XXI
UN MAL LUGAR PARA UN GATO

Algo va mal, porque Alek habla con su gato. Lleva puesta su chupa de cuero y, bajo ella, una camiseta y el chaleco antibalas. Ideal para el verano. Alek ha vuelto a la Premium con el gato en el bolsillo de su chupa. Me tenía preocupado y, ahora que veo la sombra de un ojo morado bajo sus Rayban, me doy cuenta de que no me equivocaba. Gafas de sol a las seis de la mañana dentro de una discoteca a punto de cerrar; bonito cuadro. Alek nunca bebe y ahora está borracho en la barra, con el octavo whisky y su gato pelirrojo, desgarbado y patilargo. Tiene pinta de sonado, como la caricatura de un veterano de guerra: un armario de casi dos metros y más de cien kilos, con el pelo rapado y barba de una semana, que le habla a su gato con acento polaco.

—¿Cómo se llama? —pregunto y me siento a su lado.

Ratón. ¿A que es guapo? No lo quiero dejar solo en casa porque se pone a maullar y me da mucha pena.

—Pues no sé si la Premium es buen sitio para él, con tanto ruido.

—Da igual. Ratón es mi amigo y no lo voy a dejar solo.

—Alek, tío. ¿Tú te oyes? Que me estás acojonando.

—¿Sabes quién robó la coca de Jorge Régula?

—No —miento. A estas alturas de la semana, medio Madrid ya sabe que fue Velasco quien se quedó con el alijo, mató al colombiano y le dejó el muerto a su colega. A Velasco solo le ha faltado encargar un neón de dos por dos metros que diga: «Fui yo, ¿qué pasa?». Como Velasco es gilipollas, como se cree intocable por ser poli, se ha pasado los últimos días de juerga permanente, dejando propinas de cincuenta euros a los aparcacoches, poniéndose rayas con forma de espiral en las barras de todas las discotecas.

—Fue Velasco.

—Ya —respondo—. ¿Cómo lo sabes? ¿Estás seguro?

—Hablé con Georgi el búlgaro y me lo contó. Fue él. Seguro.

—¿Y qué vas a hacer?

—¿Qué vamos a hacer, Ratón? —pregunta Alek a su gato—. Vamos a matar a ese hijo de puta —se responde a sí mismo con voz aguda mientras mueve la patita del animal.

Alek antes quería ser una buena persona y ahora imita a José Luis Moreno. Genial.

—En fin —sigue hablando Alek, ahora con su voz normal, algo empastada por el alcohol—. Que estoy jodido, tío. ¿Cómo coño se le ocurrió hacerme una putada así?

—No sé, tío. Pero vámonos de aquí, que estás pedo. Venga, vamos a coger un taxi, que te acompaño a casa.