En el hangar 5, el equipo de mantenimiento seguía pululando alrededor del reactor de TransPacific. Casey siguió de largo hasta el hangar siguiente y entró. En aquel espacio similar a una cueva, casi en un silencio absoluto, el equipo de Mary Ringer realizaba un análisis del interior del aparato.
Sobre el suelo de cemento, tiras de cinta adhesiva naranja de casi cien metros de largo, marcaban las paredes interiores del N-22 de TransPacific. Bandas transversales indicaban los tabiques principales, y otras, dispuestas en paralelo, las filas de asientos. Aquí y allí había banderas blancas sobre bloques de madera, señalando diversos puntos críticos.
A unos dos metros de altura, habían colocado más tiras, tensadas en el aire, para delimitar el techo y los compartimientos de equipaje del avión. El resultado final era un espectral croquis anaranjado de las dimensiones de la cabina de pasajeros.
Dentro de este croquis, cinco mujeres, todas psicólogas y técnicas, se movían despacio y con cautela. Las mujeres colocaban en el suelo prendas de vestir, bolsos de mano, cámaras, juguetes y demás objetos personales. En algunos casos, una tira más fina de cinta adhesiva unía un objeto con otro punto del croquis, indicando cómo se había movido durante el accidente.
De todas las paredes del hangar colgaban fotografías ampliadas del interior del avión, tomadas el lunes. El equipo de análisis trabajaba prácticamente en silencio, meticulosamente, consultando notas y fotografías.
Pocas veces se hacía un análisis del interior del aparato. Era un procedimiento desesperado, que rara vez arrojaba información útil. En el caso del 545 de TransPacific, el equipo de Ringer había comenzado a trabajar desde el principio, pues el alto número de heridos podía inducir a demandas judiciales. En realidad, los pasajeros no podían saber qué había pasado, y en muchos casos sus declaraciones eran absurdas. Este análisis tenía la finalidad de explicar los movimientos de las personas y los objetos dentro de la cabina de pasajeros. Pero era una tarea ardua y lenta.
Casey vio a Mary Ringer, una mujer de cabello cano que rondaba los cincuenta, en la sección trasera del avión.
—Mary —dijo—, ¿cuántas cámaras tenemos?
—Sabía que me lo preguntarías. —Mary consultó sus notas—. Encontramos diecinueve cámaras. Trece fotográficas y seis de vídeo. De las trece cámaras fotográficas, cinco estaban rotas, con la película velada. Otras dos no tenían carrete. Revelamos los carretes de las demás, y sólo tres tenían fotografías, todas tomadas antes del incidente. Pero estamos usando las fotografías para intentar situar a los pasajeros, dado que TransPacific aún no ha enviado datos sobre los números de sus asientos.
—¿Y las cámaras de vídeo?
—Veamos… —Consultó sus notas y suspiró—. Seis videocámaras, dos con filmaciones del interior del avión, pero ninguna hecha durante el incidente. He oído que emitieron una cinta por televisión. No sé de dónde habrá salido. El pasajero debe de haberla bajado en el aeropuerto de Los Ángeles.
—Es probable.
—¿Qué hay del registrador de datos de vuelo? Lo necesito para…
—Todos lo necesitamos —atajó Casey—. Estoy en ello. —Miró alrededor de la sección posterior del avión, señalada por la cinta adhesiva. Vio la gorra del piloto en el suelo, en un rincón.
—¿La gorra no tenía nombre?
—Sí. En el interior —respondió Mary—. Algo así como Zen Ching. Hicimos traducir la etiqueta.
—¿Quién la tradujo?
—Eileen Han, de la oficina de Marder. Sabe leer y escribir chino mandarín y nos ha ayudado. ¿Por qué lo preguntas?
—Sólo era una duda. Nada importante.
Casey se dirigió a la puerta.
—Casey —dijo Mary—. De verdad necesitamos el registrador de datos.
—Lo sé —respondió Casey—. Lo sé.
Llamó a Norma.
—¿Quién puede traducirme algo del chino?
—¿Aparte de Eileen?
—Sí. Aparte de Eileen. —No quería que interviniera nadie de la oficina de Marder.
—Déjame pensar —dijo Norma—. ¿Qué tal Ellen Fong, de Contabilidad?
—¿Su marido no trabaja en Estructura, con Doherty?
—Sí. Pero Ellen es muy discreta.
—¿Estás segura?
—Completamente —afirmó Norma con un tono cargado de intención.