ABBY
Tenía que recordar algo importante. En mi sueño, me esforzaba por recordar lo que era. Algo iba a ocurrir. Algo que sabía que no debía olvidar.
Algo. Algo. Algo.
Cuando me empecé a despertar, me di cuenta de que alguien me estaba abrazando, noté unos brazos calientes y la sensación de que alguien me observaba. Abrí un ojo muy despacio.
«¡Nathaniel!»
—Hola —susurró, con aquella sonrisa rompecorazones que siempre conseguía derretirme.
No había nada mejor que despertarse entre los brazos de Nathaniel. Nada. Nada. Nada.
—Hola —saludé, devolviéndole la sonrisa—. ¿Cuándo has llegado a casa?
—Sobre las cuatro. —Alzó la cabeza por encima de mi hombro para mirar el reloj de la mesilla de noche—. Hará unas tres horas.
—Y ¿no duermes?
—No —contestó—. He dormido en el avión. Me he quedado aquí abrazándote y viendo cómo dormías. —Me tocó el contorno de la oreja con un dedo—. ¿Sabías que también tienes un pequeño lunar justo aquí?
Noté cómo me sonrojaba.
—No.
Entrecerró los ojos para mirarlo.
—No lo había visto. —Entonces me dio un beso en ese punto por detrás del lóbulo—. Tenía ganas de hacer esto, pero no quería despertarte.
—Tampoco me habría quejado —confesé, apretando mi cuerpo contra el suyo. «Vaya, vaya, vaya»—. Estás desnudo.
Se rio, pero sus ojos se pusieron serios enseguida.
—Y tú no.
—Espero que no te importe —dije—. Te he cogido prestada una camisa.
—Oh, no, no me importa en absoluto. De todos modos te queda mejor a ti. Pero estaba pensando que no es muy justo que yo esté desnudo y tú no.
—No te preocupes, tu asistenta trajo tus camisas de la tintorería hará un par de días. —Le pasé una mano por el pecho—. Puedes ir a buscar una y así tú tampoco estarás desnudo.
—Hum —murmuró—. No, gracias.
Alargué los brazos hacia él, lo atraje hacia mí e inspiré su fragancia.
—Te he echado de menos.
—Yo también —me susurró al oído.
—La próxima vez me iré contigo —afirmé.
—La próxima vez te arrastraré conmigo —puntualizó, apartándose un poco para mirarme a los ojos.
Asimilé su imagen. Por fin estaba en casa. En la cama. Conmigo. La luz del sol brillaba con fuerza a través de la ventana que había detrás de él.
—No quiero salir de esta cama en todo el día —le dije y luego le pregunté—: No tienes planes para hoy, ¿verdad?
—Oh, sí —contestó, frotando la nariz en mi mejilla—. Tengo millones y millones de planes.
—Y ¿cuáles son? —pregunté, esperando que los suyos coincidieran con los míos.
—Para empezar —respondió, con su aliento haciéndome cosquillas en la oreja y su mano acariciándome el vientre—, voy a traer el desayuno y te voy a usar de mesa.
—¿Yo también te podré usar de mesa?
—Claro —respondió—. Luego tengo planeado pasar horas haciéndote el amor en todas las posturas conocidas por el hombre y cuando hayamos acabado… —Me empezó a desabrochar la camisa muy despacio y bajó la voz—. Nos inventaremos algunas posturas nuevas.
Yo me estremecí al sentir sus dedos acariciándome los pechos con suavidad. Aunque no tenía frío. En realidad era todo lo contrario.
—Es muy probable que nos saltemos la comida, porque estaremos muy ocupados inventándonos todas esas posturas —contesté con toda la despreocupación que pude, mientras él me seguía desabrochando la camisa.
—Luego, si te parece bien —continuó—, no hay nada que me apetezca más que una pizza enorme recubierta de carne y verduras. Podemos pedir que nos la traigan y comérnosla fuera.
—No sé, estaba pensando en unos fideos chinos. Hay un restaurante nuevo que sirve a domicilio.
Nathaniel se echó hacia atrás.
—¿De verdad quieres comida china?
Cuando vi su expresión de sorpresa, me eché a reír.
—No. Te estaba tomando el pelo.
—No me provoques, mujer —dijo, retomando su tarea con la camisa y consiguiendo desabrochar el último botón—. Soy un hombre desesperado.
Yo me deslicé debajo de él y pasé las manos por su culo desnudo.
—No eres el único.
«Es curioso —pensaba al día siguiente, arrodillada en mi posición de espera—. Por algún motivo, esto no era lo que tenía en mente cuando contesté a su pregunta de ayer».
Me lo había preguntado el sábado, después de comernos la pizza.
Estábamos en el jardín. Yo me había sentado en su regazo y nuestros pies se balanceaban dentro del jacuzzi climatizado. Hacía demasiado calor para meternos en agua caliente.
—Deberíamos hacer construir una piscina —comentó con la cabeza echada hacia atrás y disfrutando del sol—. Pero ¿dónde crees que deberíamos ponerla? ¿Dentro o fuera?
Una piscina exterior tenía varias ventajas, pero vivíamos en Nueva York, por lo que quizá tuviera más sentido ponerla dentro. Eso le dije.
—El sótano está bastante inacabado —comentó—. Es una pena que no podamos construirla ahí.
—Podría ser una piscina exterior cerrada.
—Es una posibilidad. —Lo pensó durante algunos segundos—. Llamaremos a un contratista la semana que viene para que le eche un vistazo al jardín.
Me encantaba que utilizara la primera persona del plural tan a menudo y la naturalidad con que lo hacía. Levanté la cabeza y le di un beso en los labios.
—¿Por qué tienes un sótano inacabado? —le pregunté.
Él me dio otro beso. Más largo.
—Cuando empecé a renovar la casa, no conseguía decidir si quería poner el cuarto de juegos allí o no.
—¡Vaya! —exclamé—. Un cuarto de juegos en la planta baja.
—Como un calabozo.
—Eso suena… —lo pensé mientras hablaba— escalofriante.
Me hundió los dedos en el pelo.
—Calabozo. Cuarto de juegos. En realidad es lo mismo.
—Me gusta cómo suena cuarto de juegos —dije—. En los calabozos hay cadenas y cuerdas y…
Nathaniel arqueó una ceja.
—Vale —contesté riendo—. En realidad es lo mismo.
Sonrió.
—Hablando de cuartos de juegos, ¿te apetece llevar tu collar este fin de semana? He pensado que quizá podríamos jugar durante algunas horas mañana.
Yo deslicé un dedo por sus labios y él lo capturó con un beso. Me di cuenta de que lo había echado mucho de menos. A todo él: al dulce y considerado amante de entre semana y al severo e inflexible Amo de los fines de semana. Los amaba a los dos y los necesitaba a los dos.
—Me encantaría llevarlo mañana durante algunas horas —dije.
Qué poco me imaginaba que lo llevaría mientras él pasaba las páginas de mi diario y se aseguraba de que había cumplido todos sus encargos. Por supuesto, yo tenía la cabeza agachada, así que no podía saber lo que estaba leyendo. Estaba segura de que cuando dijo «interesante, muy interesante», estaba en la parte del juguete que había elegido y la escena que había detallado.
Estaba sentado en una silla acolchada, conmigo a sus pies. Yo estaba arrodillada sobre el suelo alfombrado del cuarto de juegos, no sobre un almohadón.
—Mírame, Abigail —me ordenó por fin.
Levanté la cabeza y lo miré a los ojos. ¿Estaría contento con lo que había escrito? No podía saberlo sólo mirándolo.
—Escribes muy bien —comentó.
¿En serio? Pensaba que la mayor parte de lo que había escrito era una lluvia de ideas al azar.
—Parece que te resulta más sencillo comunicarte de esta forma —prosiguió—. Y la escena que has detallado es muy creativa.
—Gracias, Amo —dije—. Tú me inspiras.
Esperaba que supiera que no le estaba haciendo un cumplido gratuito, sino que estaba siendo completamente sincera. La sumisión había liberado una parte de mí que yo ni siquiera sabía que existía. La Abby del año anterior no se habría atrevido ni a pensar las cosas que había en el diario y mucho menos escribir sobre ellas y dejar que las leyera otra persona.
Qué diablos, antes de conocerlo a él tenía una vida sexual tan insatisfactoria que estuve a punto de olvidarme del sexo por completo. Pero cuando Nathaniel entró en mi vida…
Bueno, estaba de rodillas, desnuda, a sus pies.
Y el día anterior habíamos disfrutado del sexo más alucinante.
—Estoy muy contento de todo lo que has descubierto, preciosa —confesó—. Y quiero hablar de muchas de estas cosas contigo, pero de momento… —Se puso de pie y se acercó a sus armarios. Oí las pisadas de sus pies descalzos mientras se alejaba—. Tu escena me ha inspirado y creo que mereces una recompensa.
Se volvió hacia mí y me di cuenta de que tenía la mordaza de bola y una campanilla en las manos.
—Ve a la mesa —me indicó—, pero de momento sólo debes sentarte.
Me levanté —no me había pedido que gateara—, y me acerqué a la mesa. ¿Pondría en práctica todas mis ideas o sólo algunas? Yo había elegido la mordaza de bola en lugar de otro juguete porque pensaba que él decidiría combinarla con algo más. Y aunque también había escrito sobre un látigo nuevo para mí, sabía que sólo lo utilizaría si le apetecía.
Volví a oír el sonido de sus pisadas acercándose, pero me concentré en su rostro. Con el rabillo del ojo advertí su pecho desnudo y los objetos que llevaba en las manos.
—Abre la boca —me ordenó. Entonces me puso la mordaza, me la ató detrás de la cabeza y noté cómo se me aceleraba el corazón. Los fuertes latidos retumbaban por todo mi cuerpo.
—Relájate —me susurró, acariciándome el pelo—. No pasa nada. Respira por la nariz.
Dejó que me quedara allí sentada unos segundos para que me acostumbrara a la sensación de tener algo metido en la boca y a la respiración.
—Mírame —me pidió al fin y, cuando lo hice, prosiguió—: Ahora no puedes decir tus palabras de seguridad, así que necesitarás esto. —Me puso la campana en la mano—. Si necesitas decir «amarillo» o «rojo» déjala caer. Asiente si lo comprendes.
Asentí.
—Bien —dijo—. Ahora quiero que lo pruebes. Suelta la campanilla.
Ésta resbaló de mi mano y cayó al suelo: se oyó un tintineo y un golpe. Nathaniel se agachó, la recogió y me la volvió a poner en la mano.
—Otra vez.
Y yo la volví a dejar caer.
La siguiente vez me agarró la muñeca y me la pegó a la espalda.
—Otra vez —dijo. Estaba tan cerca que podía sentir su pecho contra el mío y su cuerpo entre mis piernas. Dejé caer la campanilla de nuevo. Él me soltó las muñecas inmediatamente.
Cuando me volvió a poner la campanilla en la mano, me levantó la barbilla.
—¿Te sientes cómoda con la campanilla? Asiente para decir que sí, niega con la cabeza para decir que no.
Yo asentí.
Él se inclinó hacia mí.
—Me excita mucho verte amordazada para mi placer —me susurró sin soltarme la barbilla—. Has tenido una idea excelente, Abigail. —Me rozó el lóbulo de la oreja con los dientes—. Vamos a probar tu siguiente idea, ¿vale?
«Sí —pensé yo cuando me levantó de la mesa y me tumbó sobre ella—. Esto ya se empieza a parecer a lo que tenía en mente».
Miré el reloj. Ya casi era la hora de reunirme con Nathaniel en el vestíbulo.
Era domingo y nos íbamos a una reunión de la comunidad de BDSM de Nathaniel. Me explicó que los miembros nuevos tenían que asistir a una reunión antes de poder asistir a una fiesta. Como ésta se celebraba aquella misma noche, asistiríamos a la reunión previa por la tarde.
La mente me iba a mil por hora y me moría por confesarme en mi diario, para poder poner en orden todas las ideas que tenía flotando en la cabeza.
Era mejor que no llegara tarde a mi cita con Nathaniel. Sabía que si le daba algún motivo, no dudaría en castigarme antes de salir. Y estaba segura de que si no podía sentarme, todo el mundo se daría cuenta enseguida de lo que había pasado.
Me miré en el espejo por última vez. Él me había elegido unos vaqueros y una camiseta. Ésta tenía un cuello en uve que dejaba ver mi collar y llevaba el pelo recogido en una cola baja. No creía que tuviera mucho aspecto de sumisa. ¿Qué sentido tenía aquello?
Y ¿qué aspecto se suponía que debía tener una sumisa?
¿Sería capaz de reconocerlas en la reunión? Estaba bastante segura de que me resultaría más fácil distinguirlas en la fiesta.
El conjunto que llevaría a la fiesta estaba guardado en una funda en el armario y tuve que reprimirme en más de una ocasión para no curiosear. Nathaniel me había dicho que no podía verlo hasta que me tuviera que vestir.
Por lo menos, decidí, la parte positiva era que llevaría un conjunto. Ya me había imaginado unas cuantas veces teniendo que ir desnuda.
Oí cómo Nathaniel regresaba con Apolo y corrí escaleras abajo para reunirme con él.
Lo evalué con mirada crítica. ¿Sabría todo el mundo que era un Dominante?
«Qué tontería —pensé—. Él ya conoce a toda esta gente. Ya saben quién es y lo que es».
Lo que significa…
—Abigail —dijo, esbozando una ligera sonrisa—. ¿Hay algún motivo para que estés tan contenta?
Estoy segura de que su pregunta me hizo sonreír todavía más.
—Sí, Amo. Me acabo de dar cuenta de que todo el mundo lo sabrá.
Se acercó a mí. ¿Cómo era posible que tuviera unos andares tan atractivos?
—¿Todo el mundo sabrá el qué, preciosa?
—Lo que me haces —respondió—. A veces tengo la sensación de que nos escondemos. Aunque Elaina, Todd y Felicia lo sepan, no es lo mismo. Ellos son diferentes, porque no participan.
—¿Y al estar rodeada de los que sí participan…? —inició la pregunta, deteniéndose delante de mí.
—… puedo servirte con libertad —respondí—. Puedo demostrarle a todo el mundo lo mucho que disfruto siendo tuya. —Sonreí—. Estoy impaciente.
—Estás impaciente —repitió y me puso las manos en los hombros—. Éste no es exactamente el mismo estado de ánimo de la sumisa que llenó páginas de miedos la semana pasada.
—No, Amo —contesté, presionando la mejilla contra su mano mientras me acariciaba la cara con los dedos—. Escribir me ha ayudado. Gracias.
—Yo sólo te di las herramientas —dijo él—. Lo demás lo tenías que descubrir por ti misma. —Movió la otra mano para cogerme toda la cara—. Estoy muy orgulloso de ti.
Luego rozó sus suaves y ligeros labios contra los míos y una sombra de deseo se abrió paso hasta mi estómago. Nathaniel también debió de sentirlo, porque no pasó mucho tiempo hasta que empezó a profundizar en el beso. Aunque siempre conseguía poseerme con sus caricias, había algo en el beso de mi Amo que conectaba con un deseo enterrado en lo más profundo de mi ser.
Al poco se retiró y me dio un último beso muy delicado.
—Y yo estoy impaciente por demostrarle a todo el mundo lo mucho que disfruto siendo tuyo.