XII
LEALTAD

Se llama Jorge Régula. A estas horas de la noche, ya estará volando desde Bogotá y aterrizará mañana en el aeropuerto de Barajas a las 12:05 del mediodía. A través de una agencia, ha alquilado un apartamento amueblado en el centro. Lleva encima 10.000 euros en metálico, para imprevistos, y la llave de un apartado de correos en Madrid, donde le esperan un teléfono móvil y otros 30.000 euros más. Tiene órdenes sencillas y precisas. Cuando aterrice, debe alquilar un coche con GPS en el aeropuerto, vaciar el apartado de correos, recoger nueve kilos de cocaína pura de un chalé en una urbanización en Boadilla, llevarlos al apartamento y esperar allí nuevas instrucciones por el móvil. Jorge Régula no lo sabe, pero un tal Aleksander Kowalski del que jamás ha oído hablar formará parte del comité de bienvenida.

Alek también tiene instrucciones. Sabe el lugar y la hora. Jorge Régula no será peligroso porque no irá armado, o al menos eso dicen sus amigos, los mismos colombianos que le pasarán la droga en Boadilla. Alek tiene que llevarse el dinero y la coca del apartamento sin que nadie salga herido. La coca es para ellos, los 40.000 euros son para él.

—O sea, que quieren que le robes después de venderle la coca para quedarse con la pasta y con la droga.

—Qué va, periodista —me contesta Alek—, que esto no es por la droga, si el tipo trabaja para ellos… Es una cuestión de lealtad. Lo más normal es que, después de que le pegue el palo y le haya dejado sin pasta y sin coca, el tío se cague, vaya con ellos y les diga lo que ha pasado. Los colombianos harán como que se cabrean mucho con él, pero después le perdonarán.

—¿Y qué ganan ellos? Porque tú te llevas 40.000 euros…

—Ya te lo he dicho: lealtad. Nueve kilos de coca es mucha deuda, así los colombianos están seguros de que les será leal siempre. Le perdonan y así le tienen controlado con el miedo y con los intereses.

—¿Y si el colombiano en vez de pedir perdón intenta huir?

—Ninguno lo hace. No se puede huir de unos tíos así. Si no pagas tú, se lo cobran a tu familia y todo el mundo tiene madre o un hermano o un primo. Además, si huyen sin la pasta y sin la coca, el cártel no pierde nada. Un soldado que no ha pasado la prueba y nada más.

—Joder, qué retorcido.

—Ya te digo. Pero es como con las mujeres. A ver, si tú engañas a tu mujer, te pilla y te perdona, ¿qué pasa después? Pues que ya te tiene controlado.

—Eso es verdad.

—Pues no te pegues tanto al culo de la Vicky, que te pasas la vida en su barra y tú estás casado, mamoncete —dice el cachondo de Velasco, que acaba de llegar. Paso de responderle.

—Pero ¿qué pasa si el colombiano en vez de pedir perdón a sus jefes intenta recuperar la coca y la pasta por su cuenta? ¿No tienes miedo de que vaya a por ti?

—A ver, el tipo va a estar sin armas ni nada porque acaba de aterrizar desde Colombia —dice Alek—. Por no saber, no sabe ni dónde queda la puerta del Sol. No conoce a nadie más que a los otros colombianos, no puede pedir ayuda a nadie, y a mí, con un pasamontañas en la cabeza, ya te digo que no me va a reconocer si es que de casualidad se vuelve a cruzar conmigo alguna vez en Madrid.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Les has dicho ya que sí?

Alek se encoge de hombros. Es obvio que lo hará. No lo dice en voz alta, pero no es por la pasta, es una cuestión de lealtad, tal y como la entienden los colombianos. Alek metió la pata con la Chamonix y todavía no ha terminado de pagar por su error.