15:01 HEDIFICIO 64

Lo alcanzó en el pasillo, lo cogió del brazo y lo obligó a volverse.

—Hijo de puta.

—Eh —dijo Richman—. Tranquilízate.

Sonrió y señaló por encima del hombro de Casey. Ella se volvió y vio que el tipo del sonido y uno de los cámaras se acercaban por el pasillo.

Furiosa, Casey empujó a Richman hacia atrás, a través de la puerta del lavabo de señoras. Richman se echó a reír.

—Eh, Casey, no pensé que quisieras…

Una vez en el lavabo, Casey volvió a empujarlo contra las pilas.

—Maldito cabrón —susurró—. No sé qué coño crees que estás haciendo, pero fuiste tú quien envió ese informe y voy a…

—No vas a hacer nada —dijo Richman con voz súbitamente fría y le apartó las manos—. Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Todo ha terminado, Casey. Acabas de cargarte la venta a China. Estás acabada.

Lo miró sin comprender. Se lo veía fuerte, seguro… como si fuera otra persona.

—La venta a China no se concretará. Edgarton está acabado, y tú estás acabada. —Sonrió—. Tal como predijo John.

Marder, pensó Casey. Marder estaba detrás de aquello.

—Si la venta a China no se concreta, Marder perderá su empleo. Edgarton se ocupará de que así sea.

Richman negaba con la cabeza.

—No. No lo hará. Edgarton está en Hong Kong, y nunca sabrá lo que ha pasado. El domingo a mediodía, Marder será el nuevo presidente de la Norton. Sólo tendrá que hablar diez minutos con el consejo directivo, porque hemos hecho un trato mucho mejor con Corea. Una flota de ciento diez aeroplanos, con opción a treinta y cinco más. Dieciséis mil millones de dólares. El consejo no podrá creérselo.

—Corea —repitió Casey. Se quedó pensando, porque era un pedido desorbitado, el mayor en la historia de la compañía—. Pero, ¿por qué iban a…?

—Porque Marder les ha dado el ala —dijo Richman—. Y a cambio, ellos están dispuestos a comprar ciento diez aviones. No les preocupa la prensa sensacionalista estadounidense. Saben que el avión es seguro.

—¿Marder les dará el ala?

—Sí. Es un trato fantástico.

—Sí —dijo Casey—. Arruinará a la compañía.

—A eso se llama tener visión financiera —afirmó Richman—. Está todo programado.

—Pero la compañía quebrará —insistió Casey.

—Dieciséis mil millones de dólares —dijo Richman—. En cuanto se haga pública esa cifra, las acciones de la Norton se dispararán. Todo el mundo sacará tajada.

Todo el mundo, salvo los empleados de la compañía, pensó Casey.

—El trato ya está cerrado —dijo Richman—. Lo único que necesitábamos era que alguien desprestigiara públicamente el N-22. Y tú nos has hecho ese favor.

Casey suspiró y encorvó los hombros.

Vio su imagen reflejada en el espejo, detrás de Richman. La gruesa capa de maquillaje que le cubría el cuello comenzaba a agrietarse. Estaba ojerosa, demacrada, agotada. La habían vencido.

—Así que te sugiero que me preguntes amablemente qué debes hacer a continuación. Porque ahora no te queda más remedio que obedecer órdenes. Si haces lo que se te ordena y te comportas como una buena chica, es probable que John te indemnice. Digamos… con tres meses de sueldo. De lo contrario, te quedarás en la puta calle y sin nada que llevarte a la boca. —Se inclinó hacia ella—. ¿Entiendes lo que te digo?

—Sí —respondió Casey.

—Estoy esperando que me preguntes amablemente lo que debes hacer.

Agotada, Casey comenzó a pensar con rapidez, a considerar las posibilidades, a buscar una salida. Newsline emitiría el reportaje. El plan de Marder triunfaría. Ella estaba derrotada. En realidad, estaba derrotada desde el comienzo, desde el día en que había aparecido Richman.

—Sigo esperando —dijo Richman.

Casey miró su cara tersa, aspiró el olor de su colonia. El pequeño cabrón se estaba divirtiendo. Y en medio de su furia, de su profunda rabia, se le ocurrió otra posibilidad.

Desde el principio, ella había invertido todos sus esfuerzos en hacer lo correcto, en desvelar el misterio del 545. Su actitud honesta, honrada, sólo le había creado problemas.

¿O no?

—Tienes que afrontar los hechos —dijo Richman—. No puedes hacer nada.

Casey se separó de la pila del lavabo.

—Espera y verás —dijo ella.

Y se marchó.