En la alta cámara abovedada, bajo la mirada de los especialistas del Tiempo, Ogden subió al estrado.
Se sentó cómodamente en la máquina de Tiempo, lanzó una ojeada al tablero de mando y extendió tentativamente un dedo.
Lewis dijo ansiosamente:
—¿Está todo claro? ¿Lo comprende perfectamente? Si hay algún detalle que no entiende, pregunte ahora.
—Lo comprendo —dijo Ogden con determinación.
—Mucha suerte —dijo Lewis—. Y recuerde —añadió—. La máquina está regulada para regresar un minuto después de la partida.
—Lo comprendo —dijo Ogden, y oprimió el botón de puesta en marcha.
La cámara y los que observaban desaparecieron instantáneamente, tragados en la neblina gris que le oprimía en derredor. No se oía nada, pero percibía una especie de rugido silencioso, como si se deslizase a gran velocidad a través de las cavernas del tiempo.
¿Cuánto tiempo se tardaría, en retroceder todos aquellos cientos de años? ¿Y con qué exactitud podía Lewis juzgar por los aparatos registradores el punto exacto del Tiempo que Bannister había visitado?
No habían pasado más que unos cuantos segundos, pero una percepción interior le indicaba que la máquina iba decelerando, llegando a su destino.
Rápidamente oprimió con su dedo índice el botón del Ajustador de Posición, que le evitaría materializarse donde hubiese ya materia. Ahora la máquina se dirigiría automáticamente al espacio vacío más cercano.
La niebla gris se iba ahora convirtiendo en una serie de relámpagos blancos y negros, mientras los días y las noches pasaban en un abrir y cerrar de ojos.
Permitir que la máquina se fuese parando normalmente le dejaría expuesto a la vista de cualquiera que estuviese mirando cuando se detuviese.
Lewis le había explicado la sencilla solución de ese problema. Ogden oprimió otro botón, que le lanzó otra vez hacia adelante en el Tiempo, pero retardando progresivamente su velocidad hasta que esta hubo disminuido considerablemente.
La esfera indicadora mostraba que si disminuía mucho más su velocidad llegaría a ser visible para los observadores. Siguiendo cuidadosamente las instrucciones que le habían sido dadas, detuvo el motor, y apretó un botón que instantáneamente redujo la velocidad de la máquina hasta igualar la del tiempo mismo.
Inmediatamente él, y el mundo en derredor, se materializaron.
Era un mundo extraño, silencioso y lleno de olores extraños y desagradables. Era una sala de hospital, con dos hileras de cunas blancas a lo largo de las paredes. Todas las camas estaban ocupadas, y unas enfermeras vestidas de uniformes anticuados, antihigiénicos y portadores de gérmenes, estaban dispersas por la sala efectuando sus tareas.
O, para ser más exacto, estaban en equilibrio, como estatuillas, en el acto de efectuar sus tareas.
Miró en derredor, algo sorprendido por aquel fenómeno, a pesar de haberlo esperado. Aquí una enfermera se inclinaba sobre un paciente, con la mano levantada para sacudir una almohada, con los ojos vidriosos y los labios helados en el principio de una sonrisa. La cabeza de un bebé colgaba, con los ojos cerrados y la boca muy abierta, mientras gritaba enérgicamente, como una estatuilla helada.
En aquel silencio, roto solamente por el ligero zumbido de la máquina de Tiempo, Ogden era el único ser humano capaz de movimiento. Regulando la máquina de Tiempo de modo que igualase la velocidad del Tiempo mismo, Ogden podía entrar en un mundo inmóvil. Ese era el secreto que permitía a Ogden inspeccionar a su gusto aquel extraño mundo del pasado, sin que se sospechase su presencia y sin que su presencia afectase la cadena histórica de causa y efecto. Cuando volviese a su propia era habría estado presente en aquel punto del Tiempo durante una millonésima de segundo.
Nuevamente lanzó una mirada por la sala. Este era sin duda aproximadamente el mismo punto material en el Tiempo que Bannister había visitado, pero podía haber sido a meses, semanas o incluso años de distancia en el Tiempo. Bannister podía haber visitado este lugar hacía un año, o bien podía tenerlo que visitar mañana.
Era una sala de maternidad. Las numerosas camas estaban ocupadas por mujeres que tenían sus bebés al lado. Al final de la sala unas cortinas ocultaban de la vista las mujeres que estaban dando a luz.
Con delicadeza y precisión Ogden observó la posición exacta de la máquina de Tiempo antes de accionar los mandos que la ponían en movimiento.
Era como si la máquina estuviese anclada con grandes bloques de plomo. Se movía lentamente, con penosa lentitud. Tardó cosa de una hora en recorrer los dos metros escasos que le separaban de la cama más cercana. Maniobrar la máquina para que flotase exactamente sobre la cabeza del niño que chillaba, fue un trabajo complicado, cansado y lento.
Pero finalmente se encontró suspendido en la posición que deseaba, lo bastante cerca para estirarse desde la máquina y meter un dedo en la boca del bebé.
Las teorías de los especialistas de la máquina de Tiempo resultaron ciertas. En tanto Ogden permaneciese dentro de la máquina de Tiempo viviría en un tiempo diferente al del mundo que le rodeaba.
Podía ver lo fácil que había sido para Bannister. Con su paquete plástico lleno de instrumentos de cirugía y su cerebro de laboratorio había trabajado a gusto. Un corte neto y curvo, levantar el cuero cabelludo del bebé y luego los huesos tiernos del cráneo que ceden con facilidad. Abrir la materia gris, insertar el cerebro y la extensión cerebral, colocar nuevamente con rapidez el tejido, sellarlo con líquido de injertar instantáneo y luego volver a colocar el cuero cabelludo sobre el hueso y juntar los bordes de la herida. Sin perder ni una gota de sangre, y una solución cicatrizante que curaba la herida como si nunca hubiera existido. Una fracción de segundo más tarde en el Tiempo el niño volvería a estar chillando tan alegremente como antes, sin que nadie pudiese ni soñar que había sido efectuada una delicada y aterradora operación que podría cambiar el curso de la historia del mundo.
Podía incluso haber sido en este mismo niño que Bannister había operado. ¡Este mismo niño! Pero con más probabilidad era uno de los miles que habían ya salido del hospital o uno de los miles que aún no había nacido aquí.
Los dedos de Ogden volvieron al tablero de mando y oprimieron botones. Lentamente, con penosa lentitud, la máquina volvió a su posición primitiva en la sala y permaneció colgando inmóvil.
Ogden suspiró y golpeó con su índice el botón que debía devolverle a su propia era.
* * *
Ogden había desaparecido instantáneamente dejando tras sí un trémulo resplandor de colores que giraban vertiginosamente. El trémulo resplandor de colores se desvaneció hasta que pudo verse la silueta gris y vaga de un hombre encorvado sobre el tablero de mando.
Un minuto después de haber desaparecido, Ogden se enderezó y salió de la máquina de Tiempo al estrado de madera.
Los hombres que esperaban le miraron con expectación.
Ogden respiró profundamente.
—No sirve —dijo suspirando—. Tenemos qué arriesgarnos. Tenemos que volver en el tiempo y salir de la máquina. Tenemos que vivir y trabajar entre gentes de aquella generación hasta que encontremos al hombre que buscamos. Siempre podremos usar la máquina de Tiempo para trasladarnos hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. Pero buscar mientras la máquina iguala la velocidad del tiempo requeriría quizá cien mil años para encontrar solamente la pista del paciente de Bannister.
—Es peligroso —dijo Lewis moviendo la cabeza—. La proyección de solamente dos o tres personas de esta época a un mundo del pasado podría dañar gravemente la cadena de causas y efecto.
—¿Y no está dañada ya? —preguntó Ogden tranquilamente—. ¿No tenemos ya la alteración sobre nosotros? ¿No es justo que intentemos evitar lo que sabemos tiene que suceder inevitablemente?
Se hizo un pensativo silencio.
—Es cuestión del Comité Mundial —dijo Lewis—. Las consecuencias son demasiado importantes para que podamos decidir nosotros.
—El Presidente se da cuenta de ello —dijo Ogden—. Desea que le informe inmediatamente después de mi regreso.