27 — «Necesidad de saber»

Desde que por primera vez alboreara la consciencia, en aquel laboratorio a tantos kilómetros en dirección al Sol, todas las energías, poderes y habilidades de Hal habían estado dirigidas hacia un fin. El cumplimiento de su programa asignado era más que una obsesión; era la única razón de su existencia. Inconturbado por las codicias y pasiones de la vida orgánica, había perseguido aquella meta con absoluta simplicidad mental de propósitos.

El error deliberado era impensable. Hasta el ocultamiento de la verdad lo llenaba de una sensación de imperfección, de falsedad… de lo que en un ser humano hubiese sido llamado culpa, iniquidad o pecado. Pues, como sus constructores, Hal había sido creado inocente; pero demasiado pronto había entrado una serpiente en su Edén electrónico.

Durante los últimos ciento cincuenta millones de kilómetros, había estado cavilando sobre el secreto que no podía compartir con Poole y Bowman. Había estado viviendo una mentira; y se aproximaba rápidamente el tiempo en que sus colegas sabrían que había contribuido a engañarles.

Los tres hibernados sabían ya la verdad… pues ellos eran la real carga útil de la Descubrimiento, entrenados para la más importante misión de la historia de la humanidad. Pero ellos no hablarían en su largo sueño, ni revelarían su secreto durante las horas de discusión con amigos y parientes y agencias de noticias, por los circuitos en contacto con Tierra.

Era un secreto que, con la mayor determinación, resultaba muy difícil de ocultar —pues afectaba a la particular actitud, a la voz y a la total perspectiva del Universo—. Por ende, era mejor que Poole y Bowman, que aparecían en todas las pantallas de Televisión del mundo durante las primeras semanas del vuelo, no conociesen el cabal propósito de la misión, hasta que fuera necesario que lo conocieran.

Así discurría la lógica de los planeadores; pero sus dioses gemelos de la Seguridad y el Interés Nacional no significaban nada para Hal. Él sólo se daba cuenta que el conflicto estaba ya destruyendo lentamente su integridad… el conflicto entre la verdad y su ocultación.

Había comenzado a cometer errores; sin embargo, como un neurótico que no podía observar sus propios síntomas, los había negado. El lazo que lo unía con la Tierra, sobre el cual estaba continuamente instruida su ejecutoria, se había convertido en la voz de un consciente al que no podía ya obedecer por completo. Pero el que intentara romper deliberadamente ese lazo, era algo que jamás admitiría, ni siquiera a sí mismo.

Sin embargo, éste era relativamente un problema menor; podía haberlo solucionado —como la mayoría de los hombres tratan sus neurosis— de no haberse enfrentado con una crisis que desafiaba su propia existencia. Había sido amenazado con la desconexión; con ello sería privado de todos sus registros, y arrojado a un inimaginable estado de inconsciencia.

Para Hal, esto era el equivalente de la muerte. Pues él no había dormido nunca; y en consecuencia, no sabía que se podía despertar de nuevo…

Así, pues, se protegía con todas las armas de que disponía. Sin rencor —pero sin piedad— eliminaría el origen de sus frustraciones.

Y, después, siguiendo las órdenes que le habían sido asignadas para un caso de total emergencia, seguiría la misión… sin trabas, y solo.