VIII

PERSUASIÓN QUÍMICA

En el Mundo Feliz de mi fábula no había whisky, ni tabaco, ni heroína ilícita, ni cocaína de contrabando. La gente no fumaba, ni bebía, ni se daba inyecciones. Cuando alguien se sentía deprimido o flojo se tomaba un par de tabletas de un compuesto químico llamado Soma. El Soma original, del que tomé el nombre de esta hipotética droga, era una planta desconocida (posiblemente la Asclepias acida) que utilizaron los antiguos invasores arios de la India en uno de sus ritos religiosos más solemnes. En el curso de una complicada ceremonia, sacerdotes y nobles bebían el jugo embriagador exprimido de los tallos de esta planta. En los himnos védicos, se nos dice que los bebedores de Soma se sentían felices de muy diversos modos. Sus cuerpos se vigorizaban, sus corazones se henchían de valor, alegría y entusiasmo, sus inteligencias se despejaban y, como una inmediata experiencia de la vida eterna, se obtenía el convencimiento de la propia inmortalidad. Pero el sagrado jugo tenía sus inconvenientes. El Soma era una droga peligrosa, tan peligrosa que hasta el gran dios del cielo, Indra, se sentía a veces mal por ingerirla. Los mortales ordinarios hasta podían morirse como consecuencia de una dosis excesiva. Sin embargo, la experiencia era tan trascendentalmente beatífica e iluminadora que beber Soma era considerado un alto privilegio. No había precio demasiado grande para poseerlo.

El Soma de Un Mundo Feliz no tenía ninguno de los inconvenientes de su original indio. En pequeñas dosis procuraba una sensación de beatitud; en dosis mayores proporcionaba visiones y, si se tomaban tres tabletas, se entraba a los pocos minutos en un sueño reparador. Todo ello a ningún costo fisiológico o mental. Los ciudadanos del Mundo Feliz escapaban de sus depresiones de ánimo o de los fastidios de la vida cotidiana sin tener que sacrificar la salud o reducir permanentemente la eficiencia personal. En el Mundo Feliz, el hábito del Soma no era un vicio privado; era una institución política, era la misma esencia de la Vida, la Libertad y el Perseguimiento de la Felicidad garantizados por la Declaración de Derechos. Pero este privilegio inalienable, el más precioso para los ciudadanos, era al mismo tiempo uno de los más poderosos instrumentos de gobierno en el arsenal del dictador. La sistemática ingestión de drogas por los individuos para beneficio del Estado (e incidentalmente, desde luego, para el deleite de cada cual) era un principio básico de la política de los dueños del mundo. La ración diaria de Soma era un seguro contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de ideas subversivas. La religión, según dijo Marx, es el opio del pueblo. En el Mundo Feliz, esta situación quedaba invertida. El opio o, mejor dicho, el Soma era la religión del pueblo. Como la religión, la droga tenía poder para consolar y compensar, evocaba visiones de otro mundo mejor, ofrecía esperanza, fortalecía la fe y promovía la caridad. Un poeta ha escrito que:

Hace más que el mismo Milton la cerveza

para dar fe de Dios ante los hombres.

Y recordemos que, comparada con el Soma, la cerveza es una droga tosquísima y muy poco de fiar. En este asunto de dar fe de Dios ante los hombres, el Soma es al alcohol lo que el alcohol a los argumentos teológicos de Milton.

En 1931, cuando yo estaba escribiendo sobre el imaginario producto sintético mediante el que se haría felices y dóciles a las generaciones futuras, el conocido bioquímico norteamericano doctor Irvine Page se disponía a partir de Alemania, donde había pasado los tres años precedentes trabajando en el Instituto del Kaiser Guillermo sobre la química del cerebro. En un reciente artículo, el doctor Page ha escrito: «Es difícil comprender por qué necesitaron tanto tiempo los hombres de ciencia para dedicarse a la investigación de las reacciones químicas en sus propios cerebros. Hablo por aguda experiencia personal. Cuando regresé a mi patria en 1931… no pude obtener una ocupación en este campo (el campo de la química del cerebro) ni despertar por él el menor interés.» Hoy, casi treinta años después, la falta total de interés se ha convertido en un verdadero alud de investigaciones bioquímicas y psicofarmacológicas. Están siendo estudiadas las enzimas que regulan el funcionamiento del cerebro. Dentro del cuerpo, han sido aisladas substancias químicas hasta ahora desconocidas, como la adrenocroma y la serotonina (de la que el doctor Page es un codescubridor), y se investigan actualmente sus efectos de vasto alcance en nuestras funciones mentales y físicas. Entretanto, se sintetizan nuevas substancias, unas substancias que refuerzan, corrigen o perturban la acción de diversos compuestos químicos mediante los cuales el sistema nervioso realiza sus milagros cotidianos y horarios como regulador del organismo, como instrumento y mediador de la conciencia. Desde nuestro presente punto de vista, el hecho más interesante acerca de estas nuevas drogas es que alteran temporalmente la química del cerebro y el estado de ánimo con ella asociado sin causar daño alguno permanente al conjunto del organismo. A este respecto, son como el Soma y se diferencian profundamente de las antiguas drogas alteradoras de la mente. Por ejemplo, el tranquilizador clásico es el opio. Pero el opio es una droga peligrosa que, desde los tiempos neolíticos hasta nuestros días, ha estado haciendo toxicómanos y arruinando la salud. Lo mismo puede decirse del eufórico clásico, el alcohol, la droga que, para emplear las palabras del Salmo, «alegra el corazón del hombre». Pero, por desgracia, el alcohol no se limita a alegrar el corazón del hombre; también, cuando se toma en dosis excesivas, provoca trastornos y lleva al vicio; desde hace ocho mil o diez mil años, ha sido la causa principal de los crímenes, la infelicidad doméstica, la degradación moral y los accidentes evitables.

Entre los estimulantes clásicos, el té, el café y el mate son, por fortuna, casi completamente inofensivos. También son estimulantes muy débiles. En contraste con esas «tazas que animan pero no embriagan», la cocaína es muy poderosa y también muy peligrosa. Quienes recurren a ella tienen que pagar por sus éxtasis, por su sensación de ilimitado poder físico y mental, con accesos de angustiosa depresión, con síntomas físicos tan horribles como la impresión de estar infectados por miles y miles de insectos reptantes y con embaimientos paranoicos que pueden llevar a delitos de violencia. Otro estimulante de cuño más reciente es la anfetamina, más conocida por su nombre comercial de benzedrina. La anfetamina es muy eficaz, pero, si se abusa de ella, actúa a costa de la salud mental y física. Se ha calculado que hay actualmente en el Japón un millón de entregados a la anfetamina.

Entre los productores de visiones clásicos, los más conocidos son el peyote de México y del sudoeste de los Estados Unidos y la Cannabis sativa, consumida en todo el mundo con los nombres de hashish, bhang, kif y marihuana. De acuerdo con los mejores datos médicos y antropológicos, el peyote es mucho menos dañoso que la ginebra o el whisky del Hombre Blanco. Permite a los indios que lo utilizan en sus ritos religiosos entrar en el paraíso y sentirse identificados con la amada comunidad, sin que tengan que pagar por el privilegio nada más que la molestia de masticar algo con un sabor asqueroso y de sentir náuseas durante un par de horas. La Cannabis sativa es una droga menos inocua, aunque mucho menos dañosa de lo que los sensacionalistas tratan de hacernos creer. La Comisión Médica que designó en 1944 el alcalde de Nueva York para investigar el problema de la marihuana llegó a la conclusión, después de cuidadosos estudios, de que la Cannabis sativa no es una seria amenaza para la sociedad y ni siquiera para quienes la toman. Es meramente una molestia.

De estos clásicos alteradores de la mente pasamos a los últimos productos de la investigación psicofarmacológica. Los que han obtenido más publicidad entre ellos son los tres nuevos tranquilizadores: la reserpina, la cloropromacina y el meprobamato. Administrados a ciertas clases de psicopáticos, los dos primeros han resultado muy efectivos, no en la cura de la enfermedad mental, sino en abolir, temporalmente por lo menos, sus más lastimosos síntomas. El meprobamato (alias Miltown) produce efectos análogos en personas que padecen diversas formas de neurosis. Ninguna de estas drogas es perfectamente inocua, pero su costo en salud física y eficiencia mental es extraordinariamente bajo. En un mundo donde nadie consigue nada por nada, los tranquilizadores ofrecen mucho por muy poco. El Miltown y la cloropromacina no son todavía el Soma, pero se acercan mucho a uno de los aspectos de esa droga mítica. Proporcionan un alivio temporal de la tensión nerviosa sin infligir, en la gran mayoría de los casos, un daño orgánico permanente y causando únicamente, mientras la droga funciona, un deterioro más bien leve de la eficiencia intelectual y física. Excepto como narcóticos, son probablemente preferibles a los barbitúricos, que embotan la mente y, en grandes dosis, originan una serie de síntomas psicofísicos indeseables y pueden llevar al vicio declarado.

Con el LSD-25 (ácido lisérgico dietilamida) los farmacólogos han creado recientemente otro aspecto del Soma: un mejorador de la percepción y un productor de visiones que, desde el punto de vista fisiológico, apenas cuesta. Esta droga extraordinaria, que es efectiva hasta en dosis tan pequeñas como cincuenta y hasta veinticinco millonésimas de gramo, tiene la facultad (como el peyote) de transportar a la gente al Otro Mundo. En la mayoría de los casos, el Otro Mundo al que el LSD-25 traslada es celestial; alternativamente, puede ser un trasunto del purgatorio o del infierno. Pero, positiva o negativa, la experiencia del ácido lisérgico es considerada por casi cuantos pasan por ella como profundamente significativa y esclarecedora. En todo caso, es asombroso el hecho de que las mentes puedan ser cambiadas tan radicalmente a tan poco costo para el cuerpo.

El Soma no era únicamente un productor de visiones y un tranquilizador; era también (y sin duda de modo imposible) un estimulante para cuerpo y espíritu, un creador de euforia activa al mismo tiempo que de esa felicidad negativa que sigue a la liberación de la tensión y de la angustia.

El estimulante ideal —poderoso e inocuo— todavía espera su descubrimiento. La anfetamina, como hemos visto, dista de ser satisfactoria; exige un precio demasiado alto para lo que da. Un candidato más prometedor para el papel del Soma en su tercer aspecto es la iproniacida, utilizada actualmente para sacar de su angustia a pacientes deprimidos, animar al apático y aumentar en general la cantidad de energía psíquica disponible. Aun más prometedor, según un distinguido farmacólogo que conozco, es un nuevo compuesto, todavía en su fase de prueba, al que llaman Deaner. El Deaner es un amino-alcohol y se cree que aumenta la producción de acetilcolina dentro del organismo e incrementa así la actividad y efectividad del sistema nervioso. El hombre que toma la nueva píldora necesita menos sueño, se siente más despejado y animoso, piensa más de prisa y mejor y consigue todo esto poco menos que sin costo orgánico, al menos por el momento. Casi parece algo demasiado bueno para que sea cierto.

Vemos, pues, que, si el Soma no existe todavía (y probablemente no existirá jamás), se han descubierto ya bastante buenos sustitutivos de algunos de sus aspectos. Hay actualmente tranquilizadores fisiológicamente baratos, productores de visiones fisiológicamente baratos y estimulantes fisiológicamente baratos.

Es manifiesto que un dictador podría, si lo deseara, utilizar estas drogas con fines políticos. Podría crearse un seguro contra la agitación política cambiando la química de los cerebros de sus gobernados y haciéndoles así contentarse con su condición servil. Podría utilizar los tranquilizadores para calmar a los excitados, los estimulantes para despertar el entusiasmo en los indiferentes y los alucinantes para que los desdichados apartaran la atención de sus propias miserias. Pero ¿cómo conseguirá el dictador que sus gobernados tomen las píldoras que los harán pensar, sentir y obrar en la forma que él juzgue deseable? Según todas las probabilidades, bastará que ponga las píldoras al alcance de la gente. Actualmente, el alcohol y el tabaco están a nuestro alcance y la gente gasta en estos eufóricos, seudoestimulantes y sedativos muy poco satisfactorios más de lo que está dispuesta a gastar en la educación de sus hijos. O examinemos los barbitúricos y los tranquilizadores. En los Estados Unidos, estas drogas sólo pueden ser obtenidas con prescripción del médico. Pero la demanda del público norteamericano de algo que hace un poco más tolerable la vida en un ambiente urbanoindustrial es tan grande que los médicos están prescribiendo los diversos tranquilizadores a razón de cuarenta y ocho millones por año. Además, la mayoría de estas prescripciones se repiten. Cien dosis de felicidad no son suficientes: vaya a la farmacia en busca de otra botella. Y cuando ésta se termine, vendrá una tercera. Es indudable que, si se pudiera comprar tranquilizadores con la misma facilidad con que se compra aspirina, se consumirían, no por miles de millones como ahora, sino por docenas y cientos de miles de millones. Y un estimulante bueno y barato disfrutaría casi de la misma popularidad.

Bajo una dictadura, los farmacéuticos tendrían la orden de cambiar de actitud con cada cambio de circunstancias. En tiempos de crisis nacional, su misión sería vender el mayor número posible de estimulantes. Entre crisis y crisis, una actividad y una energía excesivas por parte de los gobernados serían muy fastidiosas para el tirano. En tiempos como ésos, se invitaría a las masas a comprar tranquilizadores y productores de visiones. Bajo la influencia de estos sedantes jarabes, no crearían conflictos al amo, según sería de esperar.

Tal como son las cosas, los tranquilizadores podrían impedir a algunas personas crear suficientes conflictos, no solamente a sus gobernantes, sino también a ellas mismas. La tensión excesiva es una enfermedad, pero otro tanto sucede con la tensión insuficiente. Hay ciertas ocasiones en las que deberíamos estar tensos, en que un exceso de tranquilidad (y especialmente de una tranquilidad impuesta desde afuera, por un producto químico) sería totalmente inadecuado.

En una reciente reunión sobre el meprobamato, reunión en la que participé, un eminente bioquímico propuso en broma que el gobierno de los Estados Unidos obsequiara al pueblo soviético con cincuenta mil millones de dosis del más popular de los tranquilizadores. La broma tenía su aspecto serio. En una competencia entre dos poblaciones, una de las cuales está constantemente estimulada por amenazas y promesas y constantemente dirigida por una propaganda que señala siempre el mismo camino, mientras que la otra, de modo no menos constante, es distraída con la televisión y tranquilizada con el Miltown, ¿cuál de los dos adversarios tiene más probabilidades de imponerse?

Además de sus cualidades de tranquilizador, alucinante y estimulante, el Soma de mi fábula tenía el poder de incrementar la impresionabilidad, de modo que podía ser utilizado para reforzar los efectos de la propaganda gubernamental. Aunque con menos eficacia y a un mayor costo fisiológico, son varias las substancias ya incluidas en la farmacopea que pueden ser empleadas para el mismo fin. Ahí está, por ejemplo, la escopolamina, el principio activo del beleño y, tomada en grandes dosis, un poderoso veneno; ahí están el pentotal y el amital de sodio. Apodado por alguna curiosa razón el «suero de la verdad», el pentotal ha sido utilizado por la policía de diversos países para obtener confesiones (o tal vez sugerir confesiones) de delincuentes mal dispuestos. El pentotal y el amital de sodio reducen las barreras entre lo consciente y lo subconsciente y son muy valiosos para el tratamiento del «cansancio del combate» mediante el procedimiento llamado en Inglaterra «abreacionterapia» y en los Estados Unidos «narcosíntesis». Se dice que los comunistas utilizan a veces estas substancias cuando preparan a presos importantes para la comparecencia en un juicio público.

Entretanto, la farmacología, la bioquímica y la neurología están en marcha y podemos tener la seguridad de que, dentro de pocos años, habrá nuevos y mejores métodos químicos para aumentar la impresionabilidad y disminuir la resistencia psicológica. Como cualquier otra cosa, estos descubrimientos podrán ser utilizados para bien o para mal. Podrán ayudar al psiquiatra en su lucha contra la enfermedad mental o podrán ayudar al dictador en su lucha contra la libertad. Lo más probable (pues la ciencia es divinamente imparcial) es que sirvan tanto para esclavizar como para liberar, tanto para sanar como para destruir.