A LA MUERTA

Vienes y vas ligero como el mar,

cuerpo nunca dichoso,

sombra feliz que escapas como el aire

que sostiene a los pájaros casi entero de pluma.

Dichoso corazón encendido en esta noche de invierno,

en este generoso alto espacio en el que tienes alas,

en el que labios largos casi tocan opuestos horizontes

como larga sonrisa o súbita ave inmensa.

Vienes y vas como el manto sutil,

como el recuerdo de la noche que escapa,

como el rumor del día que ahora nace

aquí entre mis dos labios o en mis dientes.

Tu generoso cuerpo, agua rugiente,

agua que cae como cascada joven,

agua que es tan sencillo beber de madrugada

cuando en las manos vivas se sienten todas las estrellas.

Peinar así la espuma o la sombra,

peinar —no— la gozosa presencia,

el margen de delirio en el alba,

el rumor de tu vida que respira.

Amar, amar, ¿quién no ama si ha nacido?,

¿quién ignora que el corazón tiene bordes,

tiene forma, es tangible a las manos,

a los besos recónditos cuando nunca se llora?

Tu generoso cuerpo que me enlaza,

liana joven o luz creciente,

aguda teñida del naciente confín,

beso que llega con su nombre de beso.

Tu generoso cuerpo que no huye,

que permanece quieto tendido como la sombra,

como esa mirada humilde de una carne

que casi toda es párpado vencido.

Todo es alfombra o césped, o el amor o el castigo.

Amarte así como el suelo casi verde

que dulcemente curva un viento cálido,

viento con forma de este pecho

que sobre ti respira cuando lloro.