambiaría las cosas o simplemente lo encubrirían sin más? Puede que estuviera echando a perder su carrera y arriesgándose a pasar una buena temporada en la cárcel para nada.

En realidad, si de verdad querían encontrarla, no sería demasiado complicado. En los registros figuraba que se había embarcado en un transbordador que se dirigía a Elysium con un pase falsificado. Aunque dudaba que la Alianza fuera a enviar a alguien tras ella. Al menos no hasta que llevara más de veinticuatro horas desaparecida y pasara a ser un delito penal. Aún le quedaba algo de tiempo para decidir qué hacer.

No es que unas cuantas horas más fueran a cambiar algo. Kahlee había estado dándole vueltas al problema desde que aterrizó. Estaba demasiado nerviosa para poder dormir, demasiado atemorizada para regresar a Sidón y enfrentarse a los cargos y demasiado asustada para seguir adelante. Iba de bar en bar, se tomaba unas cuantas copas y salía para despejarse. Temerosa de llamar la atención sin querer, nunca se quedaba demasiado tiempo en el mismo lugar. Su recorrido la llevó de un bar a un salón y de ahí a un club mientras confiaba en encontrar una inspiración repentina que resolviera el problema milagrosamente.

Echó un vistazo al vídeo-diario que pasaban por una pantalla situada en una pared al otro extremo del bar, la vista atrapada por una imagen familiar. Aunque no podía escuchar lo que se decía en la emisión, reconoció una foto de archivo del complejo de investigaciones de Sidón. Desconcertada, Kahlee arrugó la frente y entrecerró los ojos para intentar leer los caracteres que pasaban rápidamente rozando la parte inferior de la pantalla.

ATACADA BASE DE INVESTIGACIÓN DE LA ALIANZA

Alarmada, abrió los ojos de par en par y dejó la copa sobre la barra de golpe, derramando lo que quedaba de la bebida. Haciendo caso omiso de ello, salió de su pequeño rincón, se abrió paso a empellones entre la multitud, apartó despreocupadamente a codazos y empujones a los clientes habituales y se acercó lo bastante para poder oír las palabras del presentador.

—Al parecer, el complejo de investigación de Sidón ha sido víctima de un ataque terrorista. Los detalles son todavía imprecisos pero hemos recibido una confirmación oficial de fuentes de la Alianza.

Ansiosa por oír más, Kahlee siguió adelante y empujó a otro de los parroquianos, haciendo que se le derramara la bebida.

El hombre se volvió hacia ella, exclamando con gran enfado un «eh, mire por dónde…» que fue apagándose al reparar en que había sido una joven atractiva la que le había propinado el golpe.

Kahlee, con los ojos clavados en la pantalla que estaba sobre su cabeza, ni siquiera le pidió disculpas.

—El lugar de los hechos, a la espera de una investigación de la Alianza, sigue siendo de acceso restringido, motivo por el que no podemos ofrecerles ninguna imagen en directo…

El hombre miró a la pantalla, fingiendo interés con la esperanza de establecer una conexión con ella.

—Tienen que haber sido los batarianos —opinó prosaicamente.

El amigo con el que había estado hablando, deseoso de impresionar a la atractiva recién llegada se unió también a la conversación.

—La Alianza llevaba meses pronosticando algo así —dijo, adoptando sobre el asunto un tono de autoridad incuestionable—. Me lo explicó mi primo, que está en el ejército.

Kahlee le lanzó una mirada fulminante para que se callara. Una vez asegurado su silencio, se volvió hacia el vídeo justo a tiempo de pillar el final del reportaje.

—… no hay supervivientes. Pasando a otras noticias, el embajador humano de Camala convocó recientemente una conferencia de prensa para anunciar la firma de un nuevo convenio comercial…

No hay supervivientes. Las palabras dejaron a Kahlee consternada, aturdiéndola como si hubiera recibido un golpe fuerte en la parte posterior de la cabeza. Ayer mismo estaba en la base. ¡Ayer! Si no se hubiera escapado, ahora estaría muerta. La sala comenzó a escorarse hacia un lado y se dio cuenta de que estaba a punto de desmayarse.

El hombre al que había empujado la recogió mientras se tambaleaba, sosteniéndola cuando ésta intentaba resistirse al vértigo.

—Eh, ¿qué le ocurre? —Su voz traslucía una auténtica preocupación—. ¿Está bien?

—¿Mmm? —masculló Kahlee, sin enterarse siquiera de que un completo desconocido estaba aguantando la mayor parte de su peso. El hombre la ayudó a mantenerse en pie y después la soltó, aunque estaba preparado para saltar de nuevo por si se caía. Puso una mano sobre su brazo para reconfortarla o puede que para ayudarla a mantener el equilibrio.

—¿Conocía a alguien en la base? ¿Tenía amigos allí?

—Sí… esto… no —el exceso de bebida, la falta de sueño y la conmoción por lo que había ocurrido en Sidón la habían incapacitado momentáneamente, aunque de nuevo empezaba a sentirse firme sobre sus pies. Su ágil mente estaba activándose: al fin se dio cuenta de todas las consecuencias de lo que acababa de ocurrir. Había desaparecido de una base de alta seguridad escasas horas antes de que ésta fuera atacada. No era únicamente una superviviente… ¡Ahora era también una sospechosa!

Los dos hombres la observaban con una mezcla de extrañeza y preocupación. Se deshizo suavemente de la mano que descansaba sobre su brazo y les devolvió una sonrisa a modo de disculpa.

—Lo siento. La noticia me cogió desprevenida. Yo… conozco a gente en la Alianza.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó el segundo hombre. Tuvo la sensación de que el ofrecimiento era sincero; no era más que un buen tipo cuidando de un compañero de especie. Pero ahora mismo, lo único que quería era marcharse sin hacer nada que pudiera hacer que alguien se acordara de ella.

—No, no, estoy bien. Gracias, de todos modos. —Dio un paso atrás mientras hablaba—. Tengo que irme. Llegaré tarde al trabajo. Lo siento por la copa. —Se dio la vuelta y desapareció entre la multitud en dirección a la entrada. Miró por encima del hombro, aliviada al ver que ninguno de los dos hombres intentaba seguirla. Simplemente se encogieron de hombros, restándole importancia al extraño encuentro, y reanudaron la conversación previa.

Cuando salió del bar, hacía frío y estaba oscuro. Las noticias sobre la destrucción de Sidón habían hecho que se le pasara la borrachera, aunque aún se veía capaz de dar un paseo bajo el frío y seco aire de la noche para despejar del todo su mente.

El Agujero Negro estaba situado en una de las principales vías públicas de Elysium. Era de noche pero todavía era pronto y las aceras estaban llenas de gente. Bajó rápidamente por la concurrida calle sin dirigirse a ningún sitio en particular, simplemente porque necesitaba seguir moviéndose. La cabeza seguía dándole vueltas mientras luchaba por abrirse paso entre el tráfico intenso de peatones. Poco a poco, la paranoia volvió a deslizarse sigilosamente entre sus pensamientos, hasta el punto de rehuir a cada transeúnte y sobresaltarse por cada sonido inesperado. Allí fuera, rodeada de todos aquellos desconocidos, se sentía vulnerable e innecesariamente expuesta.

Una calle lateral desierta le ofreció un refugio temporal. Se metió corriendo en el estrecho callejón y no paró hasta haber llegado al final de la manzana. El ruido de la gente y de los monorraíles proveniente de la calle principal no era ya sino un tenue murmullo.

Las noticias de Sidón lo cambiaban todo. Debía reevaluar su situación. ¿Cabía la posibilidad de que su desaparición hubiera desencadenado, de alguna manera, el ataque? Resultaba difícil de imaginar que fuera una simple coincidencia, aunque no veía el modo en que ambos hechos podían estar relacionados. Una cosa era segura: ahora sí que la estarían buscando. Tenía que borrar sus huellas y encontrar la manera de reservar un vuelo fuera de Elysium que no pudieran rastrear hasta ella. Debía encontrar una identificación falsa. Si permanecía más tiempo aquí seguro que alguien…

Kahlee gritó al notar una pesada mano cerrándose de golpe sobre su hombro que le hizo dar media vuelta hasta encontrarse frente al pecho de un hombre espantosamente grande que la agarraba con firmeza. Miró hacia arriba y se encontró con sus ojos, fríos y severos.

—¿Kahlee Sanders? —Parecía más una acusación que una pregunta.

Asustada, intentó dar un paso atrás, forcejeando y retorciéndose en un intento de liberarse. Su captor la sacudió bruscamente una vez, haciéndola estremecer de dolor mientras le hundía las uñas en la carne de la clavícula.

—Teniente Kahlee Sanders, queda detenida como sospechosa de conspirar para traicionar a la Alianza.

Con la sorpresa, Kahlee tardó unos segundos en darse cuenta de qué llevaba puesto el hombre. Ahora reconoció claramente el uniforme: PM (Policía militar) de la Alianza. Ya la habían encontrado. Debió de verla en la calle principal y la siguió hasta el callejón desierto.

Abandonó toda resistencia y dejó caer la cabeza hacia abajo mientras se resignaba a su destino.

—Yo no lo hice —susurró—. No es lo que usted piensa.

Gruñó como si no la creyera, aunque retiró la mano de su hombro. Kahlee podía sentir ya cómo la piel bajo su camisa comenzaba a amoratarse.

Sacó un par de esposas del cinturón y las levantó para que pudiera verlas mientras le ordenaba, en un tono seco, que se diera la vuelta y pusiera las manos detrás de la espalda.

Dudó y después asintió con la cabeza. Resistirse no haría sino empeorar las cosas. Era inocente, ahora debería probarlo frente a un tribunal militar.

—No intente correr —le advirtió—. Estoy autorizado a emplear la fuerza si es necesario. —Aquellas palabras llamaron su atención hacia el arma que llevaba en la cadera, mientras obedecía sus órdenes y giraba lentamente su espalda hacia él. Por el rabillo del ojo pudo distinguir la pistola Striker fabricada por el sindicato Ahial que llevaba enfundada en la cadera.

Justo cuando sentía cómo una esposa se cerraba sobre su muñeca derecha, una señal de alarma sonó en su mente. ¡La pistola reglamentaria del personal de la Alianza no era la Striker sino la Hahne-Kedar PT!

Un milisegundo después de notar cómo la segunda manilla se cerraba alrededor de la muñeca izquierda lo comprendió todo. Actuando por instinto y bajo los efectos de la adrenalina, echó la cabeza hacia atrás con violencia. Al estrellarse contra la cara del falso PM, Kahlee fue recompensada por un húmedo crujido.

Se dio la vuelta mientras el hombre caía de rodillas, momentáneamente aturdido por el inesperado ataque. Los brazos le pendían a los lados sin rigidez y un reguero de sangre le manaba de la boca y la nariz, formando una mancha fresca y oscura sobre su cara: el blanco perfecto. Le dio un rodillazo infligiéndole aún más daño en la zona herida.

El golpe empujó al falso PM hacia atrás y cayó sobre un costado, borboteando y asfixiándose con la sangre que le obstruía la garganta. Su cuerpo se contrajo espasmódicamente mientras agitaba las piernas con violencia intentando rechazar a su atacante. Kahlee era implacable. No sabía quién era el impostor —mercenario o asesino— pero sabía que si no se alejaba de él, estaba muerta.

Recurriendo a las clases de lucha cuerpo a cuerpo que todo el personal de la Alianza recibía durante la instrucción, pudo esquivar sus débiles patadas con facilidad. Con las manos todavía esposadas tras la espalda, sus únicas armas eran los pies. Bailaba alrededor del bulto, que yacía tumbado boca abajo, y se acercaba para poder darle con las punteras de acero y los pesados talones en las partes vulnerables de la cabeza y el pecho.

Al intentar protegerse, su contrincante se enroscó sobre el estómago. Kahlee vaciló por unos instantes y vio como la mano del hombre se dirigía a tientas hacia la funda de la pistola. Saltó sobre él y le pisó los dedos una y otra vez hasta que éstos no fueron más que un revoltijo de huesos rotos y carne mutilada.

Ignoró los gimoteos y el llanto a borbotones del hombre mientras éste intentaba pedir clemencia por entre la sangre y los dientes destrozados. Seguía estando consciente, por lo que aún suponía una amenaza. Le dio una fuerte patada en la sien que posiblemente le fracturó el cráneo. Su cuerpo se contrajo con un espasmo y luego quedó inerte. Le propinó otra fuerte patada en las costillas, que no provocó ninguna reacción, para asegurarse de que realmente había perdido el conocimiento.

Se dejó caer en el suelo junto al cuerpo, moviéndose deprisa por si acaso alguien se metía en el callejón a investigar el alboroto. El falso PM le había esposado las manos tras la espalda pero no había hecho un gran trabajo. Las esposas estaban lo bastante sueltas sobre sus muñecas para permitir que Kahlee las hiciera correr varios centímetros arriba y abajo por los antebrazos; daban el suficiente juego para poder liberarse de ellas. Retorciéndose y forcejeando, logró contorsionarse lo bastante como para poder deslizar las muñecas encadenadas espalda abajo y pasarlas por debajo del hueso de la cadera y a lo largo de la parte trasera de los muslos hasta llegar a las rodillas. Rodó sobre la espalda y se puso de lado, contrayéndose para poder pasar los pies por el hueco de los brazos. Las muñecas seguían esposadas pero al menos ahora las tenía por delante.

Contuvo el reflejo nauseoso y gateó sobre las manos y las rodillas por encima de la sangre del asaltante hasta situarse justo encima de su cuerpo inmóvil. Seguía respirando entre jadeos entrecortados y medio ahogados. Kahlee soltó el aliento sin haber sido consciente de haber estado conteniéndolo. Aunque no sentía ningún remordimiento por la salvaje paliza que le acababa de propinar mientras luchaba por salvar su propia vida, estaba contenta de no tener que cargar con la muerte de aquel hombre sobre su conciencia.

El adiestramiento y la adrenalina la habían salvado. Eso y la negligencia de su contrincante. Pero mientras la adrenalina descendía y asimilaba la espantosa escena, sintió los primeros indicios de pánico. Era una soldado pero nunca había estado de servicio en el frente. Jamás se había encontrado con algo parecido.

¡Vamos, Sanders! La voz de su antiguo profesor de instrucción resonaba en su interior, aunque las palabras eran suyas. Aún no te has librado de este follón.

Apretó los dientes, decidida a acabar el trabajo. Aun así, Kahlee se estremeció al buscar a tientas en el cinturón empapado de sangre del hombre hasta encontrar la llave que abría los grilletes. Liberarse de las esposas resultó aún más difícil que pasárselas por delante, ya que tenía que sujetar la llave entre los dientes para intentar meterla en la cerradura. Aunque tras varios minutos frustrantes oyó un chasquido y la atadura se desprendió de su muñeca izquierda. Abrir la otra esposa sólo le llevó un segundo. Era libre.

Kahlee echó un rápido vistazo a su alrededor, aliviada al ver que nadie había entrado aún por casualidad en el callejón. Extrajo la pistola de la funda del hombre, comprobó que llevara puesto el seguro y se la metió en el cinturón, bajo la chaqueta. Se puso de pie y se quedó inmóvil.

Aunque desconocía para quién trabajaba el hombre que permanecía inconsciente a sus pies, resultaba evidente que había estado buscándola a ella en concreto. Eso significaba que probablemente también otros la estarían buscando. Tendrían los puertos vigilados esperando a que intentara salir del planeta. Estaba atrapada. Ni siquiera podía regresar a la calle principal. Al menos, no con la ropa cubierta de sangre.

Sólo tenía una opción. Respirando otra vez para calmar sus nervios crispados, Kahlee dejó el cuerpo del asaltante donde estaba y se marchó rápidamente en dirección contraria a la ajetreada calle comercial. Pasó el resto de la noche escondiéndose por los callejones de Elysium y cuidándose de no ser descubierta mientras se dirigía lentamente hacia la casa de la única persona a la que podía recurrir en busca de ayuda. Un hombre con el que, según una promesa hecha a su madre, no debía volver a hablar.