6:34 HNORTON AIRCRAFT

Rob Wong, el joven programador de sistemas de información digital de la Norton, se apartó de los monitores de vídeo y dijo:

—Lo lamento, Casey. Tenemos el registrador de datos de vuelo, pero hay un problema.

Casey suspiró.

—No me digas.

—Sí. Lo hay.

En realidad, no le sorprendía. Los registradores de datos de vuelo rara vez funcionaban como debían. En la prensa, estos fallos se explicaban como consecuencia de los impactos. Si un avión se estrellaba a una velocidad de setecientos cincuenta kilómetros por hora, parecía razonable que después el magnetófono no funcionara.

Pero dentro de la industria aeroespacial la gente tenía otra perspectiva del problema. Todos sabían que los registradores de datos presentaban un alto índice de fallos aunque el aparato no se estrellara. La razón era que la FAA no obligaba a revisar el artilugio antes de cada vuelo. En la práctica, estos aparatos se revisaban aproximadamente una vez al año. La consecuencia era previsible: los registradores de vuelo rara vez funcionaban.

Todo el mundo estaba al tanto del problema: la FAA, el Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte, las líneas aéreas y los fabricantes. Varios años antes la Norton había llevado a cabo un estudio: una inspección al azar de los registradores de datos en servicio. Casey había formado parte de la comisión encargada del estudio. Habían descubierto que sólo uno de cada seis registradores funcionaba correctamente.

Por qué la FAA ordenaba la instalación de registradores de datos de vuelo, y luego no exigía que funcionaran debidamente antes de cada vuelo, era uno de los temas favoritos de trasnochadas polémicas en los bares del mundillo de la aeronáutica, desde Seattle a Long Beach. Los cínicos decían que a todo el mundo le convenía que los registradores de datos no funcionaran. En un país acosado por abogados rapaces y periodistas sensacionalistas, la industria no veía la ventaja de proporcionar datos objetivos y fiables de lo que había salido mal.

—Estamos haciendo todo lo que podemos, Casey —se excusó Rob Wong—. Pero el registrador de datos de vuelo tiene un funcionamiento anómalo.

—¿Lo que equivale a decir…?

—Parece que la barra colectora se quemó unas veinte horas antes del incidente, de modo que en los datos siguientes no hay sincronización de cuadros.

—¿Sincronización de cuadros?

—Sí. Mira, el FDR graba todos los parámetros de forma rotatoria, en bloques de datos llamados imágenes o cuadros. Se obtiene una lectura para la velocidad relativa, por ejemplo, y luego otra, cuatro bloques más adelante. Las lecturas de velocidad relativa deben ser continuas en los cuadros. Si no lo son, los cuadros no están sincronizados y no podemos reconstruir el vuelo. Te lo enseñaré.

Se volvió hacia la pantalla y pulsó unos interruptores.

—Normalmente podemos coger el DFDR y generar una imagen triaxial. Ahí está el avión, listo para despegar.

En la pantalla apareció una imagen en cuadrícula del Norton N-22 de fuselaje ancho. La cuadrícula se rellenó ante los ojos de Casey hasta que el diagrama cobró la apariencia de un auténtico avión en vuelo.

—Bien, ahora le transferimos los datos del registrador de vuelo…

La imagen del avión se onduló. Desapareció de la pantalla y luego reapareció. Desapareció otra vez, y cuando reapareció, el ala izquierda estaba separada del fuselaje. El ala se giró en un ángulo de noventa grados mientras el resto del avión se movía hacia la derecha. Luego la cola desapareció. El avión entero se esfumó, reapareció, volvió a esfumarse.

—¿Lo ves? La unidad central intenta dibujar al avión —dijo Rob—, pero se topa constantemente con lagunas. Los datos del ala no coinciden con los datos del fuselaje, que a su vez no coinciden con los datos de la cola. De modo que se dispersa.

—¿Qué hacemos? —preguntó ella.

—Volver a sincronizar los cuadros, pero eso llevará tiempo.

—¿Cuánto tiempo? Marder no me deja en paz.

—Podría ser bastante, Casey. Los datos están muy mal. ¿Qué hay del QAR?

—No llevaba.

—Bueno, si no tenéis otra cosa, llevaré estos datos a Simulación de Vuelos. Allí tienen algunos programas muy sofisticados. Quizá puedan rellenar las lagunas antes y decirte qué pasó.

—Pero, Rob…

—No te prometo nada, Casey. Con estos datos, no. Lo siento.