PRÓLOGO AL LECTOR

EN EL CUAL DECLARA EL AUTOR EL INTENTO DE TODOS LOS TOMOS Y LIBROS DE LA PÍCARA JUSTINA

Hombres doctísimos, graves y calificados, en cuya doctrina, erudición y ejemplo ha hallado el mundo desengaño, las Escuelas luz, la christiandad muro y la Iglesia ciudadanos, han resistido varonilmente a gentes perdidas y holgazanas y a sus fautores, los cuales, con apariencia y máscara de virtud, han querido introducir y apoyar comedias y libros profanos tan inútiles como lascivos, tan gustosos para el sentido cuan dañosos para el alma. Esta ha sido obra propia de varones evangélicos, los cuales no consienten que la honra propia del Evangelio (que consiste en una publicidad y notoriedad famosa) se dé a fútiles e impertinentes representaciones de cosas más dignas de perpetuo olvido que de estamparse en las memorias humanas. Y que no es justo que el nombre de libro, que se dio a la historia de la genealogía y predicación evangélica de Christo, se aplique a los que contienen cosas tan ajenas de lo que Christo edificó con su doctrina y pretendió en su venida.

Estos insignes varones han mostrado en esto ser custodios angelicales, que defienden los sentidos para que por ellos no entre al alma memoria del pecado ni aun de su sombra, tan dañosa cuan mortífera; han probado ser jardineros del dulcísimo paraíso de Christo, pues han pretendido que, para que las tiernas plantas (que son los niños christianos) crezcan en la virtud sin impedimento, no les ocupen viendo o leyendo en su tierna edad cosas lascivas, las cuales, para impremirse en ellos, halla sus sujetos de cera y, para despedirse, de bronce; hase visto ser leídos en los santos de la Iglesia y criados a los pechos de su doctrina sin discrepar un punto della, pues por ella han juzgado cuán dañoso es en la Iglesia de Dios usar semejantes libros y asistir a las tales representaciones; han mostrado en esto su modestia y mortificación rara, junta con una gran charidad, pues, a trueco del universal provecho de las almas, han carecido y querido carecer destos gustos, siendo ellos los que por la gran capacidad de su ingenio pudieran mejor juzgar de qué cosa sea gusto, si ya no es que la divina contemplación, a que son dados, les quita el tener por gustos los que el mundo aprueba por tales. Finalmente, entre otras grandes virtudes suyas, dignas de eterna memoria, han mostrado el valor de su christiano pecho, pues ni el gusto de los potentados holgazanes que amparan este partido, ni los importunos ruegos, ni promesas de grandes intereses y ofertas, ni la contradición de sabios placenteros ha sido parte para que no contradigan a un tan perjudicial cáncer de la salud del alma, a un hechizo de la carne, a una phantástica ilusión del demonio, y (por decirlo todo), han resistido a un cosario infernal, el cual, a trueco de juguetes niñeros, compra y captiva las almas y las engaña como a negros bozales, obra propia de quien cumple y amplifica la de la redemptión de Christo y misterios de la redemptión de las almas, que fue el fin que trajo a Dios del cielo al suelo, y a ellos a la Iglesia, madre suya, en buena hora y feliz día.

Mas como sea verdad que el vicio es el más valido y sus defensores más en número y la verdad tan atropellada, ya se han introducido tales y tan raras representaciones, tan inútiles libros, que, en la muchedumbre del vulgo que sigue esta opinión, ha anegado y ahogado tan sanctos consejos, cuales son los que referido tengo destos sanctos varones, admitiendo sin distinción alguna cualquier libro, lectura o escrito o representación de cualquier cosa por más mentirosa y vana que sea. Y callo el agravio que hacen (aun los mismos que escriben a lo divino) a las cosas divinas de que tratan, hinchéndolas de profanidades y, por lo menos, de impropriedades y mentiras, con que las cosas de suyo buenas vienen a ser más dañosas que las que de suyo son dañosas y malas. De aquí infiero que si el siglo presente siguiera tan docto y sano consejo como el de estos famosos varones, no me atreviera aun a imaginar el estampar este libro; pero atendiendo a que no hay rincón que no esté lleno de romances impresos, inútiles, lascivos, picantes, audaces, improprios, mentirosos, ni pueblo donde no se represente amores en hábitos y trajes y con ademanes que incentivan el amor carnal; y, por otra parte, no hay quien arrastre a leer un libro de devoción, ni una historia de un sancto, me he determinado a sacar a luz este juguete, que hice siendo estudiante en Alcalá, a ratos perdidos, aunque algo aumentado después que salió a luz el libro del Pícaro, tan recibido. Este hice por me entretener y especular los enredos del mundo en que vía andar. Esto saldrá a ruego de discretos e instancia de amigos. Diles el sí. ¿Cumplirélo? No más, sí. Pero será de manera que en mis escritos temple el veneno de cosas tan profanas con algunas cosas útiles y provechosas, no sólo en enseñanza de flores retóricas, varia humanidad y letura, y leyendo en ejercicio toda el arte poética con raras y nunca vistas maneras de composición, sino también enseñando virtudes y desengaños emboscados donde no se piensa, usando de lo que los médicos platicamos, los cuales, de un simple venenoso, hacemos medicamento útil, con añadirle otro simple de buenas calidades, y de esta conmistión sacamos una perfecta medicina purgativa o preservativa, más o menos, según el atemperamento o conmistión que es necesaria.

Si este libro fuera todo de vanidades, no era justo imprimirse; si todo fuera de santidades, leyéranle pocos (que ya se tiene por tiempo ocioso, según se gasta poco); pues para que le lean todos, y juntamente parezca bien a los cuerdos y, prudentes y deseosos de aprovechar, di en un medio, y fue que, después de hacer un largo alarde de las ordinarias vanidades en que una mujer libre se suele distraer desde sus principios, añadí, como por vía de resumpción o moralidad (al tono de las fábulas de Hisopo y jeroblíficos de Agatón) consejos y advertencias útiles, sacadas y hechas a propósito de lo que se dice y trata.

No es mi intención, ni hallarás que he pretendido, contar amores al tono del libro de Celestina; antes, si bien lo miras, he huido de eso totalmente, porque siempre que de eso trato voy a la ligera, no contando lo que pertenece a la materia de deshonestidad, sino lo que pertenece a los hurtos ardidosos de Justina. Porque en esto he querido pertuadir y amonestar que ya en estos tiempos las mujeres perdidas no cesan sus gustos para satisfacer a su sensualidad (que esto fuera menos mal), sino que hacen desto trato, ordenándolo a una insaciable codicia de dinero; de modo que más parecen mercaderas, tratantes de sus desventurados apetitos, que engañadas de sus sensuales gustos. Y no sólo lo parece así, pero lo es.

Demás, que a un hombre cuerdo y honesto, aunque no le entretienen leturas de amores deshonestos, pero enredos de hurtillos graciosos le dan gusto, sin dispendio de su gravedad, en especial con el aditamento de la resumpción y moralidad que tengo dicho. Y deste modo de escribir no soy yo el primer autor, pues la lengua latina, entre aquellos a quien era materna, tiene estampado mucho desto, como se verá en Terencio, Marcial y otros, a quien han dado benévolo oído muchos hombres cuerdos, sabios y honestos. Pienso que los que así escriben, añadiendo semejantes resumptiones a historias frívolas y vanas, imitan en parte al Autor natural, que de la nieve helada y despegadiza saca lana cálida y continuada, y de la niebla húmeda saca ceniza seca, y del duro y desabrido cristal saca menudos y blandos bocados de pan suave.

Consulté este libro con algunos hombres spirituales, a quien tengo sumo respecto, y sin cuyo consentimiento no me fiara de mí mismo, y dijéronme de mi libro que, así como Dios permitía males para sacar dellos bienes, y junto con el pecado suele juntar aviso, escarmiento y aun llamamiento de los escarmentados, así (supuesto que en estos tiempos miserables tan desenfrenadamente se apetece la memoria de cosas vanas y profanísimas) es bien que se permita esta historia desta mujer vana (que por la mayor parte es verdadera, de que soy testigo) con que, junto con los malos ejemplos de su vida, se ponga (como aquí se pone) el aviso de los que pretendemos que escarmienten en cabeza ajena. Bien sé que en otro tiempo no fueran deste parecer, y así me lo dijeron, ni yo sin su parecer me fiara de mí mismo; pero, por esta vez, probemos; y permítaseme que pruebe, si acaso tantos como están resueltos de leer, así como así, leturas profanas y aun deshonestas, leyendo aquí consejos insertos en las mismas vanidades, de que tantos gustan, tornarán sobre sí y acabarán de conocer los enredos de la vida en que viven, los fines desastrados del vicio y los daños de sus desordenados gustos. Y, finalmente, probemos si acaso por aquí conocerán cuán fútil y de poca estima y precio es la vida de los que sólo viven a ley de sus antojos, que es la ley que Séneca llamó ley desleal y Cicerón ley espuria o adúltera.

En este libro hallará la doncella el conocimiento de su perdición, los peligros en que se pone una libre mujer que no se rinde al consejo de otros; aprenderán las casadas los inconvinientes de los malos ejemplos y mala crianza de sus hijas; los estudiantes, los soldados, los oficiales, los mesoneros, los ministros de justicia, y, finalmente, todos los hombres, de cualquier calidad y estado, aprenderán los enredos de que se han de librar, los peligros que han de huir, los pecados que les pueden saltear las almas. Aquí hallarás todos cuantos sucesos pueden venir y acaecer a una mujer libre; y (si no me engaño) verás que no hay estado de hombre humano, ni enredo, ni maraña para lo cual no halles desengaño en esta letura. Aun lo mismo que huele a estilo vano no saldrá todo junto atendiendo al gasto propio y al gusto ajeno. No doy este libro por muestra, antes prometo que lo que no está impreso es aún mejor; que Dios comenzó por lo mejor, pero los hombres vamos de menos a más.

Puse dos consideraciones en dos balanzas de mi pensamiento. La una fue que acaso algunos, leyendo este libro, sería posible aprendiesen algún enredo que no atinaran sin la letura suya. Diome pena, que sabe el Señor temo el ofender su majestad divina como al infierno, cuanto y más ser cathedrático y enseñar a pecar desde la cáthedra de pestilencia. Puse en otra balanza, que muchos (y aun todos los que leyeren este libro) sacarán dél antídoto para saber huir de muchas ocasiones y de varios enredos que hoy día la circe de nuestra carne tiene solapados debajo de sus gustillos y entretenimientos; mas pesó tanto la segunda balanza, que atropelló el peso del primer inconviniente. Demás de que ya son tan públicos los pecadores y los pecados, escándalos y malos ejemplos, ruines representaciones de entremeses y aun comedias, alcahueterías y romances, coplas y cartas, cantares, cuentos y dichos, que ya no hay por qué temer el poner por escrito en papel lo que con letras vivas de obras y costumbres manifiestas anda publicado, pregonado y blasonado por las plazas y cantones. Que éste es el tiempo en que, por nuestros pecados, ya los malos pecan tan de oficio, que se precian de pecar como si cada especie de pecado, cuanto más inorme y feo es, tanto más compitiera con la gloria de un famoso artificio, sciencia, hazaña o valentía muy famosa.

Finalmente, pienso (debajo de mejor parecer) ser muy lícito mi intento, y si no, condénense las historias gravísimas que refieren insignes bellaquerías de hombres facinerosos, lascivos y insolentes; condénese el procesar a vista de testigos y de todo el mundo, y el relatar feísimos crímenes y delitos, según y como se hace en las reales salas del crimen, donde reside suma gravedad, acuerdo y peso; condénense los edictos en que se hace pública pesquisa de crímines enormes y graves; condénense las reprehensiones de los predicadores que hacen invectivas contra algunos vicios, en presencia de algunos que están sin memoria e imaginación dellos. Pero, pues esto no se condena, antes es santo y justo, quiero que, por lo menos, se conceda que mi libro es (no digo santo, que eso fuera presumpción loca, ni tal cual es la menor de las cosas que he referido), pero, a lo menos, concédase que el permitirse será justo, pues no hay en él número ni capítulo que no se aplique a la reformación espiritual de los varios estados del mundo.

Sin esta utilidad, tiene mi libro otra y es que no piensen los mundanos engañadores que tienen sciencia que no se alcanza de los buenos y sencillos por especulación y buen discurso, ya que no por experiencia. Y para conseguir este santo fin que prometo, había determinado hacer un tratado al fin deste libro, en el cual pusiese solas las resumpciones y aplicaciones al propósito espiritual; y movióme el pretender que estuviese cada cosa por sí y no ocupase un mismo lugar uno que otro. Pero, mejor mirado, me pareció cosa impertinente. Lo uno, porque el mundano, después de leído lo que a su gusto toca, no hará caso de las aplicaciones ni enseñanzas espirituales, que son muy fuera de su intento, siendo éste el mío principal. Lo otro, porque después de leídos tantos números y capítulos, no se podría percibir bien ni con suficiente distinción adonde viene cada cosa. Y por esto me determiné de encajar cada cosa en su lugar, que es a fin del capítulo y número, lo cual puse muy breve y sucintamente, no porque sea lo que menos yo pretendo, sino porque si pusiera esto difusa y largamente, destruyera mi mismo intento; que quien hoy día dice cosas espirituales larga y defusamente, puede entender que no será oído; ca en estos tiempos, estas cosas de espíritu, aun dichas brevemente, cansan y aun enojan.

Quiera Dios que yo haya acertado con el fin verdadero, y el pío lector con el que mi buen celo le ofrece, a honra y gloria de Dios, que es el fin de nuestros fines.