Casey entró con Richman en las oficinas de CC. Norma había regresado de comer, y encendía el enésimo cigarrillo.
—Norma —dijo Casey—, ¿has visto una cinta de vídeo por aquí? Es una de esas cintas pequeñas de vídeo doméstico.
—Sí —respondió Norma—. El otro día la dejaste sobre tu mesa, y yo la guardé. —Rebuscó en su cajón y sacó la cinta. Se volvió hacia Richman—. Marder te ha telefoneado dos veces. Quiere que lo llames de inmediato.
—De acuerdo —respondió Richman. Echó a andar por el pasillo, en dirección a su despacho.
Cuando se alejó, Norma dijo:
—¿Sabes? Habla mucho con Marder. Me lo ha contado Eileen.
—¿Marder trata de intimar con los parientes de Norton?
Norma sacudió la cabeza.
—Por todos los santos, ya se ha casado con la única hija de Charley.
—¿Qué quieres decir entonces? —preguntó Casey—. ¿Que Richman está pasando información a Marder?
—Unas tres veces al día.
—¿Por qué? —dijo Casey, arrugando la frente.
—Buena pregunta, cariño. Creo que te están tendiendo una trampa.
—¿Con qué intención?
—No tengo la menor idea —respondió Norma.
—¿Algo relacionado con la venta a China?
Norma se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero Marder es el mayor especialista en luchas internas de toda la historia de la compañía. Y sabe cubrir sus huellas. Yo, en tu lugar, tendría mucho cuidado con lo que dijera delante de ese chico. —Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Cuando he vuelto de comer —añadió—, no había nadie por aquí. El crío ha dejado el maletín en su despacho. Así que le he echado un vistazo.
—¿Y?
—Richman está haciendo copias de todo lo que pilla. Tiene un duplicado de todos los documentos que hay encima de tu escritorio. Y ha fotocopiado tu agenda telefónica.
—¿Mi agenda telefónica? ¿Para qué la quiere?
—No tengo la más remota idea —dijo Norma—. Y aún hay algo más. He encontrado su pasaporte. En los últimos dos meses ha estado cinco veces en Corea.
—¿En Corea? —preguntó Casey.
—Exacto, nena. En Seúl. Ha ido prácticamente todas las semanas. Viajes cortos; de dos o tres días. Nunca más.
—Pero…
—Espera, todavía no he terminado. Los coreanos registran el número de vuelo junto con el visado de entrada. Pero los números en el pasaporte de Richman no corresponden a vuelos comerciales. Son números de cola.
—¿Quieres decir que viajó en un avión privado?
—Eso parece.
—¿Un avión de la Norton?
Norma sacudió la cabeza.
—No. He hablado con Alice, del departamento de Vuelos. Ningún avión de la compañía ha volado a Corea en el último año. Han viajado muchas veces a Pekín, pero nunca a Corea.
Casey hizo una mueca de disgusto.
—Y hay más —prosiguió Norma—. He hablado con nuestro representante en Seúl. ¿Recuerdas que el mes pasado Marder se tomó una baja de tres días por un supuesto problema dental?
—Sí.
—Él y Richman estuvieron juntos en Seúl. El representante se enteró cuando ya habían vuelto, y se molestó porque lo mantuvieron al margen de sus asuntos. No lo invitaron a ninguna de las reuniones a las que asistieron. El tipo se lo ha tomado como una afrenta personal.
—¿Qué reuniones? —preguntó Casey.
—Nadie lo sabe. —Norma la miró—. Pero ten cuidado con ese crío.
Estaba en su despacho, echando un vistazo a la última pila de faxes, cuando Richman asomó la cabeza.
—¿Alguna novedad? —preguntó con tono alegre.
—Necesito algo —dijo Casey—. Quiero que vayas a la Oficina Regional de Vuelos. Pregunta por Dan Green, y tráeme copias del plan de vuelo y de la lista de tripulación del 545 de TransPacific.
—¿No tenemos ya esos documentos?
—No. Sólo una copia provisional. Pero Dan ya tendrá la versión definitiva. Las necesito a tiempo para la reunión de mañana. La oficina está en El Segundo.
—¿El Segundo? Tardaré todo el día en ir y volver.
—Lo sé, pero es importante.
Richman titubeó.
—Creo que te sería más útil si me quedara…
—Ve —dijo ella—. Y llámame en cuanto tengas los papeles.