John Marder estaba sereno… y eso era peligroso.
—Sólo será una entrevista breve —anunció—. Diez o quince minutos como máximo. No tendrás que entrar en detalles. Pero, como responsable de prensa de la CEI, eres la persona idónea para explicar el compromiso de la compañía con la seguridad aérea, la exhaustiva investigación que llevamos a cabo después de cada incidente, nuestros esfuerzos para perfeccionar el producto. Luego explicarás que el informe preliminar demuestra que el incidente se debió a una cubierta falsificada de los inversores de empuje, instalada en una zona de reparación extranjera, de modo que no pudo haber sido un fallo de slats. Y hundirás a Barker. Hundirás a Newsline.
—John —dijo Casey—. Vengo del laboratorio de audio. Ya no hay ninguna duda: los slats se extendieron.
—Las pruebas de audio son sólo circunstanciales, y eso en el mejor de los casos —adujo Marder—. Ziegler está loco. Para saber exactamente qué ocurrió, tendremos que esperar la información del registrador de datos de vuelo. Mientras tanto, la CEI ha encontrado una explicación que descarta un fallo de slats.
—Esto no me gusta, John —dijo Casey con la sensación de que su propia voz sonaba muy lejana.
—Nuestro futuro está en juego, Casey.
—Lo entiendo, pero…
—La venta a China salvará a la compañía. El dinero significa expansión, aviones nuevos, un futuro prometedor. Estamos hablando de eso, Casey. De miles de empleos.
—Lo sé, John, pero…
—Deja que te haga una pregunta, Casey: ¿Tú crees que el N-22 tiene algún problema?
—Claro que no.
—¿Crees que es una trampa mortal?
—No.
—¿Y qué me dices de la compañía? ¿Tienes una buena opinión de ella?
—Desde luego.
La miró fijamente, sacudiendo la cabeza. Por fin dijo:
—Quiero que hables con una persona.
Edward Fuller era el director del Departamento Jurídico de la Norton. Era un hombre delgado y desgarbado de unos cuarenta años. Aparentemente incómodo, se sentó en una silla del despacho de Marder.
—Edward —dijo Marder—. Tenemos un problema. Este fin de semana Newsline emitirá un reportaje sobre el N-22 a la hora de máxima audiencia. Y será un reportaje crítico.
—¿Muy crítico?
—Dirán que el N-22 es una trampa mortal.
—Vaya —dijo Fuller—. Es una pena.
—Sin duda —coincidió Marder—. Te he mandado llamar porque quiero saber qué podemos hacer al respecto.
—¿Hacer? —preguntó Fuller, frunciendo el entrecejo.
—Sí —respondió Marder—. Estamos convencidos de que Newsline ofrecerá un reportaje claramente sensacionalista. Su versión de los hechos carece de fundamento y perjudicará a nuestro producto. Creemos que quieren difamarnos de manera negligente y deliberada.
—Ya veo.
—¿Qué podemos hacer? —repitió Marder—. ¿Podemos evitar que emitan el reportaje?
—No.
—¿Podemos conseguir un mandato judicial para que el reportaje no salga al aire?
—No. Una censura previa a la emisión perjudicaría la imagen de la compañía.
—¿Quieres decir que nos dejaría mal parados? —preguntó Marder.
—¿Un intento de hacer callar a la prensa? ¿Una violación de la primera enmienda? La gente creería que tenemos algo que ocultar.
—En otras palabras, ellos pueden emitir el reportaje y nosotros no podemos hacer nada para evitarlo.
—Así es —confirmó Fuller.
—De acuerdo. Pero yo creo que la información de Newsline es inexacta y tendenciosa. ¿Podemos exigir que nos concedan el mismo tiempo que a nuestros críticos para presentar nuestra versión de los hechos?
—No —respondió Fuller—. La doctrina de equidad, que garantizaba una provisión equivalente de tiempo en televisión, se vetó durante el mandato de Reagan. Los programas informativos de televisión no tienen la obligación de presentar todas las caras de una noticia.
—¿Así que pueden decir lo que les venga en gana? ¿Por muy parcial que sea?
—Exactamente.
—No me parece bien.
—Es la ley —respondió Fuller encogiéndose de hombros.
—De acuerdo. Ahora bien, este programa va a emitirse en un momento muy crítico para nuestra compañía. Una publicidad adversa podría costarnos la venta a China.
—Así es.
—Supongamos que perdemos la transacción por culpa de ese programa —dijo Marder—. Si podemos demostrar que Newsline presentó una versión falsa de los hechos, y considerando que se lo advertimos con anterioridad, ¿podemos demandarlos por daños y perjuicios?
—En la práctica, no. Tendríamos que demostrar que incurrieron en una negligencia temeraria, omitiendo deliberadamente datos que obraban en su poder. Y eso es muy difícil de demostrar.
—De modo que no podremos demandar a Newsline.
—No.
—Ellos pueden decir lo que les dé la gana, y si con eso arruinan a la compañía, mala suerte.
—Correcto.
—¿Hay alguna restricción legal a lo que pueden decir?
—Veamos. —Fuller se movió en la silla—. Si dan una imagen falsa de la compañía, podríamos demandarlos. Pero en este caso un abogado ha interpuesto una demanda judicial en representación de un pasajero del vuelo 545. Así que Newsline podría alegar que se limitaron a presentar los hechos; es decir, que fue el abogado quien hizo las acusaciones contra nosotros.
—Entiendo —dijo Marder—. Pero una demanda presentada en un juzgado tiene una publicidad limitada. Y Newsline va a transmitir estas acusaciones absurdas a cuarenta millones de telespectadores. Y al mismo tiempo darán credibilidad a las acusaciones por el simple hecho de repetirlas en televisión. Los perjuicios que pueden causarnos no tienen nada que ver con la demanda original, sino con su exposición pública.
—Lo entiendo. Pero la ley no lo verá de ese modo. Newsline tiene derecho a informar de una demanda judicial.
—¿Quieres decir que Newsline no tiene ninguna responsabilidad legal por dar crédito a una acusación, por absurda que ésta sea? Si ese abogado dijera, por ejemplo, que nosotros empleamos a pederastas, ¿Newsline podría emitir la noticia y nosotros no tendríamos derecho a demandarlo?
—Exactamente —contestó Fuller.
—Pues supongamos que vamos a juicio y ganamos. Entonces quedará claro que Newsline presentó una imagen equivocada de nuestro producto, basándose en la opinión del abogado. En ese caso, ¿podríamos obligar a Newsline a retractarse ante los cuarenta millones de telespectadores?
—No. No están obligados a hacerlo.
—¿Por qué no?
—Newsline tiene derecho a decidir qué es noticia. Si ellos consideran que la sentencia del juicio no es noticia, no tienen por qué emitirla. Ellos eligen.
—Y entretanto la compañía quebrará —concluyó Marder—. Treinta mil personas perderán su empleo, su casa y su seguro médico e iniciarán una carrera nueva en Burger King. Y otras cincuenta mil acabarán en la calle cuando nuestros proveedores de Georgia, Ohio, Texas y Connecticut se queden sin encargos. Todas esas personas que han dedicado su vida a diseñar, fabricar y promocionar los mejores aviones de la historia recibirán un apretón de manos y una patada en el culo. ¿Así son las cosas?
Fuller se encogió de hombros.
—Sí. Así funciona el sistema.
—Pues yo creo que el sistema apesta.
—El sistema es el sistema —replicó Fuller.
Marder miró a Casey y luego nuevamente a Fuller.
—Pues es una injusticia, Ed —dijo—. Hacemos un producto excelente, y todos los datos y hechos objetivos demuestran que es seguro y digno de confianza. Hemos estado perfeccionándolo y poniéndolo a prueba durante años. Tenemos una reputación intachable. Pero tú dices que un equipo de televisión puede hacernos una visita, husmear durante un par de días, y cargarse nuestro producto en una cadena nacional de televisión. Y una vez que lo hayan hecho, no tendrán responsabilidad legal sobre sus actos, y nosotros no podremos demandarlos para cubrir las pérdidas.
Fuller asintió con un gesto.
—Es injusto —repitió Marder.
Fuller se aclaró la garganta.
—Bueno; no siempre ha sido así. Pero desde hace treinta años, desde el caso Sullivan en 1964, se ha invocado la primera enmienda en los casos de difamación. Ahora la prensa tiene más libertad.
—Libertad incluso para cometer abusos —apostilló Marder.
—Los abusos de la prensa son historia antigua —dijo Fuller—. Pocos años después de dictarse la primera enmienda, Thomas Jefferson denunció las inexactitudes de la prensa, la injusticia…
—Pero, Ed —lo interrumpió Marder—, no estamos hablando de hace dos siglos. Ni de editoriales más o menos desagradables en un periódico de la colonia. Hablamos de un programa de televisión con imágenes sensacionalistas que llegarán instantáneamente a cuarenta o cincuenta millones de personas, un alto porcentaje de la población nacional, y devastará nuestra reputación. La devastará. Es injustificable. Y así están las cosas. Por lo tanto, ¿qué nos aconsejas, Ed?
—Veamos. —Fuller volvió a aclararse la garganta—. Yo siempre aconsejo a mis clientes que digan la verdad.
—Eso está muy bien, Ed. Un consejo muy sensato. Pero, ¿qué hacemos?
—Lo ideal sería que pudierais explicar qué sucedió realmente en el vuelo 545.
—El incidente ocurrió hace cuatro días. Todavía no hemos descubierto nada.
—Lo ideal sería que lo explicarais —repitió Fuller.
Cuando Fuller se hubo marchado, Marder se volvió hacia Casey. No dijo nada. Se limitó a mirarla.
Casey guardó silencio durante unos instantes. Sabía muy bien qué se proponían Marder y el abogado. Había sido una representación excelente. Sin embargo el abogado tenía razón. Lo ideal sería decir la verdad, explicar lo sucedido en el vuelo 545. Mientras lo escuchaba, se le había ocurrido que quizá encontrara una forma de explicar la verdad, o una parte de la verdad, y salir airosa. Había suficientes cabos sueltos, suficientes incertidumbres que podría articular para crear una historia coherente.
—De acuerdo, John —accedió—. Haré la entrevista.
—Excelente —dijo Marder, sonriendo y restregándose las manos—. Sabía que lo entenderías, Casey. Newsline ha programado la entrevista para mañana a las cuatro de la tarde. Entretanto, quiero que hables con una asesora de imagen, una persona ajena a la compañía…
—John, lo haré a mi manera.
—Es una mujer estupenda y…
—Lo siento —dijo Casey—. No tengo tiempo.
—Te ayudará, Casey. Te enseñará algunos trucos.
—John, tengo mucho trabajo.
Dicho esto, Casey salió del despacho.