Ante él, como espléndido juguete que ningún hijo de las estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra con todos sus pueblos.
Él había vuelto a tiempo. Allá abajo, en aquel atestado Globo, estarían fulgurando las señales de alarma a través de las pantallas de radar, los grandes telescopios de rastreo estarían escudriñando los cielos… y estaría finalizando la historia, tal como los hombres la conocían.
Se dio cuenta de que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte, y estaba moviéndose perezosamente en su órbita. Las débiles energías que contenía no eran una amenaza para él; pero prefería un firmamento más despejado. Puso a contribución su voluntad, y los megatones que circulaban en órbita florecieron en una silenciosa detonación, que creó una breve y falsa alba en la mitad del globo dormido.
Luego esperó, poniendo en orden sus pensamientos y cavilando ante sus poderes aún no probados. Pues aunque era el amo del mundo, no estaba del todo seguro sobre lo que hacer a continuación.
Mas ya pensaría en algo.
FIN