5:45 HTORRE DE CONTROL DE CALIFORNIA SUR

—Torre de control, aquí TransPacific 545. Tenemos una emergencia.

En el oscuro edificio de control de aproximación de tráfico aéreo de California Sur, el controlador Dave Marshall oyó la llamada del piloto y miró la pantalla del radar. El vuelo 545 de TransPacific procedía de Hong Kong y se dirigía a Denver. Se lo habían pasado desde Oakland unos minutos antes: un vuelo perfectamente normal. Marshall tocó el micrófono que tenía en la mejilla y dijo:

—Adelante, 545.

—Solicito permiso para hacer un aterrizaje de emergencia en Los Ángeles.

El piloto parecía tranquilo. Marshall miró fijamente los parpadeantes bloques verdes de datos que identificaban a cada avión en el aire. El TPA 545 se aproximaba a la costa de California. Pronto sobrevolaría Marina del Rey. Todavía le faltaba media hora para llegar a Los Ángeles.

—Recibido mensaje para realizar un aterrizaje de emergencia —confirmó Marshall—. Especifique la naturaleza de la emergencia.

—Tenemos una emergencia con los pasajeros —respondió el piloto—. Necesitamos ambulancias en tierra. Yo diría que unas treinta o cuarenta ambulancias. Quizá más.

Marshall se quedó atónito.

—Repita, TPA 545. ¿Ha pedido cuarenta ambulancias?

—Afirmativo. Hemos encontrado violentas turbulencias durante el viaje. Hay algunos heridos entre los pasajeros y la tripulación.

¿Por qué coño no me lo has dicho antes?, pensó Marshall. Se giró en la silla, hizo una seña a su supervisora, Jane Levine, que cogió otro par de cascos, sintonizó y escuchó.

—TransPacific, confirme su solicitud de cuarenta ambulancias en tierra —dijo Marshall.

—¡Cielos! —exclamó Levine haciendo una mueca—. ¿Cuarenta?

El piloto seguía tranquilo cuando respondió:

—Afirmativo, torre. Cuarenta.

—¿Necesitan también personal médico de emergencia? ¿Qué clase de lesiones han sufrido los heridos?

—No estoy seguro.

Levine, con un gesto, indicó a Marshall que siguiera interrogando al piloto.

—¿Puede darnos un cálculo aproximado del número de heridos?

—Lo siento. No es posible.

—¿Alguna persona ha perdido el conocimiento?

—No, no lo creo —respondió el piloto—. Pero dos han muerto.

—¡Mierda! —exclamó Jane Levine—. Menos mal que ha tenido la amabilidad de contárnoslo. ¿Quién demonios es este tipo?

Marshall tocó una tecla del panel, abriendo un cuadro de datos en la esquina superior de la pantalla. El cuadro especificaba el personal del vuelo 545 de TransPacific.

—Comandante John Chang. Piloto de TransPacific.

—Ya está bien de sorpresas —dijo Jane Levine—. Pregúntale si el avión está en buen estado.

—TPA 545, ¿cuál es el estado del avión? —preguntó Marshall.

—La cabina de pasajeros ha sufrido daños —respondió el piloto—. Pero son daños sin importancia.

—¿Cuál es el estado de la cabina de vuelo? —preguntó Marshall.

—Cabina de vuelo operativa. FDAU normal. —Se refería a la unidad de adquisición de datos, que detecta fallos en la aeronave, y si ésta indicaba que todo estaba en orden, seguramente así era.

—Tomo nota, 545 —dijo Marshall—. ¿Cómo se encuentra la tripulación de vuelo?

—El comandante y el primer oficial están bien.

—545, ha dicho que había heridos entre la tripulación.

—Sí. Dos azafatas han resultado heridas.

—¿Puede especificar la naturaleza de las heridas?

—Lo siento. No. Una ha perdido el conocimiento. La otra, no lo sé.

Marshall sacudió la cabeza.

—Acababa de decirnos que nadie había perdido el conocimiento.

—Yo no me trago nada de esto —dijo Levine. Levantó el teléfono rojo—. Pon una brigada contra incendios en alerta uno. Llama a las ambulancias. Pide especialistas en neurología y traumatología, y que el departamento médico avise a los hospitales de la zona oeste. —Echó un vistazo a su reloj—. Yo llamaré a la Oficina Regional de Control Aéreo. Esto les dará el día.