Casey la vio con los ojos de Richman, como si fuera la primera vez: una amplia sala de reuniones con moqueta gris, una mesa redonda de formica, sillas tubulares de metal. Las paredes estaban empapeladas con boletines del consejo, mapas y diagramas técnicos. La pared del fondo era de cristal y daba a la línea de montaje. Allí había cinco hombres en mangas de camisa y corbata, una secretaria con un bloc de notas, y John Marder, que llevaba un traje azul. Le sorprendió que estuviera presente. Los jefes de operaciones rara vez presidían una reunión de la CEI. Marder tenía unos cuarenta y cinco años y era un hombre serio, de mirada penetrante, con el cabello castaño y lacio. Parecía una cobra a punto de atacar.
—Éste es mi nuevo ayudante, Bob Richman —presentó Casey. Marder se levantó al instante.
—Bienvenido, Bob —saludó y estrechó la mano del chico. Esbozó una sonrisa peculiar. Al parecer, Marder, con su fino olfato para la política empresarial, estaba dispuesto a adular a cualquier miembro de la familia Norton, incluso a un sobrino postizo. Casey se preguntó si el muchacho sería más importante de lo que parecía. A continuación presentó los demás asistentes a Richman—. Doug Doherty, a cargo de estructura y mecánica. —Señaló a un hombre rechoncho de cuarenta y cinco años, con un vientre prominente, piel picada de viruela y gafas con cristales de culo de botella. Doherty vivía en un permanente estado de melancolía: hablaba con tono monótono, e invariablemente informaba de que todo iba de mal en peor. Aquella mañana llevaba una camisa a cuadros y una corbata a rayas; debía de haber salido de casa sin que su esposa lo viera. Doherty saludó a Richman con una triste y meditabunda inclinación de cabeza—. Nguyen Van Trung, aviónica. —Trung tenía treinta años, y era delgado, silencioso y reservado. A Casey le caía bien. Los vietnamitas eran los mejores trabajadores de la fábrica. Los técnicos de aviónica eran especialistas en informática y se ocupaban de los sistemas computarizados del avión. Constituían la nueva generación de obreros de la Norton: jóvenes con estudios y buenos modales—. Ken Burne, grupo motor. —Kenny, un pelirrojo con la cara llena de pecas, tenía la costumbre de sacar la barbilla hacia adelante, como si estuviera siempre listo para pelear. Famoso por su afición a los tacos y los insultos, su mal genio le había valido el mote de «Burne, el Blando», por el que lo conocía todo el mundo en la fábrica—. Ron Smith, electricidad. —Calvo y retraído, jugaba nerviosamente con los bolígrafos que llevaba en el bolsillo. Ron era extremadamente eficaz; daba la impresión de que llevaba los planos de los aviones grabados en la cabeza. Pero era muy tímido. Vivía en Pasadena con su madre inválida—. Mike Lee, que representa a la compañía aérea. —Un elegante señor de cincuenta años, cabello gris muy corto, americana azul y corbata a rayas. Mike, general retirado, era ex piloto de las Fuerzas Aéreas y en la actualidad representante de TransPacific en la fábrica—. Y Barbara Ross, con el bloc de notas. —La secretaria de la CEI tenía cuarenta y tantos años y un problema de peso. Miraba a Casey con manifiesta hostilidad. Pero Casey no le hacía el menor caso. Marder señaló un asiento al joven Richman, y Casey se sentó a su lado—. En primer lugar, debo decir que Casey representa a CC ante la CEI —anunció Marder—. Teniendo en cuenta su eficacia en el asunto de Fort Worth, de ahora en adelante será nuestro enlace con la prensa. ¿Alguna pregunta?
Richman parecía azorado y sacudía la cabeza. Marder se giró hacia él y aclaró:
—El mes pasado, Singleton hizo un excelente papel ante la prensa después de un aterrizaje denegado en Fort Worth, Dallas. De modo que se ocupará de cualquier contacto con la prensa. ¿De acuerdo? ¿Entendido? Empecemos. ¿Barbara? —La secretaria repartió un informe, compuesto de varias hojas grapadas, entre los asistentes—. El vuelo 545 de TransPacific salió del aeropuerto de Kaitak, Hong Kong, a las 22.00 horas de ayer. Realizó un despegue normal y un viaje normal hasta aproximadamente las 5.00 horas de esta mañana, cuando el avión se ha encontrado con lo que el comandante ha descrito como violentas turbulencias…
Se oyeron varios gruñidos en la sala.
—¡Turbulencias! —protestaron los ingenieros, sacudiendo la cabeza.
—… violentas turbulencias que han producido oscilaciones extremas de altitud en el vuelo.
—¡Venga ya! —exclamó Burne.
—El avión —prosiguió Marder— ha hecho un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Los Ángeles, donde lo esperaban numerosas unidades médicas. El informe preliminar arroja una cifra de cincuenta y seis heridos y tres muertos.
—Es terrible —dijo Doug Doherty con su característica voz triste y monótona, parpadeando detrás de sus gruesas gafas—. Supongo que ahora el consejo se nos echará encima.
Casey se inclinó hacia Richman y murmuró:
—El Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte siempre mete las narices cuando hay víctimas.
—En este caso no —precisó Marder—. Se trata de una compañía aérea extranjera, y el incidente ocurrió en el espacio aéreo internacional. Además, el Consejo de Seguridad está ocupado con el accidente de Colombia. Creemos que nos dejarán tranquilos.
—Turbulencias… —repitió Kenny Burne con tono burlón—. ¿Alguna confirmación?
—No —respondió Marder—. Al producirse el incidente, el avión volaba a treinta y siete mil pies de altura. Ningún otro aparato ha informado de problemas meteorológicos a esa altitud y posición.
—¿Y los mapas meteorológicos por satélite? —preguntó Casey.
—Están en camino.
—¿Y qué hay de los pasajeros? ¿El comandante ha anunciado algún problema? ¿La señal de abrocharse los cinturones estaba encendida?
—Nadie ha entrevistado a los pasajeros todavía. Pero, según los datos de que disponemos hasta el momento, no ha habido ningún anuncio.
Richman parecía perplejo otra vez. Casey garabateó una nota en su bloc amarillo, una frase inclinada para que pudiera leerla: «No hubo turbulencias».
—¿Hemos entrevistado al comandante? —preguntó Trung.
—No —respondió Marder—. La tripulación ha tomado otro vuelo y ha salido inmediatamente del país.
—¡Genial! —exclamó Kenny Burne, arrojando el lápiz sobre la mesa—. ¡Sencillamente genial! El típico caso del atropello y fuga.
—Un momento —intervino Mike Lee con frialdad—. En representación de la compañía, creo que debemos reconocer que la tripulación se ha comportado de manera responsable. En este país no tienen ninguna obligación legal, pero en Hong Kong están expuestos a una demanda de las autoridades de aviación. Han vuelto a su país para afrontar las posibles responsabilidades legales, como corresponde.
Casey escribió: «Tripulación no disponible».
—¿Sabemos quién era el piloto? —preguntó Ron Smith con timidez.
—Sí —respondió Mike Lee. Consultó una libretita encuadernada en piel—. Se llama John Chang. Cuarenta y cinco años, residente en Hong Kong, seis mil horas de vuelo. Es comandante de TransPacific para el N-22. Muy competente.
—¿Ah, sí? —dijo Burne, inclinándose sobre la mesa—. ¿Y cuándo hizo el último cursillo de actualización?
—Hace tres meses.
—¿Dónde?
—Aquí mismo —respondió Mike Lee—. En los simuladores de vuelo de la Norton, con instructores de la Norton.
Burne se apoyó contra el respaldo de su silla y soltó un gruñido.
—¿Y qué reputación tiene? —preguntó Casey.
—Excelente —contestó Lee—. Si quieres, puedes leer su expediente.
Casey escribió: «No hubo error humano».
—¿Cree que podríamos entrevistarnos con él, Mike? —preguntó Marder a Lee—. ¿Hablará con nuestro representante en Kaitak?
—Estoy seguro de que la tripulación está dispuesta a cooperar —dijo Lee—. Sobre todo si les enviáis las preguntas por escrito… Confío en tener las respuestas en un plazo de diez días.
—Hummm —masculló Marder—. Demasiado tiempo…
—A menos que consigamos entrevistar al piloto —terció Van Trung—, tendremos problemas. El incidente ha ocurrido una hora antes del aterrizaje. El registrador de voces de la cabina de vuelo sólo conserva los últimos veinticinco minutos de conversación. De modo que en este caso el CVR es inútil.
—Sí, pero tenemos el FDR.
Casey escribió: «Registrador de datos del vuelo».
—Sí, tenemos el FDR —admitió Trung. Sin embargo eso no parecía tranquilizarlo, y Casey sabía por qué. Los registradores de vuelo eran poco fiables. La prensa los pintaba como las misteriosas cajas negras capaces de revelar todos los secretos de un vuelo. Pero, en la práctica, a menudo no funcionaban.
—Haré lo que pueda —prometió Mike Lee.
—¿Qué sabemos del aparato? —preguntó Casey.
—Es nuevo; flamante —dijo Marder—. Tres años de servicio. Cuatro mil horas y novecientos ciclos.
Casey escribió: «Ciclos: despegues y aterrizajes».
—¿Y qué hay de las inspecciones? —preguntó Doherty con aire sombrío—. Supongo que tendremos que esperar semanas antes de que nos pasen los papeles…
—Obtuvo una C en marzo.
—¿Dónde?
—En el aeropuerto de Los Ángeles.
—De modo que el mantenimiento era bueno —dijo Casey.
—Correcto —asintió Marder—. A primera vista, no podemos atribuir este incidente a las condiciones meteorológicas, al mantenimiento del avión o a un error humano. De modo que estamos en blanco. Examinemos la lista de averías posibles. ¿Hay algo en el avión que pueda provocar una conducta en el aparato similar a la que tendría al pasar por una zona de turbulencias? ¿Estructuras?
—Claro —dijo Doherty con tono angustiado—. Una extensión de los slats. Comprobaremos la hidráulica de todos los mandos de vuelo.
—¿Aviónica?
Trung estaba tomando notas.
—De momento no me explico por qué el piloto automático no ha tomado el control. En cuanto tenga los datos del registrador de datos de vuelo, sabré algo más.
—¿Electricidad?
—Es posible que hayamos tenido una extensión de slats a causa de un circuito parásito —dijo Ron Smith, cabeceando—. He dicho que es posible…
—¿Grupo motor?
—Sí; el grupo motor podría tener algo que ver —afirmó Burne, pasándose una mano por el cabello—. Los inversores de empuje podrían haberse desplegado durante el vuelo. Eso haría que el avión entrara en pérdida y girara. Pero si los inversores se han desplegado, tiene que haber daños residuales. Examinaremos las camisas.
Casey miró su cuaderno de notas. Había escrito:
«Estructuras: extensión de slats.
»Hidráulica: extensión de slats.
»Aviónica: piloto automático.
»Electricidad: circuito parásito.
»Grupo motor: inversores de empuje».
Eso cubría prácticamente todos los sistemas del avión.
—Tenéis mucho que hacer —dijo Marder, poniéndose en pie y reuniendo sus papeles—. Así que no quiero entreteneros más.
—¡Demonios! —exclamó Burne—. Tendremos este asunto resuelto en menos de un mes, John. A mí no me preocupa.
—A mí sí —dijo Marder—. Porque no tenemos un mes, sino una semana.
Se oyó un coro de protestas.
—¡Una semana!
—¡Caray, John!
—¡Venga, John! Ya sabes que el estudio de un incidente suele tardar un mes.
—Esta vez no —atajó Marder—. El jueves pasado nuestro presidente, Hal Edgarton, recibió un encargo oficial del gobierno de Pekín. Quieren comprar cincuenta reactores N-22, y es posible que encarguen otros treinta aparatos en el futuro. Entrega urgente en dieciocho meses.
Hubo un silencio cargado de asombro.
Los ingenieros cruzaron miradas. Durante meses, habían corrido rumores sobre una importante venta a China. La transacción había sido calificada de «inminente» en varios boletines internos. Pero en la Norton nadie acababa de creérselo.
—Es verdad —aseguró Marder—. Y no necesito deciros lo que eso significa. Es un pedido de ocho mil millones de dólares del mercado aeronáutico con mayor crecimiento del mundo. Son cuatro años de producción al máximo de nuestra capacidad. Esa venta permitirá que esta compañía entre con buen pie en la economía del siglo XXI. Financiará nuevos avances en el N-22 y en el fuselaje ancho N-XX. Hal y yo estamos de acuerdo en que esta operación es una cuestión de vida o muerte para la compañía. —Marder guardó los papeles en su maletín y lo cerró—. Volaré a Pekín el domingo para reunirme con Hal y firmar el contrato con el ministro de Transporte, que querrá saber qué sucedió con el vuelo 545. Y será mejor que pueda contarle algo, o nos volverá la espalda y firmará con Airbus. En ese caso, yo estaré con la mierda al cuello, la compañía estará con la mierda al cuello, y todos los presentes iréis al paro. El futuro de la compañía Norton depende de esta investigación. De modo que lo único que pido son respuestas. Y las quiero para dentro de una semana. Hasta mañana.
Se volvió y salió de la habitación.