17:45 HGLENDALE

Era una tarde despejada. Casey estaba en la puerta de su casa, a la luz del crepúsculo, cuando Amos se acercó con su perro. El perro comenzó a lamer la mano de Casey.

—Así que has conseguido esquivar las balas —dijo Amos.

—Sí, Amos —respondió ella—. Eso parece.

—Los empleados de la fábrica no hablan de otra cosa. Todo el mundo dice que le hiciste frente a Marder. Que te negaste a mentir sobre el incidente del 545. ¿Es verdad?

—Más o menos.

—Entonces eres una tonta —dijo Amos—. Deberías haber mentido. Ellos mienten todo el tiempo. Lo importante es quién consigue que emitan su mentira.

—Amos…

—Tu padre era periodista, por eso crees que buscan la verdad. Pero no es así. Hace años que no es así. Vi esa basura de reportaje sobre el accidente de Aloha. Lo único que les interesaba eran los detalles morbosos. Una azafata cae del avión, succionada por el vacío. ¿Murió antes de tocar el agua? ¿O seguía viva? Eso era lo único que querían saber.

—Amos —dijo. Quería que callara de una vez.

—Ya lo sé —prosiguió él—. Es una forma de entretenimiento. Te lo advierto, Casey: puede que esta vez hayas tenido suerte, pero la próxima no la tendrás. Así que no dejes que esto de decir la verdad se convierta en un hábito. Recuerda que son ellos quienes fijan las reglas. Y su juego no tiene nada que ver con la objetividad, con los hechos o con la realidad. Es un circo.

Casey no tenía ganas de discutir. Acarició al perro.

—Lo cierto es que las cosas están cambiando —continuó Amos—. En otros tiempos, la prensa reflejaba con mayor o menor exactitud la realidad. Pero ahora es al revés. La realidad son las imágenes de la tele, y en comparación, la vida cotidiana parece aburrida. Así que las cosas de cada día son falsas y lo que sale en los medios de comunicación es la realidad. A veces paseo la vista por el salón de mi casa y tengo la impresión de que lo único real allí es la televisión. Es brillante, dinámica, mientras que el resto de mi vida carece de emoción. Así que apago la maldita caja tonta. Y siempre funciona. De inmediato recupero mi vida.

Casey siguió acariciando al perro. Vio las luces de un coche torciendo la esquina y dirigiéndose hacia ellos. Se acercó al bordillo de la acera.

—En fin, continuaré con mi paseo —dijo Amos.

—Buenas noches, Amos —dijo Casey.

El coche se detuvo y se abrió la portezuela.

—¡Mamá! —Allison se arrojó a sus brazos y enlazó las piernas en su cintura—. Te he echado de menos.

—Y yo a ti, cariño —dijo Casey—. Y yo a ti.

Jim bajó del coche y le entregó la mochila de la niña. En la penumbra del atardecer, Casey no pudo verle la cara.

—Buenas noches —dijo.

—Buenas noches, Jim —respondió ella.

Su hija la cogió de la mano y echaron a andar hacia la casa. Anochecía y el aire estaba fresco. Casey miró hacia arriba y vio la estela de un reactor comercial. Estaba tan alto, que aún volaba en la luz del día. Una fina raya blanca en la creciente oscuridad del cielo.