13

ABBY

Decidí que no tenía sentido seguir en la cama. Aparté las sábanas y me levanté. Paseé la vista por mi habitación durante unos minutos y deslicé la mano por la multitud de cajas que tenía apiladas: unas llenas de ropa, otras con libros y demás.

Me pregunté si Felicia estaría durmiendo. Se había quedado en mi sofá. Habíamos pasado un día maravilloso. Primero quedamos con Elaina en el spa favorito de Felicia y le regalamos una mañana entera de mimos. Por la tarde, ella y yo volvimos al apartamento y nos reímos como niñas mientras nos preparábamos para el ensayo, que también fue muy bien. Nathaniel estaba de pie junto a su primo, con porte orgulloso y una leve sonrisa en los labios, mientras Felicia intentaba sonsacarles, sin ningún éxito, un poco de información sobre dónde habían estado todo el día.

Mi vestido de dama de honor estaba colgado en el armario, esperando que fuese el día siguiente. Deslicé un dedo por la seda. Felicia tenía un gusto excelente. El vestido era largo hasta los pies, de color azul hielo, y se ceñía al cuerpo dejando los hombros al descubierto, a excepción de la gasa que subía desde la cintura y se deslizaba por encima de uno de los hombros.

Le di la espalda al vestido y metí algunos libros en una caja medio vacía, pero al final acepté que no conseguiría conciliar el sueño.

Salí al comedor en silencio para no molestar a Felicia, pero me la encontré sentada en el sofá, bebiéndose una taza de té.

—Lo siento —dijo—. ¿Te he despertado?

—No. —Me acerqué al sofá y me senté con ella—. Yo tampoco podía dormir. ¿Estás nerviosa?

Ella flexionó las rodillas hasta colocarlas bajo su barbilla y se rodeó las piernas con los brazos.

—Creo que no son nervios. Sólo estoy excitada. Quizá también un poco preocupada.

—¿Te preocupa casarte con Jackson? —le pregunté inquieta—. Eso es normal, ¿no? ¿No les pasa a todas las novias?

—No, no tiene nada que ver con Jackson —aclaró y yo me sentí un poco mejor—. Bueno, por lo menos no tiene que ver con Jackson el hombre. Me preocupa más casarme con Jackson el quarterback de los Giants de Nueva York. Los paparazzi y esas cosas. Eso de ser el centro de atención.

Yo aún recordaba lo frustrada que se sintió cuando se anunció el compromiso. Los fotógrafos la estuvieron siguiendo durante algunos días, se presentaban a la salida de su escuela e incluso llegaron a llamar a la puerta de su apartamento algunas veces. La excitación desapareció bastante rápido y, a decir verdad, yo tampoco le serví de mucha ayuda, porque acababa de dejar a Nathaniel y estaba completamente deprimida.

—No creo que vaya a ser para tanto —la tranquilicé—. Ya sé que es un deportista famoso, pero no es un actor o algo así.

—Tú intenta organizar la seguridad para tu boda y luego dime que no es para tanto —repuso—. Planea tu luna de miel intentando decidir dónde podréis estar a solas la mayor parte del tiempo y luego siéntate a ver cómo tu vestido de novia sale por la televisión para que todo el mundo lo vea.

—Vale. Vale —contesté, tratando de tranquilizarla y de evitar que diera rienda suelta a la novia iracunda que llevaba dentro—. Ya entiendo a qué te refieres. Lo del vestido fue asqueroso.

—Sí. Lo fue.

—Pero escucha —dije—, Jackson te quiere. Salta a la vista. No tienes de qué preocuparte. Si aparecen los paparazzi, los dos lo arreglaréis juntos. Además, tienes el apoyo del clan Clark al completo. Y sabes que siempre me tendrás a mí.

Sonrió al oírlo.

—Gracias, Abby.

Me encogí de hombros.

—No es nada. Y como Jackson y tú os iréis a recorrer Europa, estoy segura de que cuando volváis a casa el alboroto de la boda ya habrá pasado. Os habrán sustituido por alguna otra estrella.

Jackson había planeado una luna de miel de dos semanas en Europa. Visitarían el Reino Unido, Francia, Italia y Suiza. Y, aunque yo siempre había querido visitar ese continente, ésa no era mi idea de la luna de miel ideal. Cuando yo me casara, quería pasar la luna de miel a solas con Nathaniel, no saltando de un país a otro.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

«Luna de miel a solas con Nathaniel».

«Joder».

—Tienes razón —dijo Felicia, ignorando el alboroto de mi cabeza—. Es que todo es muy extraño, ¿sabes?

—Sí, muy raro.

Y que ella tuviera que enfrentarse a los paparazzi no era lo único.

—Esta noche también es rara, ¿verdad? —preguntó—. Tú y yo. Llevamos toda la vida siendo vecinas y pasado mañana cambiará todo. Es un poco triste.

—Seguirás pudiendo contar conmigo. No me voy a ir a ninguna parte.

Quería preguntarle por qué le resultaba tan raro, pero entonces decidí no hacerlo. No tenía ganas de hablar sobre mis fines de semana con Nathaniel. Aunque Felicia parecía apoyarme más esta vez, no estaba segura de que pudiera escucharme sin juzgar mi vida.

—Me refiero a que es cierto que Jackson es un jugador de fútbol famoso, pero Nathaniel no deja de aparecer en las listas de los veinte americanos más ricos —prosiguió—. ¿Cómo te hace sentir eso?

Sabía lo que intentaba hacer: trataba de sentirse mejor volcando la atención en otra persona, preguntándome cómo gestionaba algo que ella también debía aprender a gestionar. Decidí decirle la verdad.

—No me hace sentir nada —respondí—. Yo estoy con Nathaniel. Nunca pienso en su riqueza o en su valor. Es sólo él. Nathaniel.

—Pero, aun así… —me presionó—. ¿Cómo funcionarán las cosas cuando vivas con él? ¿Le pagarás un alquiler? ¿Pagarás parte de su hipoteca?

¿Acababa de decir que era una de las personas más ricas de América y creía que tenía una hipoteca?

—No tiene ninguna hipoteca —contesté—. La casa es suya. Y no, no le voy a pagar ningún alquiler.

—¿Y los gastos?

—Claro que le ayudaré con los gastos. —Pero todo eran suposiciones mías. Nathaniel y yo habíamos hablado un poco de cómo organizaríamos el tema de los gastos cuando me fuera a vivir con él, pero nunca habíamos entrado en detalle. Nos limitaríamos a ir organizándolo una vez me instalara—. ¿Y Jackson y tú? ¿Estás preocupada por el dinero?

—No —contestó—. Jackson ya ha hecho las gestiones necesarias para abrir una cuenta bancaria conjunta. Pero me resultará extraño tener tanto dinero. Vamos, Abby, admítelo. Tienes que haber pensado en los beneficios materiales que te supondrá irte a vivir con Nathaniel.

—Puede que una o dos veces.

—Una o dos veces, seguro.

—Sé que tiene asistenta —expliqué—. Supongo que me resultará raro que alguien lo limpie todo por mí. Pero te aseguro que no pienso en ello. Me centro más en Nathaniel.

—Yo seré mucho más feliz cuando Jackson se retire y podamos ser un poco más normales.

Estaba fatal. Volví a pensar que quizá les pasara lo mismo a todas las novias. Al final, decidí dejarme llevar.

—¿Va a jugar una temporada más? —le pregunté.

—Sí —me confirmó—. Éste será el último año. Luego probablemente se tome un tiempo libre y después busque algún puesto de entrenador.

Le apoyé la mano en la rodilla.

—Haz una cosa por mí, Felicia: disfruta de este año. Va a ser muy diferente a todo lo que hayas experimentado hasta ahora. —Sonreí—. Estarás bien. Todo el mundo te querrá. Jackson el primero.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y me abrazó.

—Gracias.

«Nuestra última noche como vecinas».

Esa idea resonaba en mi cabeza una y otra vez. Parecía surrealista. ¿Cómo era posible que nuestras vidas hubieran cambiado tanto en tan poco tiempo?

Me separé de ella y le alisé el pelo.

—Y ahora tienes que dormir un poco. No queremos tener ojeras para las fotos de mañana.

Mi intención era hacer un comentario gracioso para rebajar un poco la tensión, pero Felicia no sonrió. Me miró a los ojos muy seria.

—Te dije que no quería saber los detalles de tu relación con Nathaniel —empezó—, y sigo sin querer saberlos. Últimamente se te ve muy feliz. —Inspiró hondo—. Pero sigo necesitando saber…

—¿Necesitas saber? —repetí, con una nota de pánico en la voz.

—El día que lo dejaste, comentaste que por fin te había besado.

Dijo eso y luego se detuvo y se mordió el labio, como si temiera acabar la frase.

—¿Sí? —le pregunté, aún sin sentirme cómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación, pero advirtiendo que se trataba de algo importante para ella.

—¿Ahora lo hace? —inquirió, en un tono casi suplicante—. ¿Te besa durante la semana y los fines de semana? Ya sé que es una tontería, y no estoy segura de por qué es tan importante, pero si lo hace, me sentiré mucho mejor. ¿Lo hace?

Fui incapaz de ocultar la sonrisa que apareció en mi cara. La respuesta debió de ser evidente, porque ella también sonrió antes de que yo contestara a su pregunta.

—Sí, Felicia —le dije—. Sí. Me besa entre semana y los fines de semana, y sí, soy muy muy feliz.

El sábado fue un torbellino. Felicia y yo no paramos ni un segundo desde que se levantó, así que no tuve mucho tiempo de pensar en lo distinto que era aquel día de mis sábados normales.

Me reí.

«Sábados normales».

¿Desde cuándo mis sábados eran normales?

—¿Te estás riendo, Abby? —me preguntó Felicia—. Cuéntame el chiste. No me iría mal reírme yo también un poco.

Estábamos en una de las habitaciones de invitados de la casa de Elaina y Todd y una estilista estaba haciéndole a Felicia un elegantísimo recogido. Yo ya me había arreglado el pelo, estaba vestida y miré el reloj que había junto a la cama: el espectáculo empezaría a las seis en punto. Quedaban poco más de dos horas.

—No es nada —respondí—. Sólo estaba hablando conmigo misma.

—Pues entonces ¿te importaría bajar y traerme unas cuantas uvas? —me pidió—. Creo que puedo comer uvas sin… ¡Ay! —Levantó la vista y miró a la mujer que la estaba peinando—. ¡Ten cuidado! Me gustaría conservar algún pelo cuando termines.

Sí, ir a buscar unas cuantas uvas parecía una gran idea. Quería mucho a Felicia, pero me estaba volviendo loca. A mí y a todo el mundo.

—Ahora vuelvo —le dije, esquivando su vestido de novia, que aguardaba colgado en mi camino hacia la puerta.

—Supongo que seguiré aquí.

Corrí escaleras abajo levantándome el vestido para no tropezar. No me quería poner los zapatos hasta que fuera absolutamente necesario. Cuando llegué abajo, miré a mi alrededor en busca de Nathaniel. Sabía que estaba en algún rincón de la casa —había visto su coche desde el piso de arriba—, pero aún no lo había visto.

Bueno, dentro de dos horas estaría en el jardín, de pie junto a su primo. Si no lo conseguía antes, lo vería entonces. Entré en la cocina tratando de no molestar a la responsable del catering y los camareros y llegué a la isla central, donde habían preparado un bufet informal de aperitivos para los invitados y la familia.

Examiné la mesa. Uvas, uvas, uvas. Tenía que haber uvas. Felicia no me las habría pedido si no fuera así, ¿no?

Una enorme mano se posó sobre mi hombro desnudo, segundos antes de que un par de cálidos labios me dieran un beso con la boca abierta en la base de la nuca.

—Dios mío. —Nathaniel estaba pegado a mi piel—. Mírate.

Se me pusieron todos los nervios en alerta y una oleada de deseo insatisfecho me recorrió de pies a cabeza.

—Hum —murmuré, acercándome más a él cuando me rodeó con los brazos y sus labios prosiguieron con la exploración de mi espalda.

—Llevo todo el día intentando subir a verte —dijo. Su aliento me hizo cosquillas en la oreja y sus manos se pasearon por mi cintura para atraerme más hacia él. Elaina había secuestrado a los hombres en el piso de abajo, mientras las mujeres estábamos arriba—. Pero entre Jackson, Todd y Linda, no he tenido la oportunidad de huir.

Por poco se me escapa un gemido cuando sus labios acariciaron el punto exacto en que mi cuello se encontraba con mi espalda.

—Entonces tengo mucha suerte de haber tomado la iniciativa de bajar justo en este momento —comenté.

Me dio media vuelta y me miró con sus ojos oscuros.

—Sí que es una suerte —admitió y se inclinó para besarme con suavidad.

Pero yo había estado separada de él durante casi toda la semana y no tenía ningún interés en la suavidad.

—¿Eso es todo lo que tienes? —lo provoqué.

Él se acercó un poco más y me susurró al oído:

—Cuando te lleve a casa, ya te enseñaré exactamente lo que tengo. La pregunta es si prefieres que te lo enseñe duro y rápido o suave y despacio.

—De las dos formas —contesté, acercándome a él—. Lo quiero duro y rápido al principio, seguido de algo suave y más lento. —Deslicé una mano por debajo de su chaqueta para acariciarle el pecho—. Aunque si te apetece…

—Joder, Abby, a mí siempre me apetece.

Sus labios se pegaron a los míos y yo gimoteé cuando su lengua se internó en mi boca. Su sabor. Vaya, cómo lo había echado de menos. Lo cogí de las solapas de la chaqueta y lo atraje hacia mí, notando su erección al presionarlo contra mi cuerpo. Gemí.

Alguien carraspeó con discreción detrás de nosotros.

«Joder, joder, joder».

Nathaniel se retiró y yo dejé caer la cabeza sobre su pecho, sin soltarle la chaqueta, mientras me esforzaba por volver a respirar con normalidad.

Cuando volvió a hablar, su voz sonó seca y sin emoción.

—Melanie.

Levanté la cabeza de golpe y miré directamente a la encantadora mujer que estaba de pie junto a la mesa.

—Pareces tener la peculiar costumbre de aparecer en los momentos más… —empezó a decir Nathaniel.

Entonces le solté la chaqueta y me puse entre los dos.

—Me alegro de volver a verte.

Dije eso porque es la clase de comentario que uno hace cuando se encuentra con una persona a la que no tiene nada que decirle. La observé unos segundos mientras ella nos examinaba. Era realmente encantadora, llevaba el peinado perfecto y un vestido de fiesta que acentuaba su figura.

Entonces me di cuenta de lo extraño que era estar junto a Nathaniel mientras hablaba con su exnovia. Él había besado aquellos labios perfectos, la había abrazado y le había hecho el amor mucho antes de besarme o abrazarme a mí. Y, aunque hubiera acabado dejándola, debo admitir que me puse un poco celosa.

«Eres tonta», me dije. ¿Qué fue lo que me aseguró el fin de semana anterior? «Eres tú. Siempre has sido tú».

Así que miré a Melanie y, en lo más profundo de mi ser, supe que nunca había sido ella y eso me hizo sentir mejor.

—Abby —dijo ella, tendiéndome la mano—. Yo también me alegro de volver a verte.

Miré a Nathaniel y vi que la estaba observando. Me pregunté qué estaría pensando. Mientras nos estrechábamos la mano, la mirada de Melanie resbaló hasta mi cuello y, antes de que pudiera disimularla, vi la expresión de sorpresa que apareció en su rostro.

«Vaya, vaya, vaya». A Melanie no la había sorprendido vernos juntos, lo que la había sorprendido era ver que no llevaba el collar. Pero si no le iba a contar los detalles de mi relación a mi mejor amiga, estaba claro que tampoco iba a hacerlo con la exnovia de Nathaniel.

—¿Te podemos ayudar en algo? —preguntó él.

Su voz seguía sonando seca y desprovista de emoción y me pregunté si siempre le habría hablado así. ¿Habría empleado ese tono de voz durante toda su relación o habría aparecido más tarde, cuando se echó sobre los hombros la innecesaria culpa de no poder estar a la altura de las expectativas de Melanie?

En ese momento, fui incapaz de decidir si habría querido mucho a Melanie por no haber sido lo que él necesitaba —cosa que lo habría forzado a buscar una nueva sumisa, es decir a —, o la habría odiado por todo el dolor y la vergüenza que habría sentido al ver que necesitaba buscar una nueva sumisa.

«Es tiempo pasado —decidí—. Déjalo correr».

—Mamá y yo hemos subido a ver a Linda —comentó Melanie— y Felicia ha mencionado algo sobre unas uvas. Ha dicho que Abby había bajado a buscarlas, pero que llevaba una eternidad aquí abajo.

—Llevo cinco minutos como mucho. —Puse los ojos en blanco—. Novias… —añadí entre dientes.

Nathaniel se rio.

—Ahora que Felicia y yo nos empezábamos a llevar tan bien… Nunca me perdonará por retener sus uvas. —Se volvió hacia mí—. Llévaselas, Abby. De todos modos, yo también tengo que volver con Jackson. —Entonces se inclinó hacia adelante y susurró para que Melanie no pudiera oírlo—: Y esta noche estaré preparado para todo lo que desee tu corazón o tu cuerpo.

Me dio un único beso en los labios, asintió brevemente con la cabeza y con un seco «Melanie», se marchó.

Ella no parecía cohibida en absoluto.

—Lo siento mucho —se disculpó—, pero no podía llegar hasta las uvas y me sentía mal por interrumpir, pero…

Negó con la cabeza.

—No pasa nada —le aseguré, cogiendo una servilleta para volver a buscar las uvas—. Es cierto que le he dicho a Felicia que enseguida subía.

—Veamos si las uvas están aquí —dijo Melanie, levantando la tapadera de un cuenco y dejando al descubierto toda la fruta que contenía.

Sonreí a la mujer cuya relación con Nathaniel me había provocado tanta curiosidad en su momento. Recordé todos los días que había pasado preocupada, pensando que la habría besado. La sorpresa y la consternación que sentí cuando Elaina me dijo que nunca había sido su sumisa. Incluso la furia que sentí cuando Nathaniel asumió toda la culpa de su fracaso con ella. Coloqué las uvas sobre la servilleta y me di cuenta de que lo único que sentía por ella en ese momento era una leve simpatía.

Dos horas más tarde, estaba recorriendo el improvisado pasillo en el jardín de Elaina y Todd. Odiaba ser el centro de atención y durante los primeros segundos, lo único en lo que podía pensar, era en toda la gente que me estaba mirando.

Pero me olvidé en cuanto levanté los ojos y vi a Nathaniel. Antes no había tenido ocasión de admirarlo de cuerpo entero. Cuando me estrechó entre sus brazos, estaba demasiado cerca como para que pudiera ver lo impresionante que estaba. Mientras caminaba por el pasillo, aproveché para observarlo bien: la forma en que el esmoquin se ceñía a sus hombros, cómo el color negro de la chaqueta contrastaba con sus ojos verdes, el modo en que los pantalones le rozaban los zapatos, y su pelo, como siempre, con aquel aire despeinado que tanto me gustaba.

Era como si sólo su mirada fuera lo que me hacía seguir avanzando. Casi podía sentir el calor que irradiaba su mirada y me pregunté si alguien más se estaría dando cuenta. En ese momento no me pareció tan absurdo pensar que algún día me estaría esperando en otro altar, en otro momento, por un motivo muy parecido. La idea me hizo sonreír.

«Estás impresionante», leí en sus labios, cuando llegué al altar.

«Mira quién habla», le respondí.

Negó con la cabeza con incredulidad y empezamos a escuchar las suaves notas de un arpa que sonaba al fondo.

Sólo advertí que Felicia había llegado al altar cuando bloqueó mi visión de Nathaniel. Me reprendí mentalmente por no prestar más atención. Sería muy vergonzoso que alguien se diera cuenta de que estaba concentrada en el padrino en lugar de en la novia y decidí esforzarme para hacerlo mejor.

Pero cuando el pastor le dio la bienvenida a todo el mundo y Felicia y Jackson intercambiaron los votos que los unirían para siempre, mi mente regresó a Nathaniel. Nos miramos a los ojos y volví a sonreír.

Todo parecía posible.