En la parte central de la cabina de pasajeros, Casey extendió las correas del arnés por encima de sus hombros y tiró de ellas para ajustarlas. Miró a Malone, que estaba pálida y sudorosa.
—Más apretado —dijo Casey.
—Ya lo he…
Casey extendió los brazos, cogió la correa de la cintura del arnés de Malone y tiró con todas sus fuerzas.
—Eh, por el amor de Dios —protestó la periodista.
—Usted no me cae bien —dijo Casey—, pero no quiero que se lastime su precioso culo delante de mis narices.
Malone se enjugó la frente con el dorso de la mano. Aunque en la cabina de pasajeros hacía frío, tenía la cara empapada en sudor.
Casey sacó una bolsa de papel y la metió debajo del muslo de Malone.
—Tampoco quiero que me vomite encima —dijo.
—¿Cree que voy a necesitarla?
—Se lo garantizo —respondió Casey.
Malone movía los ojos de un lado a otro.
—Oiga —dijo—, quizá deberíamos suspender esto.
—¿Cambiar de cadena?
—Mire —dijo Malone—, puede que yo estuviera equivocada.
—¿En qué?
—No deberíamos haber subido al avión. Tendríamos que habernos limitado a mirar.
—Ya es demasiado tarde —dijo Casey.
Sabía que estaba siendo dura con Malone para disimular su propio miedo. No creía que Teddy hubiera hablado en serio cuando dijo que la estructura podía desmontarse; no era tan estúpido como para subirse a un avión que antes no hubiera pasado una revisión exhaustiva. Había acudido a observar todas las pruebas, el trabajo de estructura y el test de ciclos eléctricos porque sabía que en pocos días tendría que pilotar el avión. Teddy no era ningún idiota.
Pero era un piloto de pruebas, pensó.
Y todos los pilotos de pruebas estaban locos.
Clic.
—Muy bien, señoras, iniciamos la secuencia. ¿Están bien sujetas?
—Sí —respondió Casey.
Malone no respondió. Sus labios se movían, pero las palabras no salían de su boca.
Clic.
—Avión de control alfa, aquí cero uno, iniciando oscilaciones de cabeceo.
Clic.
—Roger, cero uno. Lo tenemos. Iniciamos el control.
Clic.
—Norton, tierra, aquí cero uno. Comprobación de monitores.
Clic.
—Comprobación confirmada. Uno a treinta.
Clic.
—Aquí vamos, muchachos.
Casey miró el monitor que mostraba a Teddy en la cabina de mando. Sus movimientos eran tranquilos, confiados. Su voz serena.
Clic.
—Señoras, he recibido la señal de fallo de slats, y voy a extender los slats para comprobar el aviso. Los slats ya están extendidos. Ahora desconecto el piloto automático. El morro se eleva, la velocidad disminuye… y entramos en pérdida…
Casey oyó la estridente alarma electrónica una y otra vez. Luego el aviso de audio, con una voz insistente y sin inflexiones: Stall… Stall… Stall… Entrada en pérdida.
Clic.
—Voy a bajar el morro para evitar la entrada en pérdida…
El morro cambió de posición y el avión comenzó a descender en picado.
Era como si bajaran verticalmente.
Fuera, el rumor de los motores se convirtió en un pitido estridente. El cuerpo de Casey tiraba con fuerza de las correas del arnés. A su lado, Jennifer Malone abrió la boca y comenzó a gritar: un único grito uniforme que se fundía con el rugido de los motores.
Casey estaba mareada. Quiso contar cuánto tiempo duraba. Cinco… seis… siete… ocho segundos. ¿Cuánto había durado el primer descenso?
Poco a poco, el avión comenzó a nivelarse, a salir del picado. El rugido de los motores se acalló, cambió a un registro más grave. Casey sintió que su cuerpo se hacía más pesado, luego más pesado aún y por fin increíblemente pesado… Sus mejillas colgaban, sus brazos se pegaban a los del asiento. Las fuerzas G. Estaban a más de dos G. Casey ahora pesaba ciento veinticinco kilos. Se hundió en el asiento, como si la empujara una mano gigantesca.
A su lado, Jennifer había dejado de gritar, pero ahora emitía un gemido continuo y grave.
La sensación de peso disminuyó en cuanto el avión comenzó a ascender otra vez. Al principio la subida fue razonable, luego incómoda y finalmente tuvo la sensación de que ascendían en vertical. Los motores silbaban. Jennifer gritaba. Casey procuró contar los segundos, pero no pudo. Era incapaz de concentrarse.
De repente, sintió un nudo en el estómago, seguido de náuseas. Vio que el monitor sujeto con correas se levantaba ligeramente del suelo. Al final de la subida eran totalmente ingrávidas. Jennifer se llevó la mano a la boca. Luego el avión cambió de posición… y volvió a bajar.
Clic.
—Segundo ciclo de oscilaciones.
Otra bajada pronunciada.
Jennifer se quitó la mano de la boca y comenzó a gritar más fuerte que antes. Casey trató de sujetarse a los brazos del asiento, intentó ocupar su mente. Había olvidado contar, había olvidado…
Otra vez el peso.
Hundiéndola. Apretándola contra el asiento.
Casey no podía moverse, no podía girar la cabeza.
Luego iniciaron una subida más pronunciada que antes. El ruido de los motores era ensordecedor. Sintió que Jennifer la tocaba, le cogía el brazo. Se volvió para mirarla y la vio pálida y asustada, gritando:
—¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!
El avión llegó al punto más alto de la subida. Casey sintió náuseas; su estómago parecía a punto de escapársele por la boca. Jennifer parecía aterrorizada. Tenía la mano apretada contra la boca y el vómito se filtraba por entre sus dedos.
El avión cambió de posición.
Otro picado.
Clic.
—Soltaré los compartimientos de equipaje para que se den una idea de lo que ocurrió.
A lo largo de los dos pasillos, los compartimientos de equipaje se abrieron y se desató una lluvia de bloques blancos de sesenta centímetros de lado. Eran inofensivos trozos de gomaespuma, pero se desperdigaron por la cabina de pasajeros como una densa nevisca. Casey sintió varios impactos en la cara y en la nuca.
Jennifer hacía arcadas otra vez y tiraba desesperadamente de la bolsa que estaba debajo de su muslo. Los bloques daban tumbos hacia adelante, volaban hacia la cabina de mando. Oscurecieron la vista a ambos lados, hasta que comenzaron a caer al suelo uno a uno, rodando. El gemido de los motores cambió.
La pavorosa sensación de peso otra vez.
El avión volvía a subir.
El piloto del F-14 observó cómo el reactor Norton de fuselaje ancho atravesaba las nubes, ascendiendo a veintiún grados.
—Teddy —dijo por radio—. ¿Qué diablos haces?
—Reproducir los datos del registrador de vuelo.
—¡Dios! —exclamó el piloto.
El enorme reactor de pasajeros subió con estruendo, atravesando la masa de nubes a treinta y un mil pies de altura. Subió otros mil pies antes de disminuir la velocidad, aproximándose a la entrada en pérdida.
Luego volvió a cambiar de posición.
Jennifer vomitó explosivamente dentro de la bolsa. El vómito le salpicó las manos, se deslizó sobre su regazo. Con la cara verde, macilenta, crispada, se giró hacia Casey.
—Paren, por favor…
El avión comenzaba a descender otra vez.
Casey la miró.
—¿No quiere reproducir todo el incidente ante las cámaras? Serán unas imágenes fabulosas. Sólo quedan dos ciclos.
—¡No! No…
El avión caía en picado. Sin apartar la vista de Jennifer, Casey dijo:
—¡Teddy! ¡Teddy! ¡Suelta los mandos!
Horrorizada, Jennifer abrió los ojos como platos.
Clic.
—Roger. Estoy soltando los mandos.
El avión se niveló de inmediato, suave, dulcemente. El rugido de los motores se convirtió en un zumbido constante y regular. Los bloques de gomaespuma cayeron sobre la alfombra, dieron unos cuantos tumbos y se detuvieron.
Vuelo horizontal.
La luz de la mañana entraba a raudales por las ventanillas.
Jennifer se limpió el vómito de los labios con el dorso de la mano. Miró a su alrededor, confundida.
—¿Qué… qué ha pasado?
—Que el piloto ha soltado la palanca de mando.
Jennifer sacudió la cabeza en un gesto de perplejidad. Tenía los ojos vidriosos.
—¿Ha soltado el mando? —preguntó con un hilo de voz.
—Así es —dijo Casey.
—Pero entonces…
—El piloto automático está controlando el avión.
Malone se dejó caer contra el respaldo del asiento y echó la cabeza hacia atrás.
—No entiendo —dijo.
—Para terminar con el incidente del 545, lo único que el piloto tenía que hacer era soltar la palanca de mando. Si no hubiera intentado controlar el avión, todo habría acabado de inmediato.
Jennifer suspiró.
—¿Y por qué no lo ha hecho?
Casey no le respondió. Se giró hacia el monitor.
—Volvamos, Teddy —dijo.