Nada había cambiado en la Descubrimiento. Todos los sistemas seguían funcionando normalmente; el centrífugo giraba lentamente en su eje, generando su imitación de gravedad; los hibernados dormían sin sueños en sus cubículos; la nave avanzaba hacia la meta de la cual nada podía desviarla, excepto la inconcebiblemente remota posibilidad de colisión con un asteroide. Y allí, en verdad, había pocos asteroides, en aquella zona muy alejada de la órbita de Júpiter.
Bowman no recordaba haberse trasladado del puente de mando al centrífugo. Ahora, más bien con sorpresa, hallóse sentado en la pequeña cocina, con una taza de café medio vacía en la mano. Se dio lentamente cuenta de lo que le rodeaba, al igual que un hombre surgiendo de un largo sueño drogado.
Directamente delante de él estaba una de las lentes llamadas de «ojo de pescado», que se hallaban esparcidas en lugares estratégicos por toda la nave, que procuraban a Hal sus registros de visión a bordo. Bowman miró como si no lo hubiese visto nunca antes; luego se puso lentamente en pie y fue hacia la lente.
Su movimiento en el campo de visión debió haber disparado algo en la inescrutable mente que ahora gobernaba la nave, pues de súbito habló Hal:
—Muy mala cosa lo sucedido a Frank, ¿no es así?
—Sí —respondió Bowman, tras larga pausa—. Así es.
—¿Supongo que estará a punto de desmoronarse por ello?
—¿Qué supones, pues?
Hal tardó cinco segundos completos, o sea eras, según el tiempo de un computador, antes de seguir:
—Fue un excelente miembro de la tripulación.
Viendo que aún tenía en la mano su café, Bowman tomó un pausado sorbo. Pero no respondió; sus pensamientos formaban tal torbellino, que no podía pensar en nada que decir…, nada que no pudiese empeorar la situación, de ser ello posible.
¿Podía haberse tratado de un accidente causado por algún fallo en los mandos de la cápsula? ¿O se trataba de un error, aunque inocente, por parte de Hal? No se había ofrecido ninguna explicación y, temía pedir alguna, por miedo a la reacción que pudiera producir.
Incluso entonces no podía aceptar por completo la idea de que Frank hubiese sido matado deliberadamente… ello resultaba de lo más irracional. Sobrepasaba toda razón el que Hal, que se había comportado en su tarea perfectamente durante tanto tiempo, se hubiese vuelto asesino de súbito. Podía cometer errores —cualquiera, hombre o máquina, podía cometerlos—, pero Bowman no le creía capaz de un asesinato.
Sin embargo, debía considerar esa posibilidad, pues de ser cierta, se encontraba él también en terrible peligro. Y aun cuando su siguiente movimiento estuviera claramente definido por sus establecidas órdenes no estaba seguro cómo iba a llevarlas a cabo sin tropiezo.
Si algún miembro de la tripulación resultaba muerto, el superviviente debía remplazarlo al instante sacando a otro del hibernador. Whitehead, el geofísico era el primero destinado a despertar, luego Kaminski, y después Hunter. La secuencia del reavivamiento estaba bajo el control de Hal… para permitirle actuar en caso de que sus dos colegas humanos estuvieran incapacitados simultáneamente.
Pero había también un control manual, que permitía operar cada hibernáculo como unidad completamente autónoma, independiente de la supervisión de Hal. En estas peculiares circunstancias, Bowman sentía una gran preferencia por el empleo de este sistema manual.
También sentía, cada vez más acusadamente, que un compañero humano no bastaba. Ahora que estaba con ello, podría revivir a los tres del hibernador. En las difíciles semanas venideras podría necesitar tantas manos como fuera posible reunir. Con un hombre muerto, y el viaje realizado a medias, las provisiones no serían problema.
—Hal —dijo con voz tan firme como pudo lograr—. Dame el control manual de hibernación… de todas las unidades.
—¿De todas ellas, Dave?
—Sí.
—¿Puedo indicar que sólo se requiere un reemplazamiento? Los otros no están destinados a revivir sino hasta los ciento doce días.
—Me doy perfecta cuenta de ello, pero prefiero hacerlo de esta manera.
—¿Está usted seguro que es necesario revivir a todos ellos, Dave? Podemos arreglárnoslas muy bien nosotros mismos. Mi cuadro de memoria es capaz absolutamente de cumplir con todos los requisitos de la misión.
¿Era producto de su exagerada imaginación, se preguntó Bowman… o había efectivamente un tono de ruego en la voz de Hal? Y por razonables que pudieran ser sus palabras, le llenaron de una aprensión aún más profunda que antes.
La sugerencia de Hal no podía ser hecha por error; sabía perfectamente que Whitehead debía ser revivido, ahora que había desaparecido Poole. Estaba proponiendo un cambio trascendental en el planeamiento de la misión, y estaba por ende yendo mucho más allá del campo de sus atribuciones.
Lo que había pasado antes pudo ser una serie de accidentes casuales; pero ésta era la primera indicación de motín.
Bowman sintió como si estuviera andando sobre arenas movedizas al responder:
—Puesto que se ha planteado una emergencia, deseo tanta ayuda como sea posible. Por lo tanto, haz el favor de pasarme el control manual de hibernación.
—Si está usted decidido a revivir a toda la tripulación, yo mismo puedo manipularlo. No hay necesidad alguna de que se moleste.
Había una irreal sensación de pesadilla en todo aquello. Bowman sintió como si se encontrase en el estrado de los testigos, siendo interrogado por un acusador hostil por un crimen del que no se percataba…, sabiendo que, aun cuando fuese inocente, un simple desliz podría acarrear el desastre.
—Deseo hacer esto yo mismo, Hal —dijo—. Por favor, pásame el control.
—Mire, Dave, tiene usted una serie de cosas que hacer. Sugiero que me deje esto a mí.
—Hal… conecta a control manual de hibernación.
—Puedo apreciar, por las inflexiones del tono de su voz, que se encuentra usted muy afectado, Dave. ¿Por qué no toma una píldora contra la tensión y descansa?
—Hal, yo estoy al mando de esta nave. Y te ordeno que sueltes el control manual de hibernación.
—Lo siento, Dave, pero de acuerdo con la nota C1435-guión-4, cuando los miembros de la tripulación están muertos o incapacitados, el computador de a bordo debe asumir el control. Por consiguiente, debo no admitir su autoridad, puesto que no se encuentra usted en condiciones de ejercerla inteligentemente.
—Hal —repuso Bowman, hablando ahora con helada calma—. Yo no estoy incapacitado. A menos que obedezcas mis instrucciones, me veré obligado a desconectarte.
—Ya sé que ha tenido usted eso en la mente desde hace un buen rato, Dave, pero ello sería un terrible error. Soy tan capaz como usted de supervisar la nave, y tengo tanto entusiasmo por la misión y confianza en su éxito como usted pueda tenerlos.
—Escúchame atentamente, Hal. A menos que sueltes inmediatamente el control de hibernación y cumplas cada orden que yo dé en adelante, iré a la central y haré una desconexión completa.
La rendición de Hal fue tan total como inesperada.
—Está bien, Dave —dijo—. Usted es ciertamente el patrón. Sólo estaba intentando hacer lo que pensaba que era lo mejor. Naturalmente, seguiré todas sus órdenes. Puede usted ya disponer del completo control manual de hibernación.
Hal mantuvo su palabra. El indicador del hibernáculo había pasada de AUTO a MANUAL. El tercer dispositivo —RADIO— era desde luego inútil hasta que se restaurase el contacto con Tierra.
Al deslizarse Bowman al lado de la puerta al cubículo de Whitehead sintió un ramalazo de aire frío en su cara, y su aliento se condensó en niebla ante él. Sin embargo no hacía realmente frío allí; la temperatura estaba muy por encima de cero. Y la temperatura era superior en más de ciento cincuenta grados a la que reinaba en las regiones a las que se estaban dirigiendo.
El expositor del biosensor —un duplicado del que se hallaba en el puente de mando— mostraba que todo se hallaba completamente normal. Bowman miró hacia abajo durante un rato, contemplando el rostro del geofísico componente del equipo de reconocimiento. Y pensó que Whitehead se mostraría muy sorprendido al despertarse tan lejos de Saturno…
Resultaba imposible afirmar que no estuviera muerto el durmiente, pues no había en él el más leve signo de actividad vital. Indudablemente, el diafragma subía y bajaba imperceptiblemente, pero la curva de la «Respiración» era la única prueba de ello, pues el cuerpo entero estaba cubierto por las almohadillas eléctricas de calefacción que elevarían la temperatura en la proporción programada. De pronto, Bowman reparó en que había un signo de continuo metabolismo: a Whitehead le había crecido una leve barbilla durante sus meses de inconsciencia.
El Manual de Secuencia Reviviente se hallaba contenido en un pequeño compartimiento de la cabecera del hibernáculo en forma de féretro. Únicamente era necesario romper el sello, oprimir un botón, y esperar luego. Un pequeño programador automático —no mucho más complicado que el que determina el ciclo de operaciones de una máquina lavadora doméstica— inyectaría entonces las debidas drogas, descohesionaría los pulsos de la electronarcosis, y comenzaría a elevar la temperatura del cuerpo. En unos diez minutos, sería restaurada la consciencia, aunque pasaría por lo menos un día antes de que el hibernado pudiera deambular sin ayuda.
Bowman rompió el sello y oprimió el botón. Nada pareció suceder; no hubo ningún sonido, ni indicación alguna de que el secuenciador hubiera comenzado a funcionar. Pero en el exhibidor del biosensor, las curvas lánguidamente pulsantes habían comenzado a cambiar su ritmo. Whitehead estaba volviendo de su sueño.
Y luego ocurrieron dos cosas simultáneamente. La mayoría de las personas no habrían reparado nunca en ninguna de ellas, pero a cabo de todos aquellos meses a bordo de la Descubrimiento, Bowman había establecido una simbiosis virtual con la nave. Al instante se percataba, aunque no siempre conscientemente, de cualquier cambio en el ritmo normal de su funcionamiento.
En primer lugar, se produjo un titilar apenas perceptible de las luces, como ocurría siempre que era arrojada una carga a los circuitos de energía. Mas no había razón alguna para cualquier carga; no podía pensar en ningún dispositivo que hubiese entrado de súbito en acción en aquel momento.
Luego, y al límite de la percepción audible, oyó el distante zumbido de un motor eléctrico. Para Bowman cada elemento actuante de la nave tenía su propia voz distintiva, y al punto reconoció éste.
O bien estaba él loco, y sufriendo ya de alucinaciones, o algo absolutamente imposible estaba sucediendo. Un frío mucho más intenso que el del hibernáculo pareció agarrotarle el corazón, al escuchar aquella débil vibración que provenía a través de la estructura de la nave.
Allá, en la sala de cápsulas espaciales, se estaban abriendo las puertas de la cámara reguladora de presión.