26

NATHANIEL

Habían pasado más de seis meses desde la última vez que asistí a una fiesta y debía admitir que me sentí muy bien al volver a estar entre mis iguales. Y aún me sentí mejor estando con Abby. Disfruté mucho observando la experiencia desde su inexperto punto de vista, pero aún me gustó más ver cómo su nerviosismo se convertía en excitación.

No conseguí concentrarme en la escena que se estaba representando; Abby atraía toda la atención de mi cuerpo y mi mente. Se movía contra mí y me rozaba cada vez que las colas del látigo aterrizaban sobre el trasero de la rubia. «Mary —me corregí—. La rubia se llama Mary».

Era una de las chicas que le hizo llegar su solicitud a Godwin, el caballero que hacía una primera criba de mis candidatas a sumisa. La mandó en la misma época en que Abby me sugirió que quería enviar su solicitud por segunda vez. Pensaba que me bastaría con decirle a Godwin que no estaba interesado en Mary, aunque no se me había ocurrido pensar que ella asistiría a la fiesta de esa noche.

Se me acercó después de la reunión, mientras Abby rellenaba sus documentos.

Sí, le confirmé que recordaba que Godwin la había mencionado.

No, no estaba buscando una nueva sumisa.

No, no creía que jamás volviera a buscar una nueva sumisa.

Sí, asistiría a la fiesta.

No, no estaba interesado en participar en ninguna escena con ella.

Nunca, añadí al final, con la esperanza de disuadirla y conseguir que dejara de interrogarme.

Se lo tomó todo muy bien, aunque temía haber sido bastante seco. En otro momento y en otro lugar, quizá sí hubiera estado interesado. Estaba de buen ver y tenía una actitud despreocupada que podría atraer a muchos Dominantes, pero no a mí. Y menos cuando ya tenía todo lo que siempre había deseado.

Abby.

Cuando le ordené que se quitara la falda, no despegó los ojos de la escena que se representaba delante de nosotros, pero se llevó las manos a la espalda. Se bajó la cremallera de la falda muy despacio, no sin antes acercarse un poco más a mí y rozarme la polla con la mano.

—Eres muy traviesa —le susurré, encantado con su lado juguetón—. Pagarás por esto, Abigail.

Cuando me acarició por segunda vez, me quedó bien claro que lo esperaba con ganas.

Se bajó la falda y la dejó caer al suelo para luego sacar una pierna y después la otra. Cuando me dio la falda, seguía mirando fijamente la escena que tenía delante.

—Dóblala y métetela en el bolso —le dije.

No había planeado que ella participara en nada durante la fiesta, sólo quería darle algunas sencillas órdenes. La amaba y la respetaba, pero también estaba decidido a presionarla. Asistir a una fiesta de ese tipo, quitarse la falda y pasearse por allí en corsé, ligueros y medias era presión más que suficiente por una noche. Tampoco quería asustarla.

Sin embargo, dado que sus metas a largo plazo coincidían con las mías, quizá al cabo de algunos meses pudiéramos celebrar nosotros una fiesta en casa. Presionarla un poco más. Quizá representar alguna sencilla escena de demostración. Cuando volvimos a casa después de la reunión, me contó su conversación con Jonah. Me alegraba mucho que él le hubiera pedido que se uniera a su grupo de sumisión. Allí encontraría mentoras y la amistad y el apoyo que la ayudarían a crecer y progresar.

«Escúchate, West —me reprendí—. Estás pensando en metas a largo plazo, en crecimiento y progreso en una fiesta. Relájate un poco, hombre».

La escena que estábamos observando estaba empezando a perder intensidad. Me miré el reloj. Ya casi había llegado la hora de la demostración de Eve y Jonah.

—Abigail —le dije, apartando su atención de la pareja—. Ven conmigo.

Yo le había dicho que debía caminar por detrás de mí y quedarse siempre lo bastante cerca como para que pudiera tocarla. Sabía que si la obligaba a concentrarse en algo la ayudaría a relajarse. Aunque mientras observaba la escena de los azotes, tampoco me pareció que estuviera muy nerviosa.

La guié por la zona del salón, que estaba unida a una cocina muy espaciosa. Ya le había explicado antes que el salón y la cocina se consideraban zonas neutrales. No se podía representar ninguna escena en ellas, aunque yo sabía que podía pedirle que me sirviera de formas discretas, como por ejemplo dándome de comer.

Vi un pequeño sofá de dos plazas junto a una mesa cerca de la cocina.

«Hum. Quizá más tarde».

La escena de bondage se iba a representar en una habitación del piso de arriba. Como era algo nuevo para Abby, pensé que sería buena idea que viera cómo lo hacían otros antes de intentarlo.

Cuando elegimos un sitio, miré a mi alrededor y vi a algunas personas que conocía, pero la mayoría eran nuevas o desconocidas. Pensaba que Carter y Jen, una pareja con la que había jugado en el pasado, asistirían a la fiesta, pero de momento no había llegado. Me sentí un poco aliviado. Le había hablado de ellos a Abby, pero temía que fuera un poco raro. Además, había otra pareja en la fiesta que podía enrarecer bastante más las cosas, aunque de momento todo iba bien.

Eve y Jonah se estaban preparando para la demostración. Eve estaba detrás de él y le susurraba algo que no pudo oír nadie más. Jonah hablaba de vez en cuando y por sus labios se podía ver que decía: «Sí, Señora».

Yo ya hacía varios años que lo conocía y me alegraba de que trabajara para mí. Se manejaba muy bien en su puesto de líder en el trabajo, pero en su vida privada ansiaba y necesitaba la dominación que le proporcionaba Eve.

Por supuesto, ella iba vestida para la ocasión, con unos tacones de aguja y una falda y un corsé ajustados de piel negra. Jonah, naturalmente, estaba desnudo.

Le había dicho a Abby que mientras estuviéramos viendo alguna escena debía colocarse delante de mí. Quería que pudiera disfrutar de la escena tranquila y quería poder susurrarle al oído. Mientras observaba a la pareja que tenía delante, le apoyé una mano en cada hombro y la atraje hacia mí.

—Jonah disfruta mucho de estas cosas —le susurré a modo de explicación, por si acaso le costaba conectar al enérgico hombre que había conocido por la tarde con el que tenía delante en ese momento—. Le encantan las demostraciones. El exhibicionismo —continué—. Le gusta casi tanto como hacer de mentor para otros. Es un tipo muy complejo y tiene una personalidad con muchas capas. —Le di un beso en la nuca—. Se parece a ti. Me alegro mucho de que se haya ofrecido a cobijarte bajo su ala.

Jonah sería un buen amigo para ella. Era un confidente reputado y alguien de fiar.

La demostración dio comienzo y Eve empezó a hablar sin traspasar la fina línea entre instruir a los asistentes y mantener parte de su atención puesta en su sumiso.

Cogió dos cuerdas y explicó brevemente la diferencia que había entre ellas.

—Yo utilizo las cuerdas con dos propósitos —musité al oído de Abby mientras ella observaba. Dejé resbalar las manos por sus brazos y le puse las muñecas a la espalda—. El primero es inmovilizarte y conseguir que te estés completamente quieta para darme placer. ¿Te acuerdas del fin de semana que te fotografié?

Yo sabía que recordaría ese fin de semana y cómo la mantuve atada mientras la tomaba por detrás.

—El segundo —continué— es provocarte y atormentarte. Y todo se basa en las cuerdas y el lugar en que se sitúan los nudos.

Guardé silencio un segundo para que pudiera prestar atención a lo que estaba haciendo Eve. La Dominante cogió un trozo de cuerda y la ató alrededor del muslo de Jonah, mientras explicaba la clase de nudo que estaba utilizando.

—Si se hace bien —le dije a Abby, mientras Eve seguía atando la cuerda alrededor de las caderas de Jonah—, podrías llevar las cuerdas debajo de la ropa. —Le agarré los pechos—. Imagínate lo que sentirías caminando con cuerdas pegadas aquí. La presión. Los tirones. La fricción. —Bajé las manos hasta sus caderas—. O aquí. Imagina cómo podría pasártelas entre las piernas, de forma que ejercieran la presión justa para atormentarte. Podría dejártelas puestas durante horas y obligarte a hacer vida normal sin dejar que llegaras al orgasmo.

Seguimos observando algunos minutos más.

—Esta noche está utilizando cuerdas negras —le susurré, mientras Eve explicaba varias cosas que tener en cuenta respecto a la seguridad de las cuerdas—. Y aunque me parece una buena elección, creo que contigo utilizaría el rojo. —El cuerpo de Abby se estremeció cuando le deslicé las manos por la espalda—. Contrastarían muy bien con la palidez de tu piel.

Eve le estaba haciendo algo a Jonah, podía oír sus gemidos, pero yo estaba concentrado en Abby.

—La clase de bondage que quiero utilizar puede resultar muy intenso —expliqué, mientras de fondo Eve le ordenaba a Jonah que guardara silencio—. Necesitamos un fin de semana largo. ¿Qué te parece, Abigail? ¿Te excita la idea?

—Sí, Amo —susurró.

—Y ¿cuándo te parece que puede ser el momento? —le pregunté. El día festivo más cercano era el Día del Trabajo.

—En agosto podré disponer de una semana entera.

Abby me había dicho que Martha le iba a dar unos días libres.

—¿Estás segura? —le pregunté.

—Hum —murmuró, mientras yo le acariciaba las caderas—. Sí, Amo.

—Lo marcaré en el calendario.

Cuando Eve acabó de atar a Jonah, le habló directamente durante algunos segundos y luego empezó a desatarlo muy despacio.

—Por muy erótico que pueda resultar atar a alguien —le susurré a Abby—, desatarlo también puede ser muy estimulante. —Le pasé las manos por los brazos—. Imagina mis manos liberándote muy despacio de la presión de las cuerdas. Mis labios repasando su recorrido con suavidad. ¿Puedes sentirlo?

—Quiero sentirlo, Amo.

La primera cuerda se descolgó por el brazo de Jonah.

—¿Ves las marcas? —le pregunté—. Son muy débiles, pero están ahí.

Las cuerdas no habían estado contra su piel el tiempo suficiente como para dejar marcas muy profundas, pero si se observaba con atención, podían apreciarse. Mientras observábamos, Eve empezó a desatarle las piernas.

—Cuando yo te quite las cuerdas, tus marcas serán evidentes —le indiqué—. Las repasaré con los dedos y la sensación será muy distinta a la de cualquier cosa que hayas experimentado antes.

Pocos minutos después, la demostración se acabó y la gente se fue marchando.

—Abajo hay un sofá de dos plazas cerca de una mesa —le dije a Abby—. Ve a servir un plato de comida y coge una botella de agua. —No me apetecía ningún refresco y el alcohol estaba prohibido—. Yo bajaré dentro de diez minutos para que me sirvas. Si el sofá está ocupado, quédate de pie junto a él y espera a que se quede libre.

Alimentarme sería una forma muy leve de servirme en público, pero la excitaría. Estaba seguro de ello. Abby tenía una vertiente exhibicionista y ésa sería una sutil forma de explorar esa faceta.

Cuando se marchó, me di la vuelta para hablar unos minutos con Eve sin dejar de mirar el reloj para controlar el tiempo.

—Es encantadora —comentó ella, cuando se hizo evidente que mi cabeza no estaba en nuestra conversación.

—Gracias —contesté—. Estaba un poco nerviosa por venir aquí esta noche, pero creo que lo ha hecho muy bien. Me alegro de que Jonah haya hablado hoy con ella.

Eve lo miró, estaba agachado ordenando las cuerdas y guardándolas. A primera vista no parecía que encajaran, pero yo sabía que compartían un vínculo muy profundo.

—Me ha dicho que la ha invitado a la siguiente reunión —dijo.

—Me alegro mucho —contesté—. Le vendrá muy bien estar con otros sumisos. Asegúrate de darle las gracias de mi parte.

Ella sonrió con picardía.

—Oh, lo haré —convino—. Puedes estar seguro.

Yo le devolví la sonrisa y seguía sonriendo cuando bajé la escalera poco después. Volví a mirar el reloj. Abby me estaría esperando. Le pediría que me diera de comer durante algunos minutos y luego la dejaría que fuera a buscar su propio refrigerio. Para entonces, probablemente ya habría tenido suficiente contacto con la gente. Nos iríamos y la llevaría a casa para disfrutar un poco en el cuarto de juegos…

Cuando llegué al último escalón, se me congeló la sonrisa.

Ella estaba junto al sofá, como le había pedido que hiciera, y tenía un plato con comida y una botella de agua en las manos. Estaba de pie porque el sofá estaba ocupado.

Ocupado por la única pareja que no quería presentarle: Nicolas y Gwen.

Mis ojos pasaron por encima de Gwen. Vi que estaba desnuda arrodillada junto a Nicolas y que él asía su correa. Ella no me vio y yo no hice ningún movimiento para llamar su atención. Tampoco me planteé si sentía algo especial al verla, estaba concentrado en Abby.

Ésta negó con la cabeza, respondiendo negativamente a algo que dijo Nicolas. Él levantó el brazo, quizá con intención de tocarla o quizá no, pero era una posibilidad.

Crucé la sala en menos de dos segundos.

—Ni se te ocurra —le advertí con un suave susurro, para que no me oyeran los demás asistentes a la fiesta.

Su mano se quedó inmóvil y él se volvió hacia mí con una sonrisa de absoluta felicidad maligna en la cara.

—West —dijo, dejando caer la mano sobre su regazo—. Qué agradable sorpresa. Hacía meses que no te veía.

Miré a Abby. Tenía unos ojos abiertos como platos.

—¿Te ha tocado? —le pregunté—. ¿Te ha dicho algo inapropiado?

Nicolas no era un mal Dominante y yo me estaba arriesgando mucho al sugerir tal cosa.

—No, Amo —respondió ella.

—¿Amo? —repitió Nicolas—. Oh, ¿es tuya, West? —prosiguió sin esperar respuesta—. Cuesta distinguirlo, con ese collar tan mínimo que lleva. —Hizo un gesto en dirección a la mujer que estaba a sus pies, con un grueso collar de cuero negro—. Deberías marcar tu propiedad de un modo más adecuado.

Me dirigí a él con los dientes apretados.

—No creo que necesite tus consejos.

—¿Ah, no? —preguntó—. Lamento discrepar. Y estoy seguro de que esta chica diría lo mismo, pero esta noche no puede hablar. Si no, podrías preguntárselo tú mismo.

Abby nos estaba observando, mirando alternativamente a Nicolas y Gwen como si estuviera viendo un partido de tenis.

«Joder».

Gwen mantuvo la cabeza gacha durante toda la conversación. Sabiendo lo que sabía de ella, no esperaba menos.

Pero Nicolas no estaba sujeto a tales restricciones y no dejaba de mirar a Abby de arriba abajo.

—Había oído decir que tenías una nueva sumisa —comentó—. Y que estabas… ¿cómo se dice? Ah, sí, ¿enamorado?

—Cierra la puta boca —le advertí, apretando los puños. No habría sido muy inteligente por mi parte empezar una pelea en ese momento. En público. Y en una fiesta.

—No está mal —declaró—. Quizá algún día tenga la oportunidad de disfrutar de ella.

Estaba cruzando la línea. Cuando estuviera más relajado, tendría que pensar en qué hacer al respecto.

Me acerqué a Abby y le quité el plato y la botella de agua. «Lo siento», le dije en silencio, colocándome entre ella y Nicolas.

—Abigail —dije en voz alta—. Vuelve a ponerte la falda.

Uno de los vigilantes me tocó el hombro y relajó inmediatamente el ambiente.

—¿Hay algún problema, amigos?

—No —contestamos Nicolas y yo al unísono.

—Si no pueden actuar civilizadamente, tendré que acompañarlos a todos a la calle —añadió el hombre.

Probablemente quedaría mal que Abby y yo nos marcháramos, pero en ese momento no me importaba. Ver a Nicolas mirándola. Verla a ella con Gwen a sus pies, imaginando…

—Nosotros ya nos íbamos —me excusé, dejando el plato y el agua en la mesa y cogiendo a Abby de la mano.

Pero, por supuesto, Nicolas aún no había tenido suficiente.

—Cuando tampoco puedas darle lo que necesita —comentó, mientras nos abríamos paso por el salón en busca del abrigo de Abby—, asegúrate de darle mi número. Es posible que en su caso no me importe ser el segundo plato.

Su risa resonó por detrás de nosotros.

El camino a casa fue muy silencioso. Al mirar atrás ahora, creo que Abby tenía miedo de hablar. No debía estar segura de qué decir. Pero en ese momento di por hecho que no hablaba porque llevaba puesto mi collar y no quería ser la primera en decir algo o meter la pata.

No tengo muchos recuerdos del trayecto, pero tuve la sensación de que llegamos enseguida.

Cerré la puerta del coche de un portazo y lo rodeé para abrirle la suya a Abby. No dije ni una sola palabra cuando ella salió y subió la escalera de la puerta principal detrás de mí.

—En el cuarto de juegos en diez minutos —dije, porque era lo que ella esperaba y lo que supuse que querría.

Saqué a Apolo, pero lo hice todo de forma mecánica. Un pie detrás del otro. Nada conseguía alejar mi mente de Nicolas y Gwen y el millón de emociones que me habían provocado.

Cuando subí, Abby estaba arrodillada sobre un cojín. Seguía llevando el conjunto de la fiesta.

«No le has dicho que se lo quite».

Le pedí que se desnudara y que se acercara a la mesa acolchada, aunque, para ser sincero, debo admitir que no tenía ningún plan concreto sobre lo que iba a hacer. Ella se puso de pie, se desnudó rápidamente y se dirigió a la mesa.

Mientras lo hacía, yo me acerqué a los armarios, esperando inspirarme con lo que encontrara en ellos. Cogí un látigo de puntas muy pesado y recordé la última vez que lo utilicé. Fue con Gwen. Deslicé los dedos entre las colas.

La voz de Nicolas resonó en mi cabeza: «Cuando tampoco consigas darle lo que necesita…».

Me dije que yo era exactamente lo que Abby necesitaba. Me di media vuelta. Ella ya estaba en posición, tumbada sobre la mesa, esperando.

«¿Por qué no se me ocurrió pensar que Nicolas y Gwen estarían en la fiesta? ¿Por qué no pensé en advertirle a Abby sobre él?»

Di unos lentos y cuidadosos pasos hasta donde ella me esperaba.

«Debería habérselo dicho cuando los vi».

Ella seguía esperando.

Llevé la mano libre hacia atrás y la azoté unas cuantas veces. Abby se quedó completamente quieta, mientras su piel se tornaba rosada.

«Yo siempre seré lo que ella necesita».

Levanté el látigo y la azoté en los muslos. Inspiró hondo. Me lo tomé como una señal para seguir adelante y la azoté más arriba. La siguiente vez lo hice en su trasero.

Cuando bajé el látigo por tercera vez, seguía oyendo la risa de Nicolas en mi cabeza.

Abby se movió delante de mí.

—Amarillo.

El tiempo se detuvo.

—Amarillo —musitó de nuevo—. Por favor.

Yo parpadeé.

Me quedé mirando horrorizado el látigo que tenía en la mano.

«¿Qué estoy haciendo?»

—Para —susurré cuando el látigo cayó al suelo. Y entonces dije más alto—: Rojo. Oh, joder. Rojo.

Ella se volvió y me miró por encima del hombro.

—¿Amo?

—Lo siento. —Negué con la cabeza—. No puedo.

Parecía verdaderamente preocupada por primera vez.

—¿Nathaniel?

Yo me di media vuelta, me metí en el servicio que había en el cuarto de juegos y cogí un albornoz que había colgado. Cuando regresé, la envolví con él, le quité el collar y me lo metí en el bolsillo.

Cuando me cogió de la mano, estaba temblando.

—¿Vienes conmigo a la habitación?

—Nathaniel, ¿estás bien? —me preguntó cuando salimos al pasillo.

No respondí. No sabía qué decir.

Cuando llegamos al dormitorio, me subí a la cama, la estreché contra mi pecho y le olí el pelo. La necesitaba para tranquilizarme después de aquella noche tan intensa. Necesitaba sentirla entre mis brazos y saber que estaba conmigo.

—Lo siento —dije por fin—. No debería haberte pedido que fueras al cuarto de juegos esta noche. No después de lo que ha pasado en la fiesta. Gracias por utilizar la palabra de seguridad.

—¿Qué ha pasado?

—No me encontraba en el estado anímico adecuado —expliqué—. No después de verlos. Pero pensaba que podría hacerlo. Pensaba que era lo que tú querías y que te decepcionaría si no lo hacía.

—Esto no es por esa pareja, ¿verdad?

—Lo siento —repetí—. Debería haber supuesto que estarían allí y haberte hablado de ellos. Cuando los he visto por primera vez debería haberte dicho algo.

—¿Quiénes son? —Alargó los brazos y me pasó las manos por el pelo. No me había dado cuenta de que yo me lo estaba estirando.

—Cuando Melanie y yo rompimos —contesté—, bueno, cuando yo rompí con ella, volví a mi estilo de vida con mucha intensidad. Llevaba más de seis meses sin jugar y estaba ansioso por volver.

Abby asintió.

—Lo entiendo.

—Gwen y yo nos conocimos en una fiesta. Gwen es la mujer que estaba hoy con Nicolas —expliqué—. Nunca llegué a ponerle mi collar. No conseguimos pasar del fin de semana de prueba.

—¿Por qué?

—Ella necesitaba más de lo que yo podía darle.

Abby ladeó la cabeza.

—¿Como Melanie?

—No —respondí y luego susurré—: Necesitaba más dolor.

Me sentí culpable al recordar que cuando Jackson me preguntó si conocía alguna mujer soltera el primer fin de semana que yo pasé con Abby, bromeé conmigo mismo pensando en darle el teléfono de Gwen.

—Oh —musitó Abby.

—Ella no paraba de decir «verde». Siempre quería más —continué—. Y yo no podía hacerlo. Es como lo de la asfixia erótica, yo conozco mis límites. Sé la cantidad de dolor que soy capaz de provocar y lo que no puedo hacer.

Ella asintió.

—¿Y Nicolas?

—Es evidente que le da lo que necesita —respondí—. Y me parece bien. Es un capullo, pero no es un abusón. Pero eso que ha dicho sobre jugar contigo ha estado fuera de lugar. Ya pensaré en qué hacer al respecto.

Abby resopló.

—Estoy de acuerdo contigo en eso de que es un capullo.

—Me gustaría que en algún momento habláramos de los límites del juego y de cuándo se convierten en un abuso —proseguí—. Creo que es importante. —Reflexioné un segundo—. Quizá podamos sugerir un debate abierto en la próxima reunión.

—¿Te refieres a cuando alguien pide algo peligroso? —preguntó—. ¿Eso fue lo que hizo Gwen?

—No me pidió nada peligroso —le aclaré—. Sólo me pidió más de lo que yo estoy dispuesto a dar. Por eso es tan importante conocer los propios límites, tanto si eres Dominante como si eres sumiso. Yo sabía hasta dónde estaba dispuesto a llegar. No creo que le fallara. Sencillamente éramos incompatibles. Debería haber imaginado que no funcionaría. Después de Gwen, le di a Godwin instrucciones más severas.

—¿Esto es porque me has visto junto a Nicolas?

Yo cerré los ojos un momento y asentí.

—Sí, creo que ha sido por eso, y por lo que ha dicho de que tampoco podré darte lo que necesitas.

—Oh, Nathaniel.

—Creo que eso ha conectado con mis antiguos miedos —susurré—. Me ha puesto de mal humor y luego no he conseguido volver al estado de ánimo necesario para jugar.

—No se te habrá ocurrido pensar que te podría dejar por Nicolas, ¿no?

—Dios, no. Eso ni se me ha pasado por la cabeza. —Sonreí por primera vez desde hacía horas—. Es un progreso, ¿no?

—Supongo que sí —dijo ella. Esbozó una sonrisa tan amplia que no pude evitar inclinarme y besarla—. Hum —murmuró—. ¿A qué ha venido eso?

—Por quererme —respondí—. Por apoyarme. Por confiar en mí. —Me retiré, sintiéndome un poco mejor después de haber hablado del tema—. No debería haberte dicho que fueras al cuarto de juegos.

—Pero te has parado —contestó—. Lo he dejado seguir demasiado tiempo y por eso te pido perdón.

—Me diste las palabras de seguridad por un motivo. Ahora comprendo por qué.

—¿Por qué has dicho «amarillo»?

—Me sentía rara —confesó—. Todo ha sido muy extraño después de la fiesta. Luego, cuando me he dado cuenta de que estabas usando un látigo distinto y la sensación era más intensa, he sentido la necesidad de ralentizar un poco las cosas. Volver a donde necesitaba estar.

Le acaricié la espalda y alargué el brazo para tocarle el culo.

—¿Te he hecho daño? ¿Estás dolorida?

—Estoy bien —contestó—. Te lo prometo.

—Te quiero —dije, sintiendo la necesidad de decir esas palabras.

—Y yo te quiero a ti —respondió, probablemente consciente de lo mucho que necesitaba escucharlo.

—Así que Gwen…

—¿Qué pasa con ella?

—Jugaste con ella.

Me encogí de hombros.

—No lo hice durante mucho tiempo, pero sí. ¿Te incomoda ver sumisas con las que he jugado?

Ella frunció el cejo, concentrada.

—Es raro, pero no me resulta incómodo. Ya sé que tuviste otras sumisas antes de conocerme.

—Eso no es lo mismo que verlas.

—Sí, pero sigue siendo lo mismo. Conozco tu pasado. En realidad, adoro tu pasado. Es lo que te ha hecho ser como eres. —Me cogió la cara entre las manos y me miró fijamente a los ojos—. Y tú, todo tú, pasado, presente, todo, eres el hombre al que quiero.

Le sostuve la mirada.

—Puede que no hayas sido mi primera sumisa—susurré—, pero te juro por lo que más quiero que serás la última.

Ella se inclinó hacia adelante para besarme.

—Más te vale.

Sentí sus suaves y delicados labios sobre los míos.

Justo lo que necesitaba.