El trabajo es el mejor remedio para cualquier trastorno psíquico, y Bowman tenía que cargar ahora con todo el de sus perdidos compañeros de tripulación. Tan rápidamente como fuese posible, comenzando con los sistemas vitales, sin los cuales él y la nave morirían, había de conseguir de nuevo el total funcionamiento de la Descubrimiento.
La prioridad había de reservarse a la sustentación de la vida. Se había perdido mucho oxígeno, pero todavía eran abundantes las reservas para mantener a un solo hombre. La regulación de presión y temperatura era automática, y raramente había sido necesario que interviniese Hal en ello. Los monitores de Tierra podían ahora efectuar muchas de las principales tareas del ajusticiado computador, a pesar del largo tiempo transcurrido antes de que pudieran reaccionar a nuevas situaciones. Cualquier trastorno en el sistema de sustentación de la vida —aparte de una seria perforación en el casco— tardaría horas en hacerse ostensible; la advertencia sería palpable.
Los sistemas de navegación y propulsión de la nave no estaban afectados… pero, en cualquier caso, Bowman no necesitaría los dos últimos durante varios meses, hasta que llegara el momento de la reunión espacial o cita con Saturno. Hasta a larga distancia podía la Tierra supervisar esa operación sin ayuda de un computador a bordo. Los ajustes finales de la órbita serían un tanto tediosos, debido a la constante necesidad de comprobación, mas éste no era problema serio.
Con mucho, la tarea peor había sido el vaciado de los féretros giratorios en el centrífugo. «Estaba bien, pensó agradecidamente Bowman, que los miembros de la tripulación hubiesen sido colegas, mas no amigos íntimos. Se habían entrenado juntos sólo durante unas pocas semanas; considerándolo retrospectivamente, se daba ahora cuenta de que en principal medida había sido aquélla una prueba de compatibilidad.»
Una vez hubo sellado finalmente el vacío hibernáculo, se sintió más bien como un ladrón de tumbas Egipcio, ahora Whitehead, Kaminski y Hunter alcanzarían Saturno antes que él… pero no antes que Frank Poole. Como fuera, le produjo una rara y malévola satisfacción, este pensamiento.
No intentó ver si estaba aún a punto de funcionamiento el resto del sistema de hibernación. Aun cuando su vida pudiera depender en última instancia de él, era un problema que podía esperar hasta que la nave entrase en su órbita final, muchas cosas podían suceder antes.
Hasta era posible —aunque no había examinado minuciosamente el estado de las provisiones— que pudiese permanecer con vida mediante un riguroso racionamiento, sin tener que recurrir a la hibernación hasta que llegara el rescate. Pero saber si podía sobrevivir psicológicamente tan bien como físicamente, era otra cuestión.
Intentó evitar pensar en problemas de tan largo alcance, para concentrarse en los inmediatos y esenciales. Lentamente, limpió la nave, comprobó que sus sistemas seguían funcionando uniformemente, discutió con la Tierra sobre dificultades técnicas, y operó con el mínimo de sueño. Sólo a intervalos, durante la primera semana, fue capaz de pensar un poco en el misterio hacia el cual se aproximaba inexorablemente… aun cuando el mismo no estaba nunca muy alejado de su mente.
Al fin, una vez devuelta de nuevo la nave a una rutina automática —aunque la misma exigiera su constante supervisión—, Bowman tuvo tiempo para estudiar los informes e instrucciones enviados de Tierra. Una y otra vez pasó el registro hecho cuando T.M.A.-1 saludó al alba por vez primera en tres millones de años. Contempló moviéndose a su alrededor a las figuras con traje espacial, y casi sonrió ante su ridículo pánico cuando el ingenio lanzó el estallido de su señal a las estrellas, paralizando sus radios con el puro poder de su voz electrónica.
Desde aquel momento, la negra losa no había hecho nada más. Había sido cubierta y expuesta cuidadosamente al Sol… sin ninguna reacción. No se había hecho intento alguno por hendirla, en parte por precaución científica, pero igualmente por temor a las posibles consecuencias.
El campo magnético que había conducido a su descubrimiento se había desvanecido después de producirse aquella explosión electrónica. Quizá, teorizaban algunos expertos, ésta había sido originada por una tremenda corriente circulante, fluyendo en un superconductor y portando así energía a través de las edades mientras fue necesario. Parecía cierto que el monolito tenía alguna fuente interna de poder; la energía solar que había absorbido durante su breve exposición no podía explicar la fuerza de su señal.
Un rasgo curioso, y quizá sin importancia, del bloque, había conducido a un interminable debate. El monolito tenía tres metros de altura, y 1 ¼ por 0,33 de corte transversal. Cuando fueron comprobadas minuciosamente sus dimensiones, hallóse la proporción de 1 a 4 a 9… los cuadrados de los primeros tres números enteros. Nadie podía sugerir una explicación plausible para ello, mas difícilmente podía ser una coincidencia, pues las proporciones se ajustaban hasta los límites de precisión mensurable. Era un pensamiento que semejaba un castigo, el de que la tecnología entera de la Tierra no pudiese modelar un bloque, de cualquier material, con tal fantástico grado de precisión. A su modo, aquel pasivo aunque casi arrogante despliegue de geométrica perfección era tan impresionante como cualesquiera otros atributos de T.M.A.-1.
Bowman escuchó también, con interés curiosamente ausente, la trasnochada apología del Control de la Misión sobre su programación. Las voces de la Tierra parecían tener un acento de justificación; podía imaginar las recriminaciones que ya debían estar en curso progresivo entre quienes habían planeado la expedición.
Tenían, desde luego, algunos buenos argumentos… incluyendo los resultados de un estudio secreto del Departamento de Defensa, Proyecto BARSOOM, que había sido llevado a cabo por la Escuela de Psicología de Harvard en 1989. En este experimento de sociología controlada, habíase asegurado a varias poblaciones de ensayo que el género humano había establecido contacto con los extraterrestres. Muchos de los sujetos probados estaban —con ayuda de drogas, hipnosis y efectos visuales— bajo la impresión de que habían encontrado realmente a seres de otros planetas, de manera que sus reacciones fueron consideradas como auténticas.
Algunas de esas reacciones habían sido muy violentas: existía, al parecer, una profunda veta de xenofobia en muchos seres humanos por lo demás normales. Vista la crónica mundial de linchamientos, pogroms y hechos similares, ello no debería haber sorprendido a nadie; sin embargo los organizadores del estudio quedaron profundamente perturbados, no publicándose jamás los resultados del mismo. Los cinco pánicos separados causados en el siglo XX como La guerra de los mundos de H.G. Wells, reforzaban también las conclusiones del estudio…
A pesar de esos argumentos, Bowman se preguntaba si el peligro del choque cultural era la única explicación del extremo secreto de la misión. Algunas insinuaciones hechas durante su instrucción, sugerían que el bloque USA-URSS esperaba sacar tajada de ser el primero en entrar en contacto con extraterrestres inteligentes. Desde su presente punto de vista, pensando en la Tierra como en una opaca estrella casi perdida en el Sol, tales consideraciones parecían ahora ridículas.
Antes bien, estaba más interesado —aun cuando ahora fuese ya agua pasada— en la teoría expuesta para justificar la conducta de Hal. Nadie estaría nunca seguro de la verdad, pero el hecho de que un 9000 del Control de la Misión hubiese sido inducido a una idéntica psicosis, y estuviera ahora sometido a una profunda terapia, sugería que la explicación era la correcta. No podía cometerse de nuevo el mismo error; pero el hecho de que los constructores de Hal hubiesen fallado por completo en comprender la psicología de su propia creación, demostraba cuán diferente podía resultar establecer comunicación con seres verdaderamente ajenos al hombre.
Bowman podía creer fácilmente en la teoría del doctor Simonson de que inconscientes sentimientos de culpabilidad, motivados por sus conflictos de programa, habían sido la causa de que Hal intentara romper su circuito con Tierra. Y le gustaba pensar —aun cuando ello no podría demostrarse nunca— que Hal no tuvo intención alguna de matar a Poole. Había simplemente intentado destruir la evidencia. Pues en cuanto se mostrase el estado de funcionamiento de la unidad A.E.35, que había dado por fundida, sería descubierta su mentira. Tras esto, y como cualquier torpe criminal atrapado en la cada vez más espesa telaraña del embrollo, había sido presa del pánico.
Y el pánico era algo que Bowman comprendía, mejor de lo que deseara pues lo había experimentado dos veces en su vida. La primera, de chico, al resultar casi ahogado por la resaca; la segunda, como astronauta en entrenamiento, cuando un dispositivo defectuoso le había convencido de que se le agotaría el oxígeno antes de ponerse a salvo.
En ambas ocasiones, había casi perdido el control de sus superiores procesos lógicos; en segundos se había convertido en un frenético manojo de desbocados impulsos. Ambas veces había vencido, pero sabía muy bien que cualquier hombre podía a veces ser deshumanizado por el pánico.
Y si ello podía suceder a un hombre, también pudo ocurrirle a Hal; y con este conocimiento comenzó a esfumarse el encono y el sentimiento de traición que experimentaba hacia el computador. Ahora, en cualquier caso, ello pertenecía a un pasado que estaba eclipsado por completo por la amenaza y la promesa del desconocido futuro.