11:55 HADMINISTRACIÓN DE LA NORTON

Casey entró en el despacho de John Marder unos minutos antes del mediodía y encontró a su jefe arreglándose la corbata y estirándose las mangas de la americana.

—Creo que deberíamos sentarnos aquí —sugirió Marder, señalando una mesita de centro rodeada de sillas que se hallaba en un rincón de su despacho—. ¿Estás preparada?

—Eso creo —respondió Casey.

—Déjame hablar a mí —dijo Marder—. Recurriré a ti cuando te necesite.

—De acuerdo.

Continuó paseándose de un lado a otro.

—Los de Seguridad me han dicho que han visto un equipo de la tele junto a la valla sur —informó Marder—. Estaban entrevistando a Jack Rogers.

—Vaya —dijo Casey.

—El muy imbécil. Me imagino lo que les habrá dicho.

—¿Tuviste ocasión de hablar con él? —preguntó Casey.

Sonó el pitido del intercomunicador.

—Ha llegado la señorita Malone, señor Marder —anunció Eileen.

—Hágala pasar —respondió, y fue a recibirla a la puerta. Casey se quedó impresionada con la mujer que entró. Malone era una cría, apenas un poco mayor que Richman. No tendría más de veintiocho o veintinueve años, calculó. Era rubia y muy guapa, con ese refinamiento propio de los neoyorquinos. Lucía una melena corta que le daba un aire ligeramente andrógino, y vestía ropa informal: tejanos, una camiseta blanca y una chaqueta azul con un cuello extravagante. Al mejor estilo de Hollywood.

Con solo mirarla, Casey se sintió incómoda. Pero Marder se había vuelto y decía:

—Señorita Malone, quiero presentarle a Casey Singleton, nuestra especialista en Control de Calidad en la Comisión de Estudio de Incidentes.

La jovencita rubia sonrió.

Casey le estrechó la mano.

No me jodas, pensó Jennifer Malone. ¿Conque éste es el jefe? ¿Este tipejo asustadizo de pelo engominado y traje barato? ¿Y quién es esa tía que parece escapada de un catálogo de Talbot?

Singleton era más alta que Jennifer —cosa que a ésta le disgustaba—, y guapa, con esa imagen saludable de las mujeres del Medio Oeste. Parecía una atleta, y en buena forma, aunque ya no tenía edad para ir por ahí sin maquillaje. Y sus rasgos parecían crispados, tensos. Como si estuviera bajo una gran presión. Jennifer estaba decepcionada. Llevaba todo el día preparándose para la entrevista, afilando sus argumentos. Pero había imaginado a un adversario mucho más imponente. En cambio, era como si volviera al instituto para encontrarse con el subdirector y la tímida bibliotecaria. Gente insignificante, sin ninguna clase.

¡Y el despacho! Pequeño, con paredes grises y muebles baratos. No tenía carácter. Era una suerte que no tuviera que filmar allí, porque era un sitio impresentable. ¿El despacho del presidente sería parecido? En tal caso, tendrían que filmar la entrevista en otra parte. Fuera, o en la línea de montaje. Porque aquellos despachos pequeños y vulgares no daban la imagen que quería para el programa. Los aviones eran grandes y potentes. La gente nunca creería que los diseñaban personas miserables en despachos de mala muerte.

Marder le señaló la mesa rodeada de sillas. Lo hizo con un gesto ostentoso, como si estuviera invitándola a un banquete. Puesto que le dio opción a escoger la silla, Jennifer se sentó de espaldas a la ventana, para que el sol les diera en la cara a los entrevistados.

Sacó sus notas, las repasó.

—¿Quiere beber algo? ¿Café?

—Un café me vendría muy bien, gracias.

—¿Cómo lo toma?

—Solo —respondió Jennifer.

Casey observó a Jennifer Malone mientras ésta repasaba sus notas.

—Seré sincera —dijo Malone—. Tenemos información muy comprometedora sobre el N-22. Y sobre la forma en que trabaja esta compañía. Pero toda historia tiene dos caras, y queremos asegurarnos de que tienen la oportunidad de responder a las críticas.

Marder no dijo nada; se limitó a asentir. Estaba sentado con las piernas cruzadas y un cuaderno sobre su regazo.

—Para empezar —prosiguió Malone—, sabemos qué ocurrió en el vuelo de TransPacific.

—¿De veras? —preguntó Casey—. Me sorprende, porque nosotros todavía no lo sabemos.

—Los slats salieron… ¿o se dice «se extendieron»? En fin, el caso es que ocurrió en pleno vuelo y el avión perdió estabilidad, comenzó a subir y a bajar, y por eso murieron algunos pasajeros. Todo el mundo ha visto la grabación en vídeo de ese trágico accidente. Sabemos que algunos pasajeros han presentado demandas judiciales contra la compañía. También sabemos que el N-22 tiene un largo historial de fallos con los slats, y que ni la FAA ni la compañía han tomado medidas para solucionar el problema. Todo esto, a pesar de que se han producido nueve incidentes en los últimos años. —Malone hizo una pausa y luego continuó—: Sabemos que la FAA tiene una política tan tolerante que ni siquiera conserva los documentos necesarios para la certificación. La FAA permite que la Norton guarde estos documentos aquí.

Dios, pensó Casey. No entiende nada.

—Permita que corrija en primer lugar su última observación —intervino Marder—. La FAA no conserva los documentos de certificación de ningún fabricante. Ni los de Boeing, ni los de Douglas, ni los de Airbus, ni los nuestros. Francamente, nosotros preferiríamos que la FAA se encargara de archivarlos. Pero no puede hacerlo porque esos documentos contienen información confidencial. Si la FAA los guardara, nuestros competidores podrían obtener dicha información amparándose en la Ley de Libertad de Información. Y eso haría las delicias de algunos de ellos. Airbus, por ejemplo, ha estado presionando para que la FAA cambie esta política, precisamente por esta razón. De modo que debo suponer que quien le ha facilitado esa información es alguien de Airbus.

Casey vio que Malone titubeaba y consultaba sus notas. Era verdad, pensó. Marder había dado en el clavo. Airbus le había dado esa información, probablemente a través de su «agencia de publicidad», el Instituto de Investigación Aeronáutica. ¿Sabía Malone que el instituto era una tapadera de Airbus?

—Pero, ¿no cree que el hecho de que la FAA permita a la Norton guardar esos documentos sugiere una relación demasiado estrecha entre ambas partes? —preguntó Jennifer con frialdad.

—Señorita Malone —respondió Marder—, ya le he dicho que preferiríamos que la FAA se encargara de archivar los documentos. Pero nosotros no redactamos la Ley de Libertad de Información. Nosotros no hacemos las leyes. Sin embargo, creemos que si gastamos centenares de millones de dólares en crear un diseño original, nuestros competidores no deberían tener acceso a él gratuitamente. Según tengo entendido, la Ley de Libertad de Información no se promulgó para permitir que nuestros competidores extranjeros copien ilegalmente la tecnología estadounidense.

—¿De modo que se opone a la Ley de Libertad de Información?

—En absoluto. Sólo he dicho que no ha sido promulgada para facilitar el espionaje industrial. —Marder se movió incómodo en su silla—. También ha mencionado el vuelo 545.

—Sí.

—En primer lugar, no estamos de acuerdo en que el accidente se produjera por una extensión de slats.

Vaya, pensó Casey. Marder se había decidido a andar sobre la cuerda floja. Lo que decía no era cierto, y probablemente…

—Estamos investigando el incidente —prosiguió Marder—, y aunque todavía es demasiado pronto para revelar nuestros hallazgos, creo que le han informado mal. Supongo que ha oído esa teoría de boca de Fred Barker.

—Hemos hablado con Fred Barker, entre otros…

—¿Y han hablado de Fred Barker con la FAA? —preguntó Marder.

—Sabemos que es un personaje polémico…

—Eso si se lo mira con benevolencia. Digamos que defiende un punto de vista objetivamente incorrecto.

—Querrá decir un punto de vista que usted considera incorrecto —replicó Jennifer.

—No, señorita Malone. Es objetivamente incorrecto —afirmó Marder con obstinación. Señaló los papeles que Malone había dejado sobre la mesa—. No he podido evitar ver que tiene una lista de incidentes debidos a los slats. ¿Se la ha dado Barker?

Malone titubeó un instante.

—Sí.

—¿Puedo verla?

—Claro.

Le pasó el papel a Marder, y éste le echó una ojeada.

—¿Es objetivamente incorrecta, señor Marder? —preguntó Malone.

—No, pero está incompleta y se presta a malentendidos. Esta lista está basada en nuestros propios documentos, pero no está completa. ¿Sabe qué son las directivas de aeronavegabilidad, señorita Malone?

—¿Directivas de aeronavegabilidad?

Marder se levantó y fue a su escritorio.

—Cada vez que se produce un incidente a bordo de uno de nuestros aviones, hacemos una investigación exhaustiva para averiguar qué ha ocurrido y por qué. Si el avión tiene algún defecto de diseño, redactamos un boletín de servicio; y si la FAA considera que el cumplimiento de nuestro boletín debe ser obligatorio, dicta una directiva de aeronavegabilidad. Poco después de entrar en servicio el N-22, descubrimos un fallo en los slats, y se dictó una directiva de aeronavegabilidad para solucionar el problema. La ley exige que las compañías aéreas nacionales hagan los cambios necesarios en un avión para evitar futuros incidentes.

Regresó con otro papel y se lo entregó a Malone.

—Ésta es una lista completa de los incidentes.

Incidentes debidos a la extensión de slats en el N-22 de Norton Aircraft

  1. 4 de enero de 1992: (ON) Los slats se extendieron a una velocidad de 0.84 Mach. La palanca de slats/flaps se movió accidentalmente. Como consecuencia de este incidente, se dictó la D/A 44-8.
  2. 2 de abril de 1992: (ON) Los slats se extendieron mientras el avión volaba a 0.81 Mach. Al parecer, una tablilla de notas cayó sobre la palanca de slats/flaps. No se cumplió la D/A 44-8, que habría evitado el incidente.
  3. 17 de julio de 1992: (ON) Aunque inicialmente se informó de severas turbulencias, más tarde se comprobó que los slats se habían extendido como consecuencia de un movimiento accidental de la palanca de slats/flaps. No se cumplió la D/A. 44-8, que habría evitado el incidente.
  4. 20 de diciembre de 1992: (ON) Los slats se extendieron a velocidad de crucero sin que se hubiera movido la palanca de slats/flaps en la cabina de mando. Se confirmó que el cableado estaba fuera de tolerancia en tres puntos. Como consecuencia de este incidente, se dictó la D/A 51-29.
  5. 12 de marzo de 1993: (OE) El avión experimentó vibraciones previas a entrada en pérdida a 0.82 Mach. Se descubrió que los slats se extendieron, y la palanca no estaba en la posición superior y trabada. No se cumplió la D/A 51-29, que habría evitado el incidente.
  6. 4 de abril de 1993: (OE) El primer oficial apoyó el brazo sobre la palanca de slats/flaps y la movió hacia abajo, extendiendo los slats. No se cumplió la D/A 44-8, que habría evitado el incidente.
  7. 4 de julio de 1993: (OE) El piloto informó de que la palanca de slats/flaps se movió, extendiendo los slats. El avión volaba a 0.81 Mach. No se cumplió la D/A 44-8, que habría evitado el incidente.
  8. 10 de junio de 1994: (OE) Los slats se extendieron mientras el avión volaba a velocidad de crucero, sin movimiento alguno en la palanca de slats/flaps. No se cumplió la D/A 51-29, que habría evitado el incidente.

—Las frases en cursiva —aclaró Marder— son las que Barker omitió deliberadamente en la lista que le entregó. Después del primer incidente de slats, la FAA dictó una directiva de aeronavegabilidad para que se cambiaran los mandos de la cabina. Las líneas aéreas tenían un año de plazo para cumplir la directiva. Algunas lo hicieron de inmediato; otras, no. Como podrá comprobar, todos los incidentes siguientes ocurrieron en aviones en los que no se efectuaron los cambios exigidos.

—Bueno, no exactamente…

—Déjeme terminar. En diciembre de 1992 descubrimos un segundo problema. En algunas ocasiones los cables conectados a los slats se aflojaban. El personal de mantenimiento no advertía el problema. De modo que redactamos un segundo boletín de servicio y creamos un dispositivo para medir la tensión de los cables con el objetivo de que el personal de mantenimiento pudiera comprobar con mayor facilidad si el cableado estaba en buenas condiciones. Eso bastó. En el mes de diciembre, el problema estaba completamente resuelto.

—Es evidente que no, señor Marder —persistió Malone, señalando la lista—. Ha habido otros incidentes en 1993 y 1994.

—Sólo en compañías aéreas extranjeras —precisó Marder—. ¿Ve las siglas ON y OE? Significan «operador nacional» y «operador extranjero». Las compañías nacionales están obligadas a efectuar los cambios establecidos por la directiva de aeronavegabilidad de la FAA. Pero los operadores extranjeros no están bajo la jurisdicción de la FAA. Y no siempre realizan las correcciones que se les sugiere. A partir de 1992, todos los incidentes se han producido en compañías aéreas que no han hecho las reparaciones correspondientes.

Malone miró la lista.

—¿De modo que ustedes permiten que las compañías mantengan en funcionamiento aviones defectuosos conociendo el peligro que ello supone? Sencillamente se lavan las manos y esperan a ver qué pasa. ¿Es así?

Marder respiró hondo y contuvo el aliento. Casey pensó que iba a estallar, pero no lo hizo.

—Señorita Malone, nosotros fabricamos aviones, no los pilotamos. Si Air Indonesia o Pakistani Air no cumplen con las directivas de aeronavegabilidad, no podemos obligarlos a hacerlo.

—Muy bien. Si ustedes se limitan a fabricar aviones, hablemos de lo bien que lo hacen —dijo Malone—. Según esta lista, ¿cuántos cambios han hecho en los slats? ¿Ocho?

No entiende nada, pensó Casey. No sabe escuchar. No se entera de lo que le dicen.

—No. Dos —corrigió Marder.

—Pero aquí hay ocho incidentes. Estará de acuerdo en que…

—Sí —dijo Marder con exasperación—, pero no estamos hablando del número de incidentes, sino del número de directivas de aeronavegabilidad, y sólo hay dos. —Comenzaba a enfadarse y tenía la cara encendida.

—Ya veo —dijo Malone—. Así que la Norton cometió dos errores en el diseño de los slats de este avión.

—Hay dos correcciones.

—Dos correcciones a dos errores del diseño original —apostilló Malone—. Y eso sólo en lo referente a los slats. Aún no hemos llegado a los flaps, el timón de dirección, los tanques de combustible y el resto del avión. Tenemos dos correcciones sólo en este pequeño sistema. ¿No probaron el aparato antes de venderlo a sus confiados clientes?

—Por supuesto que sí —afirmó Marder con los dientes apretados—. Pero tiene que entender…

—Lo que entiendo —lo interrumpió Malone— es que muchas personas han muerto a causa de su diseño defectuoso, señor Marder. Ese avión es una trampa mortal. Y a usted parece traerle sin cuidado.

—¡Maldita sea! —gritó Marder, levantando los brazos y saltando de la silla. Comenzó a pasearse a grandes zancadas por la habitación—. ¡No puedo creer lo que estoy oyendo!

Había sido demasiado fácil, pensó Jennifer. Demasiado fácil. El histriónico estallido de Marder le resultaba sospechoso. Durante la entrevista se había formado una idea diferente de aquel tipo. No era el subdirector de un colegio. Era mucho más listo. Lo comprendió al mirarlo a los ojos. La mayoría de la gente hacía movimientos involuntarios con los ojos cuando se les hacía una pregunta. Miraban hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados. Pero la mirada de Marder era estable, tranquila. Era dueño de sí. Y sospechaba que también ahora era dueño de sí, que sólo fingía haber perdido la calma. ¿Por qué?

A Jennifer no le importaba. Desde el principio, su objetivo había sido sacarlos de quicio, conseguir que se preocuparan lo suficiente para concederle una entrevista con el presidente de la compañía. Jennifer quería que Marty Reardon entrevistara al presidente.

Era crucial para el programa. Si Newsline hacía acusaciones graves contra el N-22, y la compañía respondía a través de un ejecutivo de segunda o un agente de prensa, le estropearían el reportaje. Pero si podía poner al presidente delante de la cámara, la noticia adquiriría mayor credibilidad.

Quería al presidente.

Y las perspectivas eran buenas.

—Explícaselo tú, Casey —dijo Marder.

Casey se había quedado atónita ante el estallido de Marder. John era célebre por su mal carácter, pero tener una pataleta delante de un periodista era un error táctico de proporciones mayúsculas. Y de pronto, sentado tras su escritorio con la cara encendida y la respiración agitada, le dijo:

—Explícaselo tú, Casey.

Casey se volvió para mirar a Malone.

—Señorita Malone —comenzó—, todos nosotros estamos comprometidos con la seguridad aérea. —Esperaba justificar con eso el arrebato de Marder—. Nos tomamos muy en serio la seguridad de nuestros productos, y el N-22 tiene un excelente historial a ese respecto. Y si algo sale mal con uno de nuestros aviones…

—Algo salió mal —afirmó Malone, mirándola a los ojos.

—Sí —dijo Casey—. Y en estos momentos estamos investigando el incidente. Formo parte del equipo encargado de la investigación y le aseguro que estamos trabajando a contrarreloj para averiguar qué sucedió.

—Es decir, ¿por qué se extendieron los slats? Ya deberían saberlo. Ha pasado muchas veces.

—En este punto… —empezó Casey.

—Escuche —la interrumpió Marder—, no fueron los malditos slats. Frederick Barker es un jodido alcohólico y un embustero a sueldo que trabaja para un abogado corrupto. Nadie con tres dedos de frente lo escuchará.

Casey se mordió los labios. No podía contradecir a Marder delante de una periodista, pero…

—Si no fueron los slats… —dijo Malone.

—No fueron los slats —repitió Marder con firmeza—. En las próximas veinticuatro horas presentaremos un informe preliminar que demostrará concluyentemente que lo que digo es cierto.

¿Qué?, pensó Casey. ¿De qué hablaba? No estaban preparando ningún informe preliminar.

—Vaya —dijo Malone en voz baja.

—Así es —repuso Marder—. Casey Singleton es el enlace con la prensa de la Comisión de Estudio de Incidentes. Nos pondremos en contacto con usted, señorita Malone.

Malone pareció darse cuenta de que Marder daba por concluida la entrevista y dijo:

—Pero todavía tenemos que tratar otros asuntos, señor Marder. La explosión de un motor en el aeropuerto de Miami, por ejemplo. Y la oposición del sindicato a la venta a China…

—Oh, vamos —dijo Marder.

—Dada la seriedad de las acusaciones contra la Norton —prosiguió Malone—, creo que debería considerar nuestra oferta de darle una oportunidad de responder al presidente, el señor Edgarton.

—Eso no será posible —replicó Marder.

—Es por su propio bien —aseguró Malone—. Si nos vemos obligados a decir que el presidente se niega a hablar con nosotros, parecerá…

—Mire —dijo Marder—, dejémonos de tonterías. Sin el incidente de TransPacific, ustedes no tienen noticia. Y mañana mismo presentaremos un informe preliminar de lo ocurrido en el avión de TransPacific. Le notificaremos la hora. Eso es todo por el momento. Muchas gracias por su visita, señorita Malone.

La entrevista había terminado.