23

NATHANIEL

Ella sólo había dicho «Amo», pero ya pude percibir la excitación nerviosa en su voz.

—¿Has seguido mis instrucciones? —le pregunté.

—Sí, Amo.

—Quiero que pongas el altavoz, dejes el teléfono en la cama y te pongas en la posición de inspección —le indiqué—. Avísame cuando lo hayas hecho.

Oí un murmullo al otro lado del teléfono y me la imaginé haciendo lo que le había pedido.

—Ya estoy preparada, Amo —me hizo saber.

—Gracias, preciosa. Ahora dime lo que vería si estuviera allí.

Escuché mientras ella describía su cuerpo y detallaba su postura.

—Muy bien —dije cuando acabó—. Ahora puedo verte en mi mente y ésa es una de las cosas que quería conseguir. Pero has pasado un buen rato escribiendo sobre dos temas específicos. Vuelve a decirme qué vería, teniendo en cuenta todo lo que has escrito.

Se hizo el silencio al otro lado del teléfono mientras ella pensaba en mis palabras y entonces oí un suave «Oh» y sonreí.

—¿Qué veo? —le volví a preguntar—. Empieza por la cabeza.

—No sólo ves mi cabeza echada hacia atrás, sino también lo que significa —explicó con excitación.

—Y ¿qué significa?

—Mi garganta está expuesta. Vulnerable. Y yo la muestro a modo de ofrecimiento para ti.

—Sí —afirmé—. ¿Y tu pecho?

—Está arqueado hacia adelante —contestó—. Pero se trata de mucho más que de presentarte mis pechos. Ahí es donde está mi corazón y en esta postura mi corazón también es vulnerable. —Hablaba con orgullo—. Es uno de los órganos más importantes de mi cuerpo, así como el centro simbólico de mis emociones. Es casi como si te estuviera ofreciendo mi vida. Podrías hacerme daño, pero yo confío en que no lo harás. Podrías herirme en mis sentimientos, pero sé que no lo harás.

La excitación y el gusto que estaba demostrando al responder no tardaron en abrirse paso hasta mi propio centro simbólico.

—¿Tienes idea de lo que me provoca y lo que significa verte ante mí de esa forma?

—No, Amo —respondió—. Pero empiezo a comprenderlo.

—Entonces los dos estamos progresando.

—Sí, Amo.

—Si estuviera contigo, me colocaría detrás de ti y te diría que te pusieras en la posición de espera. ¿Qué harías con la cabeza?

—La agacharía, Amo.

—Hazlo —le ordené—. Luego te apartaría el pelo para poder verte el cuello desnudo. Ahora me inclino sobre ti y tú sientes mi aliento rozando la delicada piel de tu espalda.

Ella inspiró temblorosamente.

—Mis labios siguen el camino de mi aliento —proseguí—. Te rozan con suavidad el omóplato derecho. Deslizo la mano por el izquierdo y deslizo los dedos por tu delicada columna.

Suspiró.

—Noto cómo te estremeces —dije—. Tu reacción me la pone dura. —Me acaricié por impulso, pero lo hice con suavidad. Aún teníamos mucho que hacer—. Utiliza las manos para simular las mías, mientras bajan por tu cuerpo. Te agarran los pechos con delicadeza y siento el latido de tu corazón. Está acelerado. Te froto los pezones y se te endurecen. Te estás excitando, ¿verdad, Abigail?

—Sí, Amo.

—¿Sientes tu corazón?

—Sí —contestó—. Está acelerado, Amo.

—Hago rodar tus pezones entre mis dedos y empiezo a besarte el cuello. Mis dientes te rozan la piel y mi lengua sigue el mismo camino. —Me humedecí los labios—. Tu sabor es increíble.

Cerré los ojos y me la imaginé.

—Túmbate boca arriba —le ordené, porque para ella sería más fácil y porque ya llevaba mucho rato de rodillas—. Ahora estamos en nuestra cama. Flexiona las piernas y sepáralas. —Oí el susurro de las sábanas cuando ella obedeció—. ¿Sientes el aire frío en tu sexo? ¿Te mueres por tocarte?

—Sí, Amo —contestó casi con un rugido.

—Pero ¿siguen tus manos sobre tus pechos, donde las dejé?

—Sí, Amo.

—Excelente —exclamé—. Las deslizo por tu cuerpo y siento cómo tu pecho sube y baja y noto que tu respiración es cada vez más pesada. ¿Tú también lo notas?

—Sí, Amo.

—Sigo bajando las manos y te acaricio las caderas. Me coloco entre tus piernas, pero soy cauteloso para no tocarte donde más me necesitas. —Cerré los ojos e imaginé—. Separas los labios bajo mi beso. Suspiras con suavidad y yo deslizo la mano para dibujar lentos círculos sobre el hueso de tu cadera.

Abrí los ojos y miré el teléfono que tenía al lado, como si pudiera ver a través de él. «La próxima vez utilizaremos la webcam».

—¿Estás dibujando esos círculos?

—Sí.

—Sí, ¿qué?

—Sí, Amo.

—Te pellizco el pezón derecho por ese descuido —dije y oí cómo jadeaba al hacerlo—. Vuelvo a deslizar la mano hacia abajo y la paso por tu vientre. ¿Qué sientes?

—Siento tu calidez contra la parte delantera de mi cuerpo —respondió en un susurro—. Tu polla está dura y me presiona el vientre. Quiero sentirte más abajo. Me aprieto contra ti. Ansiosa.

—Sé muy bien lo que quieres, preciosa —susurré—. Y sabes que te lo daré. Pero aún no estoy preparado.

Ella gimoteó y yo sonreí.

—Agacho la cabeza y te chupo —proseguí—. Estoy rodeándote el pezón con la lengua. ¿Estás fingiendo que tus manos son mis dientes?

—Sí, Amo.

—Bien. Pues pellízcate, porque te lo estoy mordiendo y tirando de él. Me encanta sentirte dentro de mi boca y notar cómo se estira tu piel.

Ella jadeó.

—Y me encantan los sonidos que haces —añadí con una sonrisa y una punzada de añoranza por no poder estar con ella en persona para escuchar esos sonidos.

—Me encanta hacer ruidos para ti, Amo —confesó—. A veces no puedo evitarlo.

—Mi sonido favorito es el de cuando te penetro —murmuré, rozándome la polla al recordarlo—. Si te dijera que te movieras con libertad, ¿qué harías?

Juro que pude escuchar su sonrisa a través del teléfono.

—Me deslizaría por tu cuerpo, estimularía la punta de tu polla con la lengua e intentaría provocarte yo misma algunos sonidos, Amo.

Me reí. Se mostraba más juguetona desde el día de la representación en mi despacho y yo estaba impaciente por seguir disfrutando de esa faceta. Que llevara mi collar los fines de semana no significaba que tuviera que renunciar a esa parte de sí misma.

—Estoy seguro de que enseguida conseguirás mucho más que eso —dije, agarrándome con la mano—. La tengo durísima sólo de pensar en ello. ¿Vas a seguir provocándome o te la vas a meter en la boca?

—Voy a seguir provocándote, Amo —contestó—. Me encanta tu polla y pasaré todo el tiempo que me dejes mordisqueándola y acariciándola con suavidad con los labios. Ahora te estoy chupando y deslizando un dedo por toda tu longitud. —Mis manos siguieron sus palabras fingiendo que estaba allí conmigo y lo estaba haciendo ella misma—. Mi lengua gira por la punta y por fin me la meto entera en la boca, pero sólo un momento.

Mis caderas se arquearon hacia arriba.

—Provocadora —musité.

—Me lo has pedido tú, Amo —replicó en tono de satisfacción.

—Así es, preciosa. Así es —respondí, complacido al ver lo mucho que se estaba metiendo en la situación—. ¿Dónde tienes las manos?

—No me has dicho que las moviera. Siguen sobre mis pezones.

—Déjalas resbalar por tu cuerpo. Ahora me toca a mí provocarte. ¿Sigues con las piernas flexionadas y separadas?

—Sí, Amo.

—Mientras bajo por tu cuerpo, voy dibujando un camino con la lengua sin olvidarme de ninguna zona. A excepción del lugar donde más me deseas. Acerco la cara al interior de tu rodilla izquierda y beso la minúscula peca que tienes ahí.

Cerré los ojos y me la imaginé, un diminuto puntito justo en el pliegue de la rodilla.

—Sigo dibujando un camino de besos por la cara interior de tu muslo y me acerco a tu sexo, pero justo cuando crees que te voy a tocar ahí, me alejo y vuelvo a empezar con tu muslo derecho. ¿Me sientes, preciosa? ¿Sientes mi aliento sobre tu piel?

Ella murmuró a modo de respuesta.

—Más alto, Abigail —le ordené—. O pararé.

—Sí, Amo.

—Bien —continué—. La siguiente vez que paso por ahí, rozo el exterior de tu sexo. Estás húmeda, ¿verdad?

—Sí, Amo.

—Tócate. Con suavidad —le indiqué—. Luego chúpate el dedo y dime a qué sabe.

—Un poco salado. Una nota de almizcle y un punto de dulzor.

—Eres tan dulce… —Bajé la voz—. Si estuviera ahí, no dejaría que disfrutaras de tu sabor. Me lo quedaría todo para mí.

—Es todo para ti de todas formas, Amo —dijo ella en voz igual de baja.

«Joder, sí, es todo para mí. Es mía y de nadie más».

—Creo que ya te he provocado bastante —proseguí—. Mira debajo de mi lado de la cama y coge la bolsa que he dejado ahí.

Esperé mientras ella se bajaba de la cama y me imaginé lo que encontraría debajo. La cama se movió cuando se volvió a subir.

—Ya la tengo, Amo —me informó.

—Ábrela —ordené, imaginando el consolador que había metido en la bolsa antes de irme. Ella jadeó cuando lo vio—. ¿Te gusta? —le pregunté.

—Oh, Dios, sí, Amo.

Sonreí.

—Me alegro. Vuelve a tumbarte boca arriba con las piernas flexionadas y separadas. Finge que es mi polla y chúpalo unos segundos. —Oí sus movimientos desde el otro lado de la línea—. Imagíname follándome tu boca y piensa en lo bien que te vas a sentir cuando salga y me folle ese coño.

Cuando decidí que ya había tenido el consolador en la boca durante el tiempo suficiente, le volví a hablar:

—Me deslizo por tu cuerpo por última vez. Coge el juguete y finge que soy yo. Colócalo justo en tu abertura, porque te voy a provocar con la punta durante algunos minutos.

Jugueteé con la punta de mi polla, fingiendo que ella estaba conmigo en la habitación y la estaba provocando.

—Te estoy metiendo sólo la punta —puntualicé—. Sólo hago un ligero movimiento con las caderas y tú no puedes mover las tuyas.

—Por favor, Amo.

—No —dije—. Aún no. Te siento temblar debajo de mí. Me deseas mucho. Muevo un poco más las caderas y me interno un poco. —Me acaricié la polla, pero no mucho. Ni de lejos todo lo que quería. Ni de lejos todo lo que ella necesitaba—. ¿Qué sientes, Abigail?

—Noto tu respiración en la oreja —respondió—. Siento cómo tus músculos se tensan bajo mis manos, porque te estoy cogiendo de las caderas para aferrarme a tu cuerpo, pero no puedo moverme. Te deseo. Necesito que me la metas. Por favor, Amo.

—Mueve el juguete dentro y fuera de tu coño, rápido y superficialmente —le indiqué—. Te voy a dar un poco de fricción, pero de momento voy a negarte lo que necesitas.

Ella gimió, pero oí sus movimientos y dejé que se provocara un poco más.

—Ahora —le expliqué, acariciándome más deprisa— te estoy penetrando un poco más profundamente. ¿Me sientes?

—Sí, Amo.

—Métete toda mi polla dentro —ordené, agarrándome con fuerza—. Córrete cuando quieras, pero penétrate hasta el fondo. Te estoy embistiendo lo más fuerte y profundamente que puedo.

No hablamos durante los siguientes minutos. Yo me concentré en mi polla y en los pequeños gemidos de placer que la oía hacer al otro lado del teléfono. Su respiración era cada vez más rápida.

—Déjame oírte. Yo aún no he acabado —le pedí, mientras sentía cómo crecía mi clímax—. Suéltate.

—Oh, joder, Amo —jadeó y la vi en mi mente, la vi penetrándose con el consolador tan fuerte como podía—. Oh.

Yo levanté las caderas de la cama al ritmo de las caricias de mi mano y arqueé la espalda, imaginándola debajo de mí. Alargué la mano justo a tiempo, en busca del pañuelo que tenía preparado y me corrí en él.

Por los sonidos de la respiración de Abby, deduje que ella también había llegado al orgasmo.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí, Amo —contestó con la voz teñida de placer—. Gracias.

—Si estuviera ahí, te estrecharía contra mi pecho para poder escuchar los latidos de tu corazón —me lamenté—. Te daría mil besos y te susurraría al oído lo mucho que te quiero.

—Te quiero, Amo —dijo ella tímidamente.

Se me encogió el corazón al comprender que no estaba hablando con Nathaniel, estaba hablando con su Amo. No se me pasó por alto que aquélla era la primera vez que me decía que me quería de esa forma.

—Abigail —susurré—. Mi amor.

Nos quedamos como estábamos durante un rato, felices de estar conectados a través del teléfono. Aunque yo sabía que había tenido un día muy largo y que era probable que estuviera cansada.

—Debería dejarte dormir —dije al cabo de un rato.

—Ojalá pudiera seguir conectada a ti toda la noche y pudiera oírte respirar.

—Pronto —contesté—. Pronto estaré en casa.

—No lo bastante pronto.

Estuvimos hablando tranquilamente un rato más. Cuando la oí bostezar, nos deseamos buenas noches y colgamos.

Me recosté en el cabezal de la cama e inspiré hondo varias veces. Seguía deseando que Abby hubiera podido viajar conmigo, pero la comprendía y admiraba por haberse quedado en Nueva York para asistir al congreso. Además, teníamos el resto de nuestras vidas para viajar juntos.

«Florida», me recordé. Tenía que explicarle lo del viaje a Florida que había planeado.

El sexo telefónico con ella había sido increíble. En realidad, cuando estaba con mis anteriores sumisas era algo a lo que recurría con frecuencia cuando me asaltaba la necesidad durante la semana, o quería recompensarlas por algo y pensaba que lo disfrutarían.

Aunque con ellas se trataba básicamente de sexo y me sorprendía comprobar que con Abby nunca se trataba sólo de eso. ¿Satisfacía una necesidad? Sí. ¿Hacía que se sintiera completa? Sí. Pero era mucho más que eso.

Con Abby todo significaba más.

Pero ya no me asustaba como antes.

Miré el reloj que tenía en la mesilla. Ella ya estaría acurrucada en la cama, intentando dormir. Ya sólo le quedaban dos sobres para el día siguiente. El primero debería abrirlo a las nueve y media. Era el último encargo de escritura. A las once, Elaina la recogería para llevarla a un almuerzo.

Pensé en el resto de la semana. El lunes había programado que le llevaran la cena a casa. Sushi. Con una pequeña nota en la que le recordaba lo mucho que significaba para mí que hubiera accedido a comer sushi conmigo hacía ya algunos meses, en lugar de mandarme a paseo tal como merecía.

El martes había quedado con Felicia después del congreso. Abby tenía que cambiar su dirección y su amiga tenía que actualizar su apellido. Me sentí bien al saber que compartiríamos la misma dirección. Recordé que la casa estaba llena de vida cuando era un niño y me encantaba volver a tener esa sensación.

Pensé en las flores que había encargado que le entregaran el martes. Cuando llegara a casa, le llevarían dos docenas de rosas de color crema con un toque de rubor en los pétalos, junto a una carta que le había dejado a la florista. Sólo una pequeña nota en la que le decía lo feliz que me hacía saber que vivía conmigo.

El miércoles, justo antes de salir de una reunión que parecía no acabar nunca y cuando me dirigía a comer, mi teléfono vibró para avisarme de que tenía un nuevo mensaje. Abby y yo solíamos mandarnos mensajes o nos llamábamos antes de comer, así que me excusé ante los demás asistentes y fui al despacho que había estado utilizando durante mi estancia.

Busqué el texto.

«Me estoy preparando para meterme en la cama», escribió.

«Ojalá pudiera arroparte», le contesté.

«A mí también me encantaría —respondió—. Tengo una cosita para ti…»

Lo que me mandó a continuación me dejó sin aliento y me tambaleé hasta la silla para sentarme. Me había enviado una foto de sí misma o de partes de su cuerpo. Zonas más tapadas y otras no tan cubiertas por pequeños retazos de encaje. Un liguero aquí. Un fragmento de sujetador allá. Un pezón jugando a esconderse detrás de un trocito de encaje. Un tanga que dejaba poco a la imaginación.

«Joder», escribí cuando dejaron de llegar fotos.

«¿Te gusta?», me preguntó.

«Digamos simplemente que si estuviera allí te quitaría toda esa lencería. Con los dientes».

«¿Ah, sí? —preguntó—. Y ¿qué harías después?»

Me miré el reloj. Aún disponía de algunos minutos antes de tener que salir de ese despacho.

«Te tumbaría boca abajo a los pies de la cama».

«Suena bien», contestó.

«Te daría unos azotes por ser tan provocadora».

Sonreí y tecleé deprisa.

«Te metería un dedo en el coño».

«Mmmm», exclamó.

Alguien llamó a la puerta.

Joder, joder, joder.

«La maldita comida», escribí.

«Maldito viaje de negocios», me respondió.

«Por lo menos tú puedes aliviarte —repliqué—. Yo estaré atrapado en una comida muy aburrida».

«Puedes ahogar tus penas en jiu».

«Lo haré —convine—. Dulces sueños».

«Dulces sueños pronto —escribió—. Primero tengo que solucionar un pequeño problema».

Rugí al imaginarla con el juguete que encontraría en su mesilla de noche, con las piernas separadas…

«Provocadora».

«He aprendido del mejor», sentenció.

Sólo quedaban dos días para que me pudiera marchar de China, pero sabía que se me harían eternos. Cuando llegué al hotel aquella noche, llamé a Jackson. Mi primo era muy madrugador y sabía que estaría despierto.

—Nathaniel —dijo—. ¿Qué tal China?

—Larga y aburrida —contesté—. No te habré despertado, ¿verdad?

Teniendo en cuenta la diferencia horaria, sabía que allí eran poco más de las cinco de la mañana.

—Qué va. Me estaba preparando para mi sesión de footing matutino.

Hablamos durante un rato sobre nada en particular e hicimos algunos planes para quedar cuando volviera. No pasó mucho rato hasta que la conversación se centró en su reciente boda con Felicia. A Jackson le encantaba hablar de su nueva esposa.

—Tengo una pregunta para ti —le planteé, después de escucharlo hablar un rato de los planes que tenían para cuando él se retirara—. ¿Tu compromiso dio lugar a muchas habladurías?

La verdad es que era incapaz de recordarlo; para mí había sido una temporada muy difícil, teniendo en cuenta que Abby me dejó y todo eso.

—Se habló un poco sobre que Felicia podría estar embarazada —contestó, soltando una carcajada—. Claro que eso no era cierto.

Sabía que los dos querían tener hijos, pero también sabía que querían esperar unos años.

—¿Por qué? —me preguntó—. ¿Tú y Abby estáis…?

—No —lo interrumpí—. Nada de eso. —«Aún no»—. Es sólo que como sé que no hacía mucho tiempo que os conocíais cuando os comprometisteis, me preguntaba qué ocurrió.

—Uno —dijo—, me importa un pimiento lo que piense la gente y sé que a ti tampoco te importa.

Me reí. En líneas generales tenía toda la razón.

—Dos —prosiguió—, si encontrara a la mujer con la que quisiera casarme y ella se quisiera casar conmigo, ¿qué tendría eso que ver con lo que pensaran los demás?

—No quiero que chismorreen sobre Abby —dije sin pensar—. No quiero que nadie la rebaje.

—¡Ajá! —exclamó—. Lo sabía.

Yo puse los ojos en blanco, a pesar de que sabía que él no podía verme.

—Yo no he dicho que haya pensado en casarme con Abby.

—Pero lo has insinuado —replicó y luego siguió hablando sin esperar mi respuesta—. Mira, tío, Abby es una mujer fuerte.

—Eso ya lo sé.

—Y tiene la suficiente seguridad en sí misma como para no dar importancia a las habladurías —añadió—. Además, cualquiera que vaya a hacerla de menos por casarse contigo o es que es idiota o está celoso.

Me reí.

—Gracias, Jackson. A veces sólo necesito hablar las cosas.

—No hay problema.

—Esta conversación queda entre nosotros, ¿verdad? —le pregunté—. No le dirás a…

—¿Mi mujer que el novio de su mejor amiga está pensando en declararse? —preguntó. Sabía que estaba sonriendo.

—Exacto.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

Pasé gran parte de la tarde pensando en la conversación que había tenido con Jackson. Antes de irme a la cama aquella noche, le mandé a Abby un mensaje de tres sencillas líneas:

«Te deseo.

»Te añoro.

»Te quiero».

La llamé el viernes por la noche, hora de China, con malas noticias.

—Han surgido algunos problemas —le dije, mientras miraba cómo mi piloto hablaba por el micrófono de sus auriculares. Estaba haciendo aspavientos con las manos—. No conseguiremos salir a tiempo.

—¿Cuánto te retrasarás?

—Creo que algunas horas —respondí—. Debería llegar a Nueva York sobre las tres de la madrugada. Cogeré un taxi hasta casa.

—Yo puedo ir a recogerte. No hay ningún problema.

—Ya lo sé, pero prefiero que duermas. Yo estaré allí cuando te despiertes.

No me quedé al teléfono mucho rato. Estaba muy enfadado por no poder salir a tiempo y no quería que Abby pensara que estaba molesto con ella.

Casi veinte horas después, entré de puntillas en nuestra habitación. Se había dormido abrazando mi almohada y Apolo estaba acurrucado a su lado. Levantó la cabeza cuando me oyó entrar y yo señalé el suelo.

Cuando Apolo saltó, con un pesado suspiro, yo me desnudé y dejé la ropa en el suelo. Tiré de la sábana con suavidad y casi se me para el corazón cuando vi que Abby llevaba puesta una de mis camisas.

Me metí en la cama procurando no despertarla y la estreché entre mis brazos con delicadeza. Ella se acurrucó contra mí, con un leve suspiro de satisfacción. Yo cerré los ojos.

Ya estaba en casa.

Por fin.