9:15 HHACIA EL HANGAR 5

Mientras cruzaban el inmenso aparcamiento, Casey permanecía absorta en sus pensamientos.

—¿Y bien? —preguntó Richman—. ¿Cuál es la situación?

—Estamos en blanco.

Independientemente de cómo interpretara los datos que obraban en su poder, siempre llegaba a la misma conclusión. Hasta el momento no tenían ninguna certeza. Según el piloto, el incidente se había producido a causa de unas turbulencias, pero no había sido así. Una pasajera había presentado una versión que sugería una extensión incontrolada de slats, pero esa avería no podía explicar los daños sufridos por los pasajeros. La azafata decía que el capitán había disputado el mando al piloto automático, cosa que según Trung sólo haría un piloto incompetente. Y Felix aseguraba que el piloto era extraordinario.

En blanco. Estaban en blanco.

Richman caminaba junto a ella arrastrando los pies y sin decir una palabra. Había estado callado toda la mañana. Era como si el enigma del 545, que tanto lo intrigaba el día anterior, ahora le resultara demasiado complejo.

Pero Casey no estaba desanimada. Había llegado a este punto muchas veces con anterioridad. No era de extrañar que las primeras pruebas parecieran contradictorias, porque los accidentes aéreos rara vez obedecían a un único hecho o error. Las comisiones de estudio de incidentes esperaban encontrar una concatenación de hechos, donde un fallo llevaba al otro, éste al siguiente, y así sucesivamente. La explicación siempre era compleja: un sistema fallaba, el piloto procuraba lidiar con la avería, el aparato reaccionaba de forma imprevista y, finalmente, el avión tenía problemas.

Siempre una concatenación.

Una larga cadena de pequeños errores y percances insignificantes.

Oyó el rugido de un reactor. Alzó la vista, y vio la silueta de un Norton de fuselaje ancho recortada en el cielo. Cuando pasó sobre ella, reconoció la insignia amarilla de TransPacific en la cola. El reactor aterrizó suavemente, levantando una nube de humo alrededor de las ruedas, y se dirigió al hangar de mantenimiento número 5.

En ese momento el busca de Casey emitió un pitido. Se lo desprendió del cinto.

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—¡Demonios! —exclamó Casey—. Busquemos un televisor.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Richman.

—Tenemos problemas.