17:55 HLABORATORIO DE INTERPRETACIÓN DE AUDIO DE LA NORTON

Casey llevó la segunda copia del vídeo al Laboratorio de Interpretación de Audio de la Norton, situado en la parte posterior del edificio 24. El encargado era un antiguo agente de la CIA procedente de Omaha, un paranoico y genio de la electrónica llamado Jay Ziegler que había construido sus propios filtros de sonido y equipos de playback, ya que, según decía, no se fiaba de nadie.

Norton había montado el laboratorio para ayudar a las agencias del gobierno a interpretar las voces de los registradores de voz. Después de un accidente, el gobierno se llevaba las grabaciones y las hacía analizar en Washington. Era el procedimiento habitual para evitar que los datos se filtraran a la prensa antes de que se completara la investigación. Pero, aunque la administración contaba con expertos en la transcripción de cintas, éstos eran incapaces de analizar los sonidos en el interior de la cabina de mando: las alarmas y los avisos electrónicos que a menudo se disparaban. Estos sonidos pertenecían a los sistemas Norton, así que Norton había creado un laboratorio para interpretarlos.

Como de costumbre, la pesada puerta insonorizada estaba cerrada. Casey golpeó con fuerza, y después de un minuto, una voz respondió por el interfono.

—Contraseña.

—Soy Casey Singleton, Jay.

—La contraseña.

—Jay, por el amor de Dios. Abre la puerta.

Se oyó un chasquido, seguido de un silencio. Casey esperó. La pesada puerta se abrió apenas una rendija, y Casey vio a Jay Ziegler, con el pelo largo hasta los hombros y gafas de sol.

—Ah, vale. Entra —dijo—. Tú tienes libre acceso a esta sección.

Abrió la puerta sólo un poco más, y Casey entró en la habitación. Ziegler cerró la puerta de inmediato y la aseguró con tres cerrojos.

—Deberías llamar antes de venir, Singleton. Tenemos una línea de seguridad. Con un dispositivo para mantener la comunicación en secreto.

—Lo lamento, Jay. Pero ha surgido algo a último momento.

—La seguridad es responsabilidad de todos.

Casey le entregó la cinta.

—Ésta es una cinta magnética de una pulgada, Singleton. Casi nunca vemos esto por aquí.

—¿Puedes leerla?

Ziegler asintió.

—Yo puedo leer cualquier cosa, Singleton. Lo que me des. —Puso la cinta en un tambor horizontal y la enroscó. Luego miró por encima de su hombro—. ¿Tienes autorización para oír el contenido?

—La cinta es mía, Jay.

—Sólo preguntaba.

—Debería informarte de que esta cinta es…

—No me digas nada, Singleton —la interrumpió Ziegler—. Mejor así.

Cuando la cinta comenzó a girar, en todos los monitores de la habitación aparecieron ondas osciloscópicas, líneas verdes saltando sobre un fondo negro.

—Vale —dijo Ziegler—. Tenemos una cinta de super-8, sistema Dolby, tiene que ser de un vídeo doméstico…

En el altavoz comenzó a sonar una especie de crujido rítmico.

Ziegler miraba fijamente los monitores. Algunos de ellos generaban datos extraños, construyendo modelos tridimensionales del sonido que parecían cuentas multicolores enhebradas en un hilo. Los programas también producían impulsos de diversas frecuencias.

—Pasos —anunció Ziegler—. Suelas de goma sobre césped o tierra. Estamos en el campo; no hay ningún sonido urbano. Los pasos seguramente corresponden a un hombre. Y no son totalmente rítmicos, de modo que es probable que el tipo en cuestión esté cargando algo. No es un objeto demasiado pesado, pero el peso no está equilibrado.

Casey recordó la primera imagen de la cinta de vídeo: un hombre subiendo por un sendero, alejándose de una aldea china, con la niña sobre un hombro.

—Estás en lo cierto —dijo, impresionada.

A continuación se oyó una especie de gorjeo, el piar de un pájaro.

—Un momento, un momento. —Ziegler empezó a pulsar botones. Reprodujo el sonido una y otra vez, y el hilo con cuentas de colores se onduló en el monitor. Por fin dijo—: Vaya, no lo tengo en la base de datos. ¿Estamos en el extranjero?

—En China.

—Bueno. No puedo saberlo todo.

Los pasos continuaron. Se oyó el zumbido del viento. En la cinta, una voz masculina dijo: «Se ha quedado dormida».

—Estadounidense, 1,79 a 1,82 de estatura, aproximadamente treinta y cinco años —dedujo Ziegler.

Casey asintió, nuevamente impresionada.

Ziegler apretó un botón y uno de los monitores emitió la imagen del vídeo, con el hombre subiendo por el sendero. La imagen se congeló.

—Muy bien —dijo Ziegler—. ¿Qué tengo que buscar?

—Los últimos nueve minutos de la cinta se filmaron en el vuelo 545 de TransPacific —informó Casey—. La cámara grabó todo el incidente.

—Vaya —dijo Ziegler restregándose las manos—. Suena interesante.

—Quiero saber si puedes detectar algún sonido extraño en el momento inmediatamente anterior al incidente. Tengo una duda sobre…

—No me lo digas —atajó él, levantando una mano—. No quiero saberlo. Debo hacer una lectura imparcial.

—¿Cuánto tardarás?

—Unas veinte horas. —Ziegler consultó el reloj—. Lo tendrás mañana por la tarde.

—De acuerdo. Ah, Jay. Te agradecería que no enseñaras la cinta a nadie.

Ziegler la miró con expresión de asombro y preguntó:

—¿Qué cinta?