14:10 HCONTROL DE CALIDAD

Norma escuchó a Casey sin interrumpirla durante varios minutos. Finalmente, preguntó:

—¿Y qué quieres saber?

—Creo que Marder piensa nombrarme portavoz de la compañía.

—Lógico —dijo Norma—. Los peces gordos siempre se esconden. Edgarton nunca daría la cara. Y Marder tampoco lo hará. Tú eres el enlace con la prensa de la CEI. Y también eres una de las vicepresidentas de Norton Aircraft. Eso es lo que dirá en la parte inferior de la pantalla.

Casey guardó silencio.

Norma la miró.

—¿Qué quieres saber? —repitió.

—Marder le dijo a la reportera que el incidente del 545 no se debió a un fallo en los slats —dijo—. Y que mañana presentaríamos un informe preliminar.

—Hummm.

—No es cierto.

—Hummm.

—¿Qué se propone Marder? —preguntó Casey—. ¿Por qué me ha metido en esto?

—Para salvar su pellejo —dijo Norma—. Puede que quiera evitar un problema del que tú no estás al tanto.

—¿Qué clase de problema?

Norma sacudió la cabeza.

—Supongo que algo relacionado con el avión. Marder supervisó el proyecto del N-22. Sabe más sobre ese modelo de avión que cualquier otro miembro de la compañía. Tal vez no quiera que se dé a conocer algún detalle.

—¿Y por eso anuncia un descubrimiento falso?

—Presiento que sí.

—¿Y pretende que yo le saque las castañas del fuego?

—Eso parece —dijo Norma.

Casey guardó silencio durante unos instantes.

—¿Qué hago?

—Investiga —sugirió Norma a través de la nube de humo de su cigarrillo.

No hay tiempo…

Norma se encogió de hombros.

—Descubre lo que ocurrió en ese vuelo. Porque te estás jugando la cabeza, cariño. Marder te ha montado una trampa.

En el pasillo se cruzó a Richman.

—Eh, hola…

—Más tarde —dijo.

Entró en su despacho y cerró la puerta. Levantó el retrato de su hija y lo miró largamente. En la foto, Allison acababa de salir de la piscina de un vecino. Estaba junto a una niña de su edad, las dos en traje de baño, empapadas. Dos delgados cuerpos infantiles, dos sonrisas semidesdentadas, despreocupadas e inocentes.

Casey dejó la fotografía, abrió una caja que había sobre su mesa y sacó un reproductor portátil de CD-ROM acoplado a una correa de plástico. Un par de cables conectaban el aparato con un extravagante par de gafas. Eran grandes, y parecían gafas protectoras, sólo que sin patillas. Y el interior de las lentes estaba recubierto de un material extraño, que brillaba a la luz. Sabía que era el presentador virtual de datos. Una tarjeta de Tom Korman cayó del interior de la caja. Decía: «Primera prueba del presentador virtual de datos. ¡Que te diviertas!».

¿Divertirse?

Apartó las gafas a un lado y echó un vistazo a los papeles que había sobre su mesa. Por fin había llegado la transcripción de las comunicaciones de la cabina de mando. También vio una copia de TransPacific Flightlines, la revista de a bordo de la compañía. Había una página señalada con una nota adhesiva.

Casey la abrió y vio la foto de John Chang, empleado del mes. No se parecía en nada al tipo que ella había imaginado al ver el fax. John Chang era un cuarentón de aspecto saludable. Su esposa, más entrada en carnes, sonreía a su lado. Y los hijos, acuclillados a los pies de sus padres, ya no eran unos críos: una chica de dieciocho o diecinueve años y un joven que pasaba los veinte. El muchacho se parecía a su padre, aunque con un aire más moderno: el pelo casi a cero y un pequeño pendiente de oro en una oreja.

Casey leyó el pie de foto: «Aquí descansa en la playa de la isla de Lantan con su esposa, Soon, y sus hijos, Erica y Tom».

Enfrente de la familia había una toalla azul extendida sobre la arena y una cesta de mimbre de la que asomaba un paño de cocina a cuadros azules. Una escena corriente y carente de interés.

¿Por qué le habrían enviado una copia por fax?

Miró la fecha de la revista: enero; el número de hacía tres meses.

Pero alguien tenía un ejemplar y le había enviado una página a Casey. ¿Quién? ¿Un empleado de las líneas aéreas? ¿Un pasajero? ¿Quién?