Al salir del hangar, el sol de la mañana la deslumbró. Vio a Don Brull bajando del coche frente al edificio 121. Se dirigió hacia él.
—Hola, Casey —saludó él mientras cerraba la portezuela del coche—. Empezaba a preguntarme cuándo me responderías.
—He hablado con Marder —dijo Casey—. Jura que no enviarán el ala a China.
Brull movió la cabeza en un gesto de asentimiento.
—Me llamó anoche y me dijo lo mismo. —No parecía satisfecho.
—Marder insiste en que se trata de un rumor.
—Miente —aseguró Brull—. Van a hacerlo.
—No puede ser —replicó Casey—. Es absurdo.
—Mira, a mí esto no me afecta personalmente. Cuando cierren la planta, dentro de diez años, yo estaré jubilado. Pero para entonces tu hija entrará en la universidad. Tendrás unos gastos desorbitados y estarás sin empleo. ¿No lo has pensado?
—Don —dijo Casey—, tú mismo has dicho que es absurdo que entreguen el ala. Sería una imprudencia que…
—Marder es un imprudente. —Brull tenía el sol de frente, así que la miraba con los ojos entornados—. Tú lo sabes. Sabes bien de lo que es capaz.
—Don…
—Mira —interrumpió él—, sé muy bien lo que digo. Esas herramientas no se han fletado con destino a Atlanta, Casey. Van al puerto de San Pedro, donde están construyendo contenedores especiales para embarcarlas y enviarlas fuera del país.
Conque de ahí salían las deducciones del sindicato, pensó Casey.
—Se trata de herramientas inmensas, Brull —explicó Casey—. No podemos mandarlas por tren o carretera. Las herramientas grandes siempre viajan en barco. Están construyendo contenedores para fletarlas a través del canal de Panamá. Es la única forma de enviarlas a Atlanta.
Brull sacudió la cabeza.
—He visto los resguardos del flete. No dicen Atlanta, sino Seúl, Corea.
—¿Corea? —preguntó ella, frunciendo el entrecejo.
—Exactamente.
—Don, eso no tiene sentido…
—Sí, lo tiene. Porque es una tapadera —dijo Brull—. Enviarán las herramientas a Corea y desde allí a Shanghai.
—¿Tienes copias de esos resguardos? —preguntó Casey.
—Sí, pero no las llevo encima.
—Me gustaría verlas.
Brull suspiró.
—Puedo conseguirlas y enseñártelas, Casey, no hay problema. Pero me pones en una situación muy difícil. Los muchachos no permitirán que esta venta se concrete. Marder me ha pedido que los tranquilice, pero, ¿qué puedo hacer? Yo estoy al frente de la delegación local, no de la fábrica.
—¿Qué quieres decir?
—Que esto escapa a mi control —respondió.
—Don…
—Siempre me has caído bien, Casey —dijo—. Pero si sigues en este plan, no podré ayudarte.
Y se marchó.