Harold Edgarton, el nuevo presidente de Norton Aircraft, estaba en su despacho de la décima planta, mirando por la ventana con vistas a la fábrica, cuando entró John Marder. Edgarton, un ex zaguero de fútbol americano, era un hombre corpulento, de sonrisa fácil y ojos fríos y alerta. Había trabajado antes en Boeing y había llegado a la empresa tres meses atrás para mejorar la política comercial.
Edgarton se volvió y miró a Marder con el entrecejo fruncido.
—Esto es un desastre —dijo—. ¿Cuántas personas han muerto?
—Tres —respondió Marder.
—Dios —dijo Edgarton y sacudió la cabeza—. No podía haber pasado en mejor momento. ¿Has hablado de la venta a China con la comisión de estudio? ¿Les has explicado que la investigación es urgente?
—Sí. Los he puesto al tanto.
—¿E investigarán este asunto en una semana?
—Yo mismo presido la comisión. Conseguiré que la investigación se haga a tiempo —respondió Marder.
—¿Y qué hay de la prensa? —Edgarton seguía preocupado—. No quiero que el Departamento de Prensa lleve este asunto. Benson es un alcohólico, y los periodistas lo detestan. Y los técnicos tampoco pueden hacerlo. Algunos ni siquiera hablan inglés, por el amor de Dios…
—Lo tengo todo pensado, Hal.
—¿De veras? No quiero que tú hables con la maldita prensa. No está entre tus funciones.
—Lo entiendo —dijo Marder—. He hablado con Singleton para que se ocupe de la prensa.
—¿Singleton? ¿Esa mujer de Control de Calidad? —preguntó Edgarton—. He visto el vídeo que me dejaste, donde habla con los periodistas sobre el asunto de Dallas. Es bastante guapa, pero no tiene pelos en la lengua.
—Eso es lo que necesitamos, ¿no? Una persona sincera, estadounidense hasta la médula, que vaya al grano. Y sepa mantenerse firme, Hal.
—Será mejor que así sea —dijo Edgarton—. Si comienzan a echarnos mierda, tendrá que saber defendernos.
—Lo hará —afirmó Marder.
—No quiero que nadie estropee el trato con China.
—Nadie lo estropeará, Hal.
Edgarton miró a Marder con aire pensativo durante un instante. Luego dijo:
—Será mejor que se lo dejes muy claro a todo el mundo. Porque me importa un rábano con quién estés casado… Si la venta no se concreta, mucha gente quedará en la calle. No sólo yo. Rodarán muchas cabezas.
—Lo entiendo —aseguró Marder.
—Tú has escogido a esa mujer. Ha sido una decisión tuya, y el consejo directivo lo sabrá. Si algo va mal con ella o con la CEI, te quedarás en la puta calle.
—Todo saldrá bien —dijo Marder—. Lo tengo todo controlado.
—Más te vale —sentenció Edgarton, y volvió a girarse para mirar por la ventana.
Marder salió del despacho.