XVII
DON BENITO

No supe de Alek en dos días y al tercero se plantó con su todoterreno negro en la puerta de mi casa, en la calle Sodio. Parece que todos en la Premium sabían dónde vivía mejor que yo.

—Periodista, monta en el coche, anda.

—Espera, que subo a por el móvil y la cartera, que me pillas bajando la basura.

—No hace falta, si es un minuto.

Dudo un momento. Mi móvil es mi seguro de vida. El teléfono emite una señal con mi posición y la policía también puede escuchar todo lo que pasa cuando lo llevo encima. Sin él, voy desnudo. Alek insiste y sale del coche.

—Venga, que tengo que hablar contigo.

Ciento diez kilos y casi dos metros de polaco con ojeras y sin afeitar: es mejor por las buenas.

—¿Cómo estás? ¿Qué te ha pasado estos días? —pregunto después de un silencio incómodo. Me asusta que Alek se dé cuenta de que estoy acojonado. Me hace parecer culpable.

—Mal, tío. Me la han jugado.

Alek sale a la M-30, dirección sur. Anochece, la carretera está casi vacía y pronto entramos en los túneles del Manzanares. Alek empieza a hablar mientras conduce, está muy cabreado. Me cuenta lo que pasó en la calle Tres Cruces. Que el tal Jorge Régula al que tenía que robar por orden de los colombianos ya estaba muerto cuando llegó; que no había rastro ni de la coca ni del dinero; que alguien avisó a la poli; que se coló en el piso de al lado y que mató a un viejo mientras huía; que ahora tiene un gato y un montón de problemas. Que va a hablar con los colombianos.

—¿Con los colombianos? ¿Y qué les vas a decir?

—La verdad, tío, no tengo otra. Pero para eso te necesito a ti.

—¿A mí? Yo no pienso hablar con esos tíos.

—No, si no es eso. Con ellos ya hablo yo. Si te lo cuento es porque quiero que vayas a la poli si me pasa algo.

—¿Y qué le digo yo a la policía? ¿Que tú no mataste a Régula y que ahora no sé dónde estás?

—No, no tienes que decir nada de lo que pasó en Tres Cruces, tú de eso como que no sabes nada, ¿vale? Si me pasa algo, les tienes que contar a la poli que don Benito está en este chalé de Boadilla. —Alek me pasa un folio doblado de papel con una dirección escrita con mala letra, como la de un niño pequeño. Hay también varios nombres y algunos números de teléfono—. No olvides el nombre: don Benito. Si tardo más de 48 horas en llamarte, se lo tienes que pasar a la poli. Les dices que el folio te lo ha pasado una fuente, pero no cuentes nada más.

—¿Sabes ya quién mató a Jorge Régula?

—No lo sé. Lo he pensado mucho pero no lo sé, tío. Hay dos opciones: o fueron los colombianos o fue alguien que se enteró y me tendió una trampa. A la poli la tuvieron que llamar en cuanto entré en el edificio, no tardaron nada en aparecer. El que se cargó a Régula quería que me pillaran allí mismo, con el cadáver. Me libré de puta casualidad.

—¿Quién sabía que estarías allí?

—Los colombianos, Velasco y tú. Nadie más. Aunque los únicos que sabían todos los detalles, el sitio y la hora, eran los colombianos. Yo me enteré de la dirección del piso esa mañana, cuando me pasaron las llaves del apartamento, y no se lo conté a nadie. ¿No contarías tú algo? ¿Lo hablaste con alguien más?

—No, tío. ¡No jodas! —Estoy mintiendo. Hay una tercera persona que lo sabía, la primera que me habló de todo esto: Vicky, la camarera.

—Nah, no te preocupes. Sé que tú no has sido. No te lo tomes a mal, periodista, pero no te veo yo cargándote a un narco para robar nueve kilos de cocaína. No te va mucho.

—¿Y Velasco? ¿Puede haber sido él?

—Pues no te creas que no lo he pensado, pero no, no jodas. Velasco es un puto cabronazo, pero no me haría nunca una cosa así. Además, él tampoco sabía la dirección del piso de Tres Cruces. Aunque me la hubiese querido jugar, no se me ocurre cómo habría podido dar ese palo. Tienen que haber sido los colombianos, joder. Se querrían cargar a ese pavo y me han usado para que me comiese el marrón.

—¿Y estás seguro de querer ir a verlos? Si han sido ellos, te la pueden jugar otra vez.

—Ya, tío. Pero de los colombianos no me puedo escapar. De estos tíos uno no se escapa. ¿Adónde me voy a ir? ¿A la legión extranjera? Además, otra posibilidad es que sea una de sus pruebas de lealtad, que me hayan hecho esta para que les deba una gordísima y tenerme pillado, lo mismo que me habían encargado con Régula pero al revés. Tengo que ir a verlos, no tengo otra. Pero por eso te necesito a ti. Tú puedes ir a la poli si no te llamo en dos días. Si me pasa algo, te dejo que cuentes toda la historia en el periódico si quieres. Pero, por favor, guarda ese papel, ahí está todo. Eres mi seguro de vida.

Alek conduce de vuelta y me deja en el portal.

—Gracias, tío, te debo una muy gorda —se despide el grandullón con un abrazo que me deja sin respiración.

Busqué en Internet al tal don Benito: es el jefe del cártel del Norte del Valle, uno de los capos más peligrosos del mundo. El gobierno colombiano está peinando la selva con helicópteros para atraparlo y el tío está aquí, en la urbanización Montepríncipe de Boadilla. Me encanta hacer amigos nuevos.