En el centro de Manhattan, en las oficinas del piso veintitrés del semanario informativo de televisión Newsline, Jennifer Malone estaba en la cabina de edición, repasando una entrevista con Charles Manson. Su secretaria, Deborah, entró, dejó un fax sobre su escritorio, y dijo con tono despreocupado:
—Pacino se ha rajado.
—¿Cuándo?
—Hace diez minutos. Ha mandado a Marty a la mierda y se ha largado.
—¿Qué? Hemos estado cuatro días filmando en Tánger. Su película se estrena esta semana… e íbamos a dedicarle doce minutos. Un segmento de doce minutos en Newsline, el programa de noticias de más audiencia de la televisión. Equivalía a una publicidad imposible de comprar con dinero. Todas las grandes estrellas de Hollywood querían aparecer en el programa.
—Marty estaba hablando con él durante la sesión de maquillaje y ha dejado caer que Pacino no había tenido un solo éxito en los últimos cuatro años. Supongo que se ha ofendido.
—¿Delante de las cámaras?
—No; antes.
—Joder —dijo Jennifer—. Pacino no puede hacernos esto. Su contrato le exige intervenir en la campaña de publicidad. Llevamos meses organizando esta entrevista.
—Sí; ya lo sé. Pero se ha largado.
—¿Qué dice Marty?
—Está furioso. Dice: «¿Qué esperaba? Éste es un programa de noticias, hacemos preguntas comprometidas». Ya sabes. Típico de Martin.
Jennifer lanzó una maldición.
—Todo el mundo temía algo así.
Marty Reardon era un entrevistador célebre por su agresividad. Aunque hacía dos años que había dejado los telediarios para trabajar en Newsline —con un salario mucho más alto—, todavía se veía a sí mismo como un reportero de noticias, duro pero justo, imparcial. Sin embargo, lo cierto era que le gustaba avergonzar a sus entrevistados, ponerlos contra las cuerdas con preguntas personales, aunque éstas no tuvieran relación alguna con el tema del reportaje. Nadie quería que Marty trabajara en la entrevista de Pacino, porque a Marty no le gustaban las celebridades y detestaba «darles bombo». Pero Frances, que casi siempre se ocupaba de las estrellas, estaba en Tokio entrevistando a la princesa.
—¿Dick ha hablado con Marty? ¿Podemos salvar el reportaje?
Dick Shenk era el productor ejecutivo de Newsline. En apenas tres años había conseguido que el programa pasara de ser un simple relleno durante el verano para convertirse en un auténtico éxito. Shenk tomaba todas las decisiones importantes, y era la única persona con autoridad suficiente para entendérselas con una prima donna como Marty.
—Dick está comiendo con el señor Early.
Las comidas de Shenk con Early, el director de la cadena, casi siempre se prolongaban hasta primeras horas de la tarde.
—¿Así que no sabe nada?
—Todavía no.
—Estupendo —dijo Jennifer. Consultó su reloj; eran las dos de la tarde. Si Pacino se había rajado, tenían que cubrir un hueco de doce minutos, y les quedaban menos de setenta y dos horas para conseguirlo—. ¿Qué tenemos en reserva?
—Nada. El reportaje de la madre Teresa está por montar. El de Mickey Mantle aún no ha llegado. Lo único que nos queda es una pequeña secuencia sobre una liga infantil de minusválidos.
Jennifer gruñó.
—Dick jamás aceptaría algo así.
—Lo sé —coincidió Deborah—. Es un asco.
Jennifer cogió el fax que su ayudante había dejado sobre la consola. Era un comunicado de prensa de una firma de relaciones públicas; una más de los centenares de noticias que recibían a diario. Como todos esos faxes, éste tenía el formato de un artículo periodístico, con título y todo. Decía:
LA JAA RETRASA LA CERTIFICACIÓN AL REACTOR DE FUSELAJE ANCHO N-22, ALEGANDO CONTINUAS IRREGULARIDADES DE AERONAVEGABILIDAD.
—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el entrecejo.
—Héctor me ha pedido que te lo diera.
—¿Por qué?
—Ha pensado que podría interesarnos.
—¿Por qué? ¿Qué demonios es la JAA? —Jennifer leyó rápidamente el texto. Estaba lleno de jerga de aeronáutica, aburrida e incomprensible. Ni una sola imagen, pensó.
—Al parecer —dijo Deborah—, es el mismo modelo de avión que se incendió en Miami.
—Vaya. ¿Así que Héctor quiere que hagamos un reportaje sobre seguridad aérea? Genial. Todo el mundo ha visto las imágenes del avión en llamas. Y ni siquiera eran buenas. —Jennifer apartó el fax—. Pregúntale si tiene algo más.
Deborah se marchó. A solas, Jennifer miró fijamente la imagen congelada de Charles Manson en el monitor que tenía delante. Luego lo apagó y decidió tomarse un momento para pensar.
Jennifer Malone tenía veintinueve años, y era la productora más joven en la historia de Newsline. Había ascendido con rapidez porque hacía bien su trabajo. Había demostrado su talento muy pronto, antes incluso de graduarse en Brown. Mientras trabajaba como eventual durante el verano, igual que Deborah, se quedaba investigando hasta altas horas de la noche, tecleando en los terminales Nexis, consultando los cables de los servicios de noticias. Un día, con el corazón en un puño, fue a ver a Dick Shenk para proponerle un reportaje sobre un extraño virus africano y el valor del personal sanitario que trabajaba en la zona. Con ese material habían producido el célebre segmento del Ébola, el mejor reportaje de Newsline de aquel año, que había conseguido otro premio Peabody para la colección de Dick Shenk.
Había continuado con un reportaje sobre Darryl Strawberry, otro sobre las minas de Montana y uno sobre los indios iroqueses.
En toda la historia de la televisión, ningún estudiante de periodismo había conseguido poner un reportaje en antena; Jennifer había lanzado cuatro. Shenk declaró que admiraba su empuje y le ofreció un empleo. El hecho de ser brillante, hermosa y miembro de la Ivy League también jugó en su favor. En el mes de junio siguiente, en cuanto se graduó, comenzó a trabajar para Newsline.
El programa empleaba a quince productores. Cada uno de ellos tenía asignado a una estrella del periodismo, y se esperaba que produjeran un reportaje cada dos semanas. Un reportaje normal llevaba cuatro semanas. Después de dos semanas de investigación, los productores se reunían con Dick para conseguir el visto bueno. Luego salían fuera del estudio, filmaban material de relleno y hacían las entrevistas secundarias. El productor daba forma al reportaje, y luego se buscaba a una celebridad del periodismo para que la narrara. El comentarista viajaba por un día, hacía las tomas de exteriores y las entrevistas importantes y volvía a casa en el vuelo siguiente, dejando que el productor montara la cinta. Poco antes de salir en antena, la estrella en cuestión llegaba al estudio, leía el guión que había preparado el productor y doblaba el sonido para acompañar las imágenes.
Cuando el segmento por fin salía al aire, el periodista que daba la cara aparecía como el auténtico reportero; Newsline protegía celosamente la reputación de sus estrellas. Pero en realidad los verdaderos periodistas eran los productores. El comentarista se limitaba a hacer lo que le ordenaban.
A Jennifer le gustaba el sistema. Tenía un poder considerable y le agradaba trabajar entre bambalinas, sin que nadie conociera su nombre. El anonimato le resultaba útil. A menudo, cuando realizaba entrevistas, los entrevistados la trataban como a una segundona y hablaban con absoluta libertad, aunque las cámaras estuvieran filmando. Tarde o temprano, preguntaban: «¿Cuándo veré a Marty Reardon?». Entonces Jennifer respondía con solemnidad que eso aún no se había decidido y continuaba con las preguntas. Y, mientras tanto, atrapaba al idiota de turno que se creía que aquello se trataba de un ensayo.
En definitiva, ella hacía la entrevista. No le importaba que las estrellas se llevaran los laureles.
—Nunca decimos que son ellos los que hacen el reportaje —sentenciaba Shenk—. Nunca damos a entender que han entrevistado a alguien si no lo han hecho. En este programa el auténtico valor no es la estrella que da la cara. La verdadera estrella es el reportaje. La celebridad es sólo un guía que narra la historia al público. Alguien en quien la gente confía, alguien a quien les gustaría invitar a sus casas.
Jennifer le daba la razón. Por otra parte, no había tiempo para hacer las cosas de otra manera. Una estrella de los medios de comunicación, como Marty Reardon, tenía más compromisos que el presidente de la nación, y sin duda alguna era más famoso. Tenía más posibilidades de que lo reconocieran por la calle. No podían esperar que una persona como Marty derrochara su valioso tiempo haciendo trabajos de investigación, tropezando con pistas falsas, montando una historia.
Sencillamente, no había tiempo.
La televisión era así: nunca había tiempo suficiente.
Volvió a consultar su reloj de pulsera. Dick no regresaría hasta las tres o las tres y media. Marty Reardon no le pediría disculpas a Al Pacino. De modo que cuando Dick volviera, se pondría histérico, haría una nueva advertencia a Reardon y luego se lanzaría con desesperación a buscar otra noticia para llenar el hueco. Jennifer tenía una hora para encontrarla.
Encendió la televisión y comenzó a hacer zapping con aire distraído. Volvió a mirar el fax que tenía sobre la mesa.
LA JAA RETRASA LA CERTIFICACIÓN AL REACTOR DE FUSELAJE ANCHO N-22, ALEGANDO CONTINUAS IRREGULARIDADES DE AERONAVEGABILIDAD.
Un momento, pensó. ¿Continuas irregularidades de aeronavegabilidad? ¿Eso significaba que el problema de seguridad no era nuevo? En tal caso, era probable que allí hubiese una historia. No sobre seguridad aérea… Eso ya lo habían hecho millones de veces. Interminables reportajes sobre el control de tráfico aéreo, comentarios de que usaban ordenadores de los años sesenta y de que el sistema era peligroso y obsoleto. Esos reportajes sólo conseguían atemorizar a la gente. El público perdía interés, puesto que no podía hacer nada al respecto. Pero, ¿había problemas en un modelo de avión concreto? Eso podía dar para un reportaje sobre consumo y seguridad. No compre ese producto. No vuele en ese avión.
Podría ser una historia muy, muy impactante, pensó. Levantó el auricular y marcó un número.