Fred Barker estaba sudando. Había tenido que apagar el aire acondicionado del despacho y ahora, ante el insistente interrogatorio de Marty Reardon, las gotas de sudor se deslizaban por sus mejillas, brillaban en su barba, le humedecían la camisa.
—Señor Barker —dijo Marty, inclinándose hacia delante. Marty tenía cuarenta y cinco años y era un tipo atractivo de labios delgados y mirada penetrante. Tenía un aire de fiscal benevolente, de hombre de mundo que lo ha visto todo. Hablaba con lentitud, casi siempre con frases cortas, y adoptaba una actitud razonable. Ofrecía al testigo todas las oportunidades de explicarse. Y su tono favorito era el del desencanto.
—¿Cómo es posible? —preguntó arqueando sus cejas morenas—. Señor Barker, usted ha dicho que el N-22 tiene problemas. Pero la compañía asegura que se dictaron directivas de aeronavegabilidad que corrigieron esos problemas. ¿Están en lo cierto?
—No. —Ante la insistencia de Marty, Barker había abandonado las frases completas. Ahora decía lo mínimo posible.
—¿Las directivas no funcionaron?
—Bueno, acaba de producirse otro incidente relacionado con los slats.
—Norton dice que el incidente no se debió a los slats.
—Creo que averiguarán que sí.
—¿Quiere decir que Norton miente?
—Están usando la táctica de costumbre. Siempre salen con una explicación complicada para ocultar el auténtico problema.
—Una explicación complicada —repitió Marty—. Pero, ¿acaso los aviones no son máquinas complicadas?
—En este caso, no. El accidente es consecuencia de su incapacidad para corregir un antiguo fallo de diseño.
—Está seguro de ello.
—Sí.
—¿Cómo puede estar tan seguro? ¿Es usted ingeniero?
—No.
—¿Tiene un título en alguna especialidad de la aeronáutica?
—No.
—¿En qué rama se especializó en la universidad?
—Eso fue hace mucho tiempo…
—Fue en música, ¿verdad, señor Barker? ¿Se especializó en música?
—Sí, pero…
Jennifer observaba el ataque de Marty con sentimientos encontrados. Siempre resultaba divertido observar cómo se acobardaba un entrevistado, y al público le encantaba ver a los presuntuosos expertos en aprietos. Pero el ataque de Marty amenazaba con cargarse el reportaje. Si Marty destruía la credibilidad de Barker…
Aunque podría pasar sin él, pensó. No lo necesitaba.
—Licenciado en artes, especialidad música —dijo Marty con su característico tono razonable—. ¿Cree que eso le da autoridad para juzgar un modelo de avión?
—No, claro, pero…
—¿Tiene algún otro título?
—No.
—¿Ha recibido una formación técnica o científica?
Barker se tiró del cuello de la camisa.
—Bueno, trabajé en la FAA…
—¿Y en la FAA recibió una formación técnica o científica? ¿Le enseñaron, por ejemplo, dinámica de fluidos?
—No.
—¿Aerodinámica?
—Bueno, tengo mucha experiencia…
—De eso estoy seguro. Pero, ¿ha recibido una educación formal en cálculo, metalurgia, análisis estructural o cualquier otra asignatura relacionada con la fabricación de un avión?
—No. Formal, no.
—¿Informal entonces?
—Sí, desde luego. Tengo toda una vida de experiencia.
—Bien. Eso es estupendo. Me he fijado en los libros que están a su espalda y sobre su escritorio. —Reardon se inclinó hacia delante y tocó uno de los libros abiertos sobre la mesa—. Éste, por ejemplo, se titula Métodos avanzados de integridad estructural para la durabilidad y tolerancia a los desperfectos de los reactores. Parece muy complejo. ¿Ha leído este libro?
—Sí. Casi todo.
—Por ejemplo… —Reardon señaló la página abierta y se inclinó para leer—. Aquí, en la página 807, dice: «Leevers y Radon introdujeron un parámetro de biaxilidad B que relaciona la magnitud de la tensocorrosión con la ecuación 5». ¿Lo ve?
—Sí. —Barker tragó saliva.
—¿Qué es un parámetro de biaxialidad?
—Bueno, eh… es difícil de explicar brevemente…
—¿Quiénes son Leevers y Radon? —espetó Marty.
—Investigadores especializados en este campo.
—¿Los conoce?
—Personalmente, no.
—Pero está familiarizado con su trabajo.
—Los he oído nombrar.
—¿Sabe algo de ellos?
—No.
—¿Y son investigadores importantes en este campo?
—He dicho que no lo sé —contestó Barker, tirándose otra vez del cuello de la camisa.
Jennifer comprendió que tenía que detener a Marty. Como de costumbre, estaba atacando al entrevistado como un perro que ladra al olfatear el olor a miedo. No podría aprovechar nada del material que tenía hasta el momento. Lo único importante era que Barker había emprendido su cruzada particular hacía años, que tenía antecedentes en el tema, que estaba comprometido con la lucha. De cualquier modo, tenía la grabación del día anterior con las explicaciones de Barker sobre los slats y las respuestas concisas a las preguntas que ella misma le había hecho. Tocó a Marty en el hombro.
—Se nos hace tarde —dijo.
Marty reaccionó de inmediato. Era evidente que estaba aburrido. Se levantó rápidamente.
—Lo siento, señor Barker, tenemos que cortar. Gracias por recibirnos. Ha sido muy amable.
Barker parecía atónito. Murmuró algo entre dientes. La maquilladora se acercó con unas toallitas húmedas en la mano y dijo:
—Le ayudaré a quitarse el maquillaje…
Marty Reardon se volvió hacia Jennifer y preguntó en voz baja:
—¿Qué coño estás haciendo?
—Marty —respondió ella en el mismo tono de voz—, la cinta de la CNN es dinamita. La historia es dinamita. La gente tendrá miedo de subir a ese avión. Nosotros vamos a sacar a la luz la polémica. A hacer un servicio público.
—No con este payaso —replicó Reardon—. No es más que el títere de un picapleitos. Sólo sirve para hacer apaños fuera de los tribunales. No tiene ni zorra idea de lo que dice.
—Marty, te guste o no este tipo, lo cierto es que el avión tiene un largo historial de fallos. Y la cinta es genial.
—Sí; y todo el mundo la ha visto —repuso Reardon—. ¿Dónde está la noticia? Será mejor que me enseñes algo tangible, Jennifer.
—Lo haré, Marty.
—Más te vale…
El resto de la frase quedó implícito: «O llamaré a Dick y tiraré de la manta».