En una nota de pie de página agregada a la edición inglesa de 1919 de su libro La interpretación de los sueños, Sigmund Freud llamó la atención sobre el trabajo del doctor Poetzl, un neurólogo austríaco que había publicado hacía poco un informe describiendo sus experimentos con el taquistoscopio. (El taquistoscopio es un instrumento que viene en dos formas: una cámara en la que el individuo ve una imagen expuesta por una breve fracción de segundo o una linterna mágica con un obturador de alta velocidad, capaz de proyectar muy brevemente una imagen en una pantalla.) En estos experimentos, «Poetzl pidió a los sujetos que hicieran un dibujo de lo que habían advertido conscientemente en la imagen que les había sido expuesta en el taquistoscopio… Luego, fijó su atención en los sueños que cada uno de estos sujetos había tenido en la noche siguiente y les pidió de nuevo que hicieran dibujos de las partes adecuadas de estos sueños. Quedó inconfundiblemente de manifiesto que el material utilizado para la construcción del sueño estaba compuesto por aquellos detalles de la imagen expuesta que el sujeto no había advertido».
Con modificaciones y refinamientos diversos, los experimentos de Poetzl han sido repetidos varias veces, últimamente por el doctor Charles Fisher, quien ha colaborado con tres excelentes informes sobre el tema de los sueños y la «percepción preconsciente» en la revista de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana. Mientras tanto, los psicólogos académicos no han estado ociosos. Confirmando las conclusiones de Poetzl, sus estudios han revelado que la gente ve y oye realmente mucho más de lo que conscientemente sabe que ve y oye, así como lo visto y oído sin saberlo queda registrado en el subconsciente y puede influir en su pensar, sentir y obrar conscientes.
La ciencia pura no permanece pura indefinidamente. Tarde o temprano, suele convertirse en ciencia aplicada y finalmente en tecnología. La teoría se modula en práctica industrial, el conocimiento se convierte en poder, las fórmulas y los experimentos de laboratorio tienen una metamorfosis y surgen como la bomba H. En el caso presente, el bello trocito de pura ciencia de Poetzl y todos los otros bellos trocitos de pura ciencia en el campo de la percepción preconsciente conservaron su prístina pureza por un tiempo sorprendentemente largo. De pronto, a comienzos del otoño de 1957, exactamente cuarenta años después de la publicación del informe original de Poetzl, se anunció que la pureza de todos ellos era cosa del pasado; habían sido aplicados, habían entrado en el reino de la tecnología. El anuncio causó una fuerte impresión y se habló y escribió sobre él en todo el mundo civilizado. Y no es de extrañar, pues la nueva técnica de la «proyección subliminal», según se la llamaba, estaba íntimamente relacionada con los espectáculos públicos y, en la vida de los seres humanos civilizados, los espectáculos públicos representan actualmente un papel comparable al que representó en la Edad Media la religión. Se han dado a nuestra época muchos apodos: la Era de la Ansiedad, la Era Atómica, la Era del Espacio. Cabría llamarla, con razones igualmente valederas, la Era de la Videomanía, la Era de la Ópera Bufa, la Era del Jockey. En una época como ésta, el anuncio de que la pura ciencia de Poetzl había sido aplicada en la forma de una técnica de proyección subliminal tenía necesariamente que despertar un vivísimo interés entre los asistentes a los espectáculos públicos. Porque la nueva técnica estaba dedicada directamente a ellos y tenía por finalidad manipular sus mentes sin que ellos lo advirtieran. Por medio de taquistoscopios especialmente diseñados, se proyectaban palabras o imágenes por una milésima de segundo o menos en las pantallas de los televisores y cines durante (no antes ni después) los programas. «Beba Coca-Cola» o «Fume un Camel» quedaban fugazmente sobrepuestos en el beso de los enamorados o las lágrimas de la angustiada madre; los nervios ópticos de los espectadores registraban estos secretos mensajes, su subconsciente replicaba a ellos y, a su debido tiempo, cada cual sentía conscientemente el deseo de tomar un refresco o fumar un cigarrillo. Y entretanto, se emitían otros secretos mensajes, en un murmullo demasiado suave o un chillido demasiado agudo para que fueran oídos conscientemente. El oyente podía estar conscientemente atento a una frase como «¡Oh, amada, cuánto te quiero!», pero subliminalmente, por debajo del umbral de la conciencia, sus oídos increíblemente sensitivos y su mente subconsciente recogían las últimas buenas noticias sobre desodorantes y laxativos.
¿Tiene realmente buenos resultados esta clase de propaganda comercial? Los datos presentados por la empresa comercial que fue la primera en recurrir a la técnica de la proyección subliminal fueron vagos y, desde un punto de vista científico, muy poco satisfactorios. Repetido a intervalos regulares durante la exhibición de una película en un cine, el consejo de que se compraran palomitas de maíz permitió que aumentara en un cincuenta por ciento la venta del producto durante el descanso. Pero un solo experimento prueba muy poco. Además, este determinado experimento fue realizado pobremente. No hubo controles y nadie se cuidó de tener en cuenta las muchas variables que influyen indudablemente en el consumo de palomitas de maíz por el público de un cine. Y en todo caso ¿es éste el modo más efectivo de aplicar el conocimiento acumulado año tras año por los investigadores científicos de la percepción subconsciente? ¿Era intrínsecamente probable que, con sólo relampaguear el nombre de un producto y la orden de comprarlo, quedara vencida la resistencia a la venta y se reclutaran nuevos clientes? La respuesta a estas dos preguntas se inclina muy manifiestamente hacia la negativa. Pero esto no significa, desde luego, que las conclusiones de los neurólogos y psicólogos carezcan de importancia práctica. Hábilmente aplicado, el bello trocito de pura ciencia de Poetzl puede convertirse muy bien en un poderoso instrumento para la manipulación de mentes confiadas.
Para procurarnos unas cuantas indicaciones sugestivas, pasemos de los vendedores de palomitas de maíz a quienes, con menos ruido pero más imaginación y mejores métodos, han estado efectuando experimentos en el mismo campo. En Gran Bretaña, donde el procedimiento de manipular las mentes por debajo del nivel de la conciencia recibe el nombre de «inyección estrobónica», los investigadores han remarcado la importancia práctica de crear las condiciones psicológicas adecuadas para la persuasión subconsciente. Una sugestión por encima del umbral de la conciencia tiene probablemente más efecto cuando el destinatario está en un leve trance hipnótico, bajo la influencia de ciertas drogas o debilitado por la enfermedad, el hambre o cualquier clase de tensión física o emocional. Pero lo que es verdad para las sugestiones por encima del umbral de la conciencia también lo es para las sugestiones por debajo de ese umbral. En pocas palabras, cuanto menor es la resistencia psicológica de una persona, mayor es la eficacia de las sugestiones inyectadas estrobónicamente. El dictador científico de mañana instalará sus máquinas murmuradoras y sus proyectores subliminales en escuelas y hospitales (los niños y los enfermos son muy sugestionables), así como en todos los lugares públicos donde la gente pueda ser sometida a un ablandamiento preliminar por medio de una oratoria o unos rituales que aumenten la impresionabilidad de cada cual.
De las condiciones en que cabe esperar que la sugestión subliminal sea efectiva, pasemos ahora a las sugestiones mismas. ¿En qué términos debe dirigirse el propagandista a las mentes subconscientes de sus víctimas? Las órdenes directas («Compre palomitas de maíz» o «Vote por Jones») y las afirmaciones absolutas («El socialismo hiede» o «La pasta dentífrica X cura la halitosis») surtirán únicamente efecto, según todas las probabilidades, en aquellas mentes que son ya partidarias de Jones y las palomitas de maíz o que están ya muy alertas a los peligros de los cuerpos malolientes y de la propiedad pública de los medios de producción. Pero fortalecer la fe existente no es bastante; el propagandista, si ha de merecer el nombre de tal, debe crear una nueva fe; debe saber cómo atraer a su campo al indiferente y al indeciso, debe ser capaz de ablandar y hasta tal vez de convertir al adversario. Sabe que, a la afirmación y a la orden subliminales, debe añadir la persuasión subliminal.
Por encima del umbral de la conciencia, uno de los métodos más efectivos de persuasión no racional es lo que podría llamarse persuasión por asociación. El propagandista asocia arbitrariamente el producto, candidato o causa que ha elegido con alguna idea o imagen de persona o cosa que la mayoría de la gente, en una cultura dada, considera indiscutiblemente como buena. Así, en una campaña de venta, la belleza femenina puede ser relacionada arbitrariamente con cualquier cosa, desde un bulldozer hasta un diurético; en una campaña política, el patriotismo puede ser relacionado con cualquier causa, desde el apartheid hasta la integración, y con cualquier clase de persona, desde un Mahatma Gandhi hasta un senador McCarthy. Hace años, en la América Central, observé un ejemplo de persuasión por asociación que me inspiró una reverente admiración por los hombres que la habían ideado. En los montes de Guatemala, las únicas obras de arte importadas son los calendarios en colores distribuidos gratuitamente por las compañías extranjeras cuyos productos son vendidos a los indios. Los calendarios norteamericanos mostraban perros, paisajes y jóvenes mujeres en un estado de desnudez parcial. Para los indios, sin embargo, los perros son meramente objetos utilitarios, los paisajes están demasiado ante sus ojos todos los días de su vida y las rubias semidesnudas carecen de interés y son tal vez un poco repulsivas. Consiguientemente, los calendarios norteamericanos disfrutaban allí de mucho menos popularidad que los calendarios alemanes, pues los anunciantes alemanes se habían tomado el trabajo de averiguar lo que los indios apreciaban. Recuerdo especialmente una obra maestra de propaganda comercial. Era un calendario editado por un fabricante de aspirina. Al pie del cuadro se veía la conocida marca sobre la conocida botellita de blancas pastillas. Encima de esto, no se veían paisajes nevados, bosques otoñales, sabuesos o coristas de suntuosas delanteras. No, no. Los astutos alemanes habían asociado sus calmantes con un cuadro de brillantes colores y lleno de vida que representaba a la Santísima Trinidad sentada en una nube y rodeada por San José, la Virgen María, variados santos y numerosos ángeles. Las milagrosas virtudes del ácido acetilsalicílico quedaban así garantidas, en las mentes sencillas y profundamente religiosas de los indios, por Dios Padre y toda la corte celestial.
Esta clase de persuasión por asociación es algo a lo que las técnicas de la proyección subliminal parecen prestarse muy bien. En una serie de experimentos llevados a cabo en la Universidad de Nueva York bajo los auspicios del Instituto Nacional de la Salud, se comprobó que los sentimientos de una persona respecto de una imagen conscientemente vista podían ser modificados asociando esta imagen, en el nivel subconsciente, con otra imagen o, todavía mejor, con palabras de un valor determinado. Así, cuando se lo relacionaba, en el nivel subconsciente, con la palabra «feliz», un rostro sin expresión alguna parecía sonreír al observador, mostrarse amable, cordial, expansivo. Cuando el mismo rostro quedaba relacionado, también en el nivel subconsciente, con la palabra «airado», adquiría una expresión ceñuda, una expresión que parecía hostil y desagradable al observador. (A un grupo de mujeres jóvenes también pareció muy masculino, cuando, momentos antes, al asociarlo con la palabra «feliz», les había hecho el efecto de un rostro perteneciente a un miembro de su propio sexo. Tomen nota de esto, padres y maridos.) Para el propagandista comercial y político, estos datos, claro está, son muy importantes. Si pudiera colocar a sus víctimas en un estado de impresionabilidad anormalmente alta, si pudiera mostrarles, mientras estuvieran en ese estado, la cosa, la persona o, por medio de un símbolo, la causa que tiene que vender y si, en el nivel subconsciente, pudiera asociar esta cosa, persona o causa con una palabra o una imagen de un valor determinado, podría modificar los sentimientos y opiniones de sus víctimas sin que éstas tuvieran la menor idea de lo que estaba haciendo. Según un emprendedor grupo comercial de Nueva Orleáns, estas técnicas permitirían incrementar el valor como espectáculo de las películas y el teatro televisado. A la gente le agradan las emociones fuertes y disfrutan por tanto con las tragedias, los dramas, los asesinatos envueltos en el misterio y las pasiones extremas. La dramatización de una pelea o de un abrazo produce fuertes emociones en los espectadores. Podría producir emociones más fuertes todavía si cupiera asociarla, en el nivel subconsciente, con palabras o símbolos adecuados. Por ejemplo, en la versión cinematográfica de Adiós a las Armas, la muerte de parto de la heroína podría ser todavía más angustiosa de lo que ya es relampagueando subliminalmente en la pantalla, una y otra vez, durante la representación de la escena, palabras siniestras como «dolor», «sangre», «muerte». Conscientemente, las palabras no serían vistas, pero su efecto sobre la mente subconsciente sería muy grande y estos efectos podrían reforzar poderosamente las emociones evocadas, en el nivel de la conciencia, por la representación y el diálogo. Si, como parece muy cierto, la proyección subliminal puede intensificar firmemente las emociones sentidas por el público de los cines, la industria cinematográfica podría aún ser salvada de la bancarrota, siempre, claro está, que el teatro televisado no se le adelante.
Teniendo en cuenta lo que queda dicho sobre la persuasión por asociación y el realce de las emociones con la sugestión subliminal, tratemos de imaginarnos lo que será un mitin político del futuro. El candidato (si es que cabe hablar todavía de candidatos) o el representante nombrado por la oligarquía gobernante, pronunciará su discurso para que todos lo oigan. Entretanto, los taquistoscopios, las máquinas susurradoras y chilladoras, los proyectores de imágenes tan difusas que sólo el subconsciente las podrá captar y todo lo demás estarán reforzando lo que el orador diga asociando sistemáticamente al hombre y sus causas con palabras de carga positiva e imágenes veneradas e inyectando estrobónicamente palabras de carga negativa y símbolos odiosos siempre que mencione a los enemigos del Estado o del partido. En los Estados Unidos serán proyectados en la tribuna breves relampagueos de Abraham Lincoln y de las palabras «gobierno por el pueblo». En Rusia, el orador será asociado, desde luego, con vislumbres de Lenin, las palabras «democracia del pueblo» y la profética barba del Padre Marx. Como todo esto está todavía de modo muy seguro en lo futuro, podemos permitirnos una sonrisa. Transcurridos diez o veinte años más, las cosas nos parecerán probablemente mucho menos divertidas. Porque lo que es ahora mera fantasía científica se habrá convertido en realidad política cotidiana.
Poetzl fue uno de los portentos que pasé en cierto modo por alto cuando escribí Un Mundo Feliz. Mi fábula no hace ninguna referencia a la proyección subliminal. Es un error por omisión que, si volviera a escribir hoy el libro, corregiría con toda seguridad.