Era más que un doctor, era un especialista. Estaba sentado en la misma silla donde poco antes un ayudante femenino había recibido la máxima sentencia de castigo.
Un Juez estaba inclinado hacia él, y su voz mostraba una ligera deferencia por la habilidad del especialista.
—Explique exactamente el trabajo de investigación en que se ocupa —dijo.
El especialista se recostó en la silla, cerró los ojos y pensó. Los doce Jueces dirigieron sus pensamientos hacia él, tantearon su cerebro, vieron la complejidad de sus trabajos y de sus experimentos, comprendieron el objetivo que trataba de alcanzar.
El Juez se irguió en su silla y los demás miembros del comité se distendieron.
—Gracias —dijo cortésmente el Juez—. Nos ha ayudado usted mucho. Sus imágenes mentales nos han proporcionado una comprensión muy clara del trabajo en que se ocupa. —Sonrió dolorosamente—. Sin embargo, en una investigación de naturaleza tan seria es obligatorio obtener un informe impreso. —La sonrisa del Juez se hizo aún más penosa—. Habiendo visto el interior de su mente nos damos naturalmente cuenta de las dificultades.
Sin embargo, quizá tendrá usted la bondad de hacer un esfuerzo y explicar en palabras tan sencillas y tan breves como sea posible el trabajo que usted realiza.
El especialista estaba cansado. La tensión que había pesado sobre él durante las últimas veinticuatro horas había sido grande. Dijo excusándose:
—¿Se da usted cuenta de que solamente con palabras no puedo hacer justicia al trabajo que estoy realizando?
—Naturalmente —dijo el Juez—. Nos damos cuenta; pero, eso no obstante, le rogamos haga lo que pueda. Tan breve y sencillamente como sea posible.
El especialista suspiró.
—Haré lo que pueda. Como todos ustedes saben, desde hace muchos años mi departamento viene trabajando en el estudio del cerebro, dividiendo, analizando y repitiendo en nuestro laboratorio los trazados neurales formados por el tejido cerebral, casi, por decirlo así —si me perdonan la brevedad de la analogía—, produciendo pensamiento en tubo de ensayo.
Los miembros del comité sonrieron comprensivamente, haciéndose cargo de su incapacidad de expresar en palabras el símbolo y el esquema de sus pensamientos.
El especialista frunció profundamente el entrecejo, contempló el suelo y dijo lentamente, como si encontrase difícil escoger las palabras precisas.
—De aquello se deduce que si se reproducen las ondas de pensamiento por métodos humanos y se las mejora mecánicamente por medios artificiales, de la misma manera que el método humano de caminar pedestremente ha sido mejorado por la bicicleta, el automóvil y la burbuja, de la misma manera la capacidad mental del hombre puede ser multiplicada por cien por medio de la introducción de extensiones de su cerebro producidas mecánicamente.
—Estoy seguro de que todos opinamos —dijo el Juez— que usted lo está expresando en palabras de un modo muy sucinto. Continúe, por favor.
—Debe quedar bien claro —continuó el especialista— que aquello a que voy a referirme como un supercerebro o X no es otro cerebro. Es una extensión del cerebro. Mejor aún, un auxiliar del cerebro. Durante los últimos cinco años, hemos estado simulando en nuestros laboratorios el tejido cerebral y los sistemas nerviosos, observando las ondas invisibles de pensamiento irradiadas por el cerebro, copiándolas y mejorándolas. Hace solamente unas cuantas semanas completamos por fin una extensión embrionaria del cerebro y estábamos preparados para conectarla a un cerebro humano.
—Nuestra primera oportunidad se presentó un par de días más tarde, cuando un técnico de gran habilidad resultó por desgracia mortalmente herido en un accidente y su cuerpo aplastado sin posibilidad de auxilio médico. Trabajamos rápidamente, sacamos intacto su cerebro mientras estaba aún en estado de ser reactivado, lo instalamos en el laboratorio y lo remotivamos a fin de que continuase viviendo.
El especialista permitió que una sonrisa de excusa cruzase sus labios.
—Ya sé que quizá alguno de ustedes pensará que fue una crueldad. Pero puedo asegurarles que no hubo crueldad ninguna. El desgraciado técnico no sufrió en absoluto. Antes de que su cerebro fuese revitalizado —de que volviese a vivir— se eliminaron todas las células de la memoria. Cuando el cerebro fue revitalizado no tenía recuerdos, ni experiencias, ni conocimiento de percepciones sensoriales. Podría decirse que era un cerebro que vivía, pero que no tenía experiencia. Entonces llegamos a la parte difícil de nuestro trabajo. Habíamos fabricado en nuestro laboratorio una extensión cerebral, el cerebro X. ¿Podríamos injertar con éxito el cerebro X a un cerebro vivo?
—Fue trabajo de muchos días. Nuestros cirujanos más expertos trabajaron hora tras hora con los más finos instrumentos, injertando y uniendo terminaciones nerviosas que solamente podían ser vistas con potentes microscopios. —El cirujano sonrió tristemente—. Me complazco en informarles de que tuvimos éxito al injertar CX a un cerebro humano, pero que no tuvimos en cuenta un factor: un factor muy importante.
El Juez se inclinó hacia adelante:
—Para referencia —dijo— explíquelo para referencia.
—Nuestro cerebro X era un embrión —explicó el especialista. Vivía junto al cerebro al que había sido injertado. Pero nuestras máquinas de medir el pensamiento mostraron que no funcionaba. Solamente después de muchos experimentos nos dimos cuenta de la razón. Una razón muy natural. La extensión del cerebro es un embrión, necesita tiempo para crecer, tiempo para extraer alimento del cerebro y tiempo para alcanzar madurez.
La voz del Juez era tensa.
—¿Y cuánto tiempo necesita un cerebro X para madurar?
El especialista sacudió su cabeza tristemente y se encogió de hombros.
—De eso no tenemos ni idea —admitió—. El tiempo solamente puede demostrarlo. —Y nuevamente sacudió la cabeza tristemente—. Ahora… sin nuestro embrión tendremos que comenzar nuevamente el trabajo.
El Juez suspiró, se recostó en su silla y dejó que el silencio se esparciese por la sala.
Otro Juez se inclinó hacia adelante.
—Dígame —dijo suavemente—. Cuando Bannister se llevó aquel cerebro, junto con su extensión, ¿hay alguna probabilidad de que en su apresuramiento haya lastimado el cerebro, lo haya matado o quizá mutilado?
El especialista le miró, parpadeando con sus grandes ojos redondos.
—Bannister no es un joven desprovisto de inteligencia —dijo—. Bannister ha estado trabajando conmigo en este proyecto desde el principio. Sabía por lo menos tanto como cualquier otro ayudante sobre la teoría de nuestro trabajo, si bien, naturalmente, carecía de muchos conocimientos y de experiencia práctica.
—Entonces, en su opinión —prosiguió el Juez—, cuando Bannister llegó a un punto desconocido del Tiempo pasado, ¿sabía lo suficiente sobre el cerebro y el cerebro X para no dañarlo en absoluto?
—De eso puede usted tener la seguridad.
Y ahora el Juez se inclinó nuevamente hacia adelante. Su voz era tensa.
—¿Puede usted darnos sencillos detalles de la operación que cree que Bannister habrá llevado a cabo en el recién nacido?
—Me figuro que sé muy bien la clase de operación que habrá llevado a cabo —dijo confiadamente el especialista—. El cerebro humano, aquella parte del cerebro humano que realmente acciona nuestros cuerpos, es increíblemente pequeña. Es un núcleo microscópico profundamente incrustado en la masa de tejidos y materia gris que en un tiempo, hace muchos cientos de años, se supuso popular y erróneamente que era el cerebro y la base del pensamiento. No me cabe ninguna duda de que Bannister, con su habilidad y conocimientos elementales pudo operar, superponer nuestro cerebro experimental más el Cerebro X al cerebro de desarrollo más primitivo del tipo que uno esperaría encontrar por allá en el siglo XX.
El Juez no pudo evitar que la preocupación le arrugase la frente.
—Desde luego —dijo el especialista—. Yo opino que Bannister ha injertado nuestro muy desarrollado cerebro más su extensión cerebral a un tipo de cerebro primitivo e inferior de un siglo pasado. El hecho de que escogió a un recién nacido para efectuar el injerto del cerebro y del cerebro X demuestra que sabía muy bien lo que hacía. El cerebro por formar de un recién nacido es sano, y está relativamente libre de los complejos y de los esquemas inhibitivos neurales que podrían hacer más difícil el trabajo del injerto.
La voz del Juez se hizo solemne.
—Entonces, en algún punto del tiempo, existe alguien que posee tres cerebros en uno: un cerebro de tipo primitivo, más un cerebro muy desarrollado, más un cerebro X. Dígame, ¿cuál cree usted que será el resultado de tal injerto? ¿Cuál será el resultado probable de superponer nuestro cerebro desarrollado y el cerebro X a un cerebro de tipo primitivo?
El especialista le contempló durante largo tiempo. Luego suspiró y dijo lentamente:
—Me es imposible expresar ninguna opinión. Nunca tuvimos tiempo de realizar ensayos prácticos con la extensión de cerebro y de aprender su funcionamiento.
El Juez dijo lenta y pensativamente:
—Puede significar que aparecerá en la historia un hombre con un cerebro superior, un hombre situado aparte y muy por encima del resto de su generación.
O bien —dijo el doctor proféticamente—, se habrá soltado al mundo un monstruo.