NUEVA BRETAÑA, 1945
Se rasca las piernas, recogiendo piel muerta, colonias enteras de células. Examina con atención sus brazos descarnados, como si fueran microbios de proporciones gigantescas. Coge aire. Y lo expulsa. Se concentra en los granos de arroz, cada uno de ellos es un mundo de texturas. Aguanta cada uno de esos mundos en su boca hasta que resulta imposible distinguirlo de la saliva.
Imagina terrenos de cultivo, arrozales, a personas encorvadas arando los campos. Imagina los cuernos curvados de lánguidos bueyes pisoteando la cosecha. Imagina cada grano liberado de la paja, de la cáscara y del polvo, dejando su «espíritu» en la tierra. No pesa apenas nada, casi no tiene fuerzas para levantar sus propios huesos.
Huyendo de las fuerzas Aliadas que se han apoderado de la costa oeste de la isla, las tropas japonesas llegan a Rabaul desnutridas, enfermas de tifus y gangrena, muchos soldados sin brazos o sin piernas. Los que están suficientemente sanos como para hablar les dicen a las chicas que los Aliados les despellejarán vivos y les arrancarán la grasa del cuerpo para hacer lubricante para los aviones y las bombas.
Sunny escucha, incapaz de sentir nada, mientras se pregunta: «¿Cuándo sentiré el ultraje? ¿Cuándo gritaré que ya no puedo soportar más?»
Ya no duerme. Permanece fuera de su propio cuerpo y observa. Quizá siente curiosidad: ¿cómo terminará todo? El agua es ahora algo muy preciado, las manos y los rostros están embadurnados de barro. Bañarse es tan solo un recuerdo.
Una noche Matsuharu la requiere en su despacho.
—¿Qué ocurre ahora? —pregunta Sunny, tan débil que sus palabras se quedan arrastrándose en su cabeza.
—Nos vamos a los subterráneos —dice él, estudiándola con ojos desquiciados—. Sobreviviremos en nuestra fortaleza hasta que recibamos instrucciones de nuestro emperador. ¡Haremos frente a los Aliados hasta la muerte!
Sunny piensa que se refiere a las tropas. Piensa que le está diciendo que ha llegado su hora de morir. Se toca el cuello, visualizando el elegante arco que la espada dibujará en el aire.
—¿Quién se va al subterráneo? —pregunta.
—Tú. Yo. Ahora.